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Carta a César Cao Saravia

13 de junio de 1972

Al Sr. César Cao Saravia Madrid, 13 de junio de 1972
BUENOS AIRES
Estimado amigo:
He tenido el placer de leer la Tercera Edición Actualizada de su libro “TRABAJO
Más Consumo igual a PAZ SOCIAL” que ha tenido la amabilidad de hacerme llegar
y comparto sus tesis que las encuentro de una objetividad admirable, que no sólo
persuaden por su lógico razonamiento, sino que también afirman una vez más que
la verdad debe hablar sin artificios.
Los 34 puntos en que concreta su exposición, son todo un programa de acción que
la situación argentina reclama perentóricamente y en los que encuentro puntos
comunes con los que aplicamos durante nuestro Gobierno desde 1946 a 1955,
completados con nuevas sugerencias que obedecen a otros problemas aparecidos
en la Argentina actual.
lis un pensamiento indudablemente revolucionario, tal como lo reclaman los más
diversos estamentos de las comunidades modernas. El sistema demoliberal
capitalista, basado en el sacrificio de los pueblos, ha cerrado su ciclo y debe ser
reemplazado por otro sistema basado en el esfuerzo mancomunado de los mismos.
En este nuevo sistema es preciso obtener el concurso organizado del Pueblo, sin el
cual hoy nadie puede gobernar en el mundo. La evolución de la humanidad, como
el avance de la ciencia y de la técnica, han esclarecido a los pueblos, que ya no
aceptan ni el sacrificio, ni la miseria en medio de la abundancia, como ha venido
sucediendo en los dos siglos precedentes. Crear ese nuevo sistema ha sido el
empeño justicialista, interrumpido por la fuerza de una reacción violenta, que no
ha conseguido sino complicar el proceso del cambio, pero las circunstancias están
probando que la Historia y la evolución siguen su curso, pese a los esfuerzos
inconsultos del oscurantismo contumaz. “Lo que ha de ser, será” y no habrá fuerza
capaz de torcer el curso de una evolución indetenible.
En la historia de todos los tiempos, estos cambios han puesto en acción dos
ingredientes: sangre y tiempo. A más sangre, menos tiempo y viceversa. El
problema argentino no escapa a la regla. Todo se hará con el tiempo y poca sangre
o, de lo contrario, ha de hacerse con sangre, si es preciso, pero se hará. El mundo
actual, con su profunda y acelerada evolución, lo garantiza. Hoy, la tarea del
Gobierno, no puede reducirse ya a una simple tarea administrativa, porque el
Pueblo anhela ser protagonista de su propio destino. Gobernar es hacerse creer
dice Maquiavelo. El Justicialismo afirma que gobernar es persuadir, no obligar. Por
eso es conducción pero no mando.
Hoy cada función directiva exige un tipo específico de di-rigente ya que la dirección
presupone la posesión de alguna clase de habilidad y, consecuentemente, el papel
del dirigente no está determinado por rasgos y capacidades absolutas sino por las
demandas de la situación presente y, en este sentido, ya Bartlett, clasificó tres tipos
de dirigentes: a) Los que encarnan la autoridad por su puesto institucional; b) Los
que adquieren la autoridad por su capacidad coactiva y dominante y c) Los que
consiguen su autoridad por su facultad de persuasión y convicción. De todos ellos,
hoy funciona sólo el tercer tipo de dirigente.
El error de todos los Gobiernos que, desde 1955 se sucedieron hasta el presente, ha
sido precisamente no comprender esta circunstancia. Me temo asimismo que la
actual dictadura de las Fuerzas Armadas esté cometiendo el mismo error, agravado
con el intento fraudulento en la normalización institucional del país, que no puede
llevar a la República sino a una dramática encrucijada. Así como los pueblos
necesitan de sus Fuerzas Armadas, no se conciben Fuerzas Armadas enfrentadas
con su Pueblo.
Tenemos en esto una tremenda experiencia, acopiada en los diez años en que
Providencia nos ofreció la oportunidad de asegurar al Pueblo Argentino un “estado
de abundancia” y felicidad hasta entonces desconocida y al país una liberación y
una soberanía que lo hicieron posible. Desde entonces hasta ahora, el cambio ha
sido demasiado grande como para que podamos ignorar sus causas y sus culpables.
Leyendo su libro, saltaron a mi imaginación tantos contrastes, que he revivido los
dolorosos recuerdos de estos dieciocho años de frustraciones inconcebibles.
Le ruego que, junto con mi saludo más afectuoso, quiera aceptar mis mejores
deseos.
Un gran abrazo.
Juan Perón

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