Excelentísimo señor, excelentísimos señores ministros, autoridades eclesiásticas,
militares y civiles, señoras y señores:
Confieso que sentía y amaba a España, pero el amor de España me abruma tanto,
hasta hacerme desconfiar de la amplitud de las palabras de agradecimiento con que
en nombre de mi pueblo, el de mi esposo y el mío propio, debo aceptar esta ofrenda
máxima de vuestra hospitalidad. Me entregáis, señor, la Gran Cruz de una
condecoración que toma su nombre de la Reina Católica. Colaboradora en el
descubrimiento de un Mundo con la conquista de un reino de este Mundo. Sabéis el
testimonio de su fe católica; me hacéis partícipe de su calo de gobernante; de sus
triunfos; de su temple magnífico de mujer y de aliada de combate en la renovada
estirpe y siempre fresco destino de ganar almas para la cruz y tierras para España.
No acierto en verdad a encontrar ese término que envuelve a uno en apretado y
cálido eco, el fervor y la tibieza y la imponderable sensación de encontrarme —con
todo el pueblo argentino— unido siempre a vosotros y con vosotros en este
momento de especial significación.
Entiendo que esta distinción personal es extensiva a la representación de mi país.
Sé que me entregáis esta gran cruz de la reina españolísima como un homenaje de
la Madre Patria a una de sus hijas predilectas; en tal carácter, con tal destino
especial, la acepto y la tomo en custodia.
Con ella retornaré a la cotidiana tarea de reconquista social y moral de nuestro
pueblo. Será, en todo caso, por su tradición y significado, el acicate de esta otra
batalla diaria, que, cual la de Isabel, rendimos en mi país por aproximar a todos los
hombres a la justicia común de ser hombres y, por tanto, seres que compartan
entre sí sin discordias la tarea bíblica de trabajar en armonía, sin expoliación ni
esclavitud. Esta es la lección de admirable fe que esta condecoración me da, la de
luchar y acrecentar en toda medida las conquistas materiales y espirituales de mis
hermanos; esta es también, me apresuro a declararlo, la intención, la emoción y el
impulso con que mi esposo, el Señor Presidente de la República Argentina, recibirá
este obsequio de España
Legado de una reina combativa que ayudó a visionarios y colaboró con caballeros
de armas en sus propias conquistas de moros. Legado de una reina que atendió a lo
universal, la fe católica y la expansión de su reino cristiano. Legado de Isabel, la
mujer que estuvo más cerca de Dios en el tiempo sagrado de España, cuando estar
cerca de Dios era combatir y rezar. No otra cosa, insisto, es para mí este símbolo;
fervor de multitud; emoción de pueblos que se revuelven en sus designios que
superan la tiranidad; pueblos que están sedientos por consolidar un futuro más
amplio; un horizonte más abierto; una vida más llena de posibilidades: Emoción de
un alma de mujer que ha sabido reunir en las pasiones miles de voluntades, miles
de privaciones, miles de ímpetus solidarios Los días de apasionamiento que
encarna esta gran cruz de Isabel pueden ahora confundirse con la emoción popular
de esta Isabel siempre viva y siempre combativa y cristiana que es España. Isabel
está en vosotros y en todos los trabajadores de España, porque Isabel la Católica es
España misma, y España ha sido siempre el sacrificio, el trabajo y la generosidad.
Quiero ver en este regalo que acepto en nombre de mi pueblo, este otro pueblo de
España, imagen de Isabel, unidos siempre al impulso de una obra monumental que
supera el presente, nosotros hijos, de miles de necesidades, que trabajamos y
luchamos denodadamente para que este futuro alcance en bienestar a todo el
mundo, dentro del ordenamiento social cristiano accesible a todas las privanzas y a
todas las necesidades.
La Argentina dio otra vez al mundo la certeza de que los derechos del trabajador no
eran mera letra muerta. La Argentina acaba de incorporarlos a su jurisprudencia,
como España incorporó a la suya, cuando Isabel, los derechos humanos a la
eternidad. Unos y otros, aquí y allá, hemos estado combatiendo por la verdad
divina, y por la verdad humana; hemos defendido y combatido por el hombre
olvidado, desechado combatir solamente por su habilidad para producir. Somos el
pueblo de trabajadores que ha hecho y ha dado la paz y razón de existir. Damos
gracias a la divina providencia que nos ha permitido ser justos, equitativos y
solidarios para con nuestros hermanos que no tienen ya diferencias sociales y
luchan por hacer desaparecer las ultimas que aún puedan existir. La paz y el
trabajo son las bases de la nueva sociedad argentina de mi mensaje, el de la mujer
argentina, que ha de cantar ahora para todas las mujeres españolas esa verdad
fundamental de nuestra existencia. Trabajar por un futuro mejor en una tierra a la
que Dios favoreció con el bien maravilloso de la paz. Esta gran cruz nos recuerda la
intensidad de Dios y la intensidad de ambiciones que hay en el mundo que
compartimos. Isabel fue una reina popular porque su tienda de campaña estuvo en
el corazón de sus hombres.