Compañeros:
Desde hace tiempo vengo diciendo que está llegando la hora de los pueblos. Y me
siento inmensamente feliz frente a esta grandiosa asamblea, porque observo que este
pueblo es digno de esa hora y porque veo que este pueblo está capacitado para realizar
lo que esa hora impone a los países.
Los hombres que, como yo, viven solamente para el pueblo, necesitan de esa
solidaridad. Por eso siempre que yo he hablado al pueblo, más que órdenes, he
impartido consejos. Un presidente que aconseja, más que presidente es un amigo, y eso
es, precisamente, lo que yo quiero ser de mi pueblo: un amigo. Cumpliendo siempre la
primera verdad establecida en nuestro catecismo peronista, que dice que la verdadera
democracia consiste en que el gobierno haga solamente lo que el pueblo quiere y
defienda un solo interés: el del pueblo.
Yo no tengo dudas de que cada uno de ustedes sabe que acepté el sacrificio de una
segunda presidencia confiando solamente en que la Providencia habría de permitirme
completar una obra que en la primera presidencia no pudo ser completada. Y la acepté,
por sobre todas las cosas, porque tenía la convicción absoluta de que este maravilloso
pueblo argentino, lo mejor que tenemos en esta patria tan querida, habría de poner el
hombro a esa realización y dar su apoyo.
Compañeros: Lo que más pesa para los hombres de conciencia es la responsabilidad,
nadie puede imaginar el peso ciclópeo de la responsabilidad de realizar, con bien, los
destinos del pueblo y los destinos de la Patria. pero ese inmenso peso de la
responsabilidad puede repartirse proporcionalmente cuando se gobierna un pueblo
consciente de esa responsabilidad, anhelante de cumplirla hasta en el más humilde acto
de su vida privada. Sin ese apoyo ningún gobernante podrá realizar cumplidamente sus
designios, ni ningún hombre de la tierra podrá realizar los anhelos ni la felicidad de su
pueblo. Por esa razón, desde que estoy en el Gobierno vengo reclamando la ayuda de
cada argentino, porque cuando me eligieron y me hicieron responsable de los destinos
de la Nación, cada uno de los que me votó compartió conmigo la responsabilidad al
haberme designado.
Compañeros: Esto es lo único que he reclamado y reclamo del pueblo de la República.
Miles de salvadores llegan siempre hasta los gobernantes. Todos proponen medidas
para salvar a la patria; pero, señores, ese es un síntoma de ignorancia y de ineptitud. A
la patria la salva una sola entidad: el pueblo. Las patrias se salvan o se hunden por la
acción de sus pueblos. Los hombres que tenemos la responsabilidad del Gobierno, sin el
pueblo somos ineficaces, inoperantes e intrascendentes.
Hace pocos días dije al pueblo de la República, desde esta misma casa, que era menester
que nos pusiéramos a trabajar conscientemente para derribar las causas de la inequitud
creada a raíz de la especulación, de la explotación del agio por los malos comerciantes.
En esto, compañeros, ha habido siempre falsos mirajes producidos por los intereses. El
que no quiere molestarse en nada dice que el Gobierno haga bajar los precios: el
comerciante que quiere robar dice que lo que corresponde es dejar los precios libres. En
esto, cada uno trabaja en cierta medida por su cuenta. He repetido hasta el cansancio
que en esta etapa de la economía argentina es indispensable que establezcamos un
control de los precios, no sólo por el gobierno y los inspectores, sino por cada uno de
los que compran, que es el mejor inspector que defiende su bolsillo. Y para los
comerciantes que quieren los precios libres, he explicado hasta el cansancio que tal
libertad de precios por el momento no puede establecerse; bastaría un rápido análisis.
(…)
Compañeros: Estos, los mismos que hacen circular rumores todos los días, parece que
hoy se han sentido más rumorosos, queriéndonos colocar una bomba.
(…)
Ustedes ven que cuando yo, desde aquí, anuncié que se trataba de un plan preparado y
en ejecución, no me faltaban razones para anunciarlo.
Compañeros: Podrán tirar muchas bombas y hacer circular muchos rumores, pero lo que
nos interesa a nosotros es que no se salgan con la suya, y de esto, compañeros, yo les
aseguro que no se saldrán con la suya. Hemos de ir individualizando a cada uno de los
culpables de estos actos y les hemos de ir aplicando las sanciones que les correspondan.
Compañeros: Creo que, según se puede ir observando, vamos a tener que volver a la
época de andar con el alambre de fardo en el bolsillo.
(…)
Eso de la leña que ustedes me aconsejan ¿por qué no empiezan ustedes a darla?
Compañeros: Estamos en un momento en que todos debemos de preocuparnos
seriamente, porque la canalla no descansa, porque están apoyados desde el exterior.
Decía que es menester velar en cada puesto con el fusil al brazo. Es menester que cada
ciudadano se convierta en un observador minucioso y permanente porque la lucha es
subrepticia. No vamos a tener un enemigo enfrente: colocan la bomba y se van.
Aumentan los precios y se hacen los angelitos. Organizan la falta de carne y dicen que
ellos no tienen la culpa. Al contrario, por ahí, en un diario, sacan un artículo diciendo
que ellos, en apoyo del Gobierno, quieren que venga la carne, pero la carne no viene.
Todo esto nos está demostrando que se trata de una guerra psicológica organizada y
dirigida desde el exterior, con agentes en lo interno. Hay que buscar a esos agentes, que
se pueden encontrar si uno está atento, y donde se los encuentre, colgarlos en un árbol.
Con referencia a los especuladores, ellos son elementos coadyuvantes y cooperantes de
esta acción. El gobierno está decidido a hacer cumplir los precios aunque tenga que
colgarlos a todos. Y ustedes ven que tan pronto se ha comenzado, y el pueblo ha
comenzado a cooperar, los precios han bajado un 25 por ciento. Eso quiere decir que,
por lo menos, estaban robando un 25 por ciento.
Han de bajar al precio oficial calculado, porque eso les da los beneficios que ellos
merecen por su trabajo. No queremos ser injustos con nadie. Ellos tienen derecho a
ganar, pero no tienen derecho a robar.
Sé también que algunos empleados públicos, inspectores y algunos funcionarios pueden
estar complicados en esas maniobras. Si esto sucede, no he de tener inconveniente en
entregarlos a la justicia en el mismo momento que se lo compruebe; pero, compañeros,
quiero decirles que las organizaciones, nuestros partidos políticos y cada ciudadano de
la República tienen en estos momentos la responsabilidad de enfrentar con hombría y
con decisión todo ataque llevado subrepticiamente a la República. El Gobierno, el
Estado y el Pueblo unidos son invencibles, sólo falta que nos decidamos a realizar.
Yo puedo asegurar, compañeros, que la situación económica del país no ha sido nunca
mejor que ahora; puedo asegurar que el dominio político que el Gobierno tiene en estos
momentos asegura poder proceder de la manera que se le ocurra, pero no estamos
nosotros para amparar la injusticia de nadie, sino para asegurar la justicia de todos los
argentinos. Por esa razón el Gobierno ha de proceder con justicia, con serena justicia,
pero con indestructible decisión y rigor contra los que infrinjan la ley.
Yo no podría pedirle al pueblo el apoyo para otra cosa, pero para eso le pido y deseo el
apoyo total y sincero del pueblo. Ese apoyo ha de ser para combatir a los malos
argentinos y para combatir también a los malos peronistas y a muchos que se mueven
entre nosotros disfrazados de peronistas. Para eso, especialmente, necesitamos el apoyo
del pueblo, el apoyo desinteresado, el apoyo sincero, el apoyo que nos pueda llevar a
una depuración de la República y a una depuración de nuestras propias fuerzas.
En este orden de cosas la ley debe ser inflexible: al honesto hay que defenderlo hasta
morir; al deshonesto hay que meterlo en la cárcel cuanto antes. De la misma manera los
comerciantes, los industriales honestos, serán apoyados por el Estado, pero los
deshonestos irán como los otros deshonestos, a la cárcel cuanto antes.
Señores: aunque parezca ingenuo que yo haga el último llamado a los opositores, para
que en vez de poner bombas se pongan a trabajar en favor de la República, a pesar de
las bombas, a pesar de los rumores, si algún día demuestran que sirven para algo, si
algún día demuestran que pueden trabajar en algo útil para la República, les vamos a
perdonar todas las hechas.
Compañeros: yo deseo terminar estas palabras, un tanto deshilvanadas por las
numerosas interrupciones, las bombas y las otras yerbas, haciendo una aclaración que
cuadra a los sentimientos más puros y más profundos de mi corazón. Quizás en el fragor
de la lucha haya dejado escapar alguna expresión de desaliento. Yo no soy de los
hombres que se desalientan, a pesar de la legión de bienintencionados y de
malintencionados que golpean permanentemente sobre mi espíritu y mi sistema
nervioso. Yo no soy de los hombres que se desalientan desfilando, como lo hacen entre
una legión de aduladores y una legión de alcahuetes. Si eso pudiera desalentarme, si
mediante eso pudiera algún día llegar a perder la fe inquebrantable que tengo en mi
pueblo, habría dejado de ser Juan Perón.
Por eso debo anunciarles a todos los compañeros, especialmente trabajadores, que para
nuestro movimiento comienza una etapa nueva, una etapa que ha de ser de depuración,
una etapa que ha de ser de energía terrible para los que sigan oponiéndose a nuestro
trabajo. Si para terminar con los malos de adentro y con los malos de afuera, si para
terminar con los deshonestos y con los malvados es menester que cargue ante la historia
con el título de tirano, lo haré con mucho gusto.
Hasta ahora he empleado la persuasión; en adelante emplearé represión, y quiera Dios
que las circunstancias no me lleven a tener que emplear las penas más terribles.
Es, compañeros, para esta nueva cruzada que los necesito a ustedes más que nunca.
Compañeros: como en las horas más críticas de nuestra lucha en 1945, pediré a todos
los compañeros que, como entonces, estén activos y vigilantes; pediré a todos que vayan
al trabajo confiados y decididos. Todos los problemas que puedan presentarse, se
resuelven produciendo. A esos bandidos los vamos a derrotar produciendo, y a los
canallas de afuera los vamos a vencer produciendo. Por eso, hoy como siempre la
consigna de los trabajadores argentinos ha de ser: producir, producir, producir.
(…)
Para terminar, compañeros, yo solamente les pido a ustedes que sigan actuando como lo
viene haciendo hasta este momento. Les agradezco esta maravillosa concentración, que
es la fuerza viva de nuestro movimiento, y les ruego que se retiren tranquilos, confiados
en que yo he de saber hacer las cosas como las he sabido hacer hasta ahora, que esto lo
he de remediar sin hesitaciones y sin nerviosidades, con frialdad, pero con una energía
tremenda cuando sea necesario.
Regresen a sus casas pensando en que nos hemos decidido hace casi diez años por
asegurar la felicidad de nuestro pueblo y la grandeza de la Nación. Piensen que a estos
objetivos llegaremos a través de la independencia económica, de la justicia social y de
la soberanía política.
Y cuando yo, para mantener enastadas cualquiera de esas banderas, los necesite a
ustedes, los llamaré y les daré los medios para hacer triunfar nuestras ideas.
Finalmente, compañeros, al agradecerles nuevamente la prueba de solidaridad, quiero
que lleven a sus casas, como un homenaje de un humilde ciudadano trabajador como
ustedes, un abrazo muy fuerte que les doy sobre mi corazón.