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Carta a Kennedy

julio de 1962

Mr. John Fitzgerald Kennedy Madrid, julio de 1962
Presidente de los Estados Unidos de América
Con motivo del Congreso de la O.E.A., a celebrarse en Punta del Este, República
Oriental del Uruguay, donde no se escuchará la voz auténtica del pueblo argentino,
he considerado necesario, por intermedio de ésta, en apretada síntesis, hacerle
conocer la opinión del mismo.
Hace pocos días, Usted Señor Presidente, ha afirmado con evidente buen juicio,
que los problemas latinoamericanos tienen su solución en la Justicia Social.
Hace quince años, los justicialistas en la República Argentina afirmamos lo mismo
y lo hicimos doctrinaria y acabadamente en realizaciones fehacientes.
Estados Unidos e Inglaterra colaboraron para que fuéramos derribados del
Gobierno, donde estábamos, elegidos por una mayoría sin precedentes en la
historia política del país. De estas incongruencias suele estar empedrado el camino
que conduce al fracaso. Las consecuencias no pueden cambiar porque hayan
variado los presidentes de los Estados Unidos y Usted debe cargar con el lastre tan
negativo de sus predecesores. En los últimos quince años la República Argentina no
ha recibido de Norteamérica sino perjuicios, tanto cuando nos bloquearon en 1947
como cuando la invadieron sus compañías petroleras en 1959.
Muchas veces he oído a funcionarios americanos preguntarse por la causa de la
adversión que los pueblos iberoamericanos sienten por su país y su Gobierno.
Esta es la Hora de los Pueblos
La explicación es demasiado compleja y larga de enumerar aunque no
implícitamente puede condensársela en pocas palabras: los días que corren
comienzan ya a ser la “hora de los pueblos” anunciada por el Justicialismo hace
más de quince años; los Estados Unidos hasta ahora se han dedicado a “ganar
gobiernos” (o a comprarlos), en tanto Rusia ha tratado de conquistar los pueblos.
Los pueblos son los permanentes mientras los gobiernos son circunstanciales. Las
consecuencias se comienzan ya a percibir no solo en Europa, Asia y África sino
también en Latinoamérica. Esa es una de las principales razones para que los
pueblos vean en los Estados Unidos a un enemigo, como enemigo es a menudo el
gobierno que apoyan, en tanto Rusia gana en los pueblos cada día mayor número
de amigos.
Uno de los peores males que azotan al Pueblo y al Gobierno norteamericano son
sus Agencias de Noticias y sus cadenas publicitarias, que actúan en todo el
Continente, dirigidas por la Sociedad Interamericana de Prensa (S.I.P.). No es
secreto para nadie que tales agencias y cadenas sirven normalmente intereses
muchas veces inconfesables y que detrás de su acción publicitaria no hay más que
sofismas y falsedades al servicio de tales intereses.
Una prédica dañina de tales órganos de opinión ha pretendido aunque sin éxito,
envenenar a la opinión pública contra las tendencias populares y los hombres que
lealmente las servían, utilizando la circulación de infundios y calumnias de todo
orden mal disimuladas en las noticias que transmiten, sin percatarse del mal que
con ello se hacían a sí mismas y a su país. Las consecuencias de tal conducta han
recaído sobre los Estados Unidos a quienes se cargan (tal vez injustamente) las
culpas de la ignominia de sus órganos publicitarios.
Esas agencias y cadenas publicitarias reciben el castigo que corresponde a todos los
falsarios: que cuando dicen la verdad, nadie la cree. Sin embargo, el mal está
causado porque han conseguido crear un clima ficticio sobre una realidad que es
totalmente diferente, induciendo al pueblo y al gobierno norteamericanos en un
error que a menudo resulta funesto, desde que el hombre procede tan bien como
bien informado está. Cuando el engaño es colectivo el perjuicio es solo para el
engañado y muchos de los errores de la política internacional americana tienen su
explicación en ese falso panorama informativo.
El caso de la República Argentina es altamente ilustrativo al respecto: en 1946, con
la ascensión al poder del Movimiento Justicialista, se inicia en el país una
verdadera revolución social que lleva a su frente las tres banderas que constituyen
la aspiración del Pueblo Argentino: la justicia social, la independencia económica y
la soberanía política. De nuestras inmensas realizaciones materiales están en el
país los testimonios más elocuentes, pero lo que constituye nuestro mayor orgullo
es la obra social realizada que llevó un país medieval a ser uno de los estados
socialmente más avanzados y poseer uno de los standards de vida relativamente
más elevados. Gobernamos con la Constitución y la Ley y el Pueblo afirma aun hoy
que el Gobierno Justicialista aseguró diez años de felicidad y el setenta por ciento
de la población era justicialista. Hoy, después de seis años de violencia,
arbitrariedad y concupiscencia gubernamental, podemos asegurar que ese
porcentaje ha aumentado.
Sin embargo, una despiadada campaña publicitaria realizada por las agencias
norteamericanas de noticias, apoyada por el mismo Gobierno de los Estados
Unidos, se encargó de difundir por el mundo las mayores calumnias e infamias
contra nuestro régimen constitucional como preparación para una acción
revolucionaria que, con suficiente evidencia, sabemos fue costeada, apoyada y
dirigida por Gran Bretaña. Durante los diez años de nuestro Gobierno sentimos el
ataque permanente y la persecución más enconada tanto del “State Department”
como del “Foreign Office”, que fueron desde el bloqueo implícito hasta el sabotaje
más abierto y descarado.
Ahora, nos preguntamos, si ante semejante evidencia, el Pueblo Argentino y su
único gobierno realmente representativo, deben seguir amando a sus detractores y
destructores.
El cuartelazo de 1955
Pero ahí no termina todo. En 1955 se produce en nuestro país un “cuartelazo” que
tiene evidente mandato foráneo, cuyas consecuencias no podían ser otras que el
desorden, el hambre y la miseria que actualmente está sufriendo su pueblo, porque
al desgobierno de la dictadura de Aramburu le ha sucedido una banda de asaltantes
políticos que constituye el peor azote que recuerda la historia política argentina. La
caída del Peronismo, producto de la confabulación de la oligarquía capitalista con
los intereses foráneos, no ha podido dar otro resultado que el que está a la vista.
Cuando en 1955 al decir de nuestros críticos la situación “era mala”, poseíamos una
reserva financiera de 750 millones de dólares en caja, un encaje áureo de 850
millones de la misma moneda, no teníamos deuda externa y nuestro comercio
exterior se desenvolvía con ventaja merced a los convenios bilaterales. Han pasado
solo seis años desde el día en que fuimos despojados del gobierno y, en ese lapso, se
han dilapidado la reserva financiera y la reserva de oro y se ha contraído una deuda
exterior de más de 3.000 millones de dólares, después de haber desorganizado el
país e imposibilitado la comercialización de su producción. Pero eso no es todo:
también se ha perdido toda dignidad y como en los tristes días del “Pacto
Runciman – Roca”, mendicantes argentinos suelen deambular por los despachos
europeos y norteamericanos en procura de alguna limosna que lleva implícito una
confesión de incapacidad y desvergüenza.
Pero, si en lo internacional la situación económica es mala en lo interno, es aún
peor. Mientras nosotros disponíamos de un presupuesto nacional que no pasaba
nunca de los 20.000 millones de pesos, que todos los años cerrábamos con
superávit, en la actualidad se dispone de uno no inferior a los 135.000 millones
que, por falta de financiación, cierra con casi un 50% de déficit, que en los cinco
años pasados se ha ido acumulando como deuda fluctuante. Por eso, la deuda
interna que en 1955, totalmente consolidada, llegaba solo a los 11.000 millones de
pesos, alcanza hoy cifras imposibles aún de calcular. La circulación monetaria que
era entonces de 28.000 millones de pesos, pasa hoy los 130.000 millones y, en
consecuencia, el valor del peso ha disminuido a menos de la cuarta parte, a pesar
de las inyecciones de dólares, que a manera de aspirinas, se hacen todos los días en
el mercado de monedas argentino.
Los inconcebibles negocios que llevaron a las concesiones petroleras destruyeron
toda posibilidad de resolver económicamente el problema de los combustibles.
Bastaría considerar para comprenderlo, que el petróleo cuyo precio internacional
no pasa de los diez dólares la tonelada, cuesta en la Argentina alrededor de los 17
dólares en la boca del Pozo. Si a eso se le agrega que el Gobierno Argentino se
obligó por contrato a proveer cambio a razón de 40 pesos por dólar (cuando en
realidad está sobre los 30 pesos) se podrá apreciar lo que puede resolver la
extracción del petróleo argentino.
Los servicios financieros que el Gobierno Argentino debe servir cada año para
satisfacer los giros de las empresas extranjeras y las obligaciones contraídas por los
aprovechados negociadores del petróleo, es lo que está descapitalizando al país y
sumiendo al Pueblo en la miseria y el dolor. La contrapartida son los empréstitos,
remedio que resulta peor que la enfermedad, el peor error que comete el Gobierno
de los Estados Unidos al concederlos, porque la mitad de su valor se pierde por
sobrevaloración del dólar con respecto a su valor adquisitivo, por el aumento de
precios producido por falta de licuación internacional, por la pérdida de seguros y
fletes y la otra mitad que resta, es generalmente víctima de la codicia de los
funcionarios y políticos deshonestos. Pero, al final, el Pueblo que no recibe
beneficio alguno y que debe pagarlo todo con crecidos intereses, termina
condenando al prestatario que, para él, ha resultado un vulgar usurero.
Yo tengo autoridad moral para decirlo y sostenerlo porque en 1946, cuando me hice
cargo del Gobierno, declaré que “me cortaría la mano antes que firmar un
empréstito” y en los diez años que goberné al país, no sólo no se contrató ningún
empréstito, sino que se pagó una deuda externa que tenía el país y que pasaba de
los 3.500 millones de dólares, cumplimos todos nuestros compromisos, realizamos
una amplia justicia social, dimos diez años de felicidad al Pueblo Argentino,
organizamos nuestra riqueza y estabilizamos nuestra economía tanto en lo interno
como en lo internacional.
Hambre, injusticia y arbitrariedad para el Pueblo
Pero, es tan grande el engaño ó la mala fe, que a menudo se sostiene que la
dictadura de Aramburu y el “gobierno” de Frondizi han “mejorado la situación
económica de la Argentina”. El Pueblo Argentino sabe bien que es todo lo contrario
porque lo experimenta en su bolsillo y en su estómago, vísceras suficientemente
sensibles como para influenciarlas con la falsa propaganda. Si estas afirmaciones
falsas e insidiosas provienen de funcionarios del Gobierno de los Estados Unidos,
como a menudo sucede, ¿cómo se pretende que no sufra su prestigio ante los
pueblos que conocen la verdad y que generalmente las atribuye a móviles
inconfesables en defensa de intereses espurios?
Sin embargo, el problema argentino, como el de casi todos los pueblos
iberoamericanos, no es simplemente económico como muchos se empeñan en
considerar y que es error en qué suele incurrir el materialismo de las tecnocracias.
Para fundamentar esta afirmación bastaría pensar que esos pueblos forman parte
de un mundo que se encuentra empeñado no solo en comer, sino también en
dilucidar un problema ideológico alrededor del cual se mueven los poderes más
formidables que ha conocido la humanidad de todos los tiempos. Esos pueblos
saben también que su decisión no depende tanto de ellos como de la que ha de
producirse pronto quizá a miles de millas de distancia y luchan en la medida de sus
fuerzas cada uno en el bando de su preferencia ideológica o en el que las
circunstancias fortuitas terminan por arrojarlos.
Un falso enfoque, mezcla de atraso, ignorancia y mala fe, pretende desviar el
problema argentino hacia un materialismo suicida, que no es solo negativo, sino
que utiliza también todas las formas de la descomposición moral para satisfacer los
apetitos y las pasiones de los círculos del privilegio.
El proceso argentino, como el latinoamericano, es el despertar de los pueblos en
procura de su propio destino. La explotación de las masas, inicuamente impuesta
para servir intereses foráneos, la miseria insidiosamente provocada como medio de
someter al pueblo, la injusticia, la arbitrariedad y la violencia no son sino secuelas
del mismo mal que llevan irremisiblemente a la misma consecuencia: la rebelión de
las masas. “Nuestros gobernantes”, usurpadores del poder del Pueblo, simulan
buscar la solución de todos los males agitando el fantasma del comunismo y la
mala situación económica en procura de fácil y graciosa ayuda financiera, aunque
sea a costa de entregar el país a los Poderes tenebrosos del capitalismo
internacional; otros anhelan que la solución llegue por el advenimiento de un
nuevo imperialismo, en tanto no se les ocurre pensar que la única solución ha de
llegar con la justicia, la independencia y la soberanía que seamos capaces de
conquistar con nuestro trabajo y nuestro sacrificio.
De colonia a patria
En 1945 recibí una colonia y en 1955 dejé una Patria justa, libre y soberana.
Cuando observo el panorama que presenta el país en la actualidad y veo
entronizadas a la hipocresía y la infamia de unos pocos que escudados en falsas
premisas esclavizan preconcebidamente al Pueblo con designios ocultos, se me
presenta con claridad una diabólica maniobra destinada a provocar
conscientemente la rebelión de las masas populares hacia objetivos que no son
difíciles de desentrañar.
Todo cuanto se diga sobre una posible solidaridad de los pueblos iberoamericanos
con la causa del capitalismo y sus sistemas, no pasará nunca de ser una falsedad y
los gobernantes que lo sostengan o traten deliberadamente de engañar, ó no
representan a su Pueblo. Ya es irremisiblemente tarde para obtener semejante
solidaridad que puede estar en algunas bocas pero no en sus corazones. Cuando
mucho se podrá obtener una prudente Tercera Posición porque nosotros, los
americanos del sud, vemos el problema de muy diverso modo del que lo pueden
apreciar los americanos del norte. Para nosotros, el actual estado beligerante del
mundo se debe simplemente a que se está dilucidando el signo ideológico que ha de
caracterizar al siglo XXI mediante la enconada lucha entre el capitalismo y el
comunismo, ambos internacionales. Así el capitalismo defiende las “democracias
imperiales” del siglo XIX en tanto el comunismo manifiesta defender las
“democracias populares”. Es indudable que el siglo XXI será de las democracias
sociales porque la historia y la evolución no retroceden: allí donde no triunfen las
tendencias sociales del tipo del Justicialismo podrá triunfar el comunismo pero
jamás el capitalismo ya perimido. Esta es una verdad que por dura que resulte hay
que asimilarla porque peor es engañarse así mismo.
Hay que persuadirse también que el comunismo es una doctrina, que podrá o no
compartirse pero que, porque eso, no dejará de serlo. A las doctrinas solo se las
puede combatir y vencer con otra doctrina mejor. El empleo de la fuerza o de la
intriga en sus diferentes formas no están indicadas ni ganarán camino en la
solución que se busca. Hasta ahora los Estados Unidos solo han empleado estas
formas equívocas de ejecución y los resultados están a la vista. No es suficiente que
el fin que se persiga sea bueno si las formas de ejecución se encargan de demostrar
lo contrario.
El error de los altos funcionarios norteamericanos que visitan nuestros países y
reciben invariablemente una acogida francamente agresiva está precisamente en
creer que todo se puede arreglar mediante esporádicas ayudas económicas y no
quieren concebir ni comprender que se trata de causas más profundas entre las
cuales no son las menos importantes los comportamientos de las empresas
industriales yanquis asentadas sobre las riquezas naturales de nuestros países, que
constituyen verdaderas manchas negras en la historia de las relaciones humanas y
comerciales de los Estados Unidos con Hispanoamérica. Otra de las razones que
más han influido en la animadversión mencionada es la intervención de los Estados
Unidos en los asuntos internos de los países latinoamericanos, de las cuales está
plagada la historia de nuestras relaciones.
La dictadura y su sucesor
Nuestro país que había vivido diez años de tranquilidad, progreso y felicidad
justicialista cae de repente en una terrible dictadura militar que trata de someterlo
por el terror a base de fusilamientos (los primeros que se producen en el último
siglo por causas políticas), persecuciones, genocidios en masa, exilios y prisiones,
como toda otra clase de infamias políticas y policiales. Que despojan de sus bienes
a todos sus enemigos políticos perjudicando así a millares de ciudadanos, bienes
que con la mayor impudicia se reparten entre los altos bonetes de la dictadura. Que
derogan la Constitución por decreto y dejan sin efecto todas las reformas sociales
realizadas por el Justicialismo, para retrotraer la vida del Pueblo a las peores
épocas de su explotación y su miseria. Entre tanto, Estados Unidos apoya
ostensiblemente esta situación con un entusiasmo fuera de todas las reglas y
formas habituales en la política internacional, apareciendo a los ojos del Pueblo
escarnecido como cómplice y causante de todos sus males.
A pesar de ese apoyo descarado, esa dictadura no logra sostenerse en el gobierno y
decide llamar a elecciones, a todas luces fraudulentas, proscribiendo previamente a
la mayoría del Pueblo, al declarar fuera de ley al Justicialismo. Es así como se
pretende hacer creer que se normaliza la situación argentina a base de cambiar una
enormidad con otra enormidad mayor. El pseudo “gobierno legal” producto de una
opción y no de una elección deja así planteado un conflicto peor: la dictadura
militar ha encontrado una puerta de escape a costa de meter al país en un callejón
sin salida. Todo esto ha sido apoyado porque el Gobierno de los Estados Unidos
que lo hacía contra toda justicia y, en cada caso, echándose encima el anatema y el
odio de casi todo un pueblo, que porque rara coincidencia es uno de los más
politizados del mundo.
Hoy, el Presidente más desprestigiado de la historia argentina y careciente del
mínimo de dignidad compatible con esa función, aparece como el personero de los
Estados Unidos al que parece no interesarle complicarse con semejante personaje a
cambio de ventajas imaginables para el futuro, pero el error es demasiado grosero
para que pueda pasar desapercibido a el Pueblo Argentino. Esa gente podrá tener
presente, porque algunas circunstancias extraordinarias lo han posibilitado, pero
carece en absoluto de porvenir, máxime si como simula está al servicio
incondicional del capitalismo y la reacción oligarca. En la República Argentina, si
no se hace fraude o se emplea la violencia, vencerá al Justicialismo, pero si la
reacción utilizando el engaño o la fuerza se lo impide desde el gobierno, vencerá el
comunismo en cualesquiera de sus formas pero jamás podrá imponerse la reacción
en el futuro argentino. Es una realidad que conocen todos los argentinos y cuyo
fatalismo envolverá a unos y a otros en su momento. Así como no nace el hombre
que escape a su destino, tampoco los pueblos pueden escapar al suyo.
Como están las cosas en la Argentina no sé si llegaremos nosotros o si llegarán
antes los comunistas, pero lo que sí puedo asegurar es que no llegará la reacción. Si
las circunstancias fueran forzadas con el abuso de la fuerza o la insidia la
entronizara, su vida sería muy efímera porque poco tardaría en ser derribada
violentamente por el Pueblo, contra el cual es siempre mal negocio luchar. Frondizi
ha sido el mejor aliado de los comunistas porque ha creado las condiciones de
hambre y miseria necesarias.
Los Estados Unidos, complicados con Frondizi y su “gobierno”, no han hecho sino
fortalecer y extender el odio, ya que éstos no hacen nada impopular sin arrojar
antes las culpas a las “presiones yanquis”, a la influencia del Fondo Monetario
Internacional o a los poderes ocultos de los intereses imperialistas.
El Pueblo Argentino vive actualmente en la más plena dictadura, bajo los efectos
del “Estado de Sitio” que suprimió todas las garantías constitucionales y del “Plan
Conintes” que puso la vida y el honor de los ciudadanos en manos de los más torvos
torturadores y asesinos. Así, en nombre de las fuerzas armadas de la República se
han asesinado y torturado ciudadanos en escala jamás conocida, se han proscripto
millares de hombres públicos y dirigentes políticos y gremiales, como asimismo
gimen en las cárceles argentinas una multitud de ciudadanos que han sido
condenados por tribunales ilegales, en una parodia de justicia que resulta un
escarnio para toda conciencia honrada. Se ha creado el delito de opinión y se
castiga con prisión o multa a los ciudadanos por poseer retratos de determinadas
personas en sus hogares. Se habla de libertad de prensa y el gobierno se ha
incautado de todos los diarios, revistas, estaciones de radio y televisión, formando
una verdadera cortina de silencio para todo lo que no sea afecto a sus móviles
inconfesables. Si sus adversarios políticos publican un libro o un periódico, la
policía se incauta de los mismos y reduce a prisión a sus propietarios por orden
expresa del gobierno.
En Estados Unidos se pregunta a menudo el porqué del odio que demuestra el
Pueblo Argentino a sus funcionarios que lo visitan: la respuesta no es difícil de
comprender si se tiene en cuenta que el apoyo a semejantes aberraciones, máxime
cuando el propio gobierno argentino hace correr la voz que procede así por la
oculta presión de los intereses o el gobierno norteamericano.
“Democracia” y “Libertad”: persecución para el Pueblo
El Justicialismo, declarado fuera de la ley y perseguido en nombre de la
“democracia” y de la “libertad” se ha tonificado y purificado. Lo mismo les ha
ocurrido a “nuestros compañeros de suerte” los comunistas, que durante mi
gobierno, cuando estaban dentro de la ley, en 1953, no alcanzaron a obtener treinta
mil votos en total en las elecciones generales de ese año y que hoy pueden
computar guarismos que se acercan al medio millón.
Nosotros no somos políticos profesionales ni luchamos por intereses de nuestros
dirigentes sino porque el bienestar del Pueblo y la grandeza de nuestra Patria,
como tampoco nos interesa que nuestra victoria sea inmediata sino definitiva y
permanente. Creemos que si estamos en la verdad triunfaremos y sabemos que si
no estamos en ella será mejor que no triunfemos.
El mundo está lanzado en una evolución tremendamente acelerada y la dirección
de esa evolución es hacia las democracias sociales, lo que coincide en absoluto con
la línea sostenida por la Doctrina Justicialista dando lugar a que podamos
considerar a nuestro Movimiento en la propia naturaleza del desarrollo histórico,
en tanto nuestros enemigos colocados en la reacción, con métodos del más crudo
reaccionarismo, se han colocado “nadando contra la corriente” y se afanan porque
vencer mediante hechos políticos circunstanciales carentes en absoluto del sustento
que solo puede dar la línea de la evolución histórica.
El problema argentino no puede ser encarado dentro de los conceptos clásicos
porque se trata de un hecho nuevo en la política nativa. Las soluciones a la visita
son meras soluciones circunstanciales, carentes de trascendencia histórica, en
tanto lo permanente es precisamente el proceso histórico que los políticos parecen
haber olvidado. Los hechos políticos son meras formas transitorias cuando no se
apoyan en el quehacer histórico que es el permanente y es el dominante. Muchos
no han comprendido el Justicialismo porque parecen estar viviendo aún en el siglo
pasado. La fuerza del Justicialismo radica en que su línea intransigente está en la
propia naturaleza del desarrollo histórico, mientras que las otras tendencias viven y
obran en el plano estrictamente político. Sus éxitos sólo pueden ser éxitos políticos
sin la gravitación ni la permanencia del quehacer histórico.
El quehacer político sólo puede adquirir vivencia cuando tiene como sustento la
línea histórica.
Yo pregunto: si un movimiento popular de gran arraigo como lo es el Justicialismo
que representa la inmensa mayoría del Pueblo, puede permanecer fuera de la ley
sin luchas. Y, cerrados todos los caminos de la legalidad, perseguido e
imposibilitado de hacer oír su voz, de intervenir en las contiendas electorales y
hacer valer sus derechos, ¿puede tener otro camino que el de la conspiración en
procura de resolver por la violencia, lo que no puede hacer pacíficamente? Como
también pregunto: ¿si todas esas fuerzas justicialistas ven que esa anacrónica
situación es apoyada por las grandes potencias occidentales que hacen causa
común y sostienen el actual estado de cosas, no se sentirán atraídas por el apoyo
que le ofrece el otro bando? Es necesario persuadirse que, en este campo, no se
pueden seguir forzando las soluciones con los fáciles expedientes de la
arbitrariedad o de la fuerza, porque es muy triste el clima de la injusticia para
obligar a los pueblos a vivir en él.
De situaciones como ésta, que no son una excepción en el panorama político de
Hispanoamérica, no puede ser culpado nadie que no haya intervenido directa o
indirectamente en provocarlas, pero cuando existe la evidencia de una intervención
en la preparación y un apoyo abierto a la continuidad de tal estado de cosas,
tampoco puede pretenderse que se libere de responsabilidad a los culpables. Lo
sublime de la ecuanimidad no está en los enunciados sino en la ejecución de las
acciones. Por eso, cuando se pregunta por las causas del repudio popular a los
representantes de los Estados Unidos, será porque los pueblos ni aman ni odian
alguna razón muy justificada.
No hay que culpar inconsultamente al comunismo de la agitación de los pueblos,
cuando existen otras causas mayores que explican esa agitación, como tampoco hay
que “fabricar” un comunista en cada uno de los hombres libres que se revela ante
las injusticias flagrantes. Para remediar los males no existe otro remedio que
suprimir las causas que los producen porque el comunismo podrá acentuar los
efectos, pero no provocarlos si no existen razones que los determinen.
Los terribles errores cometidos, imputables a todos, lo han sido inspirados más en
los intereses y las pasiones que en el buen deseo de alcanzar soluciones ecuánimes
y permanentes. La falsa información por falaz e interesada, la presión de los
intereses materiales, la superficialidad de los juicios, la ignorancia y a veces la
perversidad explican muchos de los hechos que hemos presentado, y que nos están
llevando imperceptiblemente al desastre. De ello no se puede culpar siempre al
adversario porque los errores son sólo imputables al que los comete y jamás al
adversario que los sabe aprovechar con sabiduría y con prudencia. Ya decía
Schöeffen, que para que se alcanzara un éxito como el de Cannas, no era suficiente
la existencia de un Aníbal, sino que era indispensable que existiera un Terencio
Varrón.
Hasta aquí he tratado de esbozar el problema argentino sin inmiscuirme
deliberadamente en los demás países de Iberoamérica, porque considero que cada
uno de ellos representa un problema concreto y un caso particular que no podrá
resolverse ni con sistemas colectivos de acción, ni con medidas de orden general,
aunque en las formas deberán tenerse presente siempre nuestra común
idiosincrasia, que nace de la herencia hispánica que todos llevamos con orgullo en
nuestra sangre. La historia de más de veinte siglos caracteriza la virilidad de
muestra estirpe: mansa en el hacer pero indómita en la lucha. Se la puede
persuadir pero no obligar, se la puede ganar pero no dominar.
La Nación Argentina está hipotecada
Señor Presidente: he recorrido casi una vida, que si me ha cargado de años,
también me ha cargado de experiencia, sin que mi corazón haya envejecido.
No necesito riada, ni tengo ambiciones de ninguna naturaleza, estoy ya casi por
sobre de todas las miserias humanas y terrenas, sólo le hablo como argentino y
como hombre del Pueblo, que siente la responsabilidad de representar a muchos
millones de hombres humildes de mi Patria, que ve con dolor la acción destructora
de los sátrapas que los escarnecen y los explotan sin conciencia. Que ve asimismo
como se va llevando un Pueblo deliberadamente a la desesperación desde la cual
puede tomar cualquier camino. Que también ve como se marcha insensatamente
hacia la destrucción de todos los valores morales e institucionales que sostienen
nuestra nacionalidad, prostituyendo las instituciones del orden al complicarlas
hasta hacerlas instrumento de los peores latrocinios y de las acciones más innobles,
para colocarlas finalmente frente al Pueblo. Que no puede observar
indiferentemente que una banda de asaltantes aprovecha la coyuntura de los
empréstitos con que se nos amenaza, para seguir medrando a costa de la hipoteca
de la Nación Argentina.
Si se quiere ayudar realmente al Pueblo Argentino no ha de ser por conducto del
gobierno que padece, porque tal ayuda no ha de llegar al Pueblo por tan inicuo
conducto en forma que tenga nada que agradecer, desde que sus efectos sólo se
harán sentir en una mayor abundancia en los círculos causantes y promotores de la
actual miseria colectiva, porque ese Pueblo que se pretende ayudar, con toda
justicia, cuando llegue el día de pagar, podrá protestar por una ayuda que le
impone nuevos sacrificios sin haber obtenido ninguno de los beneficios
prometidos.
sé que se hablará mucho de promoción de la riqueza e impulso a la “maltrecha
economía argentina” pero también sé que todo ello es sólo un pretexto para
enriquecer más a los allegados al gobierno y a las empresas actualmente causantes
de la crisis que soporta la economía popular. Yo sé también que se dirá que no se
puede sostener una justicia social sin el respaldo de una potente economía,
monserga que vienen escuchando veinte generaciones de explotados y
escarnecidos. Yo sé, en fin que se prometerá todo pero también sé que no se
cumplirá nada en beneficio efectivo del Pueblo, que es lo que ha de buscarse en
forma inmediata.
Para equilibrar la economía argentina, desequilibrada por la acción de seis años de
incuria y latrocinios, se necesitará, si se sigue ese camino, no menos de diez años y,
en el tren que vamos, dentro de diez años, quién puede saber lo que ya habrá
ocurrido. O la ayuda llega al Pueblo en forma directa o inmediata o todo esfuerzo
será estéril, sino perjudicial. Se impone restablecer la justicia social abolida por la
dictadura militar y luego suprimida por el actual gobierno y sin recurrir a medidas
expeditivas y directas, nada se podrá hacer. A los Estados Unidos, en las actuales
circunstancias, sólo le debe interesar el Pueblo Argentino, porque de poco le
valdrían los títeres que dicen gobernarlo. Para lograr los fines que se persiguen no
es suficiente con disponer de muchos miles de millones de dólares, sino que
también es indispensable saberlos emplear para alcanzar los objetivos que se
propone.
La “ayuda ” a la Argentina y los Sindicatos
¿Qué problema es más grave de cuantos tiene en la actualidad el Pueblo Argentino?
-el de poder vivir con dignidad. ¿Cuál es el estado actual de los hombres de ese
Pueblo? -el noventa por ciento de ellos se encuentran sumergidos, porque mientras
se congelaron sus sueldos y salarios, se han liberado los precios de los artículos
esenciales y, en consecuencia, su poder adquisitivo no está en proporción a la
necesidad-. ¿Qué es lo que debe hacerse? -se comprenderá fácilmente que mientras
subsista el actual estado de cosas, nada se conseguirá con enriquecer más a los
ricos, como no sea hacer aún más odiosa la miseria en medio de la abundancia.
Sería largo enumerar exhaustivamente cuanto se debe hacer para restablecer la
justicia social que la mala fe de los actuales políticas ha destruido con las
consecuencias que presenciamos, pero existe en el país una extensa legislación
social que dejó el Justicialismo y bastaría con que se cumpliera la mitad de esas
leyes, que hoy son letra muerta, para que en muy poco tiempo cambiara la suerte
del Pueblo Argentino y retornaran los días que todos añoran.
Ha de comprobarse minuciosamente el empleo que se haga del dinero que
constituya la ayuda anunciada, estableciendo un control efectivo para que se
cumplan las leyes sociales a que nos venimos refiriendo. Debe ser condición
imprescindible el restablecimiento de los “Convenios Colectivos de Trabajo” y del
“Salario Vital Móvil”, como asimismo la elevación inmediata de los salarios hasta
ponerlos a nivel con el costo de la vida y el incremento de las fuentes de trabajo. En
el Pueblo, escéptico ya porque la acción de sucesivos engaños, nada se conseguirá si
los efectos no se hacen sentir en forma inmediata y sostenida.
No contribuyan Ustedes con nuevos errores a que la infamia se siga consumando.
Si realmente se intenta ayudar al Pueblo Argentino, no lo hagan a través de un
gobierno que ha demostrado ser su peor enemigo, como tampoco por intermedio
de las empresas que han sido las causantes de la actual explotación y miseria,
háganlo por las organizaciones sindicales que son las únicas que lo representan y
los órganos naturales en la defensa de los intereses populares y profesionales, que
no sólo pulsan mejor las necesidades de la masa sino que también son las
instituciones más serias y responsables del país.
El Justicialismo: reserva moral de la Nación
Los justicialistas luchamos por el Pueblo. No pretendemos poseer el poder sino
alcanzar la justicia. Hemos demostrado que sabemos y podemos hacerlo, por eso
nos duele contemplar cómo una legión de bandidos y otra legión de ignorantes han
ido destruyendo lo que nos costó diez años levantar.
He dedicado mi vida al servicio del Pueblo y no puedo ver sino con tristeza, ya en el
ocaso de mi vida, cómo un grupo de ignorantes irresponsables puede jugar
impunemente con su destino.
La actual crisis argentina obedece a un desequilibrio deliberadamente provocado
por los más sórdidos intereses, que no alcanzaron a penetrar las consecuencias a
que ellos mismos se exponían al hacerlo. Quisieron castigar al Pueblo por el delito
de haber disfrutado de un cierto grado de felicidad y por la osadía de pretender
intervenir, con un cierto grado de dignidad, en la vida de la Nación. El golpe de
Estado de 1955 y la dictadura militar que fue su consecuencia, fueron los
instrumentos de esos intereses, porque permitieron que sus personeros se
encaramaran en el poder, desde el cual con la violencia más inaudita, provocaron el
desastre de la economía, la anarquía social y desbarajuste político. En ese año no
les fue difícil a los aprovechados de la situación sacar sus beneficios personales
para abandonar luego a su suerte a la Nación. El nuevo gobierno se ha distinguido
de la anterior dictadura sino por haber agregado a la arbitrariedad y la violencia, la
insidia y la hipocresía. Se han intensificado los latrocinios y todo amenaza con
descomponerse y en una medida jamás sospechada.
Si no fuera porque el Justicialismo, que en diez años de prédica y realizaciones, ha
incidido tan profundamente en el alma popular todo estaría al borde del derrumbe.
Sin embargo, son precisamente esas virtudes justicialistas, las que están salvando
al Pueblo en su lucha contra la satrapía dictatorial; son esas reservas espirituales
las que mantienen la cohesión y permiten una guerra sin cuartel y sin descanso
contra los verdaderos enemigos del pueblo y de la Patria.
Las dictaduras han afirmado que anhelan destruir al Justicialismo, instaurado en el
país con una doctrina profundamente arraigada en el alma popular, con una teoría
en plena ejecución y una organización integral (Gobierno, Estado y Pueblo)
funcionando en todos los estantes de la comunidad argentina. ¿Con qué van a
reemplazar esa doctrina, esa teoría y esa organización? ¿Es que la Nación
Argentina empeñada en una misión común puede abandonarlo todo sin caer en la
más absoluta anarquía y en el caos más peligroso? Así, se han dedicado a destruir la
organización del Gobierno, del Estado y del Pueblo, paralizando la acción general,
sin reemplazar lo orgánico ni lo funcional. Las consecuencias están a la vista.
Sin embargo, con ser esto monstruoso como signo de irresponsabilidad, es poco,
ante la intención de destruir los valores morales de la Nacionalidad y las virtudes
del Pueblo Argentino. Lo más repugnante de esa acción, es que no la promueve una
concepción diferente de carácter ideológico; sino la servidumbre a los más sórdidos
intereses foráneos y vernáculos que se oponen al sagrado derecho del Pueblo
Argentino de constituir una Nación justa, libre y soberana.
Patriotas y mercenarios
Ahora, esos mismos siniestros personajes que provocaron todo, se asustan y ponen
el grito en el cielo porque el comunismo avanza y la justicia los amenaza, pero el
que no tiene buena cabeza para prever ha de tener buenas espaldas para aguantar.
Ellos son incapaces de comprender estas cosas, insensibles a los ideales y al
servicio de sus intereses, carecen de mística ciudadana, es la diferencia natural
entre los patriotas y los mercenarios: mientras los primeros no pueden comprender
la sordidez de los segundos, éstos no comprenderán jamás el idealismo de los
primeros. Ellos son hombres que no sirven una causa y nuestra razón de ser es
precisamente esa causa. Pensamos que quién no tenga una causa que defender no
merece la vida y que el hombre, aun cobarde y materialista, no escapa a su destino.
Sin embargo, la situación argentina se arregla en seis meses si se procede
atinadamente y en vez de hacer política de comité se dedican los esfuerzos a
gobernar con orden, terminando con la anarquía política actual que provoca el
mismo gobierno con sus pasiones y desatinos. Porque, al contrario de lo que
muchos creen, la crisis argentina actual es más política que económica y social. La
pasión política que la violencia del gobierno ha provocado es el origen de todos los
males porque el Pueblo desalentado ha “bajado los brazos” y las organizaciones
políticas y gremiales en permanente lucha, consumen sus energías en neutralizar
las violentas provocaciones del gobierno en vez de colaborar en la tarea común.
En último análisis se trata de una crisis de trabajo: destruido el poder adquisitivo
de las masas por el envilecimiento de los salarios, el ciclo económico ha entrado en
una grave atonía que ha repercutido catastróficamente en el comercio, la industria
y la producción, produciendo no sólo graves quebrantos financieros a la economía
privada, sino también provocando un elevado índice de desempleo y disminución
progresiva de salarios que ha desanimado a la mano de obra y al trabajo. Semejante
círculo vicioso ha provocado asimismo una marcada espiral inflatoria, provocada
por un aumento desconsiderado de los precios, que ha roto toda relación entre los
salarios y el costo de la vida, en lo que ha colaborado negativamente el gobierno
mediante un empapelamiento sin precedentes por emisiones desenfrenadas de
dinero.
Los males que aquejan a la Nación Argentina no se ocasionan en falta de riqueza,
sino en una terrible desorganización de la misma y del trabajo nacional. No se
necesita dinero para remediarlos sino trabajo, trabajo y más trabajo. Para lograr
esto no es suficiente con comprenderlo, sino que es necesario poderlo realizar. Los
actuales hombres de gobierno no tienen la autoridad moral suficiente ni el
predicamento necesario ante la masa popular para lograrlo. Ese es el verdadero
problema cuya solución no ha de alcanzarse hasta tanto los hombres y las
condiciones no cambien.
Sintéticamente expuesta, esta es la situación argentina, en relación con el problema
que tanto preocupa a su Gobierno. He acotado también muy sintéticamente
nuestro pensamiento que, puedo asegurar, es también el del Pueblo Argentino. Me
resta pedirle disculpas por la rudeza de mis expresiones pero siempre he creído que
la verdad habla sin artificios. Le ruego que, con mi más alta consideración, acepte
mi saludo.
Juan Domingo Perón

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