Programa del 1º de Mayo
1.
Nosotros, representantes de la CGT de los Argentinos, legalmente constituida en el
congreso normalizador Amado Olmos, en este Primero de Mayo nos dirigimos al
pueblo.
Los invitamos a que nos acompañen en un examen de conciencia, una empresa
común y un homenaje a los forjadores, a los héroes y los mártires de la clase
trabajadora.
En todos los países del mundo ellos han señalado el camino de la liberación.
Fueron masacrados en oscuros calabozos como Felipe Vallese, cayeron asesinados
en los ingenios tucumanos, como Hilda Guerrero. Padecen todavía en injustas
cárceles.
En esas luchas y en esos muertos reconocemos nuestro fundamento, nuestro
patrimonio, la tierra que pisamos, la voz con que queremos hablar, los actos que
debemos hacer: esa gran revolución incumplida y traicionada pero viva en el
corazón de los argentinos.
2.
Durante años solamente nos han exigido sacrificios. Nos aconsejaron que fuésemos
austeros: lo hemos sido hasta el hambre.
Nos pidieron que aguantáramos un invierno: hemos aguantado diez. Nos exigen
que racionalicemos: así vamos perdiendo conquistas que obtuvieron nuestros
abuelos. Y cuando no hay humillación que nos falte padecer ni injusticia que reste
cometerse con nosotros, se nos pide irónicamente que “participemos”.
Les decimos: ya hemos participado, y no como ejecutores sino como víctimas en las
persecuciones, en las torturas, en las movilizaciones, en los despidos, en las
intervenciones, en los desalojos.
No queremos esa clase de participación.
Un millón y medios de desocupados y subempleados son la medida de este sistema
y de este gobierno elegido por nadie. La clase obrera vive su hora más amarga.
Convenios suprimidos, derechos de huelga anulados, conquistas pisoteadas,
gremios intervenidos, personerías suspendidas, salarios congelados.
La situación del país no puede ser otro que un espejo de la nuestra. El índice de
mortalidad infantil es cuatro veces superior al de los países desarrollados, veinte
veces superior en zonas de Jujuy donde un niño de cada tres muere antes de
cumplir un año de vida. Más de la mitad de la población está parasitada por la
anquilostomiasis en el litoral norteño; el cuarenta por ciento de los chicos padecen
de bocio en Neuquén; la tuberculosis y el mal de Chagas causan estragos por
doquier. La deserción escolar en el ciclo primario llega al sesenta por ciento; al
ochenta y tres por ciento en Corrientes, Santiago del Estero y el Chaco; las puertas
de los colegios secundarios están entornadas para los hijos de los trabajadores y
definitivamente cerradas las de la Universidad.
La década del treinta resucita en todo el país con su cortejo de miseria y de ollas
populares.
Cuatrocientos pesos son un jornal en los secaderos de yerba, trescientos en los
obrajes, en los cañaverales de Tucumán se olvida ya hasta el aspecto del dinero.
A los desalojos rurales se suma ahora la reaccionaria ley de alquileres, que coloca a
decenas de miles de comerciantes y pequeños industriales en situación de desalojo,
cese de negocios y aniquilamiento del trabajo de muchos años.
No queda ciudad en la República sin su cortejo de villas miserias donde el consumo
de agua y energía eléctrica es comparable al de las regiones interiores del África. Un
millón de personas se apiñan alrededor de Buenos Aires en condiciones
infrahumanas, sometidas a un tratamiento de ghetto a las razzias nocturnas que
nunca afectan las zonas residenciales donde algunos “correctos” funcionarios
ultiman la venta del país y donde jueces “impecables” exigen coimas de cuarenta
millones de pesos.
Agraviados en nuestra dignidad, heridos en nuestros derechos, despojados de
nuestras conquistas, venimos a alzar en el punto donde otros la dejaron, viejas
banderas de la lucha.
3.
Grandes países que salieron devastados de la guerra, pequeños países que aún hoy
soportan invasiones e implacables bombardeos, han reclamado de sus hijos
penurias mayores que las nuestras. Si un destino de grandeza nacional, si la
defensa de la patria, si la definitiva liquidación de las estructuras explotadoras
fuesen la recompensa inmediata o lejana de nuestros males, ¿qué duda cabe de que
los aceptaríamos en silencio?
Pero no es así. El aplastamiento de la clase obrera va acompañado de la liquidación
de la industria nacional, la entrega de todos los recursos, la sumisión a los
organismos financieros internacionales. Asistimos avergonzados a la culminación,
tal vez el epílogo de un nuevo período de desgracias.
Durante el año 1967 se ha completado prácticamente la entrega del patrimonio
económico del país a los grandes monopolios norteamericanos y europeos. En 1958
el cincuenta y nueve por ciento de lo facturado por las cincuenta empresas más
grandes del país correspondía a capitales extranjeros; en 1965 esa cifra ascendía al
sesenta y cinco por ciento; hoy se puede afirmar que tres cuartas partes del gran
capital invertido pertenece a los monopolios.
La empresa que en 1965 alcanzó la cifra más alta de ventas en el país, en 1968 ha
dejado de ser argentina. La industria automotriz está descoyuntada, dividida en
fragmentos que han ido a parar uno por uno a los grupos monopolistas. Viejas
actividades nacionales como la manufactura de cigarrillos pasaron en bloque a
intereses extranjeros. El monopolio norteamericano del acero está a punto de hacer
su entrada triunfal. La industria textil y la de la alimentación están claramente
penetradas y amenazadas.
El método que permitió este escandaloso despojo no puede ser más simple.
El gobierno que surgió con el apoyo de las fuerzas armadas, elegido por nadie,
rebajó los aranceles de importación, los monopolios aplicaron la ley de la selva —el
dumping—, los fabricantes nacionales, hundiéronse. Esos mismos monopolios,
sirviéndose de bancos extranjeros ejecutaron luego a los deudores, llenaron de
créditos a sus mandantes que con dinero argentino compraron a precio de
bancarrota las empresas que el capital y el trabajo nacional habían levantado en
años de esfuerzo y sacrificio.
Este es el verdadero rostro de la libre empresa, de la libre entrega, filosofía oficial
del régimen por encima de ilusorias divisiones entre “nacionalistas” y “liberales”,
incapaces de ocultar la realidad de fondo que son los monopolios en el poder.
Este poder de los monopolios que con una mano aniquila a la empresa privada
nacional, con la otra amenaza a las empresas del Estado donde la racionalización
no es más que el prólogo de la entrega, y anuda los últimos lazos de la dependencia
financiera. Es el Fondo Monetario Internacional el que fija el presupuesto del país y
decide si nuestra moneda se cotiza o no en los mercados internacionales. Es el
Banco Mundial el que planifica nuestras industrias claves. Es el Banco
Interamericano de Desarrollo el que indica en qué países podemos comprar. Son
las compañías petroleras las que cuadriculan el territorio nacional y de sus mares
aledaños con el mapa de sus inicuas concesiones. El proceso de concentración
monopolista desatado por el gobierno no perdonará un solo renglón de la actividad
nacional. Poco más y sólo faltará desnacionalizar la tradición argentina y los
museos.
La participación que se nos pide es, además de la ruina de la clase obrera, el
consentimiento de la entrega. Y eso no estamos dispuestos a darlo los trabajadores
argentinos.
4.
La historia del movimiento obrero, nuestra situación concreta como clase y la
situación del país nos llevan a cuestionar el fundamento mismo de esta sociedad: la
compraventa del trabajo y la propiedad privada de los medios de producción.
Afirmamos que el hombre vale por sí mismo, independientemente de su
rendimiento. No se puede ser un capital que rinde un interés, como ocurre en una
sociedad regida por los monopolios dentro de la filosofía libreempresista. El
trabajo constituye una prolongación de la persona humana, que no debe comprarse
ni venderse. Toda compra o venta del trabajo es una forma de esclavitud.
La estructura capitalista del país, fundada en la absoluta propiedad privada de los
medios de producción, no satisface sino que frustra las necesidades colectivas, no
promueve sino que traba el desarrollo individual. De ella no puede nacer una
sociedad justa ni cristiana.
El destino de los bienes es servir a la satisfacción de las necesidades de todos los
hombres. En la actualidad, prácticamente todos los bienes se hallan apropiados,
pero no todos los hombres pueden satisfacer sus necesidades: el pan tiene dueño
pero un dueño sin hambre. He aquí al descubierto la barrera que separa las
necesidades humanas de los bienes destinados a satisfacerlas: el derecho de
propiedad tal como hoy es ejercido.
Los trabajadores de nuestra patria, compenetrados del mensaje evangélico de que
los bienes no son propiedad de los hombres sino que los hombres deben
administrarlos para que satisfagan las necesidades comunes, proclamamos la
necesidad de remover a fondo aquellas estructuras.
Para ello retomamos pronunciamientos ya históricos de la clase obrera argentina, a
saber:
•La propiedad sólo debe existir en función social.
•Los trabajadores, auténticos creadores del patrimonio nacional, tenemos derecho
a intervenir no sólo en la producción, sino en la administración de las empresas y la
distribución de los bienes.
•Los sectores básicos de la economía pertenecen a la Nación. El comercio exterior,
los bancos, el petróleo, la electricidad, la siderurgia y los frigoríficos deben ser
nacionalizados.
•Los compromisos financieros firmados a espaldas del pueblo no pueden ser
reconocidos.
•Los monopolios que arruinan nuestra industria y que durante largos años nos han
estado despojando, deben ser expulsados sin compensación de ninguna especie.
•Solo una profunda reforma agraria, con las expropiaciones que ella requiera,
puede efectivizar el postulado de que la tierra es de quien la trabaja.
•Los hijos de obreros tienen los mismos derechos a todos los niveles de la
educación que hoy gozan solamente los miembros de las clases privilegiadas.
A los que afirman que los trabajadores deben permanecer indiferentes al destino
del país y pretenden que nos ocupemos solamente de problemas sindicales, les
respondemos con las palabras de un inolvidable compañero, Amado Olmos, quien
días antes de morir, desentrañó para siempre esa farsa:
El obrero no quiere la solución por arriba, porque hace doce años que la sufre y no
sirve. El trabajador quiere el sindicalismo integral, que se proyecte hacia el control
del poder, que asegura en función de tal el bienestar del pueblo todo. Lo otro es el
sindicalismo amarillo, imperialista, que quiere que nos ocupemos solamente de los
convenios y las colonias de vacaciones.
5.
Las palabras de Olmos marcan a fuego el sector de dirigentes que acaban de
traicionar al pueblo y separarse para siempre del movimiento obrero.
Con su experiencia, que ya era sabiduría profética, explicó los motivos de esa
defección.
“Hay dirigentes —dijo—, que han adoptado las formas de vida, los automóviles, las
casas, las inversiones y los gustos de la oligarquía a la que dicen combatir. Desde
luego con una actitud de ese tipo no pueden encabezar a la clase obrera”.
Son esos mismos dirigentes los que apenas iniciado el congreso normalizador del
28 de marzo, convocado por ellos mismos, estatutariamente reunido, que desde el
primer momento sesionó con el quorum necesario, lo abandonaron por no poder
dominarlo y cometieron luego la felonía sin precedentes en los anales del
sindicalismo de denunciar a sus hermanos ante la Secretaría de Trabajo. Son ellos
los que hoy ocupan un edificio vacío y usurpan una sigla, pero han asumido al fin
su papel de agentes de un gobierno, de una oligarquía y de un imperialismo
¿Qué duda cabe hoy de que Olmos se refería a esos dirigentes que se autocalifican
de “colaboracionistas” y “participacionistas”? Durante más de un lustro cada
enemigo de la clase trabajadora, cada argumento de sanciones, cada editorial
adverso, ha sostenido que no existía en el país gente tan corrompida como algunos
dirigentes sindicales. Costaba creerlo, pero era cierto. Era cierto que rivalizaban en
el lujo insolente de sus automóviles y el tamaño de sus quintas de fin de semana,
que apilaban fichas en los paños de los casinos y hacían cola en las ventanillas de
los hipódromos, que paseaban perros de raza en las exposiciones internacionales.
Esa satisfacción han dado a los enemigos del movimiento obrero, esa amargura a
nosotros. Pero es una suerte encontrarlos al fin todos juntos — dirigentes ricos que
nunca pudieron unirse para defender trabajadores pobres—, funcionarios y
cómplices de un gobierno que se dice llamado a moralizar y separados para
siempre de la clase obrera.
Con ellos, que voluntariamente han asumido ese nombre de colaboracionistas, que
significa entregadores en el lenguaje internacional de la deslealtad, no hay
advenimiento posible. Que se queden con sus animales, sus cuadros, sus
automóviles, sus viejos juramentos falsificados, hasta el día inminente en que una
ráfaga de decencia los arranque del último sillón y de las últimas representaciones
traicionadas.
6.
La CGT de los Argentinos no ofrece a los trabajadores un camino fácil, un
panorama risueño, una mentira más. Ofrece a cada uno un puesto de lucha.
Las direcciones indignas deben ser barridas desde las bases. En cada comisión
interna, cada gremio, cada federación, cada regional, los trabajadores deben asumir
su responsabilidad histórica hasta que no quede un vestigio de colaboracionismo.
Esa es la forma de probar que la unidad sigue intacta y que los falsos caudillos no
pueden destruir desde arriba lo que se ha amasado desde abajo con el dolor de
tantos.
Este movimiento está ya en marcha, se propaga con fuerza arrasadora por todos los
caminos de la República.
Advertimos sin embargo que de la celeridad de ese proceso depende el futuro de los
trabajadores. Los sectores interesados del gobierno elegido por nadie no actúan
aún contra esta CGT elegida por todos; calculan que la escisión promovida por
dirigentes vencidos y fomentada por la Secretaría de
Trabajo bastará para distraer unos meses a la clase obrera, mientras se consuman
etapas finales de la entrega.
Si nos limitáramos al enfrentamiento con esos dirigentes, aun si los desalojáramos
de sus últimas posiciones, seríamos derrotados cuando en el momento del triunfo
cayeran sobre nosotros las sanciones que debemos esperar pero no temer.
El movimiento obrero no es un edificio ni cien edificios; no es una personería ni
cien personerías; no es un sello de goma ni es un comité; no es una comisión
delegada ni es un secretariado. El movimiento obrero es la voluntad organizada del
pueblo y como tal no se puede clausurar ni intervenir.
Perfeccionando esa voluntad pero sobre todo esa Organización debemos combatir
con más fuerza que nunca por la libertad, la renovación de los convenios, la
vigencia de los salarios, la derogación de leyes como la 17.224 y la 17.709, la
reapertura y creación de nuevas fuentes de trabajo, el retiro de las intervenciones y
la anulación de las leyes represivas que hoy ofenden a la civilización que
conmemora la declaración y el ejercicio de los derechos humanos.
Aun eso no es suficiente. La lucha contra el poder de los monopolios y contra toda
forma de penetración extranjera es misión natural de la clase obrera, que ella no
puede declinar. La denuncia de esa penetración y la resistencia a la entrega de las
empresas nacionales de capital privado o estatal son hoy las formas concretas del
enfrentamiento. Porque la Argentina y los argentinos queremos junto con la
revolución moral y de elevamiento de los valores humanos ser activos
protagonistas y no dependientes en la nueva era tecnológica que transforma al
mundo y conmociona a la humanidad.
Y si entonces cayeran sobre nosotros los retiros de personería, las intervenciones y
las clausuras, será el momento de recordar lo que dijimos en el congreso
normalizador: que a la luz o en la clandestinidad, dentro de la ley o en las
catacumbas, este secretariado y este consejo directivo son las únicas autoridades
legítimas de los trabajadores argentinos, hasta que podamos reconquistar la
libertad y la justicia social y le sea devuelto al pueblo el ejercicio del poder.
7.
La CGT de los Argentinos no se considera única actora en el proceso que vive el
país, no puede abstenerse de recoger las aspiraciones legítimas de los otros sectores
de la comunidad ni de convocarlos a una gran empresa común, no puede siquiera
renunciar a la comunicación con sectores que por una errónea inteligencia de su
papel verdadero aparecen enfrentados a nuestros intereses.
Apelamos pues:
• A los empresarios nacionales, para que abandonen la suicida política de sumisión
a un sistema cuyas primeras víctimas resultan ellos mismos. Los monopolios no
perdonan, los bancos extranjeros no perdonan, la entrega no admite exclusiones ni
favores personales. Lealmente les decimos: fábrica por fábrica los hemos de
combatir en defensa de nuestras conquistas avasalladas, pero con el mismo vigor
apoyaremos cada empresa nacional enfrentada con una empresa extranjera.
Ustedes eligen sus alianzas: que no tengan que llorar por ellas.
• A los pequeños comerciantes e industriales, amenazados por desalojo en beneficio
de cuatro inmobiliarias y un par de monopolios dispuestos a repetir el despojo
consumado con la industria, a liquidar los últimos talleres, a comprar por uno lo
que vale diez, a barrer hasta con el almacenero y el carnicero de barrio en beneficio
del supermercado norteamericano, que es el mercado único, sin competencia
posible. Les decimos: su lugar está en la lucha, junto a nosotros.
• A los universitarios, intelectuales, artistas, cuya ubicación no es dudosa frente a
un gobierno elegido por nadie que ha intervenido las universidades, quemando
libros, aniquilando la cinematografía nacional, censurando el teatro, entorpeciendo
el arte. Les recordamos: el campo del intelectual es por definición la conciencia. Un
intelectual que no comprende lo que pasa en su tiempo y en su país es una
contradicción andante, y el que comprendiendo no actúa, tendrá un lugar en la
antología del llanto, no en la historia viva de su tierra.
• A los militares, que tienen por oficio y vocación la defensa de la patria: nadie les
ha dicho que deben ser los guardianes de una clase, los verdugos de otra, el sostén
de un gobierno que nadie quiere, los consentidores de la penetración extranjera.
Aunque se afirme que ustedes no gobiernan, a los ojos del mundo son responsables
del gobierno. Con la franqueza que pregonan les decimos: que preferiríamos
tenerlos a nuestro lado y del lado de la justicia, pero que no retrocederemos de las
posiciones que algunos de ustedes parecieran haber abandonado pues nadie debe
ni puede impedir el cumplimiento de la soberana voluntad del pueblo, única base
de la autoridad del poder público.
• A los estudiantes queremos verlos junto a nosotros, como de algún modo
estuvieron juntos en los hechos, asesinados por los mismos verdugos, Santiago
Pampillón y Felipe Vallese. La CGT de los Argentinos no les ofrece halagos ni
complacencias, les ofrece una militancia concreta junto a sus hermanos
trabajadores.
• A los religiosos de todas las creencias: sólo palabras de gratitud para los más
humildes entre ustedes, los que han hecho suyas las palabras evangélicas, los que
saben que “el mundo exige el reconocimiento de la dignidad humana en toda su
plenitud, la igualdad social de todas las clases”, como se ha firmado en el concilio,
los que reconocen que “no se puede servir a Dios y al dinero”. Los centenares de
sacerdotes que han estampado su firma al pie del manifiesto con que los obispos
del Tercer Mundo llevan a la práctica las enseñanzas de la Populorum Progressio:
“La Iglesia durante un siglo ha tolerado al capitalismo… pero no puede más que
regocijarse al ver aparecer en la humanidad otro sistema social menos alejado de
esa moral… La Iglesia saluda con orgullo y alegría una humanidad nueva donde el
honor no pertenece al dinero acumulado entre las manos de unos pocos, sino a los
trabajadores obreros y campesinos”.
Ése es el lenguaje que ya han hablado en Tacuarendí, en Tucumán en las villas
miserias, valerosos sacerdotes argentinos y que los trabajadores quisiéramos oír en
todas las jerarquías.
8.
La CGT convoca en suma a todos los sectores, con la única excepción de minorías
entregadoras y dirigentes corrompidos, a movilizarse en los cuatro rincones del
país para combatir de frente al imperialismo, los monopolios y el hambre. Esta es
la voluntad indudable de un pueblo harto de explotación e hipocresía, herido en su
libertad, atacado en sus derechos, ofendido en sus sentimientos, pero dispuesto a
ser el único protagonista de su destino.
Sabemos que por defender la decencia todos los inmorales pagarán campañas para
destruirnos. Comprendemos que por reclamar libertad, justicia y cumplimiento de
la voluntad soberana de los argentinos, nos inventarán todos los rótulos, incluso el
de subversivos, y pretenderán asociarnos a secretas conspiraciones que desde ya
rechazamos.
Descontamos que por defender la autodeterminación nacional se unirán los
explotadores de cualquier latitud para fabricar las infamias que les permitan
clausurar nuestra voz, nuestro pensamiento y nuestra vida.
Alertamos que por luchar junto a los pobres, con nuestra única bandera azul y
blanca, los viejos y nuevos inquisidores levantarán otras cruces, como
vienen haciendo a lo largo de los siglos.
Pero nada nos habrá de detener, ni la cárcel ni la muerte. Porque no se puede
encarcelar y matar a todo el pueblo y porque la inmensa mayoría de los argentinos,
sin pactos electorales, sin aventuras colaboracionistas ni golpistas, sabe que solo el
pueblo salvará al pueblo.