Excelentísimo señor Presidente; mis queridos descamisados de la Patria:
Es para mí una gran emoción encontrarme otra vez con los descamisados, como
el 17 de octubre y como en todas las fechas en que el pueblo estuvo presente.
Hoy, mi general, en este Cabildo del Justicialismo, el pueblo, que en 1810 se
reunió para preguntar de qué se trataba, se reúne para decir que quiere que el
general Perón siga dirigiendo los destinos de la Patria. Es el pueblo, son las
mujeres, los niños, los ancianos, los trabajadores, que están presentes porque
han tomado el porvenir en sus manos, y saben que la justicia y la libertad
únicamente la encontrarán teniendo al general Perón al frente de la nave de la
Nación.
Mi general: son vuestras gloriosas vanguardias descamisadas las que están
presentes hoy, como lo estuvieron ayer y estarán siempre, dispuestas a dar la
vida por Perón. Ellos saben bien que antes de la llegada del general Perón vivían
en la esclavitud y por sobre todas las cosas, habían perdido las esperanzas en un
futuro mejor. Saben que fue el general Perón quien los dignificó social, moral y
espiritualmente. Saben también que la oligarquía, que los mediocres, que los
vendepatria todavía no están derrotados, y que desde sus guaridas atentan
contra el pueblo y contra la nacionalidad. Pero nuestra oligarquía, que siempre
se vendió por cuatro monedas, no cuenta en esta época con que el pueblo está de
pie, y que el pueblo argentino está formado por hombres y mujeres dignos
capaces de morir y terminar de una vez por todas con los vendepatrias y con los
entreguistas.
Ellos no perdonarán jamás que el general Perón haya levantado el nivel de los
trabajadores, que haya creado el Justicialismo, que haya establecido que en
nuestra Patria la única dignidad es la de los que trabajan. Ellos no perdonarán
jamás al general Perón por haber levantado todo lo que desprecian: los
trabajadores, que ellos olvidaron; los niños y los ancianos y las mujeres, que
ellos relegaron a un segundo plano.
Ellos, que mantuvieron al país en una noche eterna, no perdonarán jamás al
general Perón por haber levantado las tres banderas que debieron haber
levantado ellos hace un siglo: la justicia social, la independencia económica y la
soberanía de la Patria.
Pero hoy el pueblo es soberano no sólo cívicamente sino también moral y
espiritualmente. Mi general: estamos dispuestos, los del pueblo, su vanguardia
descamisada, a terminar de una buena vez con la intriga, con la calumnia, con la
difamación y con los mercaderes que venden al pueblo y al país. El pueblo
quiere a Perón no sólo por las conquistas materiales –este pueblo, mi general,
jamás ha pensado en eso, sino que piensa en el país, en la grandeza material,
espiritual y moral de la Patria-, porque este pueblo argentino tiene un corazón
grande y piensa en los valores por sobre los valores materiales. Por ello, mi
general, hoy esta aquí, cruzando caminos, acortando kilómetros con miles de
sacrificios, para decirnos “presente”, en este Cabildo del Justicialismo.
Es la Patria la que se ha dado cita al llamado de los compañeros de la
Confederación General del Trabajo, para decirle al Líder que detrás de él hay un
pueblo, y que siga, como hasta ahora, luchando contra la antipatria, contra los
políticos venales y contra los imperialismos de izquierda y de derecha.
Yo, que siempre tuve en el general Perón a mi maestro y mi amigo –pues él
siempre me dio el ejemplo de su lealtad acrisolada hacia los trabajadores-, en
todos estos años de mi vida he dedicado las noches y los días a atender a los
humildes de la Patria sin reparar en los días ni en las noches, ni en los
sacrificios.
Mientras tanto ellos, los entreguistas, los mediocres, los cobardes, de noche
tramaban la intriga y la infamia del día siguiente, yo, una humilde mujer, no
pensaba sino en los dolores que tenía que mitigar y en la gente a que tenía que
consolar en nombre vuestro, mi general, porque sé el cariño entrañable que
sentís por los descamisados y porque llevo en mi corazón una deuda de gratitud
para con los descamisados que el 17 de octubre de 1945 me devolvieron la vida,
la luz, el alma y el corazón al devolverme a Perón.
Yo no soy más que una mujer del pueblo argentino, una descamisada de la
Patria, pero una descamisada de corazón, porque siempre he querido
confundirme con los trabajadores, con los ancianos, con los niños, con los que
sufren, trabajando codo a codo, corazón a corazón con ellos para lograr que lo
quieran más a Perón y para ser un puente de paz entre el general Perón y los
descamisados de la Patria.
Mi general: aquí en este magnífico espectáculo vuelve a darse el milagro de hace
dos mil años. No fueron los sabios, ni los ricos, ni los poderosos los que
creyeron; fueron los humildes. Ricos y poderosos han de tener el alma cerrada
por la avaricia y el egoísmo; en cambio, los humildes, como viven y duermen al
aire libre, tienen las ventanas del alma siempre expuestas a las cosas
extraordinarias. Mi general: son los descamisados que os ven a vos con los ojos
del alma y por eso os comprenden, os siguen; y por eso, no quieren más que a
un hombre, no quieren a otro: Perón o nadie.
Yo aprovecho esta oportunidad para pedir a Dios que ilumine a los mediocres
para que puedan ver a Perón y para que puedan comprenderlo, y para que las
futuras generaciones no nos tengan que marcar con el dedo de la desesperación
si llegaran a comprobar que hubo argentinos tan mal nacidos que a un hombre
como el general Perón, que ha quemado su vida para lograr el camino de la
grandeza y la felicidad de la Patria, lo combatieron aliándose con intereses
foráneos.
No me interesó jamás la insidia ni la calumnia cuando ellos desataron sus
lenguas contra una débil mujer argentina. Al contrario, me alegre íntimamente,
porque yo, mi general, quise que mi pecho fuera escudo para que los ataques, en
lugar de ir a vos, llegaran a mí. Pero nunca me dejé engañar. Los que me atacan
a mí no es por mí, mi general, es por vos. Es que son tan traidores, tan cobardes
que no quieren decir que no lo quieren a Perón. No es a Eva Perón a quien
atacan: es a Perón.
A ellos les duele que Eva Perón se haya dedicado al pueblo argentino; a ellos les
duele que Eva Perón, en lugar de dedicarse a fiestas oligárquicas, haya dedicado
las horas, las noches y los días a mitigar dolores y restañar heridas.
Mi general: aquí está el pueblo y yo aprovecho esta oportunidad para agradecer
a todos los humildes, a todos los trabajadores, a todas las mujeres, niños y
hombres de la Patria, que en su corazón reconocido han levantado el nombre de
una mujer, de una humilde mujer que los ama entrañablemente y que no le
importa quemar su vida si con ello lleva un poco de felicidad a algún hogar de su
Patria. Yo siempre haré lo que diga el pueblo, pero yo les digo a los compañeros
trabajadores que así como hace cinco años dije que prefería ser Evita antes de
ser la esposa del presidente, si ese Evita era dicho para calmar un dolor en algún
hogar de mi Patria, hoy digo que prefiero ser Evita, porque siendo Evita sé que
siempre me llevarán muy dentro de su corazón. ¡Qué gloria, qué honor, a qué
más puede aspirar un ciudadano o una ciudadana que al amor del pueblo
argentino!
Yo me siento extraordinariamente emocionada. Mi humilde persona no merece
el cariño entrañable de todos los trabajadores de la Patria. Sobre mis débiles
espaldas de mujer argentina ustedes cargan una enorme responsabilidad. Yo no
sé cómo pagar el cariño y la confianza que el pueblo deposita en mí. Lo pago con
amor, queriéndolo a Perón y queriéndolos a ustedes, que es como querer a la
Patria misma.
Compañeros: Yo quiero que todos ustedes, los del interior, los del Gran Buenos
Aires, los de la Capital, en fin, los de los cuatro puntos cardinales de la Patria,
les digan a los descamisados que todo lo que soy, que todo lo que tengo, que
todo lo que hago, que todo lo que haré, que todo lo que lo que pienso, que todo
lo que poseo no me pertenece: es de Perón, porque él me lo dio todo, porque él,
al descender hasta una humilde mujer de la Patria, la elevó hacia las alturas y la
puso en el corazón del pueblo argentino.
Mi general: si alguna satisfacción podría haber tenido es la de haber
interpretado vuestros sueños de patriota, vuestras inquietudes y la de haber
trabajado humilde pero tenazmente para restañar las heridas de los humildes de
la Patria, para cristalizar esperanzas y para mitigar dolores, de acuerdo con
vuestros deseos y con vuestros mandatos.
Yo no he hecho nada, todo es Perón. Perón es la Patria, Perón es todo, y todos
nosotros estamos a distancia sideral del Líder de la nacionalidad. Yo, mi
general, con la plenipotencia espiritual que me dan los descamisados de la
Patria, os proclamo, antes que el pueblo os vote el 11 noviembre, presidente de
todos los argentinos. La Patria está salvada, porque está en manos del general
Perón.
A ustedes, descamisados de mi Patria, y a todos los que me escuchan, los
estrecho simbólicamente muy, pero muy fuerte, sobre mi corazón.