Ustedes saben que no poseo mucha elocuencia para pronunciar discursos. Por
eso voy a dirigirme a ustedes como lo hago siempre: con el corazón. Pueden
imaginarse con cuánta alegría he participado del acto que se realiza hoy en este
recinto para materializar una conquista del gremio que ustedes representan,
como es la firma de un convenio que importa para todos ustedes una mejora
real en las condiciones de labor y en sus salarios. Recuerdo que cuando Costita,
como cariñosamente llaman ustedes a su dirigente, -vino a pedirme a mí y al
secretario de Trabajo, el compañero Freire, que colaboráramos, a fin de que
pudiéramos llegar a la feliz conclusión a que hoy arribamos, le dije que con todo
interés someteríamos este problema al General Perón porque ustedes merecían
que así lo hiciéramos.
Pero esa actitud tuvo su razón: saben ustedes el profundo cariño que sentimos
por todos los dirigentes que desde la primera hora han seguido fieles al Coronel
Perón, no sólo porque tenían hacia él una verdadera lealtad, sino porque sabían
que, mientras Perón estuviera a su lado, todo lo tendrían. Felizmente para
todos, esos anhelos se han cumplido. El viejo Coronel Perón, que cuando creó
esta Secretaría de Trabajo lo hizo con el único fin de abrazar la bandera de los
trabajadores, hoy, desde la Casa Rosada, sigue luchando por ese mismo ideal.
Yo, que soy la más modesta de los colaboradores del General Perón, he venido a
esta casa para estar más en contacto con los que de ella necesitan, es decir, con
los trabajadores argentinos. Y hoy, desde esta casa, que fue creada por el
Coronel Perón y a la que él considera siempre como una hija, puedo asegurarles
que, desde la Casa Rosada, el viejo Coronel Perón la sigue considerando como la
casa del pueblo, lo que quiere decir la casa de los verdaderos trabajadores, de los
descamisados de corazón, pero no de aquellos que lo único que tienen de tales
es el overol y se infiltran en los gremios pretendiendo confundir a la auténtica
masa trabajadora argentina.
Se critica nuestra obra social y hasta ha llegado a decirse en la Cámara de
Diputados de la Nación que lo único que damos al pueblo trabajador son
limosnas. Ante esos ataques y para no dar más que hablar de mí, hubo un
momento en que pensé retirarme. Me vi obligada, sin embargo, a desistir de ese
propósito al verme alentada por las cartas que me llegaron de todos los
sindicatos peronistas y por las muestras de adhesión que he recibido a diario al
recorrer las fábricas y talleres donde nuestros queridos descamisados saben
bien que la obra de justicia social del Gobierno es una realidad. Por eso,
mientras los sinceros peronistas, mientras mis queridos descamisados estén
contentos conmigo, no habrá ningún señor diputado que me haga alejar de mis
tareas.
No podemos olvidar que fue también el Coronel Perón el primero en reconocer
el derecho que asistía a las mujeres para intervenir en la discusión de los
problemas que nos atañen. Con tal motivo, hubo una gran reunión en el
Congreso de la Nación y fue precisamente el General Perón quien les dijo a las
mujeres que debían formar una gran caravana para defender sus derechos.
Ahora se ha hecho un gran silencio alrededor del voto femenino y solamente se
ocupan de él, el Coronel Perón y la modesta mujer que les habla, porque parece
que no a todos les conviene que las mujeres votemos. Sin embargo, se
equivocan: las mujeres, las descamisadas, las verdaderas peronistas, vamos a
votar porque ese fue uno de los sueños del Coronel Perón y ya todo el mundo
sabe que sus sueños se realizan. Vamos a votar porque el General Perón tuvo
siempre gran confianza en la mujer que bien supo dar prueba de su valor en
aquel 17 de octubre, desde el momento en que, así como los hombres salieron a
la calle a defenderlo a Perón, también las mujeres fueron heroicas en esa
jornada histórica. Formaremos una gran caravana de mujeres y abrazaremos la
bandera de Perón porque es la bandera de la Patria.
Compañeras: ustedes saben con cuánto cariño, desde mi modesto despacho que
tan gentilmente me cediera el compañero Freire, colaboro en la obra del General
Perón. Ustedes lo saben y por eso no temen mi actuación, porque están seguros
de que yo no he venido aquí para molestarlos. Saben muy bien que mi único
deseo es recoger personalmente todas las inquietudes de los trabajadores para
llevárselas al General Perón, que, como todos ustedes también saben, es sólo un
compañero más que está sentado en el sillón de Rivadavia. Su corazón es una
especie de caja de resonancia donde repercuten todos los sinsabores y alegrías
de los descamisados. No deben ustedes, entonces, cantar otro himno que el
nuestro, no tener otra bandera que la de nuestra Patria y no vitorear más que al
General Perón.
He dicho hace un momento que hay quienes pretenden confundir a la masa
trabajadora, pero ahora les digo que no nos van a engañar tan fácilmente.
Debemos producir, producir y producir para que el plan de Perón siga adelante;
ya que su realización constituye el bien para todos los argentinos. Pero ese
sacrificio, que sobre todo realizarán los descamisados, ha de ser para bien de la
Patria y de los trabajadores argentinos porque, ante todo, el plan de Perón
favorece a los queridos descamisados.
Nosotros, los peronistas, tenemos dos banderas, que son la de la lealtad y la del
trabajo. Símbolo de la primera ha sido y es el Coronel Mercante. Nadie puede
olvidar que en los momentos más difíciles el Coronel Mercante se puso a las
órdenes del Coronel Perón diciéndole: “Aquí a su lado tiene a un hombre que
sabrá dar su vida por usted”. Pero así como lo tuvo y lo sigue teniendo al
Coronel Mercante a su lado, también tiene a ese pueblo valeroso que el 17 de
Octubre supo jugarse por él.
Al retirarme y al confundirlos a todos en un gran abrazo, los felicito de corazón y
les digo que pueden irse contentos a sus casas, en la seguridad de que el sueño
de los descamisados ha de realizarse porque así lo desea el Coronel Perón.