Señor presidente, señores consejeros: se ha dado al informe que he tenido el honor
de presentar al señor presidente de la República el carácter de un plan; en realidad
es, como se dice en su carátula, un informe preliminar, un planteamiento previo de
una serie de problemas muy graves vinculados a la economía argentina, y dista
mucho de encerrar un plan.
El plan se está elaborando, y lo que se ha sugerido hasta ahora y aceptado en buena
parte por el gobierno no es más que una serie de medidas de emergencia
destinadas a corregir la situación crítica de la balanza de pagos, provocada por la
crisis de la agricultura, y el estado desastroso del abastecimiento de materiales
importados por el país.
El problema fundamental que el informe ha subrayado era por todos conocido: la
situación de postración en que había caído la producción agropecuaria argentina en
virtud de la política de precios que durante muchos años se ha seguido. Esta
política de exprimir los ingresos del productor rural ha originado dos
consecuencias muy graves; por un lado, quitar el estímulo para el desarrollo de la
producción, y por otro, privar a la agricultura de los medios indispensables para
proseguir un necesario proceso de tecnificación.
No se trata solamente de compras de maquinarias e implementos, sino también de
que la agricultura argentina pueda seguir a países de análogas condiciones en este
proceso de aumento de la productividad, respecto de lo que estamos rezagados en
muchísimos años, sobre todo si se comparan los enormes adelantos que en materia
de tecnología agrícola se han hecho en numerosos países del mundo.
Era necesario, señores consejeros, atacar urgentemente el problema de los precios.
Y mejorar los precios rurales no podía hacerse por maniobras inflacionarias.
Habría sido posible destinar mediante la expansión del crédito una cantidad
cuantiosa de millones para elevar los precios agropecuarios, pero eso hubiera
tenido consecuencias desastrosas para el país. No había más remedio que rectificar
el valor ficticio de la moneda, que había sufrido ya un serio quebranto interno, pero
que una política extraviada llevó a mantener un nivel de cotizaciones
internacionales que cada vez difería más de la realidad.
No se logró con ello evitar el alza de los precios. Entre el año 1951 y el momento
actual los precios internos en la Argentina aumentaron en un cuarenta por ciento,
sin que se hubiera desplazado el tipo ficticio de cambio que el país venía
manteniendo desde tiempo atrás. Por lo tanto, la primera medida que había que
aconsejar, para la que indudablemente se requería coraje, era elevar el tipo de
cambio a fin de acercarlo a la realidad.
Naturalmente, señores, que el ajuste de una situación ficticia de esta naturaleza,
hasta llevarla a términos compatibles con la realidad, tenía que traer consecuencias
inevitables en el precio de las importaciones. No se ha tratado en forma alguna de
disimular la gravedad de este hecho; se ha dicho claramente en el informe que el
desplazamiento de los tipos de cambio encarecería el precio de las importaciones y,
a través de este fenómeno, se encarecería el costo de la vida para la población
argentina. Se ha dicho en el informe, y he tenido oportunidad de decirlo al señor
presidente de la República cuando junto con los señores ministros responsables
fuimos a presentarle las medidas concretas en que se traducía la reglamentación
del informe.
Creo que ello era inevitable. Y no solamente ello, sino que el no tomar esta medida
no hubiera ahorrado al país el alza de precios, puesto que, como es bien sabido, los
precios rurales que el país mantenía en los últimos años originaban al Estado una
pérdida cuantiosa que daba lugar a emisiones de dinero por parte del Banco
Central, de una magnitud de cuatro a cinco mil millones de pesos por año. Esa
inyección de dinero, junto con la provocada por la financiación de las operaciones
hipotecarias después de la destrucción de las cédulas, y por los cuantiosos déficits
de los ferrocarriles, eran los factores que estaban desplazando constantemente
hacia arriba los precios.
Creo que al mismo tiempo que se elevan los precios agropecuarios, en virtud del
desplazamiento del tipo de cambio, se ha logrado corregir una de las causas más
importantes de la inflación monetaria, o sea ese déficit de las operaciones de
granos, que ha quedado extirpado, o sea que la mitad de los factores de inflación de
la Argentina se han eliminado a raíz de esta medida. Quedan otros que se han
considerado en el informe y que deberán ser objeto de enérgicas medidas más
adelante.
Sin duda, señores consejeros, los precios van a subir; pero ello no quiere decir que
ciertas alzas esporádicas que se han producido estén justificadas.
Ha habido abusos; y es lamentable comprobar que entre los fenómenos de
perversión que han ocurrido en este país en los últimos años presenciemos la
actitud de ciertos comerciantes que se han acostumbrado al Estado gendarme
frente a la puerta y que no saben tener espíritu de responsabilidad y la colaboración
necesaria en estos momentos con las autoridades del país para evitar la exageración
en ese aspecto, con todas sus consecuencias.
Con todo, creo que se ha exagerado en la opinión pública la magnitud del alza de
precios desatada por las medidas de cambio. Hay que tener en cuenta que una
buena parte de las importaciones que se realizaban al tipo de 7,50 se vendían en el
mercado a precios considerablemente superiores a los que hubieran debido tener
en virtud de ese tipo de cambio. Se han generado así ganancias espurias en los
sectores de importación, que quedan eliminadas con el nuevo régimen de cambio.
Pero en los otros artículos en los cuales no sobrevenían esos fenómenos, habrá un
encarecimiento. Cálculos estadísticos que hemos realizado nos indican que ese
encarecimiento será de alrededor del 10% en el conjunto de los precios del país,
cifra seria, sin duda, pero no exagerada en la forma en que se ha dado en pensar en
ciertos sectores de la opinión.
Éste es el comienzo de las medidas que deben tomarse en materia agropecuaria,
pero no constituye, según dije al comenzar, un programa, porque el programa
deberá elaborarse.
Es indudable que nuestro país, en materia de producción agraria, se encuentra en
un punto muy interesante de su evolución histórica. Ya ha terminado el período de
expansión fácil de la agricultura en nuevas tierras.
Ése es un hecho del pasado. La agricultura argentina podrá avanzar lentamente en
nuevas tierras, con ciertas dificultades, que solamente la inversión de capitales y el
progreso técnico podrán superar. Por lo tanto, el problema fundamental de la
agricultura argentina es aumentar la productividad por hectárea y la productividad
por hombre incorporando las conquistas modernas de la tecnología, que son
sorprendentes.
Un programa de ese tipo requiere investigación tecnológica y una reorganización
total de los servicios, en la cual habrá que invertir esfuerzo y dinero, que serán bien
invertidos.
Eso deberá constituir uno de los capítulos fundamentales del programa. Si la
Argentina no se incorpora a la tecnología moderna con gran vigor y no se pone a
tono con esa tecnología para aumentar su productividad, será muy difícil el
restablecimiento argentino.
Por lo tanto, no se trata solamente de un problema de precios. Se trata de un
problema fundamentalísimo, de una verdadera revolución técnica de la agricultura,
la que deberá acometerse con vigor y sin tardanza, aprovechando todas las
enseñanzas de la técnica moderna. Eso demorará algún tiempo, pero deberá
iniciarse cuanto antes.
Abordado el problema de la agricultura será necesario pasar a otros aspectos de la
economía del país, especialmente el de la energía, el de los transportes y el de la
industrialización.
Voy a comenzar, señores, por este último, acaso porque se ha atribuido a estas
medidas del gobierno el propósito siniestro de perturbar la industria del país. Nada
más absurdo.
No se concibe el desarrollo industrial argentino sin una fuerte base agropecuaria,
que no solamente creará un vasto ámbito de demanda en la campaña, sino que
proveerá a la industria de las divisas necesarias para sus equipos, en la medida en
que estos equipos no puedan producirse económicamente en el país, y para sus
combustibles y materias primas.
Creo que la orientación de la política industrial de este país ha sido equivocada; que
hemos desatendido elementos básicos que eran indispensables en esta nueva etapa
del desarrollo industrial argentino, en donde ya se habían cubierto casi todas las
necesidades del consumo corriente de la población y era necesario entrar en
sustituciones de importaciones de un carácter mucho más complejo que las
sustituciones que hasta ese momento se habían cumplido en la vida del país.
Se ha descuidado lamentablemente la industria siderúrgica. La industria
siderúrgica –se ha dicho muchas veces entre nosotros– carece de base en el país
argentino, por no ser éste productor en abundancia de la materia prima esencial ni
del combustible necesario para el tratamiento del acero.
Creo que hemos contribuido en las Naciones Unidas en nuestros informes a
despejar este problema, haciendo ver que lo esencial para el establecimiento de la
industria siderúrgica en países que están en la etapa de evolución del nuestro, era
contar con un gran mercado que permitiera la explotación racional de recursos que,
aunque no se produjeran en el país, puedan ser accesibles al país mediante
operaciones convenientes de intercambio.
Hoy el consumo es superior a un millón de toneladas, no obstante todas las
restricciones; y no me cabe la menor duda de que dentro de cuatro o cinco años el
consumo argentino de material siderúrgico, si se logra suministrar los productos,
podrá llegar a tres millones de toneladas, porque actualmente el coeficiente por
persona ha caído en un nivel muy bajo.
Creo que por ahí debe encararse el problema industrial argentino: crear bases para
las industrias siderúrgicas, químicas, de la celulosa y otras indispensables, que no
se han abordado.
Hago esta declaración para dar la seguridad absoluta de que en ningún momento se
ha tratado de establecer una artificiosa dualidad o antagonismo entre la agricultura
y la industria, pues éstas son dos actividades perfectamente compatibles, y
solamente una política extraviada puede pretender dar a una de ellas cierta
importancia en desmedro de la otra.
Otro de los grandes errores que se han cometido en materia industrial es olvidarse
de que las máquinas necesitan fuerza motriz para moverse. En el informe se
consignan cifras muy graves en esa materia. La Capital Federal y el Gran Buenos
Aires necesitarían en estos momentos 1.250.000 kilovatios, y solamente tienen
850.000. Nunca se ha hablado en el país con tanto énfasis de planificación, y nunca
se ha previsto menos en cosas fundamentales como son el abastecimiento de
energía, que requiere un alto grado de previsión, puesto que no se puede
improvisar de un año para otro.
Estamos sufriendo las consecuencias de esa imprevisión. Pasarán tres años, por lo
menos, hasta que el país pueda tener un alivio en el abastecimiento de energía
eléctrica.
Pero cuando se tenga ese alivio, el consumo ya habrá crecido en tal forma, que el
alivio resultará muy pequeño.
Por lo tanto, en el programa que habrá de elaborarse, uno de los capítulos más
importantes ha de ser el abastecimiento de energía en el Gran Buenos Aires y en
todo el resto del país.
Allí, señores, habrá que acometer soluciones fundamentales que requieren aptitud
técnica y gran inversión de capitales. Habrá que considerar el problema de Salto
Grande.
Habrá que considerar también muy seriamente el problema de la energía atómica.
Estoy convencido de que en las condiciones del país, la energía atómica puede ser
una solución conveniente más allá del año 1960.
Creo que la técnica, y eso lo hemos visto en la reunión de Ginebra, ha progresado ya
sobre bases firmes, y que el país si se preocupa puede agregar este nuevo elemento
a la solución de sus graves problemas energéticos. Pero también hay que planear, y
sin ambiciones, la solución de este problema, lo cual no quiere decir que la energía
atómica haya de desalojar a las otras fuentes de energía, sino que habrá de
superponerse.
Es tal el incremento del consumo del país que será necesario mantener las fuentes
tradicionales, desarrollar otras –como Salto Grande– y, además, preocuparse de la
energía atómica en la medida en que sus costos llegaran a ser más bajos, como es
muy probable, que los de la energía corriente.
El aspecto más serio del problema de la energía, señores, es éste. El ingreso medio
por habitante en nuestro país, con ser superior ampliamente al de otros países de la
América latina, no ha progresado sensiblemente en los últimos diez años. He
señalado en mi informe una cifra tomada de cifras del gobierno anterior, de la que
se desprende que el ingreso o producto medio por habitante en la República
Argentina es hoy, apenas, un tres y medio por ciento superior a lo que fue hace diez
años. Nunca en la vida del país se había producido un estancamiento similar en el
ritmo de crecimiento. Y no hay país latinoamericano, señores, que en los últimos
diez años haya crecido con un ritmo tan insignificante como el ritmo de
crecimiento del país.
Es real que hay enormes posibilidades de aumentar rápidamente el ingreso
mediante el aumento de la productividad; pero ahí nos encontramos con el
problema de la energía.
Yo creo que en la industria, en los transportes, en los frigoríficos, en todas las
actividades de nuestro país, hay oportunidades inmediatas de aumentar la
productividad en un diez, veinte, treinta y aun cincuenta por ciento. En algunos
casos el aumento de la productividad va a poder hacerse en tal forma que la
expansión del mercado volverá a reabsorber a la gente desalojada por ese aumento;
pero en otros casos, desgraciadamente, esa población quedaría desocupada.
En una economía sometida a vigorosas fuerzas dinámicas ese problema de
desocupación no tiene mayor importancia, puesto que sobrevienen otras ramas de
la actividad, ya sean nuevas industrias o la expansión de las existentes, que
absorben rápidamente la población desplazada de la industria en que hubiere esos
aumentos de productividad.
Pero en el momento actual de nuestro país, con el freno que al crecimiento
industrial está poniendo la escasez de energía, ni esa posibilidad se presenta en
grado satisfactorio.
Será necesario esperar que la producción de energía crezca, a fin de poder resolver
a fondo el problema de la productividad. O sea, que una de las más interesantes
posibilidades de aumentar el ingreso se ve obstaculizada también por esa
imprevisión en materia de energía.
Esto no quiere decir que no se pueda resolver en casos particulares este problema
de la productividad, pero no en la medida general, intensa y sistemática que se
requeriría en este país para poder llevar rápidamente sus ingresos por habitante a
la cifra que la potencialidad del país podría permitir en otras circunstancias.
A todo eso se agrega, señor presidente y señores consejeros, el estado desastroso de
los transportes, sobre lo cual no necesito insistir porque es de pública notoriedad.
Será necesario gastar ingentes cantidades de capital a fin de poner el sistema de
transportes argentinos en un pie de eficiencia compatible con las necesidades de la
producción y del comercio. Y será la única forma, aparte de reajustes internos, de ir
achicando progresivamente el déficit de 3.500.000.000 de pesos que actualmente
tiene el sistema de transportes de nuestro país. Ha habido, como es notorio, un
descenso de la productividad, medido en horas crecientes de trabajo para mover
una tonelada-kilómetro, o para transportar un pasajero-kilómetro en la red
ferroviaria argentina.
Y esto, señores, va a requerir ingentes gastos, ingentes necesidades de capital. Y por
desgracia, el país no se encuentra en condiciones de afrontarlas. Las divisas de que
hoy dispone la Argentina son escasamente indispensables para pagar las materias
primas y los combustibles que el país necesita. Por el mercado oficial, señor
presidente, no es posible en estos momentos importar una sola máquina, un solo
equipo; y a pesar de eso se calcula, no con fantasías sino sobre bases firmes, que
habrá un déficit de 200 millones de dólares en el balance de pagos de este años,
déficit que al agregarse a los compromisos anteriores da la suma de 757.000.000,
equivalentes, por rara casualidad, a la masa de repatriaciones que la Argentina hizo
en años anteriores.
Es muy lamentable esta circunstancia. Se está haciendo todo lo posible para
superarla; se está haciendo el esfuerzo de traer algunos bienes de capital a través
del mercado libre, lo cual llevará a comprimir las importaciones de automóviles.
Sobre eso quisiera decir algunas palabras, puesto que ha habido ilusión y
expectativa públicas en esta materia. Se han estado importando automóviles a
razón de 5.000 unidades por año. No creemos, señores, que esa cifra pueda
mantenerse. Esos automóviles se han estado pagando por el mercado negro, hoy
transformado en mercado libre.
Como es indispensable aprovechar en lo posible ese mercado para cosas mucho
más urgentes –repuestos para maquinaria industrial, para transporte, camiones,
motores para camiones, implementos agrícolas, semillas– que el país tenía
restringidas, nos ha parecido prudente recomendar que se achiquen en lo posible, y
por el más corto tiempo posible, las importaciones de automóviles, a fin de poder
dar margen a que se realicen otras operaciones mucho más urgentes en la escala de
prelación, que hoy tiene que tener ineludiblemente el país en sus compras en el
exterior.
Es muy lamentable, señores, que no veamos otra solución, porque tampoco sería
aconsejable endeudar al país para importar automóviles. Será necesario hacerlo
para maquinarias y equipos, y creo que todos reconocerán que sería muy poco
sensato pensar en créditos exteriores para ese objeto.