La aplicación y el cumplimiento del Plan Económico 1952 han determinado la
creación de nuevas situaciones particulares que configuran también una nueva
situación general.
A partir de esta nueva situación general nosotros debemos iniciar una etapa de
realizaciones extraordinarias: las del 2º Plan Quinquenal, que no significa -tal
como alguien ha dicho sin conocerlo- un plan de inflación.
Tampoco pensamos que sea un plan deflacionista y ni siquiera aceptamos que
pueda considerarse que perseguimos, mediante su aplicación, el antiguo ideal de
los economistas liberales: un equilibrio estático o permanente, de precios y
salarios; de ofertas y demandas en bienes y en mano de obra; de consumo y
producción, etcétera.
Muchas veces he dicho que no somos ni inflacionistas ni deflacionistas.
La inflación y la deflación son fenómenos financieros y económicos que no deben
tener directa relación con el bienestar del pueblo.
En épocas de deflación como la de 1930-1932 el pueblo sufrió de hambre y de
miseria lo mismo que en el período de deflación ostensible en lo que llevamos del
siglo: en los años 1919-1922.
Otras épocas de deflación, sin embargo, hubiesen determinado tal vez el bienestar
del pueblo, si sus hechos o fenómenos económicos y financieros hubieran sido
conducidos no con criterio capitalista, sino con criterio eminentemente social.
Con las épocas de la inflación sucede lo mismo.
Nunca hemos tenido mayor bienestar en nuestro pueblo que en los momentos del
optimismo inflatorio que nosotros provocamos en la primera mitad del 1er. Plan
Quinquenal.
Sin embargo reconocemos que la inflación en otros países, y aun en el nuestro
durante las épocas que nos precedieron, provoca habitualmente desequilibrios
peligrosos para el bienestar del pueblo.
Lo mismo sucede con el equilibrio estático de las relaciones económicas entre
precios y salarios, oferta y demanda, producción y consumo, etcétera.
Se trata de un equilibrio económico que puede o no ser beneficioso para el pueblo y
ya veremos claramente cuál es el valor real que le asignamos en el terreno de la
economía justicialista.
Estas tres posiciones son exclusivamente económicas.
Nosotros, al decidirnos siempre por el pueblo, subordinamos lo económico a lo
social mediante la aplicación del sistema que denominamos de economía social y
frente a nuestra doctrina pierden valor, como es lógico, las tres posiciones de los
‘economistas exclusivamente economistas’.
De allí que no nos preocupen la inflación, la deflación o el equilibrio económico,
sino el bienestar social o sea la felicidad del pueblo.
Sí el pueblo es feliz con deflación nos decidimos por ella, del mismo modo que
fuimos o seremos inflacionistas o partidarios del equilibrio económico cuando estas
otras dos posiciones nos conduzcan fehacientemente al bienestar social.
También sabemos que no hay un sistema permanentemente eficaz que, aplicado,
produzca el bienestar material de la población y su consecuente tranquilidad
política, y social.
Hay momentos económicos que deben ser resueltos con inflación o deflación así
como hay momentos económicos que deben ser resueltos mediante el equilibrio
económico.
Por eso siempre he dicho que en economía la única posición es la que se deduce de
la realidad y de su exacta apreciación.
También pensamos que no ha de ser permanente como ideal el desequilibrio
económico, o sea la inflación o la deflación; pero eso no significa tampoco que nos
decidamos por el equilibrio estático ideal del liberalismo económico, que sólo
puede ser una solución momentánea y para una situación determinada.
Nosotros creemos que el proceso económico -por lo menos en nuestro país- es un
proceso de creación permanente de riquezas y que ellas deben ser
concomitantemente, distribuidas a fin de que la economía sirva al bienestar social.
Vale decir que si crecen las riquezas debe crecer el bienestar del pueblo.
El ideal del equilibrio económico del justicialismo no puede ser, entonces, estático
o permanente, sino dinámico.
Si crecen las riquezas, o sea la renta nacional, como inmediata consecuencia debe
crecer la renta individual o, mejor aún, la renta familiar.
Si creciese la renta nacional y no se incrementase la renta familiar, deberíamos
pensar que la economía no es social, o sea que la economía se ha constituido en un
fin, como en el sistema capitalista, y no en un medio que sirve al bienestar común
mediante la redistribución de bienes que se efectúa por una eficiente justicia social.
Si aumentan los precios es porque en alguna forma han sido aumentados los
beneficios del capital, con la sola excepción de los aumentos de precios derivados
de mejores salarios en la actividad económica afectada; pero en este caso, de
cualquier manera, los salarios deben seguir al índice general de precios, o sea al
costo de la vida.
Negar la relación de precios y salarios es política de netos principios capitalistas,
cuyos resultados desastrosos está viendo el mundo contemporáneo con angustiosa
claridad.
Nosotros no sólo consideramos que deben relacionarse mutuamente, sino que el
ritmo de los salarios debe seguir el ritmo de los precios.
Si aumentan los precios deben aumentar los salarios, y aquí aplicamos una vez más
nuestro principio básico y fundamental: la economía -en este caso los precios- debe
servir al bienestar social -en este caso los salarios-.
Lo mismo sucede en cuanto respecta al equilibrio entre la oferta y la demanda.
Los economistas del capitalismo sostienen que es preferible que la demanda exceda
o supere a la oferta.
Si se trata de bienes de consumo o de bienes imperecederos -en una palabra, de
bienes económicos-, ellos dicen: ¡mejor…., así aumentan los precios y se beneficia
el capital!
Nosotros pensamos que la oferta debe subordinarse a la demanda, dentro de un
orden que llamamos de equilibrio dinámico…. o sea que la oferta debe seguir bien
de cerca a la demanda, a fin de no provocar el desequilibrio que es la inflación.
Si se trata de mano de obra, también los economistas del capitalismo se alegran
pensando que si la oferta es mayor que la demanda, la mano de obra baja de precio,
con evidente beneficio para el capital.
Por eso sostienen que la desocupación es beneficiosa…. ¡sin pensar que toda
desocupación es inhumana y que afecta al bienestar del pueblo!
La demanda de mano de obra debe exceder a la oferta; pero, en este caso, también
la demanda debe seguir a un paso de la oferta, a fin de no crear aumentos en los
costos por demanda injustificada de mayores salarios.
Cuando los economistas liberales se refieren a la relación entre lo que se consume y
lo que se produce, entienden que el equilibrio está en la subordinación del consumo
respecto a la producción, y aplican aquí la vieja teoría capitalista del punto óptimo –
ganar más con menos esfuerzo-, fundada en el principio hedónico, hondamente
egoísta, aunque a la postre el pueblo, consumiendo a media ración, termine por
reaccionar violentamente.
Nosotros pensamos que la producción debe subordinarse al consumo, pero
siguiéndolo de cerca, a fin de no provocar la especulación y el agiotismo.
Persiguiendo el equilibrio económico estático de que nos hablan, los economistas
del capitalismo subordinan en el orden internacional la situación de los países
agropecuarios a la que tienen los países industriales, y con tal motivo someten
económicamente a los primeros, a los que consideran ‘poco desarrollados’.
El sometimiento económico -y nosotros lo sabemos por experiencia- es la etapa
fundamental de la explotación social y la coerción política.
Nosotros pensamos que este equilibrio económico estático es injusto y
contraproducente también en el orden internacional, y nos decidimos por un
equilibrio económico dinámico que vaya creando en cada país o grupo de países
una armonía lo más perfecta posible entre la producción agropecuaria y la
producción industrial.
Todos estos hechos y ejemplos señalan las diferencias fundamentales que median
entre el nunca alcanzado equilibrio estático del capitalismo liberal y nuestro
equilibrio dinámico, que subordina siempre lo económico a lo social y lo social a lo
político, entendiendo que lo político es -en su más alta acepción- realizar la
felicidad de un pueblo y la grandeza de una nación.
Nosotros tenemos que afrontar ahora una etapa de expansión económica tal como
la prevé el 2° Plan Quinquenal.
El proceso económico más lógico, si queremos llegar al equilibrio económico
dinámico -que nos parece el ideal más aceptable en general-, es, partiendo de la
inflación simple, pasando por el punto de equilibrio estático, entrar por el ancho
camino del equilibrio dinámico, que en síntesis no es otra cosa que una
permanente creación de riqueza acompañada por una permanente creación
concomitante de bienestar social.
Hasta 1951 estuvimos en pleno período de inflación.
En 1952, mediante el Plan Económico, llegamos o estamos llegando a un relativo
equilibrio estático.
Lo que debemos crear ahora es un estado de cosas que nos permitan avanzar
durante todo el 2° plan Quinquenal, mediante el desarrollo del equilibrio
económico dinámico, hacia las grandes metas de la patria: ‘la felicidad del pueblo y
la grandeza nacional, afianzando la independencia económica para consolidar la
justicia social y mantener la soberanía política’.
El equilibrio dinámico a que aspira el justicialismo tiene mayor trascendencia que
la del simple terreno económico.
No es sólo un equilibrio económico, ni exclusivamente social, ni exclusivamente
político.
Queremos una economía en permanente y progresivo desarrollo, porque nadie
podrá negar que el mundo entero -y en especial nuestro país- tiene ingentes
reservas de producción.
Pero el progreso económico no puede desenvolverse sin el consecuente progreso
social Tiene una eminente función social que cumplir.
En estos días el desarrollo económico en algunos países ha determinado la
acumulación de enormes cantidades de alimentos….
¡Pero los chinos siguen muriéndose de hambre!
La economía capitalista del mundo, basada en su principio de egoísmo
fundamental, ignora el hambre de los chinos, que acaso termine por destruir la
propia economía del capitalismo…. y a los propios capitalistas.
Queremos una situación social que mejore progresiva y paralelamente con la
situación económica y ello sólo puede alcanzarse mediante la justicia social, que da
como resultado una mejor distribución de la riqueza.
La justicia social es el medio de conciliación entre la economía y la sociedad, y en
último análisis pone las riquezas del hombre al servicio del hombre.
Por fin aspiramos a que la situación política del país y aún del mundo siga su
desarrollo progresivo, mejorando, sobre bases económicas y sociales en
permanente superación, el grado de felicidad de los hombres y de los pueblos.
En síntesis, y para terminar con esta exposición de motivos fundamentales que
orientará nuestra acción general durante el 2° Plan Quinquenal, podemos decir:
1) Que el desequilibrio económico puede coexistir con el bienestar social y la
felicidad del pueblo.
2) Que el equilibrio económico es preferible al desequilibrio, pero el ideal no es el
equilibrio estático que detiene la producción de la riqueza y su distribución, sino el
equilibrio dinámico que aumenta la riqueza, pero al mismo tiempo incrementa el
bienestar social.
3) Que no hay métodos uniformes y permanentes para la solución de los problemas
económicos, sino momentos económicos, y aunque lo ideal es el equilibrio
dinámico, puede ser en ciertas circunstancias conveniente la inflación o
conveniente la deflación.
4) Que el equilibrio dinámico que auspicia como ideal nuestra doctrina no es
solamente económico, sino social y aun político, y nos permitirá afianzar la
independencia económica, consolidar la justicia social y mantener nuestra
soberanía política.
Estos son, en esencia, los principios básicos que informan nuestro 2° Plan
Quinquenal de gobierno.
Sobre ellos debemos hacer el análisis de la situación actual y sobre ellos habrán de
estructurarse los planes anuales que en 1953 darán por iniciado nuestro plan y que
echarán los cimientos de su total y absoluta realización.
Una vez más me permito recordar, como en los primeros tiempos del 1er. Plan
Quinquenal: es necesario no empequeñecer el horizonte mirándolo con lentes
oscuros o con anteojos que limitan el panorama general.
Hay que pensar en grande, para sentir en grande, y para poner después nuestra
voluntad al servicio de las grandes empresas de la patria.
Por más que hayamos hecho, yo no tengo temor en afirmar que en esta tierra todo
está por hacerse.
La potencialidad económica del país es casi infinita.
Es necesario convertirla en riqueza y luego transformar la riqueza en bienestar
social y el bienestar social en felicidad.
Es la inmensa tarea que nos espera.
Solamente pensando con rotunda insensatez o con excesiva y enfermiza prudencia
puede hablarse de pequeñas cosas y de realizaciones mínimas con el tono de un
pesimismo inconfesable que sólo puede ser compatible con un pueblo pequeño y
vencido definitivamente.
Tenemos un pueblo nuevo y pujante que recién conoce la dignidad de la justicia, de
la soberanía y de la libertad.
¿Podemos ofrecerle como programa de su acción una tarea restringida y mediocre?
¿No será mejor abrir todas las compuertas de su optimismo y encauzarlo hacia el
porvenir?
Nada le falta para vencer en todos los frentes de su lucha.
Por todo ello, yo creo que es necesario avanzar por el camino ascendente del
equilibrio dinámico en lo económico, en lo social y en lo político, y siguiendo al pie
de la letra las normas del 2° Plan Quinquenal, realizar, conjuntamente todos,
gobierno, Estado y pueblo, la gran tarea que espera de nosotros la patria y que
nosotros debemos a las generaciones futuras.