APORTES PARA UNA CRÍTICA DEL REFORMISMO EN LA ARGENTINA
Estos dos trabajos resumen nuestro planteo de la situación argentina. El primero es
un análisis de la posición del Partido Comunista Argentino, preparado en 1961,
para conocimiento del cro. Fidel Castro. Al no poder cumplir ese propósito, y como
su índole excluía toda difusión de su contenido, esto solo fue conocido por dos
compañeros comunistas extranjeros a cuyo requerimiento fue redactado; la
entregué al comandante Che Guevara. Allí están consignadas nuestras
discrepancias fundamentales con el PCA y se exponen las razones de la línea que
proponemos. El tiempo transcurrido y los acontecimientos posteriores en la
Argentina no quitan valor a ninguna de aquellas premisas sino que, creemos, las
reafirman. Por eso lo hemos dejado tal cual estaba.
La conclusión general de este trabajo era postular una política insurreccional, a la
cual debían subordinarse todos los movimientos tácticos, incluidas las posiciones
que se adoptasen frente a los comicios de fines del ’61 y marzo del corriente año.
Nuestro escepticismo sobre la posibilidad de llegar a la unidad por los caminos que
proponía el PCA fue confirmado por el fiasco del candidato de la “unidad” en Santa
Fe, doctor Alejandro Gómez, que solo obtuvo 40000 votos sobre un total de casi un
millón de sufragios. Pese a que el PCA quiere capitalizar para el doctor Gómez el
prestigio de la Revolución Cubana, los restantes movimientos fidelistas -PRAN
(Peronismo Revolucionario de Acción Nacionalista), Partido Socialista Argentino
de Vanguardia (secretario Tieffemberg), Movimiento de Liberación Nacional
(Ismael Viñas, Sra. de Guevara) – constituyeron otro frente, que retiró sus
candidatos y votó al candidato Peronista, que obtuvo 240000 votos. De ese
episodio las fuerzas de izquierda salieron más divididas que antes, al punto que
hubo un serio enfrentamiento entre comunistas y socialistas argentinos, que venían
actuando en común.
No es de extrañar, así, que en los comicios de marzo último el PC tuviese que
aceptar una unidad que consistió lisa y llanamente en su apoyo -lo mismo que los
Socialistas de Vanguardia y demás partidos de izquierda- a los candidatos
Peronistas. La decisión fue, en sí, auspiciosa y correcta. Pero la insistencia
constante del PC en plantear erróneamente la unidad dio motivo a que solo le
quedase abierta esa forma de unidad inorgánica, circunstancial. Paradójicamente el
PC tuvo que decidirse por el movimiento de masas, pero en condiciones en que,
dentro de este, favorecía a los sectores más politiqueros y reaccionarios, recibiendo
ataques de muchos de los candidatos que estaban obligados a votar.
La unidad, tal como la concibe el PC, es imposible e inaceptable; la unidad a que se
llegó es la variante menos favorable a la izquierda. Entre uno y otro extremo hay
una gama de gradaciones posibles y eficaces, que dependen no solamente de las
circunstancias sino de la habilidad con que proceden los comunistas y los pequeños
partidos que ellos controlan. La batalla definitiva por la unidad se dará en el seno
del Peronismo pero influirá la actitud de las fuerzas de izquierda, cuyos aciertos
facilitaran la lucha de los elementos revolucionarios por el control del movimiento.
Y, simultáneamente, la unidad férrea y permanente solo será factible en la medida
en que gravite internamente el ala izquierda Peronista.
El segundo trabajo parte de que la estrategia de masas debe ser insurreccional y
entra en aspectos concretos a desarrollar. No es un recetario de fórmulas infalibles
para tomar el poder ni un plan que pretenda prever las varias etapas de la lucha y la
táctica adecuada a cada una de ellas. Pero sintetiza las bases de esa política
revolucionaria y encara los pasos iniciales.
¿LUCHA LEGAL O INSURRECCIÓN?
Este Trabajo es un análisis crítico tendiente a demostrar que la línea del Partido
Comunista Argentino no contempla las urgencias de esta hora dramática para la
Nación y decisiva para Latinoamérica. La revolución socialista en Cuba crea
condiciones para la unidad y el avance de las fuerzas revolucionarias del
continente; al mismo tiempo, agrava las consecuencias de este error hasta un límite
que no está condicionado por la gravitación del Partido Comunista como
agrupación política interna sino por su calidad de representante oficial del
socialismo mundial.
Esto determina el sentido de nuestra crítica, despojándola de la virulencia y
carácter público que tendría si enjuiciase actitudes similares de fuerzas
circunscriptas al ámbito local; porque lo que nos interesa de los desaciertos que
señalaremos no es que no favorezcan en la lucha por la dirección de las masas sino
que provengan del partido que, por su condición de socialismo “canónico”, es
obligado participante del proceso liberador y factor de su retardo o aceleramiento.
El razonamiento que expondremos supone, para fundamentar que el PCA
propugna un curso de acción en pugna con la correcta aplicación de la teoría
marxista, la mención de los antecedentes que la originan y las causales de ese
reiterado fallo metodológico.
La táctica del PCA puede resumirse así: “formación de un frente democrático
nacional, base de sustentación en un futuro próximo de un gobierno de amplia
coalisión democrática.”(V.Codovilla 5-5-61). Los medios de lucha implican la
coalición electoral, apoyando a candidatos y/o partidos progresistas y a la presión
de masas contra la política proimperialista y antipopular del gobierno.
Está descartada, en cambio, la acción insurreccional, por no existir condiciones
objetivas; sin perjuicio de que, si en el curso de la lucha por el pleno
restablecimiento de las libertades públicas, dichas condiciones apareciesen, podría
entonces recurrirse a formas violentas para tomar el poder; mientras eso no ocurra,
la incitación a la violencia es provocación que desata la saña persecutoria y
disminuye el margen de legalidad. Así podrán solucionarse los problemas de la
nación, mediante la “revolución democrática, agraria y
antiimperialista”.(V.Codovilla).
¿Están esos planteos de acuerdo con los intereses populares y nacionales en esta
etapa histórica de la Argentina? Sostenemos que no.
Como el marxismo es una “guía para la acción” que debe aplicarse teniendo
presentes las circunstancias de tiempo y lugar, ninguna circunstancia puede
defenderse ex nihilo, sino en relación con la condicionalidad histórica que se tiene
en vista. Ese principio nunca lo olvidan los comunistas argentinos cuando se trata
de enfriar los entusiasmos insurreccionales que despierta el triunfo de Fidel Castro.
Y nosotros nos cuidaremos muy bien de no prescindir de el al fundamentar que la
lucha insurreccional es la única salida para los problemas nacionales. En ninguna
forma intentamos un trasplante mecánico de los procedimientos de Cuba, ni
juzgamos nuestras condiciones por las que allí imperaron durante el proceso
libertador. ( Un artículo del comandante Guevara en Verde Olivo analiza a fondo la
cuestión, deslindando lo que pueda ser particularismo cubano de aquello que
constituye ejemplo para toda Latinoamérica.)
Partimos de que cada hecho histórico tiene un carácter distintivo, que autoriza a
decir que es único; sabemos también que la actividad humana, por notable que sea,
no puede exceder el marco del condicionamiento histórico-social. Intentamos
eludir todo vestigio de mecanicismo en el caso Cuba y toda deformación que
nuestros sentimientos tiendan a introducir en el escrutinio de los factores en juego.
En otras palabras, no admitimos que las tesis insurreccionales tengan origen
pasional (queriendo significar que no resistirían el examen que las confronte con la
actualidad del país.)
Pero esa debilidad la encontramos, en cambio, en la posición del PCA, en la que
vemos el arraigo a otras del pasado. El rasgo común en todas ellas es que provienen
de esquemas teóricos en donde pretende encerrarse una realidad vivida y
cambiante. Creen que los partidarios de la insurrección imitamos a Cuba
simiescamente. Pero no reparan en que hace treinta años que los comunistas
argentinos se copian a sí mismos.
El Frente de Amplia Coalición Democrática que desemboque en el gobierno de
amplia coalición democrática es la táctica permanente que parece servir para todas
las circunstancias. En el año 1936, la solución correspondió a la táctica de los
Frentes Populares; desde entonces es una receta invariada, con pequeñas
modificaciones de enunciado, con Dimitrov o sin Dimitrov, pero aplicable a
cualquier fin que se persiga. En la práctica, los llevó a la alianza con las peores
fuerzas y los alejó del pueblo en cada episodio decisivo.
Lenin, que captaba cada pequeña variante de la historia, decía: “Ocurre con harta
frecuencia que cuando la historia da un viraje brusco, hasta los partidos avanzados
dejan pasar un tiempo más o menos largo antes de orientarse ante la nueva
situación creada, repitiendo consignas que si ayer eran exactas, hoy han perdido ya
toda razón , tan súbitamente como súbito es el gran viraje de la historia.” Desde
1935 hasta la fecha, la fisonomía de la Argentina cambió, se modificó su sistema
productivo, la composición social de la población, la correlación de clases, etc., etc.
Lo único que ha permanecido fijo atemporalmente es la consigna que comentamos,
que no sufre el efecto ni de los “virajes violentos” ni de los virajes que ya tienen
sobrada perspectiva histórica como para ser escrutados en todas sus consecuencias.
Esto es una crítica constructiva y no un memorial de agravios contra un adversario,
así que nada que se diga lleva intención aviesa. Pero en la medida en que
asignamos importancia a la función que debe cumplir el PCA en la lucha de
liberación, debemos prescindir de los pasos de minué y plantear con claridad lo que
consideramos sus errores.
Seria incompleta la afirmación de que el frente propuesto “no toma en cuenta las
nuevas circunstancias” ; la verdad es que tampoco tuvo en cuenta “las anteriores”
circunstancias. Si en alguna de las oportunidades propuestas pudo haber cumplido
un fin útil, es materia de especulación literaria. Lo cierto es que cuando funcionó en
alguna forma, el PCA estuvo en la vereda de enfrente de las masas.
Pero ahora ya es totalmente obsoleto. Además de impracticable -cosa que nadie
puede afirmar sin incurrir en cierto grado de agorería- es inocuo para los fines
propuestos. Es demasiado amplio, demasiado vago, demasiado impreciso y no da
solución a los problemas fundamentales. Carece, por lo demás, de atractivo para las
masas; es un frente de superestructura que, de ser factible, solo serviría para
usufructo de políticos burgueses con veleidades progresistas.
Ese frente, ¿para qué sirve?
Admitamos que ese agrupamiento posea posibilidades mágicas que nuestra
intuición no alcance a captar, y tenga perspectivas de constituirse. Entonces
preguntamos: ¿un frente para qué? Y nos encontramos con el primer golpe de la
realidad: las masas argentinas no se movilizarán detrás de soluciones electorales,
en las que no creen.
Frondizi tuvo, al menos, el mérito de matar las ilusiones electoralistas. Todas las
fuerzas “democrática, populares y nacionales” lo votaron en base a un programa de
izquierda moderada. Mientras el Peronismo, después del triunfo negaba que
Frondizi pudiese dar soluciones de fondo, aunque si crear condiciones para
cambios profundos en caso de cumplir el programa prometido, el PC proclamó que
“con Frondizi, el pueblo entró a la Casa de Gobierno”. Lo importante no es
confrontar esa disparidad de apreciaciones (aunque es extraño que el partido
mayoritario no tenga afecto por la legalidad que le aseguraría el poder), sino poner
de relieve que la masa popular votó “contra el continuismo de Aramburu-Rojas”. Y
que cualquier esperanza remanente, se desvaneció un mes mas tarde. Al ser
declarados fuera de la ley el partido Peronista y el comunista, se demostró que la
oligarquía solamente daría “estado de derecho” hasta el límite en que no estuviesen
en peligro sus privilegios. El pueblo lo sabe, los comunistas lo saben, ¿A qué
entonces, ponemos a restablecer esperanzas en los comicios?
En la Capital federal pudo darse el caso de que Alfredo Palacios, utilizando las
banderas de la revolución cubana y de la libertad a los presos políticos, triunfase.
Saquemos del episodio todo el dividendo propagandístico que podamos, pero no
nos autoengañemos. En ese distrito, las fuerzas son más parejas entre los partidos:
un vuelco en algunas barriadas Peronistas, sumado al voto de los comunistas,
permitió resucitar la momia. El resultado es que, mediante eso, se fortaleció el ala
reaccionaria del Partido Socialista Argentino, que acaba de expulsar, por pro
soviéticos, a los grupos que dieron contenido popular a esa candidatura. Pero,
electoralmente hablando, tengamos en cuenta: 1) que Palacios tiene simpatías
entre la burguesía de la Capital, así que el aporte adicional de votos populares le dio
el triunfo; en otros lugares, no se movilizaran las masas detrás de ningún
mamarracho, aun cuando simule adhesión a causas simpáticas; 2) costó un gran
esfuerzo evitar que Palacios repudiase el apoyo de los comunistas, que hicieron su
campaña con el lema “Apoye a la revolución Cubana votando a Palacios”, en contra
de la voluntad del candidato; 3) que sin que viniese a cuento, Palacios acababa de
hacer una declaración “contra el imperialismo soviético”, para demostrar que sigue
siendo “democrático”. Eso en cuanto a la elección en la Capital, que tuvo
características especialísimas. Algún partido nuevo con plataforma “progresista”
podrá obtener muchos votos. Pero en ningún caso arrastrarán a las masas. Cuando
más sacaran algunos legisladores, y con eso no pasa nada.
Si por algo decimos que el pueblo trabajador argentino está politizado, es porque
no cree en las tonterías de la democracia “representativa”. Los Peronistas vivimos
diez años inculcándoles esa idea, y otro tanto hicieron los marxistas. Y ahora que
ese Pueblo sabe que no puede esperar nada de los partidos burgueses ¿vamos a
restablecerle la fe perdida y tratar de demostrarles que por medio de las elecciones
se alcanzaran los fines revolucionarios que terminen con la explotación y el
imperialismo? ¿Es que acaso nosotros lo creemos?
Se dice, como argumento, que un gran triunfo electoral promovería la acción de los
grupos más reaccionarios del ejército, con la contrapartida del descontento general
que podría llegar hasta desembocar en condiciones para otro tipo de lucha. Ese
razonamiento es demasiado tortuoso para nosotros. Porque significa aceptar que la
proscripción del partido mayoritario y del Partido Comunista, la persecución a los
obreros, las torturas, el Plan Conintes, etc. no bastan para estimular la rebeldía y
demostrar que “dentro del régimen” el pueblo no puede llegar al poder: pareciera
que el pueblo recién se enardecerá cuando perjudiquen y hagan trampa a los
burgueses. ¿Así que tenemos que tratar de restaurarle la confianza en las
elecciones, hacerle aceptar candidatos más o menos burgueses para que, en caso de
triunfar, se sienta otra vez burlado y busque salidas no pacíficas? Esa sutileza
escapa a nuestra percepción; es como si para demostrarle a un ateo que la idea de
la trascendencia es falsa le inculcamos la fe católica y después lo ponemos en
contacto con los prelados para que vea que son servidores de las malas causas y se
desilusione. Siempre tendremos lo mismo que en el primer momento: un ateo
(pero tal vez un poco más cansado.)
Hay un razonamiento supremo en abono de la coalición electoral: como las
elecciones son inevitables, y la gente tiene que votar y está cansada del voto en
blanco, hay que procurar que no se fortalezcan las fuerzas más reaccionarias, y
triunfen candidatos que merezcan más confianza. No creemos que sea tan sólido el
razonamiento. En primer lugar, porque como vote la gente carece de importancia:
ese sufragio desganado no expresa una voluntad combativa. Luego, porque en
muchas partes la única manera de triunfar será optando entre los dos radicalismos
que son otras tantas variantes de la infamia. Les daremos consagración de
“populares” a los politiqueros, siempre rápidos en defender verbalmente las buenas
causas que arrastran votos.
La objeción fundamental es que iremos al juego de la oligarquía, allí en el terreno
donde es más fuerte y tiene los resortes a su servicio. Los partidos “tradicionales”
nos harán la ofrenda de protestar por las libertades de que los Peronistas y
comunistas estamos privados, pero seguirán felices con esa maravillosa condición
de vicarios en el mundo feliz de las estructuras intocadas. Si en algunos lugares
podemos imponer partidos nuevos con planteos progresistas, suministraremos, a
elementos que pueden ser útiles, el declive hedónico de las “oposiciones legales”.
En ningún caso haríamos triunfar las buenas causas: en todo caso, haríamos
triunfar a la legalidad. Pero en versión muy restringida. Porque si se considera que
el paso ineludible en una aproximación a la revolución antiimperialista es “el
restablecimiento pleno de las libertades públicas”, nuestro disentimiento sigue
válido. Las libertades públicas no se conquistan, hoy en día, por mayoría de
sufragios: que nosotros sepamos, los coroneles, generales y almirantes no se eligen
por sufragio popular.
Frondizi saco 4 millones y medio de votos, representativos de una amplia
coincidencia nacional a su programa nacionalista. Pero al mes ya estaba
cumpliendo el programa que solamente se había atrevido a postular un partidito
que no llego a 30000 votos. Salvo que caigamos en el burdo maniqueísmo de los
partidos burgueses cuando están en la oposición, no pensaremos que es producto
de la “maldad” de Frondizi. Pero extraigamos, si no lo sabíamos, la lección de que
hay un poder real que predomina sobre la ficción de poder encarnada en los
mandatos políticos.
En épocas normales, esa violencia está cristalizada en las instituciones del orden
jurídico liberal burgués. Cuando toma caracteres tan concretos y se presenta sin
ropaje, indica un estado avanzado en la descomposición del régimen. Las formas
fascistoides indican una fase desintegrativa y no la invulnerabilidad del régimen.
Como hay que ser cuidadoso en las citas de los grandes marxistas (para evitar caer
en lo que precisamente criticamos: la selección caprichosa de textos escritos para
situaciones que pueden o no tener real similitud con la situación a que se aplican),
prevengo que la que ahora transcribiré era un ataque de Rosa Luxemburgo a los
revisionistas. Pero expone razones que pueden perfectamente aplicarse al caso
argentino, en lo que tienen de esenciales.
“Para el revisionismo, las actuales erupciones reaccionarias son simplemente
convulsiones que considera pasajeras y casuales y que no impiden establecer una
regla general para las luchas obreras. Según Bernstein, la democracia se presenta,
por ejemplo, como un paso ineludible en el desarrollo de la sociedad moderna; para
el, exactamente igual que para los teóricos burgueses del liberalismo, la democracia
es la gran ley fundamental del desarrollo histórico en su conjunto y todas las
fuerzas políticas activas han de contribuir a su desenvolvimiento. Mas, planteado
en esa forma absoluta, es radicalmente falso, y nada más que una esquematización
demasiado superficial y pequeñoburguesa de los resultados obtenidos en un
pequeño apéndice del desarrollo burgués en los últimos veinticinco años. Si
contemplamos más de cerca la evolución de la democracia en la historia y, a la par,
la historia política del capitalismo, obtendremos entonces resultados esencialmente
distintos. El progreso ininterrumpido de la democracia se presenta, tanto para
nuestro revisionismo como para el liberalismo burgués, como la gran ley básica de
la historia.”
El problema de las condiciones objetivas.
La base de nuestra argumentación es que el frente electoral no es una actividad
“hasta tanto se den las condiciones para otra clase de lucha” , o que se combine con
otro tipo de lucha. Significa canalizar las energías y la rebeldía popular hacia vías
electorales, haciendo concebir falsas esperanzas si se tiene éxito o dando sensación
de debilidad del movimiento popular en caso contrario. En cualquier caso, se
retrasa la lucha insurreccional y se aparta de ella a los elementos más capaces y
combativos del proletariado. Eludir el dilema entre revolución o compromiso con la
burguesía es simple escapismo.
Sería admisible la posición si el planteo fuese insurreccional, y dentro de el se
adoptase, como acción táctica eventual, un determinado apoyo electoral. Pero la
táctica del PC es netamente electoralista. Las oportunidades para tomar el poder no
caen llovidas del cielo sino que hay que crearlas; y centrar el esfuerzo en las
elecciones es conspirar contra la creación de condiciones insurreccionales, si es que
no existen.
Lo cual nos lleva al primer problema de fondo: analizar si hay condiciones. Y con
esto, tanto como el análisis científico, entran a jugar las aptitudes personales de los
grupos dirigentes revolucionarios y la capacidad para captar los sentimientos de la
masa, sus aspiraciones, el grado de arraigo que tiene la ideología liberal, el residuo
de prejuicios que conspiran contra soluciones radicales, etc. Los esquemas se
someten ahora a prueba por contacto con la realidad, y los dirigentes pueden
fracasar por estar rezagados con respecto al nivel revolucionario de las masas o por
haberlo sobreestimado.
Las decisiones quietistas implican menos riesgo desde que nada arriesgan y
sometidas a criticas pueden ser defendidas escolásticamente con un manejo
adecuado de citas marxistas; en las decisiones violentas, en cambio, el precio del
error suele ser el desastre. Por eso inspira menos miedo la posibilidad de ser
acusado de reaccionario que de provocador. Pero América Latina pasa por un
período crítico, como todo el mundo subdesarrollado, y no es posible eludir un
pronunciamiento, corriendo todos los riesgos que rodean a cada decisión histórica.
Esa responsabilidad debemos asumirla, comenzando por plantear correctamente el
asunto de debate.
Es decir, comenzando por no confundir “condiciones” con “oportunidades.
Demostrar que el poder represivo de la oligarquía dominante es inmenso, que el
imperialismo acudirá en su ayuda, que la fuerza revolucionaria es el proletariado
urbano desarmado y no la gente del campo, todo eso tiene que ver con los métodos
insurreccionales y no con las condiciones. Incluso admitimos que, dadas las
“condiciones” pueden las clases populares pasar mucho tiempo sin encontrar las
tácticas adecuadas. Pero hay que empezar por no confundir la estrategia con la
táctica. Y sobre todo, con no seguir tácticas que, lejos de aprovechar las
condiciones, si existen, o contribuir a crearlas en caso contrario, impiden que estas
se desarrollen. La concentración de poderío bélico en manos de los sectores
reaccionarios implica la necesidad de un análisis exhaustivo de la oportunidad en
que se den las batallas decisivas; en forma alguna puede inferirse, en cambio, que
constituyen el argumento para descalificar la insurrección. ¿Es que acaso el poder
del estado no ha sido siempre el dispositivo de defensa de las clases dominantes?
¿Es que acaso las FFAA de la Argentina permitirán un avance por medios
democráticos o de cualquier índole, que ponga en peligro el “orden de Occidente”
del cual son custodios en el país?
Las condiciones jamás se presentaran formando un haz, completas, sin que falte
nada. Hay que descubrirlas escrutando algo tumultuoso, turbio y complicado como
es la realidad económico-social. De lo contrario, las revoluciones serían perfectas:
estallarían exactamente en el punto histórico de incidencia, ni un minuto antes ni
un minuto después. Y la vanguardia no necesitaría más que estar atenta a ese
llamado, que le indicaría que puede proceder a instalar la dictadura del
proletariado en un medio donde la razón no dejaba ningún estrato en la penumbra.
En la Argentina de hoy, si nos atenemos a una estimación más modesta de las
posibilidades de que las condiciones aparezcan configuradas nítidamente, éstas
están dadas con exceso: empobrecimiento de la clase trabajadora y
desconocimiento de sus derechos como tal, proscripción política de los partidos
Peronista y comunista, concentración de riqueza en los sectores agropecuarios e
industriales vinculados al imperialismo, inmoralidad administrativa, resentimiento
nacional ante el sometimiento a las potencias anglosajonas, falta de confianza en
los partidos tradicionales, estímulo del caso Cuba, quiebra del orden institucional
por las continuas interferencias del Ejército, etc. Todo lo cual configura un cuadro
propicio para las soluciones revolucionarias, que cuentan con el elemento básico de
un proletariado numeroso, combativo y antiliberal y una clase media políticamente
desilusionada en su parte conservadora y entusiasmada por la gestación cubana en
sus sectores más avanzados. Estas son, aun superficialmente enumeradas, las
condiciones que objetivamente autorizan la licitud del planteo insurreccional. La
función de la vanguardia es incrementarlas, dar cohesión al esfuerzo popular,
ofrecerle una salida, buscarle los medios de dar la lucha. Que se acierte o no en esa
labor, es otra cosa.
Que pueda decirse que no hay condiciones para un alzamiento no es argumento
para afirmar que tampoco existen para la tarea insurreccional. Cuya tarea es la que
dará lugar a las restantes condiciones. No podrá imputársenos el pecado de
mecanicismo si traemos una cita del caso cubano. Fidel Castro vio claramente lo
que el resto de los políticos no veían y con el seudónimo de Alejandro afirmó en
una publicación clandestina: “El momento es revolucionario y no político. A un
partido revolucionario debe corresponder una dirigencia revolucionaria, de origen
popular, que salve a Cuba”. Y debemos convenir en que había entonces,
aparentemente, muchas menos condiciones, y la realidad cubana ofrecía escasos
indicios para semejante afirmación. La historia es cruel y no hay otra manera de
demostrar que se tiene razón triunfando: Fidel Castro es el líder de la liberación
americana; de lo contrario, hubiese sido un provocador.
Decir que la tesis de la insurrección de América Latina (los Andes serán la Sierra
Maestra del continente) es un injerto trotskista es no decir nada. En primer lugar,
porque casi todas las sectas realmente trotskistas tampoco creen que existan las
famosas “condiciones”. Y luego, porque el debate sobre el tema no es una discusión
en el seno del partido, donde la imputación basta por si sola para desprestigiar la
tesis incriminada. Aplicar el calificativo es una forma de ahorrarse la demostración
de que el enfoque propio es correcto, inventando al contradictor un aporte teórico
ficticio que oculte la real coincidencia con los más destacados líderes de la
ortodoxia marxista-Leninista (entre ellos, claro está, Mao y también Jruschov: ´Por
eso solo con la lucha comprendida la lucha armada, es como pueden los pueblos
conquistar su libertad e independencia ¿Pueden tener lugar en el futuro guerras
como esa? Si, pueden ¿Pueden tener lugar insurrecciones como esa? Si, pueden.
Pero son precisamente guerras o insurrecciones populares. ¿Pueden crearse en
otros países condiciones en las que el pueblo, agotada la paciencia, se levante con
las armas en la mano? Si, pueden crearse. ¿Cuál es la actitud de los marxistas hacia
esas insurrecciones? La más positiva. Los comunistas apoyan en todo, esas guerras
justas y marchan en las primeras filas de los pueblos que sostienen una lucha de
liberación”.)
Dentro de una estrategia insurreccional, las combinaciones políticas o los apoyos
electorales ante el hecho concreto de las elecciones, tienen un sentido que es muy
diferente del que adquieren cuando el frentismo es un fin en sí mismo (al menos
para toda una etapa). Porque en este último caso no solamente es ineficaz para los
fines perseguidos, sino que anula los expedientes de la violencia. Si las
“condiciones” no existen, la coalición del tipo de la propuesta no contribuirá, por
cierto, a crearlas. Si la táctica es inocua, es una derrota de las fuerzas populares. Si
llega a tener algunos éxitos desencadenara medidas represivas: y con eso no
adelantamos nada porque lo que sobran son ejemplos de prepotencia oligárquica;
estaremos a fojas uno.
Pero vamos a suponer lo que ninguna persona en sus sano juicio puede aceptar
como posible: que con la organización del PC y la fuerza numérica del Peronismo
comencemos a imponer candidatos que lleven planteos de izquierda, y que eso
triunfe contra las maniobras del gobierno, los divisionismos fomentados desde los
poderes públicos, el silencio de la prensa, la campaña de la Iglesia contra el “avance
rojo”, etc.; y que las Fuerzas Armadas dejen que este proceso se desarrolle sin
tomar medidas en defensa de la “democracia”. Aun en ese supuesto idílico
habríamos actuado como disolventes de la unidad que puede darnos el triunfo, que
es una unidad dinámica, solamente forjable en una lucha trascendente, y no la
unidad que consiste en la coincidencia comicial. Porque no son dos aspectos de una
misma unidad, sino dos tipos de unidades, excluyentes entre sí. La unidad que nos
interesa no es independiente ni de los fines perseguidos ni de las tácticas
empleadas.
En la lucha insurreccional tanto en sus aspectos centrales como en las acciones
marginales de agitación, propaganda, etc., únicamente le proletariado puede
asumir el rol de vanguardia. En la táctica reformista el proletariado deberá
someterse a la burguesía, abandonarle la dirección, actuar en el terreno que ella
fija, someterse a las reglas de juego que ella establece, quedarse dentro de los
límites que ella admite. Es decir que los trabajadores se reducirán, en última
instancia, a las tareas de “presión” sobre los aliados -la mayoría de los cuales serán
circunstanciales- para que estos a su vez “presionen” dentro del régimen.
Y todo este ajedrez tan complicado se termina apenas tres guarniciones se pongan
de acuerdo por teléfono y resuelvan darle una patada al tablero so pena de frenar la
ola roja. Porque la presión de las capas populares, para ser efectiva, tiene que
expresarse en formas que nada tienen que ver con las elecciones.
Aunque manden algunos electos a representarlas en los cuerpos políticos, no son
estos los que constituyen su fuerza de presión: sería un optimismo infundado el
que pensase que cogobiernan, que integran el poder del Estado. Compárese con dos
casos en que realmente hubo cogobierno. En 1917, frente al Gobierno Provisional
de Lvov había un gobierno suplementario, accesorio, de fiscalización, encarnado en
el Soviets de los diputados obreros y soldados de Petrogrado “que se apoyaba
directamente en la mayoría absoluta del pueblo, en los obreros y soldados
armados” (Lenin). El otro caso es de la misma esencia; después del triunfo de la
revolución cubana, durante varios meses coexistieron el gobierno de Urrutia y Miró
Cardona con otro gobierno, formado por Fidel Castro como representante del
Pueblo. En los dos ejemplos citados, puede hablarse de un poder compartido –
tecnicismos aparte-, pero con el gobierno popular apoyado en fuerzas que
impedían que el gobierno reaccionario pudiese reprimirlo. Eso es jugar la presión
de las masas; lo otro es plegarse al enemigo.
No nos engañemos; ningún partido ni grupo burgués quiere un proletariado
político; todos aspiran a representarlo como tribunos de la plebe, con empleo de
todo el lenguaje progresista y el cubanismo que aporte votos. Al llevar a los
trabajadores a votar por alguno de ellos, estamos fortaleciendo a los enemigos –
confesando o no- de su ascenso al poder. Y estamos debilitando esa voluntad de
poder que es uno de los ingredientes insustituibles de la revolución.
Los individuos que componen una clase tienen su visión del mundo y de los
problemas derivados del papel que desempeñan en la sociedad; pero solamente
mediante la acción, actuando como clase, es que toman conciencia de ello. En
épocas en que los sucesos son normales, en el proletariado conviven su visión
particularísima con la ideología impuesta por la clase dominante. Mientras aquella
es inarticulada e inorgánica esta es coherente, orgánica, fijada por el machacar de
las maquinarias educacionales y propagandísticas. Pero en los momentos decisivos,
esa ideología extraña a sus intereses entra en colisión con las necesidades del
proletariado, que pasa a actuar con autonomía y asciende así a la autoconciencia.
Por eso, salvo en cierta capa minúscula, es imposible un desarrollo de la
mentalidad revolucionaria a través de tácticas no revolucionarias.
Si un mérito nadie le niega a Perón es el haber desarrollado en los trabajadores el
sentido de clase y la conciencia de su fuerza. Sobre esa mentalidad así preparada,
hay que actuar sembrando la ideología de la revolución. Lo que será imposible si se
encara como una mera difusión teórica, mientras se aconsejan políticas
pragmáticas dentro del orden establecido. Esta dicotomía entre pensamiento y
acción es factible para movimientos pequeños integrados por iniciados; es nefasta
para un gran movimiento de masas, donde el ascenso al sentido de la libertad real
se adquiere por la praxis y no en la difusión teórica. Los objetivos no pueden estar
divorciados de los medios que se utilizan, porque los pueblos no asimilan las
nuevas concepciones en abstracto, como pura teoría, sino combinadas con la
acción. Los métodos revolucionarios impregnan a la masa con la teoría
revolucionaria. (Y lo mismo ocurre, con signo inverso, con la táctica reformista.)
Un efecto secundario -pero en modo alguno omitible- de la aceptación de la tesis
del Partido Comunista, sería el retroceso de los cuadros revolucionarios en el seno
del Peronismo, en beneficio de los elencos politiqueros y sumisos. Estos tendrían
frente a la masa el argumento de que lo único que los separa del ala izquierda es el
criterio para seleccionar los candidatos que merecen apoyo. Y hasta alegaran su
mayor ortodoxia, pues en lugar de combinaciones electorales siempre sospechosas
para mucha gente ofrecerán partidos neoPeronistas, que el gobierno estimula para
dividir el sufragio popular.