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Carta al presidente de Chile

16 de marzo de 1953

Al Excmo. Señor Presidente de Chile Buenos Aires, 16 de marzo de 1953
General don Carlos Ibáñez del Campo
Santiago de Chile
Mi querido amigo:
Muchas veces, alejándose se domina mejor un panorama. Por ello me atrevo a
hacerle llegar algunas impresiones personales por si ellas pueden servirle de algo.
Mi deseo de colaboración sincera y leal me impulsa a ello. Su indulgencia justificará
todo ese deseo.
Cuando en 1946 me hice cargo del gobierno, me encontré con un panorama similar
al suyo que me planteó el primer dilema: debía elegir entre el pueblo o las fuerzas
internas y externas de explotación. Si trabajaba para el pueblo, debía enfrentar la
lucha con los políticos, la oligarquía y el imperialismo explotador. Si me inclinaba,
en cambio, por estas últimas, debería enfrentar muchos escollos, era probable que
finalmente chocara con los dos, resultando así peor el remedio que la enfermedad.
Yo me decidí por el pueblo abiertamente y comencé filialmente a servirlo con
medidas eficaces de gobierno, algunas espectaculares. El resultado no se hizo
esperar. En poco tiempo conté con un predicamento popular tal, que toda
resistencia quedó anulada, ya proviniese de la oligarquía, de los políticos o del
imperialismo que actuaba debido a ellos. Con ese éxito y esa base di vuelta al país,
tomé el gobierno integral y realicé una reforma total.
Sin el apoyo popular no podría haber hecho nada. Sin las medidas de gobierno en
su beneficio, no habría contado nunca con el favor popular. El pueblo satisfecho
por la obra de gobierno, abandonó a los políticos y una legión de hombres nuevos
encuadraron en enorme masa, conduciéndolo hacia los nuevos postulados.
Fiel al viejo aforismo militar, yo preferí equivocarme en la elección de los medios
que permanecer inactivo. Me puse febrilmente a hacer. Todo lo demás se fue
ordenando en el camino. Hoy hemos sometido a los políticos, aniquilando a la oligarquía o dominando al imperialismo en cuanto gravitan entre nosotros. Recién
podemos decir que somos dueños de nuestro destino.
Con la experiencia de estos hechos, analizo el panorama chileno; Usted está allí
enfrentando el mismo problema. La esperanza del pueblo lo hizo Presidente. Su
responsabilidad es enorme. Su acción lo hará el verdadero líder de ese pueblo. Hay
todavía muchos indecisos porque desean ver realidades antes de decidirse. Usted,
mi querido amigo debe actuar sin demora y decididamente. El triunfo será suyo. Al
servicio del pueblo uno se agranda cada día.
Su pueblo está preparado para todo. Sólo le falta el nombre. La providencia ha
pensado en Usted. No debe tener la menor duda que la oligarquía, los políticos
vendepatria y el imperialismo serán sus enemigos. Para vencerlos Usted necesita al
pueblo y al pueblo se lo gana de una sola manera: luchando lealmente por él. Dé al
pueblo, especialmente a los trabajadores, todo lo que pueda. Cuando a Usted le
parezca que les da mucho, dele más. Verá el efecto. Todos tratarán de asustarlo con
el fantasma de la economía. Es todo mentira. Nada hay más elástico que esa
economía que todos temen tanto porque no la conocen.
Es increíble hasta dónde puede irse en ese camino, hasta capitalizar políticamente a
la masa popular. Una vez en posesión de ella, Usted no tendrá problema y el
gobierno es una cosa sencilla. Sin ellos, en cambio, gobernar es una suerte de
equilibrio en la cuerda floja.
Yo veo en Chile la acción abierta de la oposición, ayudada y financiada desde el
extranjero. Entre los dos bandos liberal pro-yanqui y radical marxista no hay
diferencias apreciables, pues ambos, a la larga, serán los adversarios del Ibañismo.
Muchos “acercados” son en el fondo opositores. Yo también los tuve aquí al
comienzo.
Las masas populares abandonadas siguen a caudillos; pero, tan pronto se ven
protegidas por el gobernante los abandonan y apoyan al gobierno. Este es un
fenómeno natural. Hay que copar la masa y para ello hay un sólo camino: la justicia
social. Que, a la vez satisface al pueblo y a la propia conciencia.
Créame, querido amigo, que sin esa acción previa todo le será difícil de realizar.
Cada día que pasa la opinión le va volcando sectores en contra. No les dé tiempo.
No sea yunque, sea martillo. Tome la iniciativa y con la libertad de acción en su
poder será invencible. Los políticos actuarán en la trastienda. Si uno los deja lo
llevan insensiblemente a ese campo y allí ellos son fuertes. Hay que llevar la lucha a
la calle, allí no valen nada y se someten pronto.
Ya han comenzado la “lucha de guerrillas” en los diarios y de rumores en los
sectores propios. No tarde y llévelos a la batalla campal. Allí serán derrotados,
porque si hacen guerra de guerrillas, es porque no están en fuerza ni disposición
para una lucha decisiva.
Desde el gobierno es fácil, porque uno les da batalla mediante medidas de gobierno
que beneficien al pueblo, matando así “dos pájaros de un tiro”.
Si he de serle franco, como siempre lo seré con Usted, debo decirle de soldado a
soldado, que su pueblo comienza a dudar. No espere más para tomar algunas
medidas, lo más espectaculares posibles, en beneficio del pueblo. Ello decidirá la
primera parte de la lucha. Mayores salarios y abaratamiento de la vida. Debe ser la
consigna y yo en su lugar lanzaría al gobierno a la batalla por estos objetivos;
medidas y arbitrios para conseguirlo, sobran. El solo anuncio le dará la victoria,
pues los primeros días serán de protesta de los especuladores, pero luego, cuando
el pueblo apoye al gobierno, será una avalancha incontenible. No tema a los
agoreros de la economía; generalmente a esos los pagan para agitar el fantasma.
Este, como todos los fantasmas, desaparece con la luz del sol, que no tarda en
borrar las tinieblas de la duda.
En estos momentos, en Chile, observo el proceso de las pequeñas cosas. Rumores y
especies malévolamente lanzados en los círculos políticos, militares y populares
para desprestigiar al gobierno y a sus hombres y mujeres. Un golpe maestro del
gobierno sería terminar con todo eso, mediante algo espectacular como lo que
antes mencioné. Si no la lucha se circunscribirá a pequeñas cosas, en la que los
políticos son verdaderos maestros, de la intriga y de la calumnia.
En la política (que es una lucha), como en la guerra, el conductor, como decía
Napoleón, nada debe desear más que una batalla; sobre todo cuando se la tiene
ganada de antemano. Esa batalla ganada lo resuelve todo.
Creo que también la lucha impone que sea breve. Comando al servicio del
comandante. Pero la decisión de esta batalla está en la conducción personal directa
mediante buenos organismos de ejecución. Yo me desenvolví en los comienzos con
pocos hombres leales y eminentemente ejecutivos. Vale más uno que quiera hacer
que muchos capaces solamente de concebir, cómo que da más trabajo al diablo un
justo, que un millón de creyentes inoperantes.
Creo, asimismo que, referente a nuestro convenio, debemos tomar medidas
similares. Realizar todo lo que directamente podamos sin esperar más. Designar ya
mismo comisiones de estudio y avanzar con ellas aun cuando no sea sino para no
“dejar enfriar el asunto” y mantener latente el interés despertado.
Dar amplia publicidad allí y acá a todo lo referente a este asunto en forma de
demostrar todos los días cómo avanza en su realización.
Quizás el asunto de internación de ganado podría iniciarse rápidamente en forma
de presentar allí una abundante provisión a precios rebajados. Sería de un efecto
excelente. Por las cuentas no debe preocuparse, pues los efectos políticos buscados
son superiores a toda otra consideración. Pagamos a medias, si es preciso…
En esto, mi general, deseamos servirlo de la mejor manera. Usted dirá qué
debemos hacer. Si a Usted le parece mandamos comisiones nuestras a ésa, o vienen
comisiones chilenas aquí. En fin, Usted dirá.
Doy instrucciones a mi Embajada para que proceda sin demora.
Mi general: he tratado de volcar mis inquietudes al amigo. Tal cual las pienso y las
siento. Si he sido impertinente le ruego que me disculpe. El gran cariño que le
profeso me ha inducido a escribirle como a un hermano. Si pudiera Usted penetrar
mis verdaderos sentimientos, justificaría los excesos, de éstas, mis sinceras
palabras. Espero sus órdenes, y hasta entonces reciba un gran abrazo.
Juan Perón

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