Al. Dr. Atilio García Mellid Madrid, 30 de agosto de 1971
BUENOS AIRES
Mi querido amigo:
Por mano y amabilidad del compañero Manuel Campos, he recibido su amable
carta del 23 de agosto próximo pasado, que considero una disquisición antológica
de nuestra experiencia histórica, de una tremenda objetividad que, con su
elocuente apreciación del momento que nos toca vivir, pone en evidencia lo que
muchos se afanan por desvirtuar con aviesas intenciones.
Comparto totalmente su juiciosa apreciación y estoy en la misma posición
espiritual que su carta traduce. El compañero Campos lleva una cinta
magnetofónica que le hará escuchar y que contiene:
1. Nuestro punto de Vista sobre la situación argentina;
2. Consideraciones sobre la preparación humana y técnica. En esa grabación, que
contiene mi contestación a la dictadura hecha llegar por memorándum, he tratado
de sintetizar nuestra posición con la suficiente claridad, como para que no se
llamen a engaño.
Yo no tengo la menor duda de las intenciones que abrigan los de la dictadura
militar, porque conozco los fines que sirven y los intereses que defienden, pero a
esta altura de los acontecimientos ya es muy difícil que puedan servir las trampas.
Para poderlas hacer, no es suficiente con que exista un tramposo, sino que es
preciso que también haya un tonto para creerles y ya de éstos no creo que quede
uno en la República. Es un juego demasiado visto y, por visto, demasiado conocido.
En la actualidad sabemos que carecen de la fuerza indispensable para imponer y,
dentro del mismo “entourage” del Gobierno, existen las discrepancias suficientes
como para que no puedan hacer lo que quieren. Fuera de ello, las Fuerzas Armadas
están muy divididas y, dentro de ellas, se conspira abiertamente. Es que el tiempo
trabaja ya a nuestro favor y al de nuestro Pueblo, en tanto nuestro Movimiento y la
opinión pública, están preparadas para la lucha, sea ésta de cualquier naturaleza
que sea.
Si la dictadura, que ha propuesto una solución limpia, la cumple, entregando el
Gobierno y el Poder durante el año 1972, para que las Fuerzas Armadas puedan
regresar a sus cuarteles, de donde nunca debieron salir para enfrentarse con su
Pueblo, nosotros deberemos apoyar la solución. Pero si no la cumplen, deberá estar
persuadida de que enfrentará una lucha despiadada contra todos, que podrá llegar
hasta la guerra civil si es preciso.
Dentro de esta disyuntiva no caben simulaciones, porque todo tiene su límite en el
tiempo. Nosotros pensamos que llevamos ya dieciseis años de guerra. Durante ese
lapso, hemos ganado varias batallas. La última ha sido la decisiva porque la
dictadura ha iniciado la retirada. Como es usanza en la guerra, nosotros hemos
ordenado la persecución y, como también sucede en las operaciones, el enemigo
derrotado, intenta una “mesa de negociaciones” (el Gran Acuerdo Nacional).
Nosotros concurrimos a ella porque no es todo ganar la guerra, sino que es
indispensable “ganar la paz”. Es en lo que estamos. Pero nada nos hará pensar que
la guerra ha terminado y obraremos en consecuencia.
La situación no da para más: o Lanusse llama a elecciones en el tiempo indicado y
entrega el Gobierno al que venza o caerá irremisiblemente como sus antecesores:
¡Pobre de él si no da al factor tiempo la importancia que tiene en las actuales
circunstancias! Ya no gana tiempo como algunos dicen, ahora lo pierde porque la
decisión es demasiado perentoria. Por eso, los que deben estar apurados son ellos,
no nosotros. El desgaste económico y social seguirá avanzando peligrosamente. Si
nosotros procedemos bien en lo político, su suerte está echada.
Tomado el Gobierno, por un camino o por otro, lo que necesitamos es preparación,
organización y conducción inteligente. Eso es lo que me preocupa en estos
momentos y estoy ocupado en promover por todos los medios a mi alcance.
En la actualidad contamos con todas las fuerzas políticas y gran parte de las
económicas y sindicales. Sin duda no están organizadas pero sí, en cierta medida,
cohesionadas. Todo de-pende de que se les conduzca bien. Ya estamos
acostumbrados a este estado de cosas. El que anhele manejar el orden en la
política, morirá de una sed desconocida, porque en política nunca existe el orden.
De ello se infiere que para conducir lo político, es preciso “acostumbrarse a
manejar el desorden”. En eso tengo ya una gran experiencia y la suficiente práctica.
Creo que las cosas marchan bien: por lo pronto los designios de la dictadura son
demasiado ambiciosos como para que los puedan realizar. Lo que no alcanzo a
comprender, cómo puede haber un General que crea que el Pueblo pueda votarlo,
después de lo que han hecho con el país y con su propia Institución.
Ruego por que la salud le acompañe, como para que en poco tiempo más pueda
darle el abrazo que anhelo. Le ruego que, junto con mi saludo más afectuoso,
quiera aceptar mis mejores deseos.
Un gran abrazo.
Juan Perón