Desde que esta casa se fundó, yo he tenido siempre el privilegio de llegar a ella
una vez por semana, de tarde, para conversar con los compañeros trabajadores
que circunstancialmente se encontraban en la Capital, si eran del interior, o con
los que normalmente estaban aquí, a cargo de los puestos directivos de la
organización sindical.
Podría decir hoy que retomamos nuevamente esa vieja costumbre de que yo
tenga el honor y el placer -una vez por semana, por lo menos- de conversar
directamente con los trabajadores y de hacerles conocer las ideas y directivas
fundamentales que nuestro Movimiento, especialmente al servicio de la clase
obrera, está realizando en la medida de las posibilidades.
Ya en 1946 nosotros tomamos una situación que, si bien no era tan
desfavorable como la de hoy, no era desde ningún punto de vista desfavorable.
La pusimos al día y, durante nueve años, la hicimos funcionar en beneficio del
pueblo argentino y de la dignificación de sus trabajadores, que era uno de los
objetivos fundamentales.
Hoy yo quisiera tratar un tema que es especialmente importante por el
momento que vivimos. Y es esa aparente controversia que parece haber
producido en algunos sectores del peronismo; la lucha que, aparentemente, ha
sido planteada como acusación a una burocracia sindical, por un lado, y a los
troskos, por el otro.
Indudablemente, en movimientos como el peronista, de una amplitud tan
grande y de un proceso cuantitativo tan numeroso, tiene que haber de todo en lo
que a ideologías se refiere.
Yo siempre he manejado el movimiento peronista con la mayor tolerancia en
ese sentido, porque creo que los que se afilian y viven dentro de un movimiento
multitudinario como lo es el peronista, deben tener absoluta libertad para
pensar, para sentir y para obrar en beneficio de ese mismo movimiento.
Es indudable que en todos los movimientos revolucionarios existen tres clases
de enfoques: de un lado, el de los apresurados, que creen que todo anda
despacio, que no se hace nada, porque no se rompen cosas ni se mata gente.
Otro sector está formado por los retardatarios, esos que no quieren que se haga
nada, y entonces hacen todo lo posible para que esa revolución no se realice.
Entre estos dos extremos perniciosos existe un enfoque que es el del equilibrio y
que conforma la acción de una política; no ir más allá ni quedarse más acá, pero
hacer lo posible en beneficio de las masas, que son las que más merecen y por
las que debemos trabajar todos los argentinos.
Es probable que la revolución sea tan vieja como el mundo, porque el mundo
nunca ha sido estático, sino que ha estado siempre en evolución permanente, y
las revoluciones siempre son parte de esa evolución.
Quizá los inventores de la revolución organizada hayan sido los griegos, que
nos legaron la demos griega y la revolución de Platón. Ellos, quizá, fueron los
inventores de la revolución organizada; pero la Grecia de ese tiempo, antes de
lanzar la revolución, colocó en el frontispicio de todas sus universidades una
frase que indica lo que la revolución debe ser. Decía esa frase: “Todo en su
medida y armoniosamente”. Eso es la revolución: los cambios realizados en su
medida y armoniosamente, para que no llegue a resultar que el remedio sea
peor que la enfermedad.
Cuando se habla de revolución, algunos creen que se hace a fuerza de bombas
y de balazos. Revolución, en su verdadera acepción; son los cambios
estructurales necesarios que se practican para ponerse de acuerdo con la
evolución de la humanidad, que es la que rige todos los cambios que han de
realizarse.
El hombre cree a menudo que él es el que produce la evolución. En esto, como
en muchas otras cosas, el hombre es un poco angelito. Porque es la evolución la
que él tiene que aceptar y a la cual debe adaptarse. En consecuencia, la
revolución por los cambios del sistema periférico, que es lo único que el hombre
puede hacer, es para ponerse de acuerdo con esa evolución que él no domina,
que es obra de la naturaleza y del fatalismo histórico. Él es solamente un agente
que crea un sistema para servir a esa evolución y colocarse dentro de ella.
Quiere decir que la revolución de que nosotros hablamos no es una causa,
sino un efecto de esa evolución, que nosotros debemos poner al día a través de
sistemas.
Por eso, contemplando sintéticamente la historia, vemos que al Medioevo
corresponde un sistema feudal. El Medioevo es un producto de la evolución de
la humanidad, que no dominamos nosotros. El sistema feudal es lo que el
hombre crea para poder andar dentro de ese sistema.
Después del Medioevo viene la etapa nacionalista; es decir, la formación de
las nacionalidades. Y allí nacen el sistema demoliberal-capitalista y el sistema
comunista; porque los dos nacen en el siglo XVIII y se desarrollan en ese siglo y
en parte del XIX. Uno es el capitalismo individualista, y el otro es el capitalismo
de Estado. En el fondo, son dos sistemas capitalistas.
Ahora bien, esos sistemas han servido para el siglo XIX y principios del XX;
hoy ya están perimidos los dos… No uno solo: los dos. Y voy a decir por qué
están perimidos, por qué han sido superados ya por la evolución.
El sistema demoliberal-capitalista está perimido, porque fue creado para
servir a la etapa de las nacionalidades, que hoy también está terminando, para
dar nacimiento a la etapa del continentalismo. Hoy los hombres ya se están
agrupando por continentes y no por naciones, y aquel sistema fue creado para
eso.
No podemos negar que en los dos siglos en que ese sistema actuó, la ciencia y
la técnica avanzaron más que en los diez siglos precedentes. Pero tampoco
podemos negar que todo ese inmenso progreso fue realizado sobre el esfuerzo,
el sacrificio, el dolor y la miseria de los pueblos del mundo.
Pero esos mismos sistemas pusieron al alcance del hombre los medios
técnicos y científicos que esclarecieron a los pueblos; porque hoy, un hombre
que vive allá en la montaña y baja una vez por año, está todo el día con el
transistor en la oreja, que le está diciendo lo que pasa en ese momento en el
mundo entero. Los pueblos se han esclarecido y ya no quieren sacrificarse; y si
se los somete al sacrificio, se rebelan. Aceptan un esfuerzo mancomunado, un
esfuerzo realizado por todos en bien de la colectividad y de cada uno, dentro de
un régimen de acuerdo y no de presiones.
Ése es el sistema que corresponde a nuestros días y el que se está imponiendo
en el mundo; vale decir, una democracia integrada, donde cada uno hace su vida
con toda amplitud y toda libertad, pero luchando para que la comunidad se
realice y haciendo posible que, en esa comunidad realizada, cada uno pueda, de
acuerdo con sus condiciones y según sus esfuerzos, realizarse a sí mismo.
Éste es el paso que el mundo está dando hacia el continentalismo. Es sobre
esa base como los pueblos se están poniendo de acuerdo por continentes y
realizando esta etapa de evolución de la humanidad en orden y con cierta
tranquilidad.
Por esa razón es que el antiguo sistema demoliberal-capitalista ha muerto.
Hay algunos que todavía lo defienden, y yo he encontrado tontos que suspiran
por lo que pasaba en el Medioevo. De manera que no debemos admirarnos que
haya quien suspire por el demoliberalismo-capitalista, hoy totalmente superado
por la evolución.
En cuanto al comunismo, ocurre lo mismo. El comunismo cometió un
gravísimo error…, es decir, el marxismo. El marxismo se crea en la época de las
nacionalidades; pero es el propugnador de un internacionalismo dogmático que
corresponderá a la etapa del universalismo, cuando el mundo entero, merced al
impulso de la evolución, tenga que unirse y organizarse en conjunto para poder
subsistir, o de lo contrario lanzar la bomba atómica para suprimir la mitad de la
humanidad. Porque el problema de la superpoblación y de la falta de materia
prima, que ya estamos notando, creará problemas sin solución para la
humanidad del futuro.
El comunismo, en el siglo XVIII y en el siglo XIX, cuando comienza a
promoverse, está ya pensando en ese universalismo. Es un apresurado; el otro,
la burguesía, una retardataria: tienen los dos que fracasar. Y así han fracasado.
Y ustedes ven en esto que las desgracias suelen unir.
Hemos visto que al terminar la segunda guerra mundial se produce la
conferencia de Yalta, donde la burguesía y el comunismo se ponen de acuerdo.
Viene después Potsdam, donde se hacen los tratados que permiten que poco
después Santo Domingo sea ocupada por cuarenta mil marines del imperialismo
yanqui. Con el okey de los yanquis, pero también con el okey de los rusos.
Poco después, Checoslovaquia es ocupada por las fuerzas del Pacto de
Varsovia, con el okey de los rusos, pero también con el okey de los yanquis. Si
ellos no están de acuerdo, bueno, lo disimulan muy bien.
Hace pocos días, Brezhnev hizo una visita de amistad al presidente Nixon, por
primera vez desde la guerra mundial. Es decir que son hechos que están
demostrando el acuerdo, que no critico, porque creo que es constructivo que se
pongan de acuerdo, pero más constructivo es que nosotros formemos un tercer
mundo.
Y digo esto, compañeros, porque indudablemente la evolución de la
humanidad se acelera cada día más. El Medioevo, en la época de las
nacionalidades, va durando dos siglos, pero ya es la época del automóvil. El
continentalismo quién sabe si durará 25 o 30 años, en la época del jet, en que se
anda a mil kilómetros por hora y en que se va a llegar a superar la velocidad del
sonido. Porque la evolución marcha con la velocidad de los medios que la
impulsan. Estaremos llegando ya al universalismo.
Conversaba con uno de los dirigentes diplomáticos que actuaron en el
Congreso de Estocolmo, que se reunió para la defensa ecológica de la Tierra;
porque el hombre ha comenzado a pensar que está despilfarrando los medios
naturales que no son infinitos, desgraciadamente, y que un día va a llegar en que
se va a quedar sin tierra, sin agua y sin aire, y entonces sí que la va a pasar
canuta, como dicen los gallegos. Indudablemente, este proceso el hombre ha
comenzado a verlo. Y yo conversaba con ese señor, un hombre de gran
ilustración, de gran capacidad y sobre todo de grandes conocimientos. Le
preguntaba qué sacaron en limpio de esa reunión, y me contestó:
“Extraordinario. En primer lugar, allí no se habló de los países, se habló de la
Tierra. Segundo, nos dimos cuenta de que el mundo marcha hacia la
universalización o hacia la hecatombe: segunda enseñanza. Y tercera, nos dimos
cuenta de lo estúpidos que han sido los hombres, que durante siglos han muerto
por millones, defendiendo unas fronteras que sólo estaban en su imaginación”.
Frente a este imperativo de la evolución, nosotros debemos pensar que quizás
antes del año 2000, en que se doblará la actual población en la Tierra y
disminuirá a la mitad la materia prima disponible para seguir viviendo, se va a
tener que producir, indefectiblemente, la integración universal. Es decir que los
hombres deberán ponerse de acuerdo en la defensa total de la Tierra y en su
utilización como hermanos y no como enemigos unos de otros.
Además de eso, será necesario llegar a la solución del problema de la
superpoblación. En la Tierra ya ha habido superpoblación; eso se ha producido
en algunas regiones, ya que obedece no sólo al número de habitantes, sino a la
desproporción entre el número de habitantes y los medios de subsistencia.
Las soluciones han sido siempre de dos naturalezas: una es la supresión
biológica, es decir, matar gente, de lo cual se encargan la guerra, las pestes y el
hambre, que es la enfermedad que más mata en la Tierra. La otra solución es el
reordenamiento geopolítico, que permite una mayor producción y una mejor
distribución de los medios de subsistencia.
Si el hombre, en lo que resta hasta el año 2000 y comienzos del siglo XXI, no
ha resuelto el problema por la vía geopolítica, produciendo más y distribuyendo
con mayor justicia lo que el hombre necesita para subsistir, no quedará otro
remedio que lanzar en masa la bomba atómica, que también puede ser la
solución si la insensatez de los hombres no ha utilizado el camino constructivo y
se ha decidido por el destructivo.
Compañeros: éstas son cosas tan claras que no es necesario ser científico ni
estar muy bien informado para comprenderlas. Basta oírlas y conocerlas. Son
cosas evidentes, como es evidente la verdad que habla sin artificios.
Si ése es el problema, la universalización de la Tierra será el mejor camino
para la solución geopolítica. Es decir, para resolver el problema con una mejor
producción, mejor organizada y mejor distribuida, tanto de la comida como de
la materia prima, que van a ser las dos necesidades prioritarias en ese futuro ya
casi inmediato.
Si eso ha de hacerse, no se hará por sí solo, porque estas cosas solas no se
pueden realizar. Tendrán que ser realizadas por las grandes fuerzas que
orientan y manejan la transformación de la humanidad.
En este momento serían: el imperialismo yanqui, o el imperialismo soviético,
o un tercer mundo. Si esa integración universal la realizara cualquiera de los
imperialismos, la haría en su provecho, y no en provecho de los demás.
Solamente la conformación de un tercer mundo podría ser una garantía para
que la humanidad pudiese disfrutar de un mundo mejor en el futuro. Pero para
eso, ese tercer mundo tiene que organizarse y fortalecerse.
Hace ya casi treinta años, nosotros, desde aquí, lanzamos la famosa tercera
posición, que entonces cayó aparentemente en el vacío, porque ya había
terminado la guerra mundial y no estaba el horno para bollos. Se rieron de
nosotros. Pero han pasado veintisiete años desde entonces, y hoy las tres cuartas
partes del mundo pujan por estar en ese tercer mundo.
Éstos son, compañeros, los grandes problemas. Los pequeños problemas
políticos en los cuales hemos estado empeñados hasta ahora los argentinos,
frente a estas asechanzas del futuro inmediato, ¿qué importancia pueden tener?
Son asuntos pequeños y gallináceos, diríamos así, que andan a ras del suelo. Es
necesario pensar ya en grande, para el mundo, dentro del cual nosotros
realizaremos nuestro destino o sucumbiremos en la misma adversidad en que
sucumban los demás.
Hoy es necesario pensar de otra manera. Ya no se puede pensar con la
pequeñez de los tiempos en que todos querían disfrutar y ninguno quería
comprometer su destino ni su felicidad futura para asociarla a la de los demás.
Hoy eso es indispensable, porque en un mundo que no se realice, no habrá país
que pueda hacerlo, y dentro de esos países que no se realicen, no habrá
individuos que puedan lograrlo.
Trabajar hoy por la felicidad del hermano vecino es trabajar también por la
felicidad de todos los demás.
Pienso yo que éste es el camino de nuestra revolución. Si nosotros
entendemos eso, no habrá otra revolución que pueda estar sobre los objetivos de
la que nosotros defendemos, integrándonos en el continente latinoamericano,
que es el último que va quedando por integrarse. Todos los demás lo han hecho.
Europa se ha integrado ya casi en una asociación confederativa política para
defenderse de las asechanzas de ese futuro, que ellos ven con una tremenda
claridad. Se está integrando Asia, como se está integrando África. Y nosotros
vamos resultando el último orejón del tarro.
Ése es el empeño que debemos poner, y en eso estamos. En 1948 realizamos
un tratado de complementación económica en Chile, buscando crear la
comunidad económica latinoamericana, que pusiera en paralelo nuestros
intereses y uniera nuestros países. Tuvimos mucho éxito inicialmente; casi
todos los países latinoamericanos, excepto los cipayos conocidos, se unieron y
adhirieron a ese tratado de complementación económica.
Fíjense que lo hicimos en 1948, y en esto los apresurados fuimos nosotros,
porque Europa lo hace después, en 1958, en el Tratado de Roma, diez años
después que nosotros. Y ahora nosotros estamos veinte años más atrás que
ellos.
Indudablemente, nosotros caímos bajo la férula del imperialismo yanqui, que
no permitió a estos países unirse, y que ha estado luchando siempre por
separarlos y enfrentarlos entre sí, a fin de que esa unidad no se produzca.
¿Por qué lo han hecho? Muy simplemente, porque ellos se están quedando sin
materias primas y están queriendo conservar como países satélites a aquellos
que tengan las grandes reservas de comida y materias primas para esa
superpoblación que está ya a 25 ó 30 años de distancia. Ellos querrán que
después nosotros trabajemos para darles a ellos de comer y para darles nuestra
materia prima. ¿Por qué? Porque los países superdesarrollados son los pobres
del futuro, y los países infradesarrollados serán los ricos del futuro, que tendrán
la materia prima y la comida suficiente.
Ahora bien, ésa es nuestra esperanza, pero también es nuestro peligro, porque
la historia prueba que cuando los grandes y los fuertes han necesitado ambas
cosas, salieron a tomarlas donde estén, por las buenas o por las malas.
Por eso dije yo, hace ya veinticinco años, que el año 2000 nos encontrará
unidos o dominados, y cada día que pasa se comprueba más esto.
Hace pocos días, en Medio Oriente amenazaron a Estados Unidos con cerrarle
el grifo del petróleo. El petróleo que produce Medio Oriente es el 80 por ciento
del petróleo del mundo, de manera que si ellos cierran la canilla, la industria
norteamericana, que está toda montada sobre energía basada en petróleo,
tendrá un sacudón muy fuerte.
¿Cómo contestó Estados Unidos? El Senado de Estados Unidos contestó que
si eso hacían los árabes, Estados Unidos ocuparía el Medio Oriente. Eso lo va a
hacer; pero no sólo con los árabes: ¡lo van a hacer con nosotros el día en que
necesiten y no tengan!
Compañeros: esto nos está diciendo que lo que nosotros venimos sosteniendo
desde hace treinta años ha sido la verdad. Y por eso hemos vencido. Cuando nos
apresuramos y quisimos correr demasiado rápido, tuvimos una oposición que
nos cerró el paso. Pero la verdad seguía siendo permanente. Lo que ha triunfado
no es el peronismo, no es el justicialismo, no somos nosotros, y menos yo. Lo
que ha triunfado es la verdad, que es la que siempre triunfa.
Por eso pienso, compañeros, que todos esos que se sienten revolucionarios y
que quieren pelear sin necesidad, es porque se sienten malos en vez de sentirse
inteligentes.
Nosotros, los justicialistas, ya hemos dado pruebas de que somos pacientes,
de que somos prudentes; que sostenemos la razón y la verdad, y que jamás
hemos empleado la violencia para imponernos. Nosotros hemos sufrido y
soportado la violencia, pero no la hemos ejercitado, porque somos contrarios a
esos métodos. Porque el que tiene la verdad no necesita la violencia, y el que
tiene la violencia jamás conseguirá la verdad.
Por eso, a toda esa muchachada apresurada -a la que no critico porque esté
apresurada, porque Dios nos libre si los muchachos no estuvieran apresuradoshay que decirle como le decían los griegos creadores de la revolución: “Todo en
su medida y armoniosamente”. Así llegaremos. No llegaremos por la lucha
violenta: llegaremos por la acción racional e inteligente realizada en su medida y
armoniosamente.
Esto es lo que el Movimiento Justicialista propugna y por lo cual venimos
luchando desde hace treinta años, en la esperanza de que los argentinos, aun
aquellos que se opusieron a nosotros, que nos difamaron, que nos persiguieron
y escarnecieron de todas maneras, hayan comprendido ya que eso, lejos de
perjudicarnos, nos ha beneficiado, porque así hemos podido demostrar que no
es la soberbia la que domina, sino la humildad la que gobierna.