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Carta al Padre Hernán Benítez

26 de octubre de 1950

R. P. Doctor Hernán Benítez 26 de octubre de 1950
Mi querido amigo:
Hoy recibí su amable carta y me apresuré a contestarla con todo mi agradecimiento
por su afectuosidad y atinadas reflexiones y consejos. A usted, que es un amigo leal
y sincero, puedo decirle las cosas como son, sin callar –como lo hago de costumbrepara evitar decir obligadamente “la primera mentira”. Todo se arregla mejor con
rudas verdades que con débiles argumentos.
Me decidí a tomar estas vacaciones, quizás las primeras efectivas desde que estoy
en el gobierno, por causas para mí fundamentales:
1° El estado de salud de mi señora, cuyos glóbulos rojos hace ya largo tiempo están
por debajo de lo normal y sin reacción favorable.
2° Porque tampoco yo estoy muy bien aun cuando la apariencia pueda disimular.
Estoy cansado, sobre todo de cansancio psíquico, y un poco asqueado.
3° Porque, además, juzgué oportuno alejarme un tiempo para que me dejen
tranquilo con un sinnúmero de estúpidos juegos políticos que, fuera de la política,
están realizando algunos aprovechados pertenecientes a todos esos sectores que
hacen política híbrida sin tener el valor de confesarlo, incluso algunos elementos
católicos.
4° Porque creo que ha llegado el momento de sustraerme o, por lo menos, de no
prodigarme, especialmente donde no encuentro verdades para creer.
5° Porque no soy hombre de prodigar falsas amabilidades a quienes no debo sino
desatenciones y hasta groserías.
Por todo ello he dispuesto que el gobierno, presidido por el vicepresidente Doctor
Hortensio Quijano, actúe de manera oficial prestando toda su cooperación para el
mayor brillo del Congreso Eucarístico de Rosario. De manera que en todo ello sea
sustraída mi persona. He llegado a persuadirme de que es lo único que no resulta
grato a algunas personas. Con ello cumplo como cristiano y católico sin producir
inconvenientes.
Yo tenía la decisión de asistir; pero los médicos me apuraron con la enfermedad de
la señora y, además, aprecié que mi presencia allí no sería grata, razón por la cual
traté de arreglar el asunto como lo digo antes, pues no soy persona acostumbrada a
meterme donde no sea grato.
En cuanto al Cardenal Legado S.E. Monseñor Ruffini, tenía decidido recibirlo
personalmente. Pero como él había prometido llegar a Buenos Aires el día 16 de
octubre y, luego, postergó su arribo para el 19, todos mis planes se trastornaron, y
decidí iniciar mi descanso previsto, sin esperarlo más.
Por lo demás, he observado por parte del Vaticano una conducta poco clara e
indiscreta. Usted sabe que mi gobierno está allí “en cuarentena”, según nuestras
noticias. Pero esto no es todo: según nos informó el embajador Arpezani a su
regreso de Roma, el Papa personalmente le había manifestado que nuestro
gobierno era de corte totalitario. El propio ministro doctor Paz lo escuchó,
asombrado como yo, no por la afirmación, sino por la indiscreción.
Yo soy hombre tranquilo y humilde, pero el presidente de la República no. Por eso
hicimos llegar al Vaticano nuestro desagrado. Pero, según parece, éste no llegó sino
a monseñor Montini, y sin recibir nosotros ninguna satisfacción. Yo olvido todo;
pero el presidente de la Nación no puede ni debe olvidar…
Es indudable que todo ello tiene que ser labor de informaciones e intrigas
planeadas y dirigidas desde acá; pero alarma la falta de seriedad, prudencia y
discreción de allá.
En cuanto al asunto de los espiritistas es una cuestión que yo conocí después de
ocurridos los hechos. El telegrama es el usual que la Casa Militar manda en todos
los casos, según me informan. Usted sabe que esto es mecánico: casi “formulario
N° 3″, como dicen allí. Por otra parte, no es asunto de gobierno sino policial. No
creo que sea cuestión “de guerra” que cuatro locos espiritistas, que no son tomados
en serio en ninguna parte del mundo, se reúnan en local cerrado para decir cuatro
sandeces.
El gobierno trata a esos locos como a todos los demás “locos sueltos”, que los hay a
montones siempre que no representen peligro para los demás. Lo que resulta difícil
de explicar es que se aproveche esto para alterar el orden, sacando a los chicos de
los colegios para armar escándalo; y que el Episcopado, tan silencioso otras veces,
sea para ello tan decidido y bullanguero.
En fin, querido padre Benítez, ¿qué he de decirlo yo a Usted de estas cosas? Me
queda la amargura de pensar que yo, justicialista, he podido unir al Pueblo con la fe
peronista sin inconvenientes; y que yo, católico, como no ha sido ningún presidente
argentino, no encuentro en la Iglesia sino malos procedimientos y mala fe para unir
a los argentinos en la fe de Cristo.
Muchas gracias por todo y recuerdo sus proféticas palabras de 1945, cuando me
dijo: “Dios conserve su fe católica…”. Hoy las siento verdaderamente proféticas.
Creo que muchos de los males estriban en el hecho de haber yo pretendido hacer de
buena fe más de lo que políticamente y por especulación me convenía hacer en lo
referente al bien de la Iglesia. No estoy arrepentido de ello, pues yo respondo sólo
de mi conciencia; los demás responderán de la suya.
Mi querido padre Benítez, muchas gracias y un gran abrazo hasta mi regreso en que
lo refirmaré personalmente.
Juan Perón

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