Les hablo desde nuestro puesto de Comando, que, como es lógico, no puede estar
en la sede del Gobierno, de manera que todas las acciones que se han realizado
sobre esa Casa han sido tirando sobre un lugar inerme, perjudicando solamente a
algunos ciudadanos que han muerto por efecto de las bombas.
La situación está totalmente dominada. El Ministerio de Marina, donde estaba el
comando revolucionario, se ha entregado, está ocupado y los culpables detenidos.
Deseo que mis primeras palabras sean para encomiar la acción maravillosa que ha
desarrollado el Ejército, cuyos componentes han demostrado ser verdaderos
soldados, ya que ni un solo Cabo ni soldado ha faltado a su deber. No hablemos ya
de los Oficiales y de los Jefes, que se han comportado como valientes y leales.
Desgraciadamente, no puedo decir lo mismo de la Marina de Guerra, que es la
culpable de la cantidad de muertos y heridos que hoy debemos lamentar los
argentinos.
Pero lo más indignante es que haya tirado a mansalva contra el Pueblo como si su
rabia no se descargase sobre nosotros, los soldados, que tenemos obligación de
pelear, sino sobre los humildes ciudadanos que poblaban las calles de nuestra
ciudad.
Es indudable que pasarán los tiempos, pero la historia no perdonará jamás
semejante sacrilegio.
Ahora, terminada la lucha, los últimos aviones, como de costumbre, pasaron
huyendo. Estos últimos disparos de artillería antiaérea que han escuchado han sido
sobre esos aviones fugitivos. Quedan todavía algunos pequeños focos que ocupar,
desarmar y someter a la justicia.
Como Presidente de la República, pido al Pueblo que me escuche en lo que voy a
decirle. Nosotros, como Pueblo civilizado, no podemos tomar medidas que sean
aconsejadas por la pasión, sino por la reflexión.
Todo ha terminado. Afortunadamente, bien. Solamente que no podremos dejar de
lamentar, como no podremos reparar, la cantidad de muertos y heridos que la
infamia de estos hombres ha desatado sobre nuestra tierra de argentinos. Por eso,
para no ser nosotros criminales como ellos, les pido que estén tranquilos: que cada
uno vaya a su casa.
La lucha debe ser entre soldados. Yo no quiero que muera un solo hombre más del
Pueblo. Yo les pido a los compañeros trabajadores que refrenen su propia ira: que
se muerdan, como me muerdo yo en estos momentos, que no cometan ningún
desmán. No nos perdonaríamos nosotros que a la infamia de nuestros enemigos le
agregáramos nuestra propia infamia. Por eso yo les pido a todos los compañeros
que estén tranquilos, que festejen ya el triunfo, el triunfo del Pueblo, que es el único
triunfo que puede enorgullecernos.
El Ejército en esta jornada se ha portado como se ha portado siempre. No ha
defeccionado un solo hombre. Y el Ministro de Ejército ha tomado personalmente y
dirigido personalmente la defensa. Este Ministro es un grande hombre. No lo digo
ahora: lo conozco desde que tenía 15 años.
Todos los Generales de la República, los Jefes, Oficiales, Suboficiales y Soldados
han sabido cumplir brillantemente con su deber.
Cumplo con esto una pasión más de mi vida: que nuestro Ejército sea amado por el
Pueblo y nuestro Pueblo amado por el Ejército. Nadie podrá decir nunca jamás que
un soldado del Ejército ha tirado sobre sus hermanos, como nadie podrá decir
jamás que hay un Jefe o un Oficial en el Ejército que sea tan canalla como para tirar
un solo tiro sobre sus hermanos.
Por eso yo quiero que en esta ocasión, en que sellamos la unión indestructible entre
el Pueblo y el Ejército, cada uno de ustedes, hermanos argentinos, levante en su
corazón un altar a este Ejército, que no solamente ha sabido cumplir con su deber,
sino que lo ha hecho heroicamente.
Esos soldados que hoy combatieron por el Pueblo Argentino son los verdaderos
soldados. Los que tiraron contra el Pueblo no son ni han sido jamás soldados
argentinos: porque los soldados argentinos no son traidores ni cobardes, y los que
tiraron contra el Pueblo son traidores y son cobardes.
La ley caerá inflexiblemente sobre ellos. Yo no he de dar un paso para atemperar su
culpa, ni para atemperar la pena que les ha de corresponder. Yo he de hacer
justicia, pero justicia enérgica. El Pueblo no es el encargado de hacer la justicia.
Debe de confiar en mi palabra de soldado y de gobernante.
Prefiero, señores, que sepamos cumplir como Pueblo civilizado y dejar que la ley
castigue. Nosotros no somos los encargados de castigar.
Es indudable que estas palabras de serenidad han de llegar al entendimiento de los
compañeros y del Pueblo entero. No lamentemos más víctimas. Nuestros enemigos,
cobardes y traidores, desgraciadamente merecen nuestro desprecio, pero también
merecen nuestro perdón. Por eso pido serenidad, una vez más, ahora que han
pasado todos los acontecimientos, con que hemos dado una lección a la canalla que
se levantó y a la que la impulsó a que se levantara, les decimos también otra vez que
tantas veces se levanten, cada día recibirán una lección más dura y más fuerte,
como merecen ser castigados los traidores y los cobardes.
Yo hablo al Pueblo, y le hablo con el corazón henchido de mi entusiasmo de
soldado, porque he visto hoy a mi Ejército, al cual tengo la honra de pertenecer, en
todo lo que es y en todo lo que vale.
Y he visto también al Pueblo, que también es otro de mis grandes amores. Lo he
visto comportarse virilmente y lo veo ahora comportarse también serenamente.
Los culpables serán castigados y habrá memoria en la República del castigo que
habrán de recibir. De manera que les pido a todos que se tranquilicen. Tienen
razón de estar indignados y de estar levantados, pero aún con razón hay que
reflexionar antes de obrar.
Pido a todos que, como yo, sancionen en su conciencia a los malvados. Los
malvados han de tener el castigo cuando recuerden las víctimas que han
ocasionado. Ese va a ser su castigo, si se salvan del castigo que yo les he de hacer
aplicar, cumpliendo estrictamente la ley.
Algunos pocos que puedan escucharnos todavía, que aún no hayan depuesto las
armas, es preciso que lo hagan en el menor tiempo posible. Si no lo hicieran,
nosotros no cargaremos con la responsabilidad de destruirlos. Pero que sepan que
si iniciamos su destrucción no hemos de parar hasta terminar.
Buenas noches a todos. Tranquilos y confiados. Tenemos un Ejército que garantiza
el orden y el orden se ha de ir restableciendo paulatinamente.
Este será un triste recuerdo; un triste recuerdo que pondrá un estigma para toda la
vida en las instituciones que no supieron cumplir con su deber y en los hombres
que traicionaron la fe y la Patria.
Nada más
Buenas noches.