Llego a este importante y trascendente lugar, trayendo la palabra de la Unión
Cívica Radical y la representación de los partidos políticos que, en estos tiempos,
conjugaron un importante esfuerzo al servicio de la unidad nacional: el esfuerzo de
recuperar las instituciones argentinas y que, en estos últimos días, definieron con
fuerza y con vigor su decisión de mantener el sistema institucional de los
argentinos. En nombre de todo ello, vengo a despedir los restos del señor
Presidente de la República de los argentinos, que también con su presencia puso el
sello a esta ambición nacional del encuentro definitivo, en una conciencia nueva,
que nos pusiera a todos en la tarea desinteresada de servir la causa común de los
argentinos.
No sería leal, si no dijera también que vengo en nombre de mis viejas luchas; que
por haber sido claras, sinceras y evidentes, permitieron en estos últimos tiempos la
comprensión final, y por haber sido leal en la causa de la vieja lucha, fui recibido
con confianza en la escena oficial que presidía el Presidente muerto.
Ahí nace una relación nueva, inesperada, pero para mí fundamental, porque fue
posible ahí comprender, él su lucha, nosotros nuestra lucha y, a través del tiempo y
las distancias andadas, conjugar los verbos comunes de la comprensión de los
argentinos.
Pero guardé yo, en lo íntimo de mi ser, un secreto que tengo la obligación de
exhibirlo frente al muerto. Ese diálogo amable que me honró, me permitió saber
que él sabía que venía a morir a la Argentina, y antes de hacerlo me dijo: ‘Quiero
dejar por sobre todo el pasado, este nuevo símbolo integral de decir
definitivamente, para los tiempos que vienen, que quedaron atrás las divergencias
para comprender el mensaje nuevo de la paz de los argentinos, del encuentro en las
realizaciones, de la convivencia en la discrepancia útil, pero todos enarbolando con
fuerza y con vigor el sentido profundo de una Argentina postergada.’
Por sobre los matices distintos de las comprensiones, tenemos todos hoy aquí en
este recinto que tiene el acento profundo de los grandes compromisos, que decirle
al país que sufre, al pueblo que ha llenado las calles de esta ciudad sin distinción de
banderías, cada uno saludando al muerto de acuerdo a sus íntimas convicciones –
los que lo siguieron, con dolor; los que lo habían combatido, con compresión–, que
todos hemos recogido su último mensaje: ‘He venido a morir en la Argentina, pero
a dejar para los tiempos el signo de paz entre los argentinos”.
Frente a los grandes muertos… frente a los grandes muertos tenemos que olvidar
todo lo que fue el error, todo cuanto en otras épocas pudo ponernos en las
divergencias; pero cuando están los argentinos frente a un muerto ilustre, tiene que
estar alejada la hipocresía y la especulación para decir en profundidad lo que
sentimos y lo que tenemos. Los grandes muertos dejan siempre el mensaje.
Sabrán disculparme que recuerde, en esta instancia de la historia de los argentinos,
que precisamente en estos días de julio, hace cuarenta y un años el país enterraba a
otro gran presidente: el doctor Hipólito Yrigoyen.
Lo acompañó su pueblo con fuerza y con vigor, pero las importantes divergencias
de entonces colocaron al país en largas y tremendas discrepancias, y como un
símbolo de la historia como un ejemplo de los tiempos, como una lección para el
futuro, a los cuarenta y un años, el país entierra a otro gran presidente. Pero la
Fuerza de la República, la comprensión del país, pone una escena distinta, todos
sumados acompañándolo y todos sumados en el esfuerzo común de salvar para
todos los tiempos la paz de los argentinos.
Este viejo adversario despide a un amigo. Y ahora, frente a los compromisos que
tienen que contraerse para el futuro, porque quería el futuro, porque vino a morir
para el futuro, yo le digo Señora Presidente de la República: los partidos políticos
argentinos estarán a su lado en nombre de su esposo muerto, para servir a la
permanencia de las instituciones argentinas, que usted simboliza en esta hora.