Señor Don Raimundo Ongaro MADRID, 5 de abril de 1968
Buenos Aires
Por las informaciones y noticias, he seguido el desarrollo de los acontecimientos
ocurridos alrededor del Congreso de la CGT y deseo hacerle llegar, junto con mi
saludo más afectuoso, mis felicitaciones más cordiales, que le ruego haga
extensivas a todos los compañeros que participaron en esa acción, que no solo ha
salvado el honor peronista, sino que también ha permitido comprobar
fehacientemente la conducta de los que, con diversos pretextos, se encuentran
traicionando a los trabajadores y al Movimiento.
Espero que esta elocuente evidencia convenza a los demás compañeros y a la masa
popular sobre los verdaderos valores de algunos dirigentes, como asimismo puedan
discernir con claridad entre los que sirven y los que son solo simuladores que no
persiguen otro fin que sus intereses personales, en procura de una riqueza tan
infamante como sus procedimientos. No se ha puesto menos en evidencia la actitud
gubernamental que sigue utilizando la corrupción más despreciable en complicidad
con los que se avienen a ello con fines de lucro.
Hay una virtud contra la que el dirigente no puede delinquir: la lealtad que debe a
la base. Y, cuando olvidando la misión que ha recibido y traicionando sus deberes
esenciales, se lanza a la conquista del dinero, poco tarda en quedar destruido por
sus propios malos procedimientos. Una cosa es la habilidad en la dirección y otra
muy distinta el procedimiento tortuoso con fines inconfesables. Como una cosa es
el error o la incapacidad y otra muy distinta la mala intención, obediente a
mezquinos intereses. De todo se ha visto en esta oportunidad, pero no es difícil
diferenciar los que puedan haberse equivocado, de los que están en otra cosa muy
distinta.
Yo, que como siempre, me mantengo al margen de los problemas internos del
sindicalismo, porque creo que éstos deben ser resueltos por las respectivas
organizaciones, no puedo menos que percibir con extrañeza y con dolor la falta de
solidaridad provocada por unos cuantos malintencionados, en complicidad con
organismos oficiales que, teniendo la obligación de portarse bien, no escatiman
medios para provocar la destrucción de la organización sindical argentina. Y, si por
la situación esto puede explicarse, lo que resulta inexplicable es que haya dirigentes
que traicionando su deber, se presten para esa destrucción.
El tiempo será el mejor juez y el mejor testigo porque las infamias pueden
cometerse: lo difícil es borrarlas. Llegará un día en que cada uno deba rendir
cuentas de sus acciones. Mientras tanto responderán ante su conciencia. Le ruego
salude a los compañeros.
Un gran abrazo