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Agasajo a obreros latinoamericanos

20 de febrero de 1952

Al dirigirles hoy la palabra, me siento embargada de íntima emoción, porque me
encuentro frente a nuestro querido líder y a tantos trabajadores de América Latina,
y por el reencuentro con los trabajadores después de unos meses de larga
enfermedad. Hoy vuelvo a hablarles a los hombres de trabajo, y es doble emoción
para mí porque me dirijo a los trabajadores argentinos y a todos los trabajadores
latinoamericanos aquí representados.
Yo pienso que, como bien dice nuestro querido General Perón, cuando todos nos
juramentemos para luchar por un solo ideal -el bienestar de todos los pueblos habremos logrado una humanidad más feliz.
Estamos librando una batalla, la batalla de los pueblos. Yo creo que la hora de los
pueblos ha llegado y que el Justicialismo –que no busca ninguna bandería política
sino la felicidad de todos los que trabajan y de todos los humildes- es un exponente
que ofrece a los pueblos del mundo para que en él puedan beber un poco más de
justicia y, además, tomar el camino que estamos tomando los argentinos, gracias a
la doctrina justicialista del General Perón donde todos somos artífices del destino
común pero ninguno instrumento de la ambición de nadie.
Hemos abierto en nuestro movimiento las puertas de par en par, para todos los
hombres, cualquiera sea su credo, su raza o su religión, porque para nosotros no
hay más que argentinos justicialistas enrolados en las tres banderas de la doctrina
peronista del General Perón: la justicia social, la independencia económica y la
soberanía de la Patria. El objetivo de esas tres banderas es la felicidad del pueblo
argentino, que ha labrado con tantos sacrificios y con tantos esfuerzos el General
Perón. A él lo ha acompañado el pueblo argentino; lo han acompañado los
humildes y, como dije en “La razón de mi vida”, aquí nuevamente se ha cumplido el
milagro de hace dos mil años en Belén.
No fueron los ricos, ni los poderosos, los que lo comprendieron sino los humildes.
Es que los ricos y poderosos han de tener el alma cerrada por la avaricia y por el
egoísmo, mientras los humildes duermen al aire libre y sus almas están siempre
atentas a todas las cosas extraordinarias, y ven con los ojos del alma, que ven
mucho más lejos. Por eso fueron los humildes y los trabajadores los que
comprendieron al General Perón, lo siguieron, lo siguen y lo seguirán, porque
Perón es un símbolo, y es una bandera, y todos los que luchamos por la felicidad,
todos los que luchamos por la igualdad, todos los que luchamos por el
Justicialismo, debemos seguirlo, porque él, en las horas inciertas de la humanidad,
con un imperialismo capitalista y otro de izquierda que luchan por predominios
económicos y políticos, levantando la bandera de la justicia y de la igualdad, la
bandera del amor y de la fraternidad, que es la única bandera de paz en todo el
mundo. Por eso muchos argentinos nos enrolamos con el General Perón –y yo digo
nos enrolamos porque nunca he hablado como su esposa, siempre he hablado como
argentina-, ya que horas como las que vivimos no son para timoratos ni para
cobardes sino para hombres y mujeres de corazón bien puesto que han de jugarse
en esta cruzada de la vida por un ideal, si fuera necesario.
Ha llegado la hora de los pueblos. La batalla se está librando en todas partes, es
necesario que pensemos que la justicia y la libertad no nos la va a dar nadie, sino
que debemos conquistarlas nosotros mismos. Es necesario que pensemos que para
lograr esa justicia debemos organizarnos y debemos tomar el Justicialismo, que en
su doctrina social nos enseña que no busca ningún predominio sino la felicidad de
los hombres por sobre todas las cosas. Por eso es que muchos miles y miles de
hombres se han juramentado en seguir la doctrina justicialista del General Perón,
avalarla y consolidarla.
Hoy los argentinos tenemos el privilegio de tener al General Perón que nos ha
llenado de felicidad, convirtiendo en realidades todas las esperanzas del pueblo
argentino. Yo quiero que mi voz de mujer, en representación de todas las
trabajadoras argentinas, sea como un clarín que despierte a los que aún no han
ocupado su puesto en la lucha. Todavía tendremos cincuenta años de lucha, porque
es una mentira que siempre los pueblos han de ser una recua de hombres que
trabajan en la paz y mueren en la guerra; es mentira que siempre los pueblos han
de estar gobernados por una reducida clase dirigente y han de estar siempre entre
dos capitalistas.
Los pueblos han de gobernarse por sí mismos. Ha de llegar el momento en que han
de hacer valer su voluntad, y la voluntad de los pueblos que son solidarios ha de
prevalecer cimentando la justicia social, la dependencia económica y la soberanía
de sus patrias. Así habremos logrado la humanidad feliz que soñamos todos los
americanos y todos los hombres de bien.
Yo quiero que los compañeros trabajadores lleven a todas las mujeres y a todos los
trabajadores de los países americanos el abrazo fraterno de una compañera que
lucha desde este rincón de América por ideales comunes, o sea por la felicidad de
todos. El abrazo de una mujer que, siendo una más dentro del movimiento
Peronista, lucha tenazmente y pone su grano de arena sin retacear los esfuerzos ni
los sacrificios porque tenemos que colaborar para consolidar nosotros la obra y la
doctrina del General Perón. A ellos va mi abrazo afectuoso y a todos ustedes, como
a todos los humildes y trabajadores de América, los estrecho muy cerca de mi
corazón.

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