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Tercera Posición y Unidad Latinoamericana

abril de 1954

El mundo actual es un mundo que se encamina, indudablemente, a una lucha
económica, cada día más difícil, y esto surge naturalmente de una rápida
apreciación, observando cómo está el mundo superpoblado y superindustrializado.
En consecuencia, el problema del futuro será, primero, la comida, como ocurre
siempre donde el mundo está superpoblado, y después la materia prima, que es el
elemento de transformación de nuestra industria y de la industria del mundo
entero. Esos dos problemas hacen que, aparte de todas las demás consideraciones
de todo orden, consideremos el problema económico como sumamente importante
para el futuro de nuestras relaciones internacionales.
Pensando en nuestros países y en esa situación, podemos decir que en un mundo
superpoblado y superindustrializado, el futuro estará, indudablemente, a corto o
largo plazo, en manos de aquellos países que tengan mayores reservas, vale decir,
que posean las reservas alimenticias y las de materia prima más importantes.
Considerado este problema en el mundo, es evidente que no hay región de la tierra
que tenga mayores reservas que Latinoamérica. Es indudable que nosotros
poseemos las mayores reservas de materias primas, lo que nos haría pensar que
representa para nosotros el factor más decisivo de nuestro futuro. Es halagüeño
para nosotros, pero no debemos olvidar que esto que representa quizás el factor de
nuestra futura grandeza, representa también el más grave peligro para nosotros,
porque la historia demuestra que cuando se carece de comida o se carece de
medios, se la va a buscar donde exista y se la toma por las buenas o por las malas.
Esa inmensa reserva de Latinoamérica que representa su porvenir de grandeza,
representa también el más grave peligro que la asecha en los tiempos que van a
venir. Por esa razón pienso yo que debemos comenzar a pensar seriamente en estos
problemas, por otra parte para enfrentar un difícil porvenir, porque en el mundo ya
no creo que pueda haber fácil porvenir para ninguno, sino, por el contrario, difícil;
nosotros pensamos como americanos y especialmente como latinoamericanos que
debemos ir previendo la posibilidad de una necesidad de nuestros medios y de
nuestros propios países. Y la mejor defensa está, precisamente, en nuestra unión, y
en nuestra unidad. Por eso he afirmado, en muchas ocasiones, que el año 2000 nos
encontrará unidos o dominados. Cuando se analizan desde el punto de vista
geopolítico nuestros países, ninguno está preparado para ser un gran país del
futuro, porque todos carecen de unidad económica. Ni Brasil tiene unidad
económica, ni Argentina tiene unidad económica, no la tienen tampoco Chile, Perú,
Bolivia, Colombia ni Venezuela; ninguno de estos países tiene, por sí, unidad
económica suficiente como para garantizar su porvenir, pero unidos representamos
la unidad económica más formidable que pueda existir. Entonces, señores, yo
preguntaría, desde el punto de vista político internacional, ¿qué estamos esperando
para realizar lo que hace más de cien años ya nos estaban indicando San Martín y
Bolívar?
Cuando pensamos en estos problemas, unirnos es una conveniencia, pero cuando
lo pensamos profundamente, relacionándolos con un rápido cálculo de
posibilidades del futuro, unirnos es una perentoria e indispensable necesidad. Si
nosotros, por pequeños factores circunstanciales, por pequeños pensamientos o
sentimientos de la política interna de los países, o quizás “cabestreando”
injustificadamente a sentimientos que vienen de afuera de nuestra América, no nos
uniésemos, cargaríamos con la tremenda responsabilidad del futuro nuestro.
He dicho muchas veces, lo he dicho públicamente, que nuestro país está total y
absolutamente preparado para esa unión. Hemos dicho que estamos a disposición
de los que quieran unirse, que nosotros estamos convencidos de esa necesidad, y
queremos señalar para el futuro, cuando las circunstancias carguen la
responsabilidad de no habernos unido sobre los hombres públicos de nuestro
tiempo, que yo por lo menos, estaré libre de esa tremenda responsabilidad.
Es claro, señores, que quien quiera impulsar esta unión, cargará siempre con los
factores adversos de toda la lucha por la unidad. Quien sostenga y levante esta
bandera, será tachado de imperialista, como nos han calificado a nosotros.
Existiendo los “imperiecitos” que existen, ¿cómo nos vamos a poner nosotros ahora
a ser imperialistas? Sin embargo, es necesario afrontar esto. A Bolívar le dijeron lo
mismo cuando él lanzó su idea; también las banderas que se levantaron siempre,
desde las conferencias de La Habana, en Chile, en México, a través de cien años de
intentos para realizar esta unión, siempre fueron tachados de lo mismo. Yo, por mi
parte, no tengo ese temor a las acusaciones ni a los calificativos. Creo que las causas
que uno defiende con verdadero amor, traen como todos los amores, un sector de
sinsabores, que hay que enfrentarlos con decisión y con valentía, porque sin
sinsabores no existen amores y estas causas deben ser las causas de la juventud de
América. Por lo menos que nosotros que no hemos podido cumplir acabadamente
con esta decisión, leguemos a ellos el bagaje de nuestra experiencia y les hagamos
notar que ese futuro que ellos han de vivir y que han de vivir sus hijos, está preñado
de asechanzas, y que un seguro natural para esa existencia feliz, para esa grandeza
a que aspiramos todos para nuestras patrias, debe ser mancomunado por una idea
común, nacida en América, sostenida en América y triunfante en América.
Señores: Si todo esto que representaría una premisa no fuese suficiente, un ligero
análisis de lo que ha sucedido en el siglo pasado en Europa, sería comprobatorio de
cuanto terminamos de afirmar. En 1815, Europa comienza un período muy similar
al que estamos comenzando nosotros ahora en América. En procura de
transformación paulatina, ellos también entonces, de pueblo de pastores y de
agricultores, comenzaron a preparar su gran potencial industrial para ponerlo en
acción. En el Congreso de Viena de 1815, que puso fin a las luchas napoleónicas en
Europa, se constituyó un continente equilibrado. Desde 1815 a 1914 pasó un siglo.
En ese siglo, los países de Europa se industrializaron; todo fue bien mientras que
esa industrialización no salió a la competencia con los grandes centros industriales
del siglo pasado pero tan pronto el equilibrio industrial de Europa se alteró, se
produjo la primera guerra.
¿Cuál fue el error de Europa? El haberse desmembrado y dividido por falta de
coordinación en el comienzo de su industrialización. Alemania se industrializó con
un poder técnico extraordinario. Francia hizo lo suyo; Bélgica, Holanda, etc. etc.,
hicieron lo propio. Inglaterra también. Y llegó un momento en que grandes
corrientes contrapuestas en la industrialización lanzaron a Europa a la primera
guerra mundial, cuyas consecuencias las conocemos nosotros; consecuencias que
se prolongaron durante el lapso de los veinte años que transcurrieron entre la
primera y la segunda guerra mundial, con las mismas tendencias. La segunda
guerra fue por la misma causa, y la tercera será también por la misma causa. La
experiencia en carne propia es el maestro de los tontos. Más vale siempre
experimentar en carne ajena. Miremos a la Europa del siglo XIX para pensar en lo
que será el siglo XX de nuestra América, y en este momento en que todos estamos
comenzando a industrializamos en América Latina no creemos los mismos
problemas que crearon los europeos de 1850, porque nuestros nietos o nuestros
bisnietos van a pagar los errores de la misma manera que los han pagado los de
Europa.
Es pensando en todo esto que nosotros hemos tratado de realizar una unión
económica en nuestro continente, unión económica que está, precisamente
destinada a evitar que comencemos a crear corrientes antagónicas entre nuestros
intereses porque, señores, la afirmación de que los países no tienen amigos ni
enemigos permanentes sino intereses permanentes es muy cierta. Es quizá no del
todo cierta, pero si una gran parte. Sobre los intereses que hoy coloquemos en
antagonismo en nuestro continente, florecerán las luchas del futuro. Y cuando los
grandes intereses se enfrentan, los hombres son impotentes para evitar 18 lucha.
Son esos grandes intereses los que han provocado las luchas en los últimos dos
siglos de la humanidad.
¿Qué es lo que nosotros queremos con las uniones económicas? Es evitar para el
futuro la creación de antagonismos de grandes intereses, complementándonos en
nuestro desarrollo y en nuestra acción. Si Chile, por ejemplo, produce hierro en
gran cantidad, nosotros no tenemos interés en producirlo mientras se lo podamos
comprar a ese país. Si Brasil produce otro elemento, por ejemplo manganeso,
tampoco tenemos nosotros interés en producirlo, aun cuando lo tengamos en
nuestro propio territorio, porque con lo que ellos nos envíen y con lo que nosotros
les enviemos a ellos vamos a ir creando un interés común y paralelo y nunca los
antagonismos que nos van a llevar después, fatalmente, a discrepancias en el siglo
que viene.
Por esa razón nosotros no hemos hecho tratados ni bilaterales ni multilaterales al
estilo clásico de los tratados de las cancillerías, porque hemos visto que aquella
afirmación de que los tratados son tiras de papel tiene mucho de verdad en la
realidad de los hechos de la política internacional. Los tratados que se firman y
después se ponen en el cajón o en la caja de hierro de las cancillerías, son
instrumentos muertos. Lo que nosotros queremos crear entre nuestros países son
organismos vívidos de acción permanente, “viviendo y haciendo”, vale decir
comisiones permanentes de dos países que están coordinando su acción para que
desde el comienzo, desde los prolegómenos mismos de su desarrollo industrial, no
estén formando las causas de sus futuras luchas o de su futuro antagonismo.
Por este motivo señores, todo ese proceso de la unión económica es combatido.
Claro, ¿cómo no va a combatirse una cosa que es tan provechosa y tan útil para los
americanos? En esto juegan igualmente intereses. El día que nosotros podamos
realizar nuestro comercio entre nosotros, nos habremos realmente independizado
de toda potencia y de todo poder extracontinental, y en esto debemos pensar que
para nosotros, los americanos, no debe haber nada mejor que otro americano. Si en
esta lucha que está en germen, nosotros sabemos unirnos y protegernos entre
nosotros solamente así estaremos seguros. Nadie podrá darnos ningún factor de
seguridad para nuestros países mientras no estemos unidos para asegurarnos
nosotros mismos.
El continente americano es un continente nuevo, y es de pensar que el futuro del
mundo tiene algo que ver con la responsabilidad que nosotros estamos enfrentando
en este mundo.
Por estas razones nosotros en nuestra política internacional hemos luchado y
lucharemos porque esa unidad sea efectiva, comenzando por el campo económico
que es donde están los auténticos factores de verdadera unidad en el mundo actual.
Yo soy de los que piensan que el año 2000 irá agrupando a los países cada vez en
una forma más eficaz. Corresponde a una evolución natural de la humanidad que
comenzó con el troglodita aislado, pasó a la familia, después a la tribu, a la ciudad,
al Estado, a la Nación y por último, a la agrupación de naciones. Vaya a saber si
para el año 2000 no está prevista la organización política del mundo por
continentes.
Por lo menos la evolución natural nos indica eso. Dios quiera que el año 2000 no
nos tenga que esperar a nosotros, sino que nosotros seamos quienes los esperemos
unidos.
Nuestras ideas son simples como siempre son simples las ideas que se quieren
ejecutar. Cuando uno las hace demasiado complejas, difícilmente pueda
ejecutarlas. Trabajemos en esto honrada, leal y sinceramente con los demás países.
Confesamos que no en todas partes hemos encontrado ni la misma sinceridad ni la
misma buena voluntad, pero el tiempo se encargará de demostrar cuánta es nuestra
lealtad y sinceridad al promover y al presentar un proyecto para este tipo de unión.
Es indudable señores, que nosotros observamos que el momento actual es difícil
para el progreso rápido de esas ideas. La situación interna de los países es un poco
difícil en general, en nuestra América. Vemos a menudo que la política
internacional desciende en su nivel de dignidad para convertirse en un asunto de
política doméstica.
Es indudable que esto trae graves y grandes perjuicios para una idea de unidad
continental. Es como todas las cosas de la vida que descienden cuando uno no las
mantiene en el horizonte de dignidad en que deben mantenerse. Hacer de una
cuestión de problema internacional un asunto de política interna para embarullar y
sacar alguna ventaja de orden interno, es para mí rebajar el horizonte de dignidad
que deben tener los asuntos políticos internacionales. Es algo así como tomar la
trilogía de Wagner y ponerla en tiempo de foxtrot o de boogie-boogie. Cada cosa
debe tener el nivel de dignidad que le corresponde.
Este es uno de los factores más graves que se oponen en la actualidad a que
lleguemos a soluciones definitivas y constructivas en la unión americana. Yo no
creo que esta unión pueda seguirse haciendo con banquetes de cancillería o con
discursos. Esto se hace primero en los corazones, en la convicción y la decisión de
los pueblos primero y después de los gobernantes, porque los pueblos son eternos,
los gobernantes son solamente circunstanciales. De manera que está en nuestras
manos el defender esta doctrina internacional de la unidad de América y el irla
llevando a todas partes con nuestra persuasión y nuestro trabajo de todos los días.
Y es ambiente propicio, éste de jóvenes de todas partes de América para que por lo
menos, si algún día se les presenta la oportunidad, sepan que nosotros los
argentinos y especialmente el gobierno argentino, tenemos la convicción de esa
necesidad y la propugnamos con toda sinceridad y toda lealtad para toda América.
Yo podría hablarles mucho sobre estas cuestiones, pero preferiré presentarles
solamente el cuadro descarnado de la realidad que vivimos. Es indudable que otro
de los grandes inconvenientes que se presentan a esto, son los grandes intereses
que juegan. Una América o una Latinoamérica unida y coordinada, dejará de ser un
mercado tan importante como lo es actualmente para otros intereses del mundo.
Lógicamente esos intereses que luchan por la colocación de su producción no
podrán estar tan de acuerdo con nosotros en una acción económica, y éste es un
obstáculo muy serio. Los intereses suelen tener los brazos muy largos y llegan hasta
muy lejos. Nosotros sentimos una presión subrepticia que apoya esto en todas
partes, en la parte que se ve, se la mira en todos los países a través de la
propaganda. Muchos políticos de todos los países están trabajando, no sé porqué,
en contra de esta unidad y de esta unión. Cuando se habla de unión, dicen: “no, no,
nos quieren absorber”; como si nosotros, en esa absorción, no fuéramos también a
ser absorbidos. Cuando se habla de que Argentina quiere hacer un tratado de unión
económica con determinado país, en seguida dicen “se lo quiere absorber”; como si
nosotros no fuéramos también absorbidos.
Porque la coordinación de acciones es mutua. Nosotros no tenemos una mayor
posibilidad. Tenemos las mismas posibilidades y las mismas situaciones que los
demás países, sólo que nosotros procedemos con toda rectitud y hablamos
solamente el idioma de la conveniencia general de la lealtad y la sinceridad de
nuestros procedimientos, y nadie puede acusarnos, en este sentido, de no haber
procedido por los medios más rápidos y expeditivos. Pero los intereses son
tremendos y contra esos intereses es contra lo que hay que luchar. Claro que
cuando uno está decidido a hacerlo, por lo menos en la parte que a uno le
corresponde, el éxito está mucho más cerca no de lo que parece.
Nosotros anhelamos que la persuasión de esta necesidad de mantener una
verdadera unión llegue a los pueblos y, a través de ellos, a los gobiernos, porque no
nos interesa quién está en el gobierno, sino que esos sentimientos estén realmente
arraigados en el pueblo, y a través de ellos, quizás en cinco, diez años o en
cincuenta, esto llegue a imponerse para bien de todos nuestros países. Y Dios
quiera que ese sentimiento que nosotros hemos impreso en nuestro país, basado en
la justicia social, en la independencia económica y en la soberanía política, nos
permita en el futuro constituir acuerdos con países que también enasten esas
mismas banderas, para que los acuerdos puedan ser realizados por entes
independientes y soberanos. La amistad se basa en una igual dignidad. En esa
dignidad debemos de encontrarnos en el camino de nuestra felicidad y de nuestra
grandeza. Dios quiera que el destino de América, confiado en las manos, en la
inteligencia y en el entusiasmo de la juventud, cuyos sectores estamos
compartiendo en toda nuestra América, nos ilumine para que cada uno de
nosotros, argentinos, brasileños, chilenos, peruanos, etc., luchemos por esa causa,
que es la causa superior de América. No creemos en otros tipos de uniones hechas
“entre gallos y media noche” en cualquier otra organización; creemos en la unión
de los pueblos, no en los hombres que dicen muchas veces representarlos y no los
representan. Finalmente, señores, quiero agradecerles la oportunidad de haber
podido decir estas pocas palabras en esta ocasión, y exhorto a todos los muchachos
a que mediten sobre estos importantes temas de la política internacional. Quizá yo
he expuesto nuestra política internacional en forma fragmentaria, porque en el
mundo no existe solamente Latinoamérica, sino que existe también mucha en otra
tierra. He querido referir todo el tema a lo que nos interesa a nosotros, como si
habláramos en familia. Y quisiera que a esta familia inmensa de los que hablamos
un mismo idioma, que tenemos iguales Sentimientos, iguales quejas, iguales
dolores, se la encuentre siempre unida para defendernos en conjunto. Quizá así
escapemos a las exigencias del año 2000, para que nos encuentre felices, libres y
soberanos.

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