¿HAY UN PLAN?
Bajo el título “Las soluciones inmediatas”, contiene el Informe un conjunto de
proposiciones desordenadamente expuestas que no aparentan conformar un plan
de acción.
En ese sentido parecería justa la protesta de Prebisch acerca de la denominación de
“plan” con que popularmente se ha bautizado a lo que él llamaba soluciones
inmediatas.
Sin embargo, el análisis permite sistematizar esas proposiciones e integrar un plan
económico perfectamente definido en sus líneas fundamentales. Podrán más tarde
darse a conocer otros documentos informando acerca de la manera de resolver los
problemas de ejecución, con todo el lujo de detalle que se crea necesario difundir,
pero ello no dejará de constituir sino un aspecto secundario de un plan cuya
estructura básica está ya a la vista.
Los puntos principales de la reforma pueden resumirse en las siguientes
proposiciones:
1.- Transferencia al sector agropecuario de una mayor proporción del ingreso
nacional, mediante el aumento de los precios de los productos agropecuarios, el
encarecimiento de los productos de importación, la liberación de los controles de
precios y la congelación general de los salarios.
2.- Amplio concurso del capital extranjero, bajo la forma de empréstitos.
3.- Política desinflacionaria tendiente a comprimir el actual nivel de ocupación y a
transferir mano de obra de la industria al agro.
4.- Eliminación de los cauces bilaterales del comercio exterior con miras a la
madopción de una multilateralidad limitada.
Hemos de analizar aisladamente cada uno de los aspectos básicos del plan
Prebisch, para luego ensayar, en una síntesis de conjunto, un juicio definitivo
acerca de sus resultados.
Trataremos de contestar así al interrogante formulado por todos y cada uno
de los argentinos: “¿Hacia dónde vamos?”.
Transferencia de ingresos
La premisa principal en el razonamiento de Prebisch es la necesidad de extremar
todos los recursos a fin de provocar un aumento de la producción agropecuaria con
destino a la exportación.
A tal efecto, propone un fuerte aumento de los precios internos de la producción
agropecuaria, con una correlativa modificación de los tipos de cambio de
exportación.
Dice, al respecto: “hay que dar un fuerte incentivo a la producción agropecuaria,
elevando apreciablemente los precios, hay que facilitarle, además, la importación
sin trabas de los bienes productivos que requiere y que no produce
convenientemente la industria nacional, mediante el desplazamiento de los tipos de
cambio artificialmente sobrevaluados y permitiendo así acrecentar su débil fuerza
capitalizadora”.
En pocas palabras, se trataría de “alentar la producción rural transfiriéndole una
parte del ingreso real del resto del país”. Transferencia que consiste, claramente, en
una reducción de los salarios reales de los trabajadores – empleados y obreros–
mediante el alza del costo de vida y la congelación masiva de los salarios
nominales. Prebisch lo ratifica con palabras inequívocas: “a fin de alentar la
producción rural es indispensable admitir cierta reducción momentánea y
moderada del consumo urbano, por lamentable que ello sea”.
Es notable observar que, en el curso del “Informe”, Prebisch considera que la
proporción de los sueldos y salarios en el ingreso total argentino era antes
demasiado baja en relación a los países más avanzados. Y considera también que la
mejora producida entre 1945 y 1955, significa un evidente progreso social del país.
Pero una vez expresado eso, la primera “solución inmediata” que propone es la de
reducir el salario real de los trabajadores, lo que significa limitar la actual
participación de los asalariados en el ingreso total del país volviendo a la relación
existente con anterioridad a 1946.
Por otra parte, hay razones de peso para suponer que la transferencia de ingresos al
sector agropecuario no aprovechará sino en forma limitada y transitoria al
verdadero productor. Se está reconstituyendo, en efecto, el viejo mecanismo de
succión del producido de la explotación agraria, integrado por el terrateniente, los
acopiadores y los monopolios de exportación.
En el primer momento, algunos productores aprovecharán de los beneficios
aportados por los mayores precios. Pero no hay que olvidar que la mayor parte de
los contratos de arrendamiento están hechos sobre la base de “aparcería” con lo
que el propietario de la tierra, sin ningún esfuerzo, absorberá la mitad de ese
beneficio. Los contratos de arrendamiento en dinero no tardarán en sufrir
modificaciones que permitan a los terratenientes aumentar sus ingresos, sin
perjuicio todo ello de la eliminación total del actual régimen del arrendamiento
rural que constituyó la mejor defensa del productor contra la voracidad de las
clases parasitarias.
Por otra parte, la eliminación de la intervención de los organismos estatales y de las
ventajas conferidas a las entidades cooperativas, importan el regreso al campo de
los acopiadores, consignatarios y demás intermediarios que, al servicio de los
consorcios monopolísticos de exportación absorberán en provecho propio los
mayores beneficios que teóricamente se asignan hoy al productor.
Al eliminar todo el sistema construido en los últimos diez años para la defensa de
los intereses agrarios, la transferencia de ingresos no se operará de la masa urbana
a la masa campesina, sino de las clases populares al sector de los terratenientes y
de los exportadores.
La pauperización del pueblo
El primer y principal efecto de la reforma será la compresión de los ingresos
populares.
La enorme masa de obreros y empleados tendrá que ajustar el cinturón a fin de
salvar al país de una catástrofe que sólo existe en la inventiva de Prebisch. Pero al
tiempo que el pueblo efectúe ese sacrificio, las clases parasitarias argentinas
volverán a participar desmesuradamente en el reparto de una riqueza a cuya
producción no han aportado ni esfuerzo ni inteligencia.
La elevación de los precios es el efecto directo e irremediable de la reforma. El
costo del nivel de vida popular aumentará como resultado de la elevación de los
precios de los productos nacionales que integran los rubros de la alimentación y el
vestuario. Luego se agregará a todo ello, el movimiento alcista provocado por la
eliminación de los controles de precios, anunciado reiteradamente por Prebisch y
altos funcionarios del gobierno.
El alza no será brusca, porque la sangría debe ser dosificada a fin de evitar
consecuencias desagradables. Para ello se aplicarán algunos subsidios, financiados
con los recursos de lo que, no sin ironía, se denomina “Fondo de restablecimiento
económico nacional”. Pero esos subsidios están destinados a desaparecer
progresivamente ya que uno de los principios de la reforma es la eliminación de los
“precios políticos” y su sustitución por los “precios reales”.
Prebisch no ha querido expresar las dimensiones que en definitiva alcanzará el alza
de los precios, ni su incidencia en el nivel de vida popular. Aun cuando tiene a su
disposición todos los medios para calcularlo y aun cuando se trata del dato
numérico más importante de la reforma, ha preferido desligar toda
responsabilidad. Por eso, ante una pregunta concreta formulada en la conferencia
de prensa del día 15 de noviembre, se ha limitado a responder: “El alza del costo de
la vida que pueda producirse por el desplazamiento de los tipos de cambio no
excederá del 10% de acuerdo con los cálculos efectuados por el Servicio Estadístico
Nacional sobre la base de las importaciones y de los precios del último año” (La
Nación, 16 de noviembre de 1955).
Es difícil penetrar en el sentido de esa afirmación destinada a hacer creer al gran
público que el alza total del costo de vida será de 10% y que, si se excede de ello, no
es Prebisch sino el Servicio Estadístico Nacional el que tiene la culpa. Pero nadie
puede engañarse al respecto: el aumento de los precios de la casi totalidad de los
productos agropecuarios, sumado al que sufrirán los productos de importación,
especialmente en lo relativo a combustible, tiene que traducirse necesariamente en
un alza del costo de vida superior al 30%. Las subvenciones podrán disimular
temporalmente parte de ese aumento, pero a corto plazo se cumplirán
irremediablemente las previsiones formuladas.
No es posible creer que el Servicio Estadístico Nacional haya asumido la
responsabilidad histórica de engañar al pueblo con un cálculo extravagante que no
tendría otro objeto que el de evitar la inmediata reacción de las masas trabajadoras.
Si ha existido el cálculo a que hace referencia al señor Prebisch, tiene que haber
sido elaborado sobre supuestos limitados, excluyendo importantes factores de alza
y suavizando el proceso con subvenciones cuyo carácter ha omitido maliciosamente
en la conferencia de prensa a fin de confundir a la opinión pública, atribuyendo a la
autoridad técnica de un organismo estatal la responsabilidad de una afirmación
que, cuando los hechos la desautoricen, le permitirá presentarse como otra ingenua
víctima del engaño. Pero no podemos caer en esa trampa. El alza de los precios,
repetimos, afectará progresivamente el nivel de vida popular en más de un 30%, lo
que significará la pauperización de nuestro pueblo y la eliminación del progreso
social conquistado en los últimos diez años.
Y no hay otra salida, porque Prebisch está dispuesto a enfrentar el incremento del
costo de vida con una congelación general de salarios. Así lo ha dicho claramente:
“Si para compensar los efectos de este alza de precios y de la que sobrevendrá a raíz
del desplazamiento de los tipos de cambio, se hicieran aumentos masivos de
sueldos y salarios, no tardarían en ocurrir nuevas elevaciones de precios, con lo
cual se alentaría sensiblemente la espiral inflacionaria”. No hay, según él, otra
salida para esta terrible crisis económica.
Queda así formulada la tesis económica que justificará el despojo de las clases
trabajadoras y el enriquecimiento de una oligarquía que está dispuesta a ahogar en
sangre todo intento de rebelión.
El aumento de nuestras exportaciones
El propósito de Prebisch, como se ha dicho, es el de obtener un aumento de
nuestras exportaciones que permita acentuar el ritmo de capitalización del país y
evitar el desequilibrio de nuestra balanza de pagos.
Evidentemente, no podemos discrepar con esas aspiraciones. Pero debemos sí
preguntarnos si las medidas adoptadas son idóneas o si, por el contrario, nos
conducirán a un sacrificio del que no aprovecharemos los argentinos, fuera del
reducido grupo de los terratenientes y exportadores.
En primer lugar, en la hipótesis de que los nuevos precios beneficiarán
exclusivamente a los productores, cabe preguntar: ¿cuál es la elasticidad de la
producción agraria frente a la fluctuación de los precios? O en otras palabras: ¿los
mayores precios pagados se traducirán en mayor producción?
No se trata aquí de analizar el problema a largo plazo, ya que la brusca elevación de
los precios (de 40% en el trigo, de 55% en la avena, de 86% en el lino y de 30% en el
girasol que ya había sido objeto de aumento últimamente) nos demuestra que se
están buscando efectos a corto plazo inmediatos, que puedan dar solución a
problemas que también se plantean con carácter perentorio.
Hemos visto al analizar la producción agraria, que la disminución de los cultivos
operada en el último decenio, no es sino la consecuencia de la mayor
preponderancia adquirida por la ganadería que se ha venido desenvolviendo a
expensas de aquélla. La elevación de los precios de la agricultura podría, en
consecuencia, incrementar el área bajo cultivo si los precios de la ganadería
permanecieran en sus niveles actuales. Pero las gestiones iniciadas por los
ganaderos llevarán prontamente a un nuevo equilibrio entre los dos sectores, sin
que en conjunto pueda registrarse un aumento sustancial del área utilizada.
Cierto es que en el último decenio, como oportunamente probáramos, ha habido
una ampliación considerable de la superficie ocupada por la explotación
agropecuaria, pero hay dudas más que atendibles en el sentido de que no es posible
avanzar mucho más allá sino mediante grandes obras de riego y una acción eficaz,
pero naturalmente lenta, contra la erosión.
No son estos conceptos personales. Ya el propio Prebisch, al considerar las
ambiciosas metas del 2º Plan Quinquenal, señalaba que no eran alcanzables sino
merced a un mejor uso de la tierra y en especial mediante la realización de grandes
programas de riego (Estudio Económico de América Latina, años 1951-52, pág.
168). Y fue mucho más categórico, no hace muchos meses, cuando analizando la
fijación de precios de estímulo a ciertos productos agrarios, por parte del gobierno
depuesto, expresaba:
“Esta política plantea algunas dificultades derivadas de la posición relativa de
algunos productos entre sí porque compiten por la misma tierra y recursos
naturales, o porque constituyen parte apreciable del costo de producción de otros.
Así, por ejemplo, el subsidio de precios concedido al maíz en años anteriores ha
desalentado las siembras de girasol por el primer motivo y la producción de ganado
porcino por el segundo. Ello indicaría que la frontera agrícola no ofrece muchas
posibilidades de expansión” (Estudio Económico de América Latina, año 1954, pág.
122).
Difícil resulta comprender ese cambio de criterio en el curso de unos meses.
El Prebisch de CEPAL nos observa que las fronteras agrícolas de Argentina no
ofrecen muchas posibilidades de expansión y que cuando se aumenta el precio de
un cereal, su siembra y producción aumenta en desmedro de otro que disminuye en
igual proporción. Ahora, en cambio, nos pretende hacer creer que con un aumento
general de los precios, ha de obtener un aumento general de la producción.
¿Cuándo dice la verdad y cuándo miente, el señor Prebisch?
Por otra parte, ya lo hemos observado, la mejora de los precios no aprovechará
mucho tiempo a los productores. Y no ha de creerse que las mayores ganancias de
los terratenientes, de los intermediarios y de los exportadores constituya un
poderoso aliciente para utilizar mejor la tierra o conquistar nuevas áreas hasta
entonces desaprovechadas.
¿De dónde surgirá, entonces, el crecimiento de la exportación que Prebisch
necesita?
Simplemente, de la limitación del consumo interno como consecuencia de la
pérdida de poder adquisitivo de la masa popular. Lo que vamos a exportar no es la
mayor producción agropecuaria, sino la parte que los argentinos dejamos de
consumir a consecuencia de la pauperización general, del deterioro del salario real
y de la desocupación.
No por simple casualidad Prebisch inicia su informe recordando aquel programa de
Avellaneda resumido en esta descarnada frase: “Hay en el país dos millones de
argentinos que estarán dispuestos a economizar sobre el hambre y sobre la sed a fin
de cumplir en una situación extrema con los compromisos de la Nación hacia sus
acreedores extranjeros”. Se dirá que ahora no hay acreedores extranjeros, pero eso
no es problema, porque ya Prebisch nos ha anunciado que los conseguirá y en la
cantidad necesaria.
Ya no son 2 millones, sino 18 millones de argentinos los que están a disposición de
Prebisch, para que sobre el hambre y la sed de los mismos resuelva el grave
problema de una crisis inexistente y haga frente a los compromisos que de una u
otra manera está dispuesto a contraer.
Ésa es la fuente efectiva de donde provendrán los aumentos de nuestros saldos
exportables.
Ya nos ha advertido que consumimos demasiado y que exportamos poco. Ahora
hay que invertir los términos. Prebisch así lo ha dispuesto.
Los valores de nuestras exportaciones
La misma hipótesis a que ahora se adhiere, esto es, la posibilidad de aumentar la
producción global agropecuaria mediante mayores incentivos, no tiene porvenir
frente al curso declinante de los precios en el mercado internacional. El propio
Prebisch ha enseñado en sus estudios por cuenta de CEPAL la imposibilidad
material de compensar con el aumento de producción la curva declinante de la
relación de precios entre nuestras exportaciones y nuestras importaciones.
Entre 1948 y 1954, la relación de precios del intercambio argentino se ha
deteriorado en un 35%, según información de CEPAL. Lo que quiere decir es que
para obtener una misma cantidad de productos importados, debemos entregar en
1954 un 35% más de nuestros productos que en el año 1948.
Ahí está a la vista el origen de todas las dificultades actuales, ya que esa declinación
de nuestros precios equivale en la práctica a una disminución del 35% en nuestro
volumen de exportación.
Este fenómeno nos está indicando la inconveniencia de forzar nuestra producción
agraria en desmedro de los otros sectores de nuestra producción que integran
nuestra economía. En momentos en que el mercado internacional de granos se
precipita aceleradamente hacia la baja, como consecuencia de la gran acumulación
efectuada por Estados Unidos, Canadá y Australia y de la falta de mercados
compradores, se nos propone una reforma tendiente a sacrificar la economía
interna en aras de un aumento de esa producción que amenaza con tornarse
invendible. ¿No es esto un desatino de consecuencias trágicas para el porvenir
argentino? ¿No se trata, por el contrario, de reforzar el mercado interno y la
integración industrial que permita independizarnos aún más de nuestro
intercambio con el exterior?
Las preguntas parecen ociosas. Prebisch no ignora que lo vulnerable de nuestra
economía ha sido esa excesiva dependencia hacia los resultados del comercio
exterior. Y no ignora, además, las perspectivas sombrías que se ciernen sobre el
mercado mundial de granos. ¿Qué pretende entonces? Ya trataremos de contestar
ese interrogante, pero antes debemos analizar una cuestión aún mucho más grave.
Porque hay, efectivamente, algo mucho más grave. Las drásticas reformas
cambiarias recomendadas y llevadas a la práctica, tienden automáticamente a
producir una baja mayor en los precios internacionales de nuestra producción. El
exportador se encuentra de improviso con un extraordinario margen de
negociación y la acción vigilante del IAPI –que luchó eficazmente por la defensa de
nuestros precios hasta ayer– ha desaparecido. Los exportadores de lana, por
ejemplo, que consideraban satisfactorio un tipo de cambio de $ 7,50 m/n por dólar,
se encuentran de improviso con la otorgación de un cambio de prácticamente $ 18.-
m/n por dólar (se llega a esa altura por la facultad de negociar en el mercado libre
el excedente sobre el precio de aforo). Tiene en su mano una ganancia fácil y un
amplio margen de negociación, que es lo que técnicamente se suele llamar
“condiciones competitivas”. Y ello se traduce irremediablemente en una baja de
precio que importa una artificial pronunciada agravación del proceso general de
declinación a que está sometido el mercado mundial.
No son estas especulaciones de carácter teórico. Pocos días después de la reforma
de nuestros cambios exteriores, en la Cámara de los Comunes de Gran Bretaña el
Presidente de la Junta de Comercio era invitado a formular un cálculo acerca de la
baja de nuestros precios y de la economía que ello representaría para el
consumidor inglés (La Nación, 4 de noviembre). El Journal of Commerce de Nueva
York comenta en la misma época bajas importantes en la cotización de los
productos argentinos, agregando: “En lo que la ganancia neta del exportador quede
virtualmente sin cambios no habría incentivo para rebajar las cotizaciones; pero allí
donde los pesos por dólar recibidos por el exportador son aumentados, como
parece ser el caso de la lana, los exportadores podrían rebajar los precios para
hacerlos realmente competitivos” (La Nación, 6 de noviembre). Y desde Chicago, el
28 de octubre, se nos hace saber que “la decisión argentina de desvalorizar el peso
provocó hoy algunas ventas de trigo en el mercado de granos de esta ciudad. Los
comerciantes entienden que la desvalorización hará que el trigo argentino se cotice
más barato en el mercado internacional” (La Nación, 29 de noviembre).
No hacemos referencia a perspectivas, sino a hechos que ya son reales. La
devaluación monetaria, la eliminación del rol vigilante del IAPI y la política seguida
con los aforos, llevarán a una baja arbitraria de un 15% en los precios
internacionales de nuestros productos de origen agropecuario. Lo que quiere
significar que el pedazo de pan o de carne que los argentinos se quitarán de la boca
para aumentar la exportación se transferirá sin cargo a los consumidores
extranjeros. Esto es, que el sacrificio será inútil, porque nuestros ingresos por
concepto de exportación serán iguales o menores que los actuales, no obstante el
aumento de las exportaciones obtenido a costa de un sacrificio de nuestro pueblo. Y
los únicos favorecidos, en definitiva, serán los consumidores extranjeros que
podrán ensanchar el cinturón en la misma medida en que los argentinos lo achican,
y tendrá que ser porque
Prebisch lo ha dispuesto así.
Las medidas desinflacionarias
Previa aclaración de que no es partidario de la contracción general de las
actividades económicas, Prebisch anuncia desde ya la adopción de una política
desinflacionaria destinada a “evitar firmemente la típica espiral de la inflación de
costos por un lado y de ir disminuyendo progresivamente la creación de dinero en
las operaciones del Estado”.
Para comprender ese programa conviene tener en cuenta que las medidas
inmediatas puestas en marcha significan un poderoso impacto inflacionista que se
traduce en la elevación externa de la moneda. Claro está que el origen de ese
movimiento no reside en el crecimiento de los costos ni en el incremento de la
emisión del Estado, sino simplemente en el arbitrario aumento de los ingresos de la
clase terrateniente, de los consorcios exportadores y de los consumidores
extranjeros. De donde resultaría que en la teoría de Prebisch un aumento de los
precios por efecto de la mejora de los salarios es inflación, pero no lo es cuando
resulta del aumento de la ganancia de los empresarios y rentistas.
No hay sin embargo ningún contrasentido en el plan de Prebisch, ya que el proceso
de deflación que se iniciará a continuación del alza de precios tendrá por objeto
consolidar y aumentar los beneficios transferidos a ciertos sectores en desmedro
del pueblo.
Bastará simplemente la disminución de la demanda interna de artículos
industriales, en virtud de la caída del salario real y de la contención monetaria,
para que la mayor parte de la industria y del comercio se vea sometida a un proceso
de contracción que generará desocupación. De esa manera, lo que Prebisch anuncia
como una mayor “demanda de brazos en las actividades rurales” –concepto
contradictorio con la mecanización y tecnificación que propone– será satisfecha
con una oferta de trabajadores necesitados y poco dispuestos a discutir el monto
del jornal. Las clases terratenientes, en consecuencia, no sólo se beneficiarán con el
mayor precio asignado a la producción, sino también, con el menor costo de la
mano de obra que permitirá bajar aún más nuestros precios en el mercado
internacional.
Sostiene Prebisch en su “Informe” que las medidas desinflatorias permitirán
eliminar totalmente el régimen de control de precios y que el costo de vida, después
del alza ocasionada por los aumentos oficialmente decretados, tenderá a bajar. Con
ello nos está anunciando claramente ese proceso de contracción, de liquidación
industrial y de desocupación del plan. Solamente la liquidación ruinosa de las
existencias, las ventas por debajo de sus costos de producción y la compresión de
los salarios podrá, en las circunstancias presentes, traducirse en una baja del costo
de vida. Pero no son los trabajadores, ni los industriales, ni los comerciantes los
que aprovecharán esa baja, sino los rentistas, los terratenientes y los empresarios
inculados al intercambio internacional.
La idea central no es otra que la de retornar a la Argentina colonial de hace veinte
años, con una economía basada en la producción y exportación de materias primas
a los costos reducidos de una mano de obra abaratada por la desocupación y la
miseria. No es esto nuevo, por otra parte, en la teoría económica de Prebisch, que
ya de muy antiguo ha tomado posiciones contra la política de plena
ocupación.
En una monografía publicada en Méjico hace pocos años, bajo el título “El Patrón
oro y la vulnerabilidad económica de nuestros países”, luego de afirmar que
Estados Unidos está en condiciones de seguir una política de plena ocupación sin
peligro alguno para su estabilidad monetaria, agrega:
“No es el caso de la Argentina y otros países de estructura similar. No es dable
seguir en ellos una política monetaria de plena ocupación sin el riesgo inminente de
un fuerte desequilibrio que conduzca a la inestabilidad monetaria”. Lo que quiere
decir, en más simples palabras, es que para lograr la estabilidad monetaria a que
Prebisch aspira, deberá crearse una masa permanente de desocupados.
Y si alguna duda quedara en cuanto a su capacidad y decisión para llevar a la
práctica esas ideas, bastará recordar el auge de la desocupación a que se llegó en el
año 1940, luego de una década de conducción de nuestra economía por el actual
asesor económico del gobierno nacional.
Autor de un manual de “introducción a Keynes”, Prebisch demuestra no haber
asimilado del genial economista británico más que su habilidad para expresarse en
términos de la macroeconomía. Porque si algo medular hay en la obra de Keynes es
su convicción de que la economía y los economistas deben ser los instrumentos de
que la sociedad se sirve para eliminar el
antasma permanente de la desocupación. A no ser que se entienda que mientras
Keynes escribía para la metrópoli, Prebisch lo hace para sus dominios, integrando
así la moderna doctrina económica del Imperio que en 1930 decidió abandonar el
simple y ya deteriorado andamiaje que elaborara Adam Smith. Plena ocupación,
altos ingresos y prosperidad en la metrópoli, sustentado en un ventajoso
intercambio comercial con un dominio endeudado, monoproductor de materias
primas y cuyo bajo costo de producción está garantizado por el estado de necesidad
de su masa trabajadora.
La panacea del capital extranjero
No perderá el lector de vista el punto de partida del razonamiento de Prebisch. La
falla principal de nuestra economía consistiría en la declinación de nuestras
exportaciones traducida en una tendencia deficitaria de la balanza de pagos con el
exterior. Y para eliminar ese factor de perturbación, las medidas propuestas
tenderían –según él– a incrementar poderosamente nuestros envíos al exterior,
nivelando la balanza de pagos y aumentando el ritmo de constitución del ahorro
nacional.
Planeada así la solución, aparece como un evidente contrasentido la forma obsesiva
con que Prebisch destaca la necesidad del empréstito y del concurso del capital
extranjero, al punto de dedicar la mayor parte de su “Informe” a la justificación de
ese recurso excepcional.
Claro está que previamente ha ensayado configurar un estado de cosas que
conduzca irremediablemente a los brazos del acreedor extranjero. No otro sentido
puede darse a su falso diagnóstico de nuestra situación económica, a la incorrecta
apreciación de nuestra posición de divisas, o a la formulación de astronómicas
estimaciones para la satisfacción de necesidades impostergables, como es el caso de
los 1.400 millones de dólares destinados a la renovación de nuestros ferrocarriles.
Ese cuadro desolador, maliciosamente urdido, nos obliga a doblegarnos ante el
capitalista extranjero. La simple anunciación de algunas cifras permitiría descartar
la capacidad de los recursos nacionales para hacer frente a esas exigencias y
salvarnos de los efectos de “la crisis más grave de nuestra historia económica”.
Pero no se trataría solamente de concertar los empréstitos necesarios para salir del
paso, sino también de recurrir a ellos como recurso normal. Lo dice Prebisch bien
claramente al concluir su informe: “el país tiene dos caminos a este respecto: el de
limitarse a un programa de cortos alcances y escasa cuantía que pueda realizarse
sólo con sus recursos y sin resolver sus problemas fundamentales de crecimiento o
afrontar con vigor la corrección de las grandes fallas estructurales de su economía”,
para lo que se requerirían nuevos aportes de capital extranjero. Y ese programa lo
suscribe el mismo economista que hace unos años formulaba esta correcta
prevención: “si la Argentina se propusiera subsanar prontamente todas sus
deficiencias de capital y dar gran aliento a todos sus proyectos, acelerando
extraordinariamente la capitalización, sus recursos propios le resultarían sin duda
suficientes. Pero aun cuando le fuese dado obtener amplias inversiones extranjeras,
habría que preguntarse hasta qué punto el forzar la capitalización se concilia con el
desarrollo ordenado de la economía y en qué medida los balances de pago futuros
podrían afrontar holgadamente el pago de los servicios financieros muy
acrecentados” (Estudio Económico de América Latina, 1949, pág. 100).
Hemos señalado en el curso de este estudio, que en época de preguerra el peso de
los servicios financieros originados por las deudas externas, fue el factor que
perturbó permanentemente el equilibrio de nuestra balanza de pagos y frustró el
crecimiento de nuestra economía. Bastará recordar que en el año 1933, el 37% de
nuestras exportaciones se destinaba única y exclusivamente al pago de esos
servicios financieros, en forma tal que cualquier declinación de los precios de
nuestros productos en el mercado internacional nos colocaba en una crítica
situación económica, como el propio Prebisch lo ha reconocido reiteradamente en
sus estudios de la CEPAL.
Frente a eso, la actual apología del empréstito, convertido en la panacea que
resolverá todos nuestros problemas económicos, adquiere contornos singulares. O
la teoría económica ha cambiado, o el señor Prebisch tiene ahora razones muy
particulares para propiciar medidas tendientes a exagerar la vulnerabilidad externa
de nuestra economía, esa misma vulnerabilidad que hace veinte años justificó la
firma del tratado Roca- Runciman, la coordinación de transportes, la creación del
Banco Central y el lamentable reconocimiento de un vicepresidente argentino
acerca de la ubicación de nuestro país en el desdoroso cuadro de los dominios
británicos.
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