Al Dr. Pedro E. Michelini Madrid, 17 de diciembre de 1966
Mi querido amigo:
Después de la experiencia acumulada en estos once años, creo que no habrá
dificultades para ponerse de acuerdo en propósitos y fines que resulten comunes a
toda la civilidad argentina. Las diferencias entre radicales y peronistas no están en
las ideas sino en los hombres. Errores iniciales en los que todos hemos tenido la
culpa, nos han ido distanciando injustificadamente; pero reconocer los errores es
de sabios, sobre todo si somos capaces de confesarlos y corregirlos. Estamos a
tiempo, y no perdonaría si, por cabeza dura, dejáramos pasar esta oportunidad, que
la propia Providencia pone al alcance de nuestra mano. En esto no me refiero sólo
al Radicalismo del Pueblo, sino a todos los partidos políticos argentinos que
puedan congeniar con la idea de salvar al país de la encrucijada en que la hemos
metido, precisamente, por incomprensión y falta de realidad en los procedimientos.
Como quiera que sea, es tarde para lamentarse ahora; lo propio es reaccionar y
buscar soluciones. El error del Radicalismo del Pueblo, como lo fue también de
Frondizi, es haber pedido ayuda cuando estaban ya perdidos. Yo esperaba que,
frente a la amenaza del poder militar, cuando se hicieron cargo del gobierno, tanto
Frondizi como Dlía, se pondrían de acuerdo con nosotros; pero parece que, al
“tomar la manija”, la gente se siente más fuerte de lo que es y termina despreciando
su propia seguridad.
Me han dicho que el ala de los viejos también tenían intenciones de visitarnos en
Madrid. Yo no rechazo ninguna oportunidad, y si vienen, los recibiré a todos,
porque ya estoy sobre el bien y el mal y no tengo otra inquietud que servir a la
nueva generación argentina, cuya responsabilidad de futuro es decisiva, desde que
se han de cocinar en su propia salsa. De ellos es el porvenir, y, por lo tanto, la
responsabilidad y las consecuencias. Me interesa mucho la juventud, sea del
pensamiento que sea, porque son realistas e idealistas, lo que representa una
garantía de honestidad y, en nuestro país, el ingrediente indispensable de estos días
perversos es, precisamente, la honestidad.
De acuerdo con los términos de su carta, estoy esperando la llegada de Facundo
Suárez. Si todavía no ha salido de viaje a Madrid, dele mi número de teléfono
(2.361.162), para que me llame en cuanto llegue, que yo prepararé una entrevista
absolutamente secreta y de la que nadie tendrá ni siquiera noticias, si eso conviene
a sus planes; de la misma manera que si resuelve otra cosa. Conmigo no deben
tener desconfianzas, porque ya estoy viejo para ocuparme de trampitas cuando se
trata de obrar de buena fe. El último patrimonio de un caballero es su honestidad, y
yo no la he perdido nunca.
Un gran abrazo.
Juan Perón