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Carta a Esteban Peicovich

24 de noviembre de 1965

Al Sr. Esteban Peicovich Madrid, 24 de noviembre de 1965
Buenos Aires
Mi querido amigo:
Desde que recibí su carta de fines de octubre he estado por contestarla pero mis
tareas me han tenido a los saltos en todo este tiempo. Sin embargo, acostumbrado
a hacerme tiempo, deseo agradecerle su recuerdo y su saludo que retribuyo con mi
mayor afecto.
He leído su libro “Hola Perón” del que he recibido los ejemplares que tuvo la
amabilidad de enviarme y le felicito por haberlo editado “a cielo abierto” como
Usted dice, porque siendo verdad, ha de hablar sin artificios ni limitaciones. Yo no
debo juzgar un libro que se escribe sobre mí, pero me gusta.
Escribir sobre Perón no ha de ser difícil porque yo tampoco soy difícil. Creo que
como no nace el hombre que escape a su destino, tampoco debiera nacer el que no
tenga una causa noble para servir, justificando así su breve paso por el mundo.
Pienso que hay hombres extraordinarios que pasan desapercibidamente porque no
tienen una causa para su existencia, y hombres ordinarios, como yo, que llegan a
ser notables sólo porque se transforman en una causa. Esa clase de hombres son
siempre fáciles. Los difíciles son los que viven y no justifican su vida. Perdone esta
mención de Perón, que descarnadamente hago, porque acostumbro a hablar mucho
de las cosas, poco de los demás y nada de mí mismo.
El libro, como factura literaria es excelente y como testimonio llena cumplidamente
su objeto porque el autor, precisamente, no es ni gorila ni peronista. Lo que más
me place es la franca espontaneidad que llena sus páginas. Una síntesis brevísima
de cuanto hemos charlado que no lo traiciona a Usted ni a mí. Refleja un personaje
como me gusta ser: un humilde que, por el oficio que ha elegido debe ser un poco
“Padre Eterno”. Es por eso que, en la conducción que realiza desde hace ya veinte
años, bendigo “urbi et orbis” como medio de conducirlos a todos. El poder es como
la riqueza, que si se derrocha, se tarda poco en quedarse pobre. Por eso conviene
hacer un poco de Providencia y sin aparecer demasiado. Estoy seguro que, si
viésemos a Dios todos los días, terminaríamos por perderle el respeto y no faltaría
un tonto que hasta quisiera reemplazarlo.
Muchas gracias por todo. Mis más afectuosos saludos para mi paisana patagónica,
su Señora, que con tanto afecto la recordamos.
Un gran abrazo.
Juan Perón

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