Señores senadores y señores diputados:
Antes de dar lectura al mensaje del Poder Ejecutivo, deseo presentar en nombre de
éste, el más profundo agradecimiento a los señores Legisladores, que han hecho
posible la aprobación de leyes que eran absolutamente indispensables. Y en esto
quiero también rendir homenaje a los señores senadores y diputados de la
oposición, que con una actitud altamente patriótica no han hecho una oposición
sino una colaboración permanente que el Poder Ejecutivo aprecia en su más alto
valor.
En una ocasión solemne como ésta, ante un Congreso reunido en idéntica
oportunidad a la de hoy, hace exactamente veinte años, dije al pueblo argentino
dirigiéndome a sus representantes: “Nunca me he sentido otra cosa que un hombre
demasiado humilde al servicio de una causa siempre demasiado grande para mí, y
no hubiese aceptado nunca mi destino si no fuera porque siempre me decidió el
apoyo cordial de nuestro pueblo”.
La conformación de nuestra doctrina, que pueden aceptar todos los argentinos,
porque tiene caracteres de solución universal – y que incluso, puede ser aplicada
como solución humana a la mayor parte de los problemas del mundo como tercera
posición filosófica, social, económica y política – constituyó la primera etapa de lo
que podría denominarse la “despersonalización” de los propósitos que la revolución
había encarnado en mí; tal vez porque yo sentía desde mucho tiempo antes vibrar
la revolución total del pueblo, y estaba decidido, tal como lo expresé a los
trabajadores argentinos el 2 de diciembre de 1943, a “quemarme en una llama
épica y sagrada para alumbrar el camino de la victoria”.
La doctrina fue adoptada primero por los trabajadores. “Yo los elegí para dejar en
ellos la semilla”. “Lo acabo de expresar: ¡Ellos fueron mis hombres!”. “Elegí a los
humildes; ya entonces había alcanzado a comprender que solamente los humildes
podían salvar a los humildes”.
Recuerdo que, cuando me despedía de la Secretaría de Trabajo y previsión el 10 de
octubre de 1945, entregué a ellos todos mis ideales, diciéndoles más o menos, estas
mismas palabras:
“No se vence con violencia: se vence con inteligencia y organización”; “las
conquistas alcanzadas serán inamovibles y seguirán su curso”; “necesitamos seguir
estructurando nuestras organizaciones y hacerlas tan poderosas que en el futuro
sean invencibles”; “el futuro será nuestro”.
Antiguas palabras éstas, pero conservan aún toda su vigencia. Regresan hoy a esta
alta tribuna para señalar el curso de nuestro irreversible proceso revolucionario y
de una vocación nacional de grandeza, que no se pueden torcer ni desvirtuar.
Vivimos tiempos tumultuosos y excitantes. Lo que antes apareciera como simple
hipótesis y, generalmente, como teoría negada o discutida, es hoy una realidad
universal que está determinando el curso de la historia.
Las masas del Tercer Mundo se han puesto de pie y las naciones y pueblos hasta
ahora postergados pasan a un primer plano. La hora de los localismos cede el lugar
a la necesidad de continentalizarnos y de marchar hacia la unidad planetaria.
Felizmente, este tiempo que nos toca vivir y dentro del que somos protagonistas
inevitables, nos encuentra a los argentinos unidos como en las épocas más
fecundas de nuestra historia.
Es un verdadero milagro el que podamos ahora dialogar y discrepar entre nosotros,
pensar de diferente manera y estimar como válidas distintas soluciones, habiendo
llegado a la conclusión de que por encima de los desencuentros, nos pertenece por
igual la suerte de la Patria, en la que está contenida la suerte de cada uno de
nosotros, en su presente porvenir.
Nuestra Argentina está pacificada, aunque todavía no vivimos totalmente en paz.
Heredamos del pasado un vendaval de conflictos y de enfrentamientos.
Hubo y hay todavía sangre entre nosotros; reconocemos esta herencia inmediata a
que me he referido, y extraemos de ella la conclusión de su negatividad. Pero no
podemos ignorar que el mundo padece de violencia, no como episodio sino como
fenómeno que caracteriza a toda esta época. Que caracteriza, diría a toda época de
cambio revolucionario y de reacomodamientos, en que un período de la historia
concluye para abrir paso a otro.
Nosotros hemos encarado la Reconstrucción Nacional. Entre sus más importantes
objetivos está el de reconstruir nuestra paz. Lo lograremos. No hay nada que no
pueda alcanzarse con nuestras inmensas posibilidades y con este pueblo
maravilloso al que con orgullo pertenecemos.
No ignoramos que la violencia nos llega también desde fuera de nuestras fronteras,
por la vía de un calculado sabotaje a nuestra irrevocable decisión de liberarnos de
todos asomo de colonialismo.
Agentes del desorden son los que pretenden impedir la consolidación de un orden
impuesto por la revolución en paz que propugnamos y aceptamos la mayoría de los
argentinos.
Agentes del caos son los que tratan, inútilmente, de fomentar la violencia como
alternativa a nuestro irrevocable propósitos de alcanza en paz el desarrollo propio y
la integración latinoamericana, únicas metas para evitar que el año 2000 nos
encuentre sometidos a cualquier imperialismo.
Superaremos también esta violencia, sea cual fuere su origen. Superaremos la
subversión. Aislaremos a los violentos y a los inadaptados. Los combatiremos con
nuestras fuerzas y los derrotaremos dentro de la Constitución y la Ley. Ninguna
victoria que no sea también política es válida en este frente. Y la lograremos.
Tenemos no sólo una doctrina y una fe, sino una decisión que nada ni nadie hará
que cambie.
Tenemos, también, la razón y los medios de hacerla triunfar. Triunfaremos, pero no
en el limitado campo de una victoria material contra la subversión y sus agentes,
sino en el de la consolidación de los procesos fundamentales que nos conducen a la
Liberación Nacional y Social del Pueblo Argentino, que sentimos como capítulo
fundamental de la liberación nacional y social de los pueblos del continente.
Las fuerzas del orden -pero del orden nuevo, del orden revolucionario, del orden
del cambio en profundidad- han de imponerse sobre las fuerzas del desorden entre
las que se incluyen, por cierto las del viejo orden de la explotación de las naciones
por el imperialismo, y la explotación de los hombres por el imperialismo, y la
explotación de los hombres por quienes son sus hermanos y debieran comportarse
como tales.
Todo esto -y todos tenemos conciencia de ello- se encuentra en marcha. Cada día
que pasa nos acerca a las metas señaladas.
Ha comenzado de este modo el tiempo en que para un argentino no hay nada mejor
que otro argentino. Ésto sólo es ya revolución de suficiente trascendencia como
para agradecer a Dios que nos haya permitido vivir para disfrutarlo.
Estamos terminando con la improvisación, porque no sólo el País lo exige, sino que
el mundo no admite otra alternativa.
Se percibe ya con firmeza que la sociedad mundial se orienta hacia u Universalismo
que, a pocas décadas del presente, nos puede conducir a formas integradas, tanto
en el orden económico como en el político.
La integración social del hombre en la tierra será un proceso paralelo, par lo cual es
necesaria una firme y efectiva unión de todos los trabajadores del mundo, dada por
el hecho de serlo y por lo que ellos representan en la vida de los pueblos.
La integración económica podrá realizarse cuando los imperialismos tomen debida
conciencia de que han entrado en una nueva etapa de su accionar histórico, y que
servirán mejor al mundo en su conjunto y a ellos mismos, en la medida en que
contribuyan a concebir y accionar a la sociedad mundial como un sistema, cuyo
único objetivo resida en lograr la realización del hombre en plenitud, dentro de esa
sociedad mundial
La integración política brindará el margen de seguridad necesario para el
cumplimiento de las metas sociales, económicas, científico-tecnológicas y de medio
ambiente, al servicio de la sociedad mundial.
El itinerario es inexorable y tenemos que prepararnos para recorrerlo. Y aunque
ello parezca contradictorio, tal evento nos exige desarrollar desde ya un profundo
nacionalismo cultural como única manera de fortificar el ser nacional, para
preservarlo con individualidad propia en las etapas que se avecinan.
El mundo en su conjunto no podrá constituir un sistema, sin que a su vez están
integrados los países en procesos paralelos. Mientras se realice el proceso
universalista, existen dos únicas alternativas para nuestros países: neocolonialismo
o liberación.
La pertinacia en levantar fronteras ideológicas no hace sino demorar el proceso y
aumentar el costo de construcción de la sociedad mundial.
Para construir la sociedad mundial, la etapa del continentalismo configura una
transición necesaria. Los países han de unirse progresivamente sobre la base de la
vecindad geográfica y sin imperialismos locales y pequeños. Esta es la concepción
de la Argentina para Latinoamérica: justa, abierta, generosa, y sobre todas las
cosas, sincera.
A niveles nacionales, nadie puede realizarse en un país que no se realiza. De la
misma manera, a nivel continental, ningún país podrá realizarse en un continente
que no se realice.
Queremos trabajar juntos para edificar Latinoamérica dentro del concepto de
comunidad organizada. Su triunfo será el nuestro. Hemos de contribuir al proceso
con toda la visión, la perseverancia y el tesón que hagan falta.
Sólo queremos caminar al ritmo del más rápido. Y teniendo en cuenta que no todos
han de pensar de la misma manera, respetuosos de sus decisiones, habremos de
unirnos resueltamente con quienes quieran seguir nuestro propio ritmo.
Latinoamérica es de los latinoamericanos. Tenemos una historia tras de nosotros.
La historia del futuro no nos perdonaría el haber dejado de ser fieles a ella.
Paralelamente, nos uniremos a la acción d los países del Tercer Mundo, con los
cuales ya estamos unidos en la idea.
Nuestra tarea común es la liberación. LIBERACIÓN tiene muchos significados:
· En lo POLÍTICO, configurar una nación sustancial, con capacidad suficiente de
decisión nacional, y no una nación en apariencia que conserva los atributos
formales del poder, pero no su esencia
· En lo ECONÓMICO, hemos de producir básicamente según las necesidades del
pueblo y de la Nación, y teniendo también en cuenta las necesidades de nuestros
hermanos de Latinoamérica y del mundo en su conjunto. Y, a partir de un sistema
económica que hoy produce según el beneficio, hemos de armonizar ambos
elementos para preservar recursos, lograr una real justicia distributiva, y mantener
siempre viva la llama de la creatividad.
· En lo SOCIO-CULTURAL, queremos una comunidad que tome lo mejor del
mundo del espíritu, del mundo de las ideas y del mundo de los sentidos, y que
agregue a ello todo lo que nos es propio, autóctono, para desarrollar un profundo
nacionalismo cultural, como antes expresé. Tal será la única forma de preservar
nuestra identidad y nuestra auto-identificación. Argentina, como cultura, tiene una
sola manera de identificarse: ARGENTINA. Y para la fase continentalista en la que
vivimos y universalista hacia la cual vamos, abierta nuestra cultura a la
comunicación con todas las culturas del mundo, tenemos que recordar siempre que
Argentina es el hogar.
· En lo CIENTIFICO-TECNOLOGICO, se reconoce el núcleo del problema de la
liberación. Sin base científico-tecnológica propia y suficiente, la liberación se hace
también imposible. La liberación del mundo en desarrollo exige que este
conocimiento sea libremente internacionalizado sin ningún costo para él. Hemos
de luchar por conseguirlo; y tenemos para esta lucha que recordar las escencias:
todo conocimiento viene de Dios.
· La lucha por la liberación es, en gran medida, lucha también por los RECURSOS Y
LA PRESERVACIÓN ECOLÓGICA, y en ella estamos empeñados. Los pueblos del
Tercer Mundo albergan las grandes reservas de materias primas, particularmente
las agotables. Pasó la época en que podían tomarse riquezas por la fuerza, con el
argumento de la lucha política entre países o entre ideologías.
Tenemos que trabajar para hacer también del Tercer Mundo una comunidad
organizada. Esta es la hora de los pueblos y concebimos que, en ella, debe
concretarse la unión de la humanidad.
Finalmente, la liberación exige una correcta BASE INSTITUTCIONAL, tanto a nivel
mundial como en los países individualmente.
La organización institucional tendrá que ser establecida una vez clarificado: qué se
quiere, cómo se ha de lograrse lo que se quiere, y quién ha de ser responsable por
cada cosa.
Venimos haciendo en el País una revolución en paz para organizar a la comunidad
y ubicarla en óptimas condiciones a fin de afrontar el futuro.
Revolución en paz significa para nosotros desarmar no sólo las manos sino los
espíritus, y sustituir la agresión por la idea, como instrumento de lucha política.
Hemos sido consecuentes con este principio. Así reunimos a los máximos líderes de
los PARTIDOS POLITICOS que no integran el Frente Justicialista de Liberación, en
diálogo abierto y espontáneo con los Ministros del Poder Ejecutivo Nacional, y
seguiremos haciéndolo en adelante.
La JUVENTUD ARGENTINA, llamada a tener un papel activo en la conducción
concreta del futuro, ha sido invitada a organizarse. Estamos ayudándola a hacerlo
sobre la base de la discusión de ideas, y comenzando por pedir a cada grupo juvenil
que se defina y que identifique cuáles son los objetivos que concibe para el País en
su conjunto.
Este es el inicio. El fin es la unión de la juventud argentina sin distinciones
partidarias; y el camino es el respeto mutuo y la lucha, ardorosa sí, pero por la idea.
Los TRABAJADORES, columna vertebral del proceso, están organizándose para
que su participación trascienda largamente de la discusión de salarios y
condiciones de trabajo.
El país necesita que los trabajadores, como grupo social, definan cuál es la sociedad
a la cual aspiran de la misma manera que los demás grupos políticos y sociales.
Ello exige capacitación intensa y requiere también que la idea constituya la materia
prima que supere a todos los demás instrumentos de lucha.
Los EMPRESARIOS se han organizado sobre las bases que han hecho posible su
participación en el diálogo y el compromiso. De aquí en más, el Gobierno ha de
definir políticamente, actividad por actividad, y comprometer al empresario en una
tarea conjunta, para que su capacidad creativa se integre al máximo el interés del
País.
Para identificar el papel de los INTELECTUALES, haya que comenzar por recordar
que el País necesita un modelo de referencia que contenga, por lo menos, los
atributos de la sociedad a la cual aspira, los medios de alcanzarlos, y una
distribución social de responsabilidades para hacerlo.
Este proceso de elaboración nacional tendrá que lograrse convergiendo tres bases
al mismo tiempo: lo que los intelectuales formulen, lo que el País quiera y lo que
resulte posible realizar.
A ellos toca organizarse para hacerlo. El intelectual argentino debe participar en el
proceso, cualquiera sea el país en que se encuentre.
Las FUERZAS ARMADAS están trabajando en el concepto de guerra total y, en
consecuencia, de defensa total. La verdadera tarea nacional es la de la liberación, y
nuestras Fuerzas Armadas la han asumido en plenitud. La defensa se hace así
contra el neocolonialismo y, el compromiso de las Fuerzas es con el desarrollo
social integrado del País en su conjunto, realizado con sentido nacional, social y
cristiano.
Hay una cabal coincidencia entre la concepción de la IGLESIA, nuestra visión del
mundo y nuestro planteo de justicia social, por cuanto nos basamos en una misma
ética, en una misma moral, e igual prédica por la paz y el amor entre los hombres.
En cuanto a la MUJER, estamos profundamente satisfechos, como mandatarios y
como hombres, de su evolución en nuestra sociedad. Más de veinticinco años
pasaron desde que la asignación del derecho de voto femenino terminó con su
subordinación política. Nuestras mujeres mostraron desde entonces que pueden
trabajar, elegir y luchar como los varones y preservar, al mismo tiempo, los
atributos de femineidad y de esposas y madres ejemplares con que impregnan de
afecto nuestra vida.
Estas concepciones, que vienen fortificando nuestra acción presente y que
constituyen nuestro programa grande para el futuro, configuran el contenido
básico del MODELO ARGENTINO que en breve ofreceremos a la consideración del
País.
Nuestra Argentina necesita un PROYECTO NACIONAL, perteneciente al país en su
totalidad. Estoy persuadido de que, si nos pusiéramos todos a realizar este trabajo y
si entonces comparáramos nuestro pensamiento, obtendríamos un gran espacio de
coincidencia nacional.
Otros países que han elaborado un estilo nacional tuvieron uno de dos elementos
en su ayuda: o siglos para pensarse a sí mismos, o el catalizador de la agresión
externa. Nosotros no tenemos ni una ni otra cosa. Por ello, la incitación para
redactar nuestro propio MODELO tiene que venir simplemente de nuestra toma de
conciencia.
Como Presidente de los argentinos propondré un MODELO a la consideración del
país, humilde trabajo, fruto de tres décadas de experiencia en el pensamiento y en
la acción. Si de allí surgen propuestas que motiven coincidencia, su misión estará
más que cumplida.
El MODELO ARGENTINO precisa la naturaleza de la democracia a la cual
aspiramos, concibiendo a nuestra Argentina como una democracia plena de justicia
social. Y en consecuencia, concibe al Gobierno con la forma representativa,
republicana, federal y social. Social por su forma de ser, por sus objetivos y por su
estilo de funcionamiento.
Definida así la naturaleza de la democracia a la cual se aspira, hay un solo camino
para alcanzarla: gobernar con PLANIFICACIÓN.
Habremos también de proponer al País una reforma de la CONSTITUCION
NACIONAL. Para ello estamos ya trabajando desde dos vertientes: por un lado,
recogiendo las opiniones del País; y por el otro, identificando las solicitaciones del
MODELO ARGENTINO.
Quiero finalmente referirme a la PARTICIPACION dentro de nuestra democracia
plena de justicia social. EL ciudadano como tal se expresa a través de los partidos
políticos, cuyo eficiente funcionamiento ha dado a este recinto su capacidad de
elaborar historia. Pero también el hombre se expresa a través de su condición de
trabajador, intelectual, empresario, militar, sacerdote, etc. Como tal, tiene que
participar en otro tipo de recinto: el CONSEJO PARA EL PROYECTO NACIONAL
que habremos de crear enfocando su tarea sólo hacia esa gran obra en la que todo
el País tiene que empeñarse.
Ningún partícipe de este CONSEJO ha de ser un emisario que vaya a exponer la
posición del Poder Ejecutivo o de cualquier otra autoridad que no sea el grupo
social al que represente.
Queremos, además, concretar nuestro pensamiento acerca de la forma de
configurar las concepciones de cada grupo social y también de cada grupo político.
Concebimos que los criterios formalizados en bases, plataformas u otros cuerpos
escritos que expresen el pensamiento de partidos políticos y grupos sociales, no
pueden ser otra cosa que su versión de PROYECTO NACIONAL.
Esclarezcamos nuestras discrepancias, y, para hacerlo, no transportemos al diálogo
social institucionalizado nuestras propias confusiones. Limpiemos por dentro
nuestras ideas, primero, para construir el diálogo social después.
Estas son, señores Legisladores, las principales reflexiones que, como Presidente de
todos los Argentinos me he sentido en el deber de traer hoy a vuestra alta
consideración.