Al pueblo de mi patria: Llego a esta capital desde una tierra clásica en la República
Argentina que acaba de honrar sus blasones hidalgos con una épica página de
heroísmo y de muerte para decir, una vez más, que sin libertad y sin honor, la vida
no merece vivirse. El dictador que nos ha precedido en el Gobierno tenía
evidentemente un concepto contrario y pensó que con ventajas materiales —
dádivas y sobornos— iría, poco a poco, incorporando el virus de su resentimiento
hasta que la cosecha del odio fratricida así sembrado produjese, como fruto
natural, el exterminio de sus opositores. Parece mentira que en una tierra donde la
vocación de la libertad grabó tan honda huella, alguien pensara que podía seguir el
camino opuesto y llamar a eso un sistema de gobierno, una tercera posición. Por mi
parte, tuve fe en mi pueblo y estuve siempre convencido de que apenas hiciese un
alto el frenesí de la propaganda y detuviese, aun por un mínimo espacio de tiempo,
el aparato de la creación siniestra y mortífera, el ángel de la libertad volvería a
mostrarse con la auténtica calidad con que brilla en la historia.
Y las virtudes morales, sofocadas pero no muertas, volverían otra vez a dar la señal
de sí mismas en todo el territorio nacional. El problema consistía en crear un foco
de fuerza que resistiese, aunque no fuera más que dos o tres días, la presión del
tirano, para dar lugar a que el brote del impulso heroico echase raíces en el corazón
del pueblo y alcanzase a influir en un mayor número. La acumulación de fuerzas en
la Capital Federal hacía que fuese muy difícil dar en ella el golpe inicial. Era
necesario, pues, hacerlo en el interior, pero con la ayuda de la flota, y fueron
elegidos Córdoba, Cuyo y las provincias del litoral, en primer término por la
decisión de sacrificarse hasta la muerte, tomada sin vacilación por gran parte de los
oficiales jóvenes. Córdoba dio particularmente un emotivo ejemplo con las escuelas
de Artillería y de Paracaidistas, Liceo Militar General Paz y las diversas unidades
que integran el conjunto de su guarnición aérea. Porque durante mucho tiempo nos
asombró la magnífica resistencia y espíritu de sacrificio puestos por su juventud a
la opresión, a los vejámenes y torturas de la tiranía.
Tenía Córdoba además, aparte de la situación central, los cañones, los aviones, los
reductos de toda clase, la convicción de que en la vieja ciudad mediterránea
existían imponderables de inteligencia y voluntad que, llegado el caso, tendrían una
decisiva y favorable gravitación. Y por eso fue allí donde se hizo el esfuerzo
principal.
Llevado por las circunstancias a un comando general […] y en una hora dimos el
golpe con toda la audacia y violencia necesarias para que no se nos pudiese calificar
de imprudentes, mas con una profunda fe en esos imponderables que deciden el
curso de la Historia y le muestran como el fruto no sólo de la libertad del hombre,
sino también de la providencia de Dios. Lo demás, ya lo sabe el pueblo de mi patria.
Córdoba se convirtió en un ascua de oro, en un brillante faro en la noche de la
tiranía, y la Argentina dio al mundo el primer ejemplo de un gobierno
absolutamente totalitario, armado de todas las armas de la propaganda y de la
fuerza, secundado por una porción engañada pero ponderable de la población, y
que cayó no por una guerra extranjera, sino por el amor a la libertad, el culto del
honor y el sacrificio de todos.
Conciudadanos: Yo tengo la convicción de que, aun siendo muy pequeños, hemos
hecho una gran acción y que ello muestra el designio de Dios de prestarnos especial
ayuda. Lo que haya de resultar de ella lo dirá la obra de nuestro gobierno y la
conducta del pueblo en este período memorable que ahora se inicia. Yo sé que
obraré siempre con recta intención porque así me lo dice mi conciencia y amo
demasiado a mi hermosa Argentina para que pudiera ser de otra manera.
Pero puedo equivocarme en uno o en muchos aspectos esenciales. Aun en ese caso,
mi fe en mi pueblo y mi confianza en Dios me aseguran que hallaremos el camino y
que poco a poco, y por un gradual proceso de adaptación, iremos perfilando la
grandiosa constitución que tanto necesita nuestra patria y todos los pueblos y que,
a diferencia del justicialismo que sólo era una torpe caricatura de la justicia, será
una combinación armoniosa de justicia y de amor al prójimo, a todos los prójimos,
pero falla toda pretensión de erigir una construcción sólida exclusivamente por el
imperativo de la justicia: la calidad es también función social indispensable.
El programa de mi acción provisional —que no tendrá más duración que la
impuesta por las circunstancias— puedo resumirlo en dos palabras: imperio del
derecho. Si las leyes que existen son justas, el camino está marcado y poco cuesta
seguirlo. Si son injustas, las enmendaremos en la medida requerida por esos dos
polos de la acción humana. Y si los problemas son complejos y difíciles, cuando la
acción del estadista requiera algo de inspiración del poeta o del artista, llamaremos
a los hombres de talento, de rectitud notoria para que suplan, con la luz que la
Providencia les ha dado, la medianía de este modesto soldado que nunca soñó en
erigirse gobernante o estadista.
En materia económica, mi deseo sería poner término a la inflación por una
disminución de la burocracia a lo que sea realmente necesario. Los caudales
públicos son producto del trabajo y no es justo erigir con ellos una casta parasitaria
y ociosa que se beneficie injustamente durante la labor de los demás. En
concordancia con lo dicho, impondré mesura en los gastos públicos para reducirlos
a lo que sea indispensable. La moneda —como signo de la riqueza e instrumento de
cambio— debe merecer a los gobiernos el máximo respeto.
Una de las mejores formas de la injusticia es desvalorizar los frutos del ahorro y
crear un ambiente de inseguridad general. Se me ha preguntado si mi gobierno
respetara los pactos preexistentes. La pregunta es ociosa, pues de mi declaración de
que la síntesis de mi programa de gobierno es el imperio del derecho, el respeto de
la palabra empeñada y el cumplimiento de lo que se promete a los demás, es parte
preferencial del orden jurídico.
La medida acerca de la validez de los pactos contempla solamente la posibilidad de
que alrededor de tales convenios existan maniobras dudosas que puedan viciarlos
desde el punto de vista del consentimiento o del interés público.
Refiriéndome en particular al del petróleo, entiendo que por voluntad expresa de
alguno de los participantes no hay allí un proceso concluido.
Aprovecharé la circunstancia para concluir una tramitación que, según tantas
opiniones respetables, incluso del extranjero, no nos beneficia. Haré lo necesario
para conseguir los elementos técnicos necesarios para perforar por nuestra cuenta.
Puede que ello implique una pequeña demora, pero ella es preferible a crear
condiciones peligrosas que puedan, incluso, trascender al campo político.
En el orden cultural nuestra patria ha estado sometida a un proceso de extremada
violencia que afecta la conciencia religiosa de los habitantes.
Para los que han seguido mi actuación desde que me hice cargo del gobierno, no
precisaría agregar nada más. Será mi preocupación constante mantener
inalterables el respeto y la garantía de los derechos de la Iglesia y la conciencia
religiosa de todos, sea cual fuere su credo. En lo que concierne a la Iglesia Católica,
me sentiré muy feliz si la Providencia me depara la oportunidad de poner fin a
todos los malos entendidos mediante la concertación de un concordato. No
tenemos por qué cargar indefinidamente con la consecuencia de viejos errores,
definitivamente superados por los hechos y las ideas del presente.
La educación es uno de los problemas esenciales porque en aquella está
involucrada la formación de nuestra juventud y el futuro de la patria; en el texto de
las leyes buscaré la solución en el jerárquico llamado a los hombres de elevada
cultura, con la experiencia y la reciedumbre espiritual indispensable para darnos la
solución de un problema que a todos preocupó siempre y que ha sido bastardeado
por el gobierno depuesto en el intento de convertir escuelas y universidades en
instrumentos de su propaganda política, de su demagogia y de su afán de
corromper conciencias para disponer de instrumentos dóciles.
Es mi propósito inquebrantable, proscribir la política de los órganos de educación.
Si así no lo hiciera, el pueblo tendría derecho a reaccionar para librarse de esa tara.
La autonomía universitaria debe ser lo más amplia posible y cada universidad
conformará su propia fisonomía espiritual, sin injerencia del poder central. La
libertad de la cátedra es sagrada y dentro de los principios esenciales que definen el
orden nacional. Y cuando más se marquen y acentúen las diferencias regionales,
mayor será mi regocijo, porque podré pensar que las provincias son como otras
tantas facetas del alma nacional y que todas concurren desde los más diferentes
ángulos a consolidar el espíritu de independencia y la altivez que nos debe
caracterizar.
Los derechos de reunión, asociación y prensa serán restablecidos en seguida. Nada
sería para mí más triste que el espectáculo de una prensa uniformada en la
adulación de mi gobierno. Nadie será molestado porque me critique. Muy al
contrario, siempre miraré en la crítica, aun en aquella que muestra la violencia de
ciertos temperamentos, una garantía de acierto o de rectificación de los errores.
Pueden tener la seguridad los que sientan vocación de luchar por el bien común
desde la prensa periódica, que en ningún país del mundo ella gozará de más
auténtica libertad. Ya he dicho en Córdoba que los sindicatos serán libres y las
legítimas conquistas de los trabajadores serán mantenidas y superadas. Tanto
como la de mis compañeros de armas, deseo la colaboración de los obreros y me
atrevo a pedirles que acudan a mí con la misma confianza que lo hacían con el
gobierno anterior. Buscarán en vano al demagogo, pero tengan la seguridad de que
siempre encontrarán un padre o un hermano.
La libertad sindical, indispensable a mi juicio para la dignidad del trabajador, de
ningún modo significará la destrucción de los instrumentos de derecho público
laborables, necesarios para el ordenamiento constitucional. A mis hermanos de
armas les reservo la mayor suma de esfuerzos y sacrificios para restaurar el
prestigio de las fuerzas armadas.
Ello se conseguirá —como ya lo he dicho— si cumplen con modestia y decoro la
función de tutelar las leyes. El que tenga vocación de enriquecerse, que se aleje
cuanto antes de nuestras filas.