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Palabras en Año Nuevo

31 de diciembre de 1947

Una intensa emoción que quiero compartir con vosotros me conmueve en esta
víspera de un nuevo año. Toda etapa cumplida tiene algo de balance y algo de
impulsión hacia un nuevo horizonte. Todo camino recorrido trae el orgullo de
haber realizado y de haber hecho, ahí donde otros se contentaron solamente con
postergar o con decir. Nosotros hemos llevado adelante algo más que la bandera de
un ideal político. Nosotros hemos llevado hacia arriba algo más que un concepto de
renovación social. Nosotros hemos dado a nuestra esperanza, y a nuestra lucha
interna, y a nuestra fe, y al tono de nuestra obra manual, el contenido de un
mensaje al mundo. Este año ha sido el año de la paz argentina, de la concordia
argentina, de la fe y de la esperanza suprema en lo argentino..
Hablo con el corazón de una mujer de pueblo, de una descamisada más. Hablo con
el lenguaje sin engaño con que hablamos de una realidad palpable, día a día, en
nuestras cotidianas aproximaciones. Hemos desterrado la mentira, y hemos dado a
cada uno lo suyo, y nos esforzamos por perfeccionar el valor práctico de nuestra
obra, llegando a todos los extremos del país, para que en la familia argentina no
haya hijos y entenados No trabajamos para los primogénitos ni para los ahijados ni
hemos creado padrinazgos. Trabajamos para todos y para cada uno, en la medida
cristiana y evangélica. Y ha sido este año de 1947, como lo será el de 1948 y lo fue el
de 1946, el año de la verdad argentina: la verdad traducida en trabajo, en justicia,
en solidaridad para con el olvidado, con el débil, con el errado, con el menos
capacitado para emprender el riesgo de la vida. Mi corazón de mujer ha sabido
intuitivamente vuestras inquietudes y vuestras pasiones, y vuestras orgullosas
alegrías de triunfadores de la verdad, de triunfadores de la justicia, de triunfadores
de la esperanza argentina. El país que soñamos es el mismo país que seguimos
construyendo a pasos agigantados. El país que quisimos es el mismo país que
estamos consolidando, venciendo día a día la obstrucción de los descreídos, de los
ociosos y de los ridículos desplazados del poder, que no supieron ni conservar ni
enaltecer. Trabajamos con la verdad, sobre la realidad, y el balance práctico de este
año de realizaciones de todo orden es la mejor defensa de nuestras convicciones. Es
el mejor acicate de nuestros deberes. Es la mejor impulsión para el año que viene.
Necesitamos hacer un gran país amplio, recio, libre en sus recursos naturales,
fuerte en sus decisiones, generoso y justo en su trato a los hombres. Necesitamos
seguir creando, seguir produciendo, seguir suscitando ímpetus, seguir templando
voluntades. Necesitamos ir hacia adelante, triturando la incomprensión,
destruyendo la rutina, desterrando la teoría del menor esfuerzo.
Sé que tras los muros inaccesibles del éter, en cada rincón del país hay un corazón
que comparte mi fe y siente el mismo fervor. Sé que estáis ahí, donde quiera que el
destino os colocó, sabiendo, como ahora lo sé yo, que la Nación ha dado un vuelco
magnífico. Y que ese triunfo, reiterado y afirmado en este año que acaba, es el
triunfo del pueblo, inaugurado el 24 de febrero. Cuando las clases dirigentes
vegetaban, el pueblo fue el que tomó la antorcha del mando. Cuando los demás
fracasaban en su misión ejecutiva, o negaban capciosamente el derecho al poder de
las masas argentinas, fue ese pueblo el que supo enfrentar el destino de la
República. Esta fue la lección democrática de un gran pueblo del mundo. Esta fue
la batalla de una Nación por su existencia misma. Esta fue la resurrección del
hombre, en la Argentina. Vale más un solo brazo de nuestros trabajadores que mil
libros destinados a engañar una conciencia o a disfrazar la ansiedad de un pueblo.
Vale más la defensa de una sola familia productora argentina que mil teorías de
gobierno enunciadas para confundir el pensamiento de un ciudadano. Vale más
remediar y restañar la fe en su tierra de un obrero criollo que alardear de una
cultura política que comienza por negar el derecho al sustento decoroso de cada
individuo.
1947 fue el año de una fe positiva. 1948 será también el año de una batalla práctica
que aleja la inquietud, que determine, en fin, la estructura decisiva del nuevo país,
para cuyo nacimiento convoca nuestro gran Plan Quinquenal.
Descamisados de la Patria, compañeros de una misma vigilia pujante: sed este año
que se inicia más fieles a vuestro líder, más unidos en torno a vuestra causa
suprema, más diestros y más firmes en la sagrada consigna de producir. Sed este
año más celosos de vuestras conquistas y, al mismo tiempo, sed también más
responsables de vuestros deberes esenciales. Sed más decisivos, más
intransigentes, más humanos en la obra común y manteneos alerta, en el puesto
que os fijó la Divina Providencia: el de ser defensores de una revolución incruenta,
mientras estéis en posesión de la justicia y la verdad. Cuidad este movimiento
salvador, único en el mundo, en este instante de amarga desilusión ideológica,
cuando la vista cansada del globo se dirige hacia nosotros, inquiriendo la raíz de
nuestros milagros. Sabed que cada fábrica es parte de un engranaje colosal y que
ese engranaje caminará perfectamente, mientras cada uno de sus dientes ajuste con
el otro, con plena responsabilidad, con plena matemática, con pleno afán
constructivo. Desechad la voz solapada de los derrotistas y de los desplazados; el
nuestro es un mensaje optimista y ardoroso, que no se nutre en el odio, ni en la
envidia, ni en la tristemente actual estrategia de la mentira. Sabéis dónde está el
enemigo, sabéis sus armas, sabéis sus argumentos enmohecidos por la vileza:
cuidaos, pues, de dejaros arrebatar el triunfo de estos años decisivos que
consolidan para vosotros y para los que vendrán tras de vosotros.
En esta hora suprema del cambio de año, en este momento de tregua alegre, al
calor de la alegría familiar que es ante todo la más maravillosa de nuestras
victorias, en este momento lleno de impacientes reclamos de fiesta, justo era
reparar en el significado de la hora para darle otro realce. Argentinos, brindad esta
noche por la ventura de vuestros hijos. Agradeced a Dios de vivir sobre la tierra de
la paz, de la confianza, que está haciendo la felicidad figura de seres que vendrán a
sucedernos. Evocad las aduanas repletas, evocad los surcos hinchados por los
frutos, evocad los ganados y las fábricas humeantes. Evocad esa maquinaria de
hierros y hombres que trepida y afianza su vibración colosal. Evocad a esos
millones de seres que componen el país, puestos ahora en marcha, con una sola
finalidad de liberación, con un solo pensamiento redentor, con una sola masa de
músculos que responden a una sola voluntad de trabajo. Evocad el corazón de ese
argentino, de ese descamisado anónimo que ha ganado el escenario de esta tierra
para representar el drama de la fecundidad y de la justicia, y al evocarlo dirigid la
vista a las estrellas de nuestro cielo augural. Que al sonar de las doce campanadas
rituales y entrar en el nuevo año, nos iguale en la humildad la misma mirada hacia
el cielo y el mismo pulso glorioso que nos reunió en una revolución salvadora. Que
todos, que todos, con la garganta acongojada por el agradecimiento y las lágrimas
de felicidad, lancemos al unísono el mismo grito de triunfo y de fe: ¡Dios proteja a
la República deja Paz y el Trabajo! ¡Dios proteja a la República Argentina!

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