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Carta a José Luis Fernández Valoni

5 de noviembre de 1970

Al Sr. José Luis Fernández Valoni Madrid, 5 de noviembre de 1970
Querido compañero:
Por mano y amabilidad del camarada Tte. 1ro. Don Francisco Julián Licastro, he
recibido vuestra carta del 27 de octubre próximo pasado y agradezco el recuerdo
como el saludo que retribuyo con mi mayor afecto.
Retempla mi espíritu de viejo luchador que, a mis años, un hombre de la juventud
argentina llegue hasta mí con palabras y pensamientos que son una garantía para el
verdadero destino de la Patria. Yo siempre he pensado, durante el largo y sacrificado esfuerzo que venimos realizando desde hace ya un cuarto de siglo, en una
juventud que, tomando nuestras banderas, fuera capaz de llevarlas al triunfo. Los
hechos y las circunstancias que nos tocan vivir demuestran que, la revolución por la
cual luchamos no puede ser obra de una generación sino de varias de ellas y, en
consecuencia, deberá un día quedar en vuestras manos. Nada puede haber más
halagador para los viejos, que ver a nuestros muchachos en un puesto de lucha,
impulsados por la propia Providencia, que aceptan con el honor y el espíritu que
hace grande a los hombres.
He conocido la actitud asumida por Ustedes (Los Tenientes de la Revolución) y al
tomar contacto con Ustedes, a través del camarada Licastro que me visita, retorno
un poco a mis tiempos de Teniente, con la satisfacción y el orgullo de poderlos
sentir muy cerca de mi corazón de viejo soldado. Así puedo pensar y sentir como lo
hacen los verdaderos soldados, que se revelan ante los “empleados de la profesión”,
cuando los valores esenciales de la milicia que sienten y practican, son atacados por
simuladores indecentes. Habrán quizá Ustedes comprometido un grado militar,
pero han sabido salvar el honor del Ejército frente a la ignominia entronizada en el
poder. Y eso, es lo único que puede honrar, tanto al que lo realiza como a la misma
Patria que se sirve.
Desde 1966, en que algunos generales irresponsables deciden comprometer al
Ejército en la usurpación del poder en nombre de la Institución, he esperado el
gesto salvador de parte de los cuadros superiores pero, hasta ahora, pareciera como
si todos los valores se hubieran perdido allí, para ceder a los intereses personales o
de círculo, cuando no para servir intereses foráneos inconfesables. Menos mal, para
la Institución, que por lo menos en los cuadros subalternos, Ustedes han tomado
una actitud que demuestra “que no todo está podrido en Dinamarca”.
Pienso que, así como no nace el hombre que escapa a su destino no debiera nacer
quien no tenga una causa noble por la cual luchar, para justificar su paso por la
vida. Muchos grandes hombres pasan inadvertidamente por su existencia porque
han carecido de esa causa y muchos hombres comunes llegan a sobresalir como
verdaderos héroes porque la tuvieron. San Martín fue grande porque fue el hombre
de una causa: la independencia de su Patria y Napoleón, si no hubiera sido por la
Revolución Francesa y su empeño en servirla, hubiera muerto como Capitán de
Artillería retirado. Por eso sueño con una juventud argentina que, dueña de una
causa, sepa engrandecerse para realizarla y, mi mayor satisfacción es comprobar
que, en vista de lo que están haciendo nuestros muchachos, no hemos predicado en
el desierto. Por eso también deseo hacerles llegar a todos Ustedes mi encomio más
sincero y mis felicitaciones por la actitud y conducta honrosas que han evidenciado
y que quedarán como un ejemplo para las futuras generaciones de Oficiales
Argentinos.
Para el Pueblo Argentino, hasta 1966, el problema era la situación del país; hoy el
verdadero problema lo constituye la dictadura militar. Espero que en el Ejército
haya quienes lo comprendan y sean capaces de tomar una actitud de acuerdo con
las circunstancias. De lo contrario, las Fuerzas Armadas, enfrentadas al Pueblo, no
pueden sino tener un destino incierto. Los que realmente amamos nuestras
instituciones, no podemos sumarnos en apoyo de los desatinos que se están
cometiendo, que tan bien caracteriza Usted en su carta.
Hemos hablado mucho con el compañero Licastro y él le podrá referir de viva voz
mis pensamientos sobre cuanto está ocurriendo en nuestro pobre país y sobre las
posibilidades de un futuro que, por incierto, debe preocuparnos a todos los que
algo podemos hacer para evitar males mayores.
Es indudable que nos acercamos a la decisión. El Pueblo Argentino no va a
defeccionar y su lucha se intensificará con el tiempo hasta la guerra civil misma si
es preciso. Nuestro Movimiento con su organización de superficie y sus grupos
activistas está ya empeñado en una guerra revolucionaria que no puede tener
reversión. La reacción podrá resistir y aún reprimir violentamente si puede, pero
nosotros seguiremos la “táctica del agua”, que siempre pasa. Todo es y será
cuestión de tiempo. Veremos quién aguanta más. En el peor de los casos,
empeñado el Pueblo contra sus fuerzas armadas en una lucha decisiva, uno de los
dos deberá desaparecer y, es difícil que desaparezca un Pueblo que anhela ser
dueño de su destino.
Un mundo, que se mueve y evoluciona hacia lo que nosotros ya lanzamos en 1945,
nos acompaña y nos impulsa. Los que “nadan contra la corriente” tendrán su
merecido. En las grandes causas no es la contumacia la que triunfa sino la razón y
todo hace percibir que la tenemos: debemos confiar en ella.
Le ruego quiera tener la amabilidad de hacer llegar a los camaradas mi saludo de
compañero y de amigo, como asimismo aceptar, junto con mi saludo más
afectuoso, mis mejores deseos.
Un gran abrazo.
Juan Perón

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