EL CASO NELL, CLAVE PARA EL PROCESO POLÍTICO ARGENTINO
En estos días ha de expedirse la justicia del Uruguay con respecto a la
extradición de José Luis Nell, requerido por las autoridades argentinas como
presunto integrante del comando del Movimiento Nacionalista Revolucionario
Tacuara que asaltó el Policlinico Bancario de Buenos Aires en agosto de 1963. A
los efectos de ese pronunciamiento, es irrelevante el que Nell haya o no
cometido los hechos que se le imputan: lo que se discute es si fueron
perpetrados con fines políticos, puesto que las leyes excluyen expresamente la
extradición por delitos políticos o por delitos comunes conexos con lo político ya
sea que formen parte de la ejecución del acto político o ejecutados en forma
aislada pero con objetivos políticos. Es un principio intangible y universal que
tutela los derechos humanos del asilado, y que los despotismos buscan burlar
fraguando procesos comunes a sus enemigos expatriados (caso reciente de los
tiranuelos brasileños, calificando de “delincuente común” a Lionel Brizola) o
negando que los hechos que le incriminan tengan alcances políticos, que, es la
técnica empleada contra Nell.
La requisitoria de la dictadura argentina es tan cristalinamente improcedente
que presupone magistrados uruguayos carentes del más elemental buen sentido
o susceptibles de ser inducidos a violentar los preceptos legales y la tradición
jurídica de su país. No pretendo leer en la brumosa interioridad de las mentes
gorilas: cabe también la hipótesis de que esa demostración de menosprecio no
refleje una convicción real sino que sea una astucia primitiva con la finalidad de
prolongar la detención de Nell y someterlo a los perjuicios de una tramitación
semejante. Aparte de que estamos seguros de que esa tentativa correrá la suerte
que se merece, para nada podemos gravitar en un litigio que se dirime en el
ámbito forense. Pero precisamente porque es un problema político, nos interesa
exponer sus datos esenciales, que contribuirán a la comprensión de la realidad
argentina, velada aún por tenaces equívocos y malentendidos.
¿QUE CLASE DE “TACUARA”?
Así mientras basta la existencia de un móvil político para que la extradición sea
ilegal, independientemente de cual sea la concepción ideológica sustentada esto
es lo más importante para nosotros. La trayectoria de Nell ejemplifica la de
muchos jóvenes que iniciaban su vida política hace más o menos una década, en
medio de las frustraciones de una Argentina manejada por una minoría rapaz
que abdicaba nuestra autodeterminación política y económica, mientras el
pueblo, superexplotado y proscripto, no lograba traducir su protesta en una
lucha efectiva por la toma de poder. Debo omitir referirme al complejo de
circunstancias que llevó a un sector de la juventud a ver en las organizaciones
nacionalistas de extrema derecha el camino para terminar, por medio de la
acción directa, con este estado de cosas. Pero, en la medida que los impulsaba
un auténtico fervor popular y patriótico, fueron percibiendo la naturaleza de ese
nacionalismo violento, reaccionario y folklórico, que tras el fuego de su retórica
no ofrecía un programa revolucionario sino saldos y retazos ideológicos
trasplantados a los fascismos europeos. Sus núcleos paramilitares, lejos de ser
dispositivos de combate revolucionario, eran engranajes del “Establishment”,
que fustigaban al imperialismo pero lo servían con una práctica inspirada en las
consignas del “occidentalismo” y orientada por energúmenos de sacristía,
rezagados del milenio corporativo, nostálgicos medioevales y agentes de los
Servicios de Información.
Nell, ligado directamente a la lucha de masa trabajadora y capaz de asimilar
críticamente los datos de la realidad contemporánea, fue uno de los primeros en
tomar conciencia de que, en nuestras naciones dependientes, no hay
nacionalismo de derecha posible, y, que con ese punto de partida, concluir, que
a esta altura ni siquiera es posible un nacionalismo burgués. Esa evolución
determinó que un grupo se separase de Tacuara —que en 1963 era la más
poderosa organización derechista— para formar el Movimiento Nacionalista
Revolucionario Tacuara (pronto conocido como “la tacuara de izquierda”) del
cual Nell fue figura destacada y miembro de la delegación que viajó a China y
otros países revolucionarios; rápidamente se completa el tránsito hacia los
planteos más radicales: el carácter global de la lucha liberadora del Tercer
Mundo, la Revolución Social y la liberación nacional como aspectos
indisociables de un proceso único, el papel de la Revolución Cubana, etc.
Teniendo presente esta ubicación ideológica, el “caso Nell” entra en su
verdadera perspectiva, desde la praxis insurreccional hasta el ensañamiento
represivo y este pedido de extradición en base a fundamentos que por el
contrario, demuestran su improcedencia.
LOS BARULLOS DEL SURREALISMO JURÍDICO
El juez argentino que condenó al grupo del MNRT sostiene que no son
delincuentes políticos sino “seres inadaptados que con el pretexto de móviles
sociales o patrióticos dan rienda suelta a pasiones criminales realizando
acciones que algunos tratan de persuadirse a sí mismos como de carácter
epopéyico o justiciero…”.
Ese buceo en la psiquis de los procesados está reñido con las normas de
imparcial administración de justicia y constituye una fuga hacia la arbitrariedad
de las afirmaciones infundadas. Por lo pronto, son los propios protagonistas
quienes deben estar “persuadidos del carácter epopéyico o justiciero…” de sus
acciones, eso es lo que distingue a los activistas revolucionarios, y no la prueba
de que son personalidades aberrantes. El ideal perseguido puede parecer
horroroso a los que pertenecen al sistema de valores atacado, pero el rebelde
tampoco concibe como “normal” el acondicionamiento espiritual en el seno de
una estructura socio-política injusta y deformante, ni que esas almas frígidas
sean la pauta, para medir los “desajustes”. No pretendemos que nuestros
salomones aborígenes compartan ese punto de vista de los marginales, pero aun
dentro de la juridicidad del status quo, el inconformismo integral no puede
reducirse a fenómeno do patología psicológica; y una infracción a la ley es
política o no de acuerdo con criterios elaborados por la ciencia penal, y no de
acuerdo con requisitos que un magistrado fije por su cuenta para que una
concepción merezca la calidad de lo político.
Para sustentar ese frívolo diagnóstico, ¿qué elementos de juicio objetivos
permiten afirmar que los móviles invocados son simples “pretextos”, “una
cobertura supuestamente ideológica?” Cabría suponer que se apoya en la
constancia de que los MNRT invirtieron el producto del atraco para fines
personales, o en bienes suntuarios, timbas, orgías, perfume francés, mulatas,
incandescentes y otras delicias de la opulencia. Pues, no: el mismo juez se
encarga de informarnos, en otro pasaje de su fallo, que “se trata de una
verdadera sociedad criminosa que ora con propósitos de índole insurreccional,
ora con el propósito de allegar fondos, armas, municiones, y otros elementos
para la consecución de objetivos declarados por sus integrantes, proyectó y llevó
a cabo hechos de carácter delictivo…”. Como señala el letrado defensor de Nell,
es imposible hacer una descripción más exacta de lo que la doctrina penal
considera delitos políticos conexos. La raíz, de las contradicciones e
incongruencias es política, y está explícita en otro parágrafo del dictamen
judicial. Esta especie de organización delictiva es más peligrosa y amenaza
tomar un incremento mucho mayor por los recursos de que se vale y los medios
que emplea, que las simples bandas criminales que actúan sin esa cobertura
supuestamente ideológica, razón por la cual debe combatírsela más
severamente porque hace peligrar los cimientos de nuestra sociedad”.
Primero eran delincuentes comunes; luego resultó que eran comunes pero no
tanto, y hubo que fijarles un limbo clasificatorio que los separaba del hampa
pero sin entreverarlos con los políticos; por fin, estamos en que son peores que
los criminales. Igualmente errátil es la lógica que descalifica como simulaciones
los fines subversivos proclamados; para luego señalar que su práctica pone en
peligro el orden constituido. Lo que equivale a decir que los MNRT lograban
como revolucionarios los fines que simulaban como pseudo revolucionarios.
Bravo. Finalmente, los tribunales argentinos pueden confinar a quienes atenían
contra los cimientos de la sociedad al octavo círculo del infierno carcelario; lo
que no pueden es hacer de eso una causal de extradición, pues si en algo
coinciden los juristas de, todo el mundo es en que ese tipo de infracciones son
políticas por excelencia.
VIOLENCIA SAGRADA Y VIOLENCIA DESFACHATADA
Veamos qué régimen inefable de convivencia estuvieron por corroerlas
modestas hazañas de estos reos. Cuando delinquieron, en la Argentina estaban
cerradas las vías legales de expresión popular, y la acción directa era la única
política que quedaba. Fue ese carácter falseado de la representatividad
democrática la que invocaron las Fuerzas Armadas para dar el golpe de junio de
1966. Al fin y al cabo, lo mismo que se planteaban Nell y los suyos, con la
diferencia de que, no disponiendo del instrumental bélico del estado, tuvieron
que recurrir al asalto para armarse. Pero desde el punto de vista técnico, eso
tampoco rompe la similitud de ambas situaciones jurídicas: el dinero del
Policlínico Bancario pertenecía a los tacuaras tanto como pertenecen a los
militares las armas que paga el pueblo para defender su soberanía y que ellos
utilizan para despojarlo de esa soberanía y hacer con el país lo que se les da la
gana.
Las FF.AA. responsables de la deformación representativa durante once años,
no vacilaron en hacer mérito de esa anomalía para justificar el alzamiento
contra el gobierno civil (elegidos en comicios presididos por los militares y con
proscripción de los candidatos mayoritarios). Lo sorprendente es que el golpe
triunfante, en lugar de redimir esos vicios de la práctica política, arrasó con todo
el dispositivo de participación ciudadana en la elección de los mandatarios del
estado, disolvió los partidos y convirtió en delito toda actividad política, aún
pacífica y tradicional. Como caso de “simulación”, éste alcanza proporciones de
maravilla. Detrás de este atropello está la crisis permanente del sistema
capitalista argentino, que ya no permite disimular la violencia clasista tras la
legalidad —siquiera formal— del gobierno democrático representativo; los
órganos encargados de aplicar la coerción resolvieron asumir el poder, del cual
eran sostén exclusivo y visible, liquidar el dispositivo ya inoperante de la política
clásica e integrar directamente a los grupos económicos predominantes
designando para las altas funciones administrativas del estado a los directivos y
apoderados de los grandes consorcios locales y extranjeros.
La usurpación no es novedad sino lo habitual a través de 80 de los 104 años de
vigencia de nuestra constitución. Pero por primera vez la práctica de la violencia
no se recubre con los siete velos de la legalidad republicana: la actual dictadura
militar no pidió, como las anteriores, reconocimiento como gobierno “de facto”,
justificado como necesidad transitoria con el fin de restablecer el normal
funcionamiento de las instituciones, sino que se tituló emanada de una legalidad
propia que cancela la preexistente. Los comandantes en jefe de las tres armas
declararon que asumían el “poder constituyente” y fijaron los imprecisos
objetivos de la “revolución”, que tienen preeminencia por sobre los textos
constitucionales; designaron presidente a Onganía, otorgándole también
facultades legislativas y sin término a su mandato, y reemplazaron a los
miembros de la Suprema Corte. Por consiguiente el gobierno no prestó
juramento ante el alto tribunal sino que los integrantes de éste juraron
acatamiento a la nueva juridicidad.
Ese gobierno omnímodo, legitimado por su propia fuerza, es el que tramita la
entrega de Nell. A instancias de esa justicia, que también tiene las espadas como
fuente última de su existencia. Los hijos de la prepotencia claman venganza
contra Nell, por el posible crimen de haber participado en la empresa patética y
desesperada de un grupo de rebeldes. La sociedad burguesa presumía ser fruto
del consenso general, pero en ella puede suprimirse de hecho y de derecho la
voluntad colectiva en las determinaciones de las cosas públicas sin que por eso
tiemblen los “cimientos” de la convivencia organizada. Oficialmente se confirma
que la democracia representativa era una superestructura de la que se prescinde
para apuntalar lo que es básico e intocable: el sistema de relaciones de fuerzas
entre clases dominantes y clases dominadas. He aquí por que nuestros
guerreros se coronan de laureles por estas epopeyas que tal vez la historia
ignorará, pero que están registradas en las estadísticas sobre desempleo,
ausentismo escolar, desnutrición, mortalidad infantil, nivel de vida, mientras los
tacuaras de izquierda pasan miseria en las cárceles o se organizan contra ellos la
caza del hombre disfrazada de tramitación jurídica internacional.
En un país donde los aviones navales han bombardeado a una multitud obrera
indefensa en Plaza de Mayo —y mañana lanzarán rocíos de napalm con idéntico
ánimo alegre—, donde se movilizan los tanques contra la protesta obrera, donde
cada prócer castrense moviliza “su” guarnición o “su” barco en las
confrontaciones internas por el poder, la única violencia que causa escándalo es
la de Nell, mala plusvalía.
Desde la Argentina, una regencia de bayonetas que tutela los privilegios de
dentro y de fuera exige la remisión de un prisionero de guerra que escapó a sus
guardias de hierro. Las saturnales revanchistas son catarsis para estas
ciudadelas del Occidente imperial, acechadas por hordas oscuras cuya irrupción
presagian signos intranquilizadores.
Además, Nell es un militante revolucionario, es decir, un subversivo que
pretende esconder que el poder económico y el poder de fuego son monopolios
sagrados en ese mundo de pequeños déspotas sin cabeza, de arcángeles
blindados que vigilan la insumisión de las masas hambreadas, de adoradores de
fetiches, de payasos solemnes, de respetuosos de la respetabilidad, de púrpuras
y togas tendidas para que no se vean las verdades peligrosas.
John W. Cooke