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Testamento de Evita

Quiero vivir eternamente con mi pueblo.
Esta es mi voluntad absoluta y permanente, y es, por lo tanto, mi última voluntad.
Donde esté Perón y donde estén mis descamisados, allí estará siempre mi corazón
para quererlos con todas las fuerzas de mi vida y con todo el fanatismo que me
quema el alma.
Si Dios lo llevase del mundo a Perón, yo me iría con él, porque no sería capaz de
sobrevivir sin él, pero mi corazón se quedaría con mis descamisados, como con mis
mujeres, con mis obreros, con mis ancianos, con mis niños para ayudarlos a vivir
con el cariño de mi amor; para ayudarlos a luchar con el fuego de mi fanatismo, y
para ayudarlos a sufrir un poco con mis propios dolores.
Porque he sufrido mucho; pero mi dolor valía la felicidad de mi pueblo… y yo no
quise negarme -yo no quiero negarme- yo acepto sufrir hasta el último día de mi
vida si eso sirve para restañar alguna herida o enjugar una lágrima.
Pero si Dios me llevase del mundo antes que a Perón, yo quiero quedarme con él y
con mi pueblo, y mi corazón y mi cariño y mi alma y mi fanatismo seguirán con
ellos, haciendo todo el bien que falta, dándoles todo el amor
que no les pude dar en los años de mi vida, y encendiendo en sus almas todos los
días el fuego de mi fanatismo que me quema y me consume con una sed amarga e
infinita.
Yo estaré con ellos para que sigan adelante por el camino abierto de la Justicia y de
la Libertad, hasta que llegue el día maravilloso de los pueblos.
Yo estaré con ellos peleando en contra de todo lo que no sea pueblo puro, en contra
de lo que no sea la raza de los pueblos.
Yo estaré con ellos, con Perón y con mi pueblo para pelear contra la oligarquía
vendepatria y farsante, contra la raza maldita de los explotadores y de los
mercaderes de los pueblos.
Dios es testigo de mi sinceridad; y Él sabe que me consume el amor de mi raza que
es el pueblo.
Todo lo que se opone al pueblo me indigna hasta los límites extremos de mi
rebeldía y de mis odios.
Pero Dios sabe también que nunca he odiado a nadie por si mismo, no he
combatido a nadie con maldad, sino por defender a mi pueblo, a mis obreros, a mis
mujeres, a mis pobres “grasitas” a quienes nadie defendió jamás con más
sinceridad que Perón y con más ardor que Evita.
Pero es más grande el amor de Perón por el pueblo que mi amor; porque él, desde
su situación de privilegio, supo llegar hasta el pueblo, comprenderlo y amarlo.
Yo, en cambio, nací en el pueblo y sufrí en el pueblo.
Tengo carne, alma y sangre de pueblo. Yo no podía hacer otra cosa que entregarme
a mi pueblo.
Si muriese antes que Perón, quisiera que ésta voluntad mía, la última y definitiva
de mi vida, sea leída en acto público en la Plaza de Mayo, en la Plaza del 17 de
Octubre, ante mis queridos descamisados.
Quiero que sepan en ese momento, que lo quise y que lo quiero a Perón con toda mi
alma y que Perón es mi sol y mi cielo. Dios no me permitirá que mienta si yo repito
en este momento una vez más: “No concibo el cielo sin Perón”.
Pido a todos los obreros, a todos los humildes, a todos los descamisados, a todos los
niños y a todos los ancianos de mi Patria que lo cuiden y lo acompañen a Perón
como si fuese yo misma.
Quiero que todos mis bienes queden a disposición de Perón, como representante
soberano y único del pueblo.
Yo considero que mis bienes son patrimonio del pueblo y del Movimiento Peronista
que es también del pueblo, y que todos mis derechos, como autora de “La Razón de
mi Vida” y de “Mi Mensaje” cuando se publique, sean también considerados como
propiedad absoluta de Perón y del pueblo argentino.
Mientras viva Perón, él podrá hacer lo que quiera de todos mis bienes: venderlos,
regalarlos e incluso quemarlos, porque todo en mi vida le pertenece, todo es de él,
empezando por mi propia vida que yo le entregué con amor y para siempre, de una
manera absoluta.
Pero después de Perón, el único heredero de mis bienes debe ser el pueblo y pido a
los trabajadores y a las mujeres de mi pueblo, que exijan, por cualquier medio, el
cumplimiento inexorable de esta voluntad suprema de mi corazón que tanto los
quiso.
Todos los bienes que he mencionado y aun los que hubiese omitido deberán servir
al pueblo, de una o de otra manera.
Quisiera que se constituya con todos estos bienes un fondo social para los casos de
desgracias colectivas que afecten a los pobres y deseo que ellos lo acepten como una
prueba más de mi cariño.
Deseo que en estos casos, por ejemplo, se entregase a cada familia un subsidio
equivalente a los sueldos y salarios de un año, por lo menos.
También deseo que, con ese fondo permanente de Evita, se instituyan becas para
que estudien hijos de los trabajadores y sean así los defensores de la Doctrina de
Perón, por cuya causa gustosa daría mi vida.
Mis joyas no me pertenecen. La mayor parte fueron regalo de mi pueblo.
Pero aun las que recibí de mis amigos o de países extranjeros, o del General, quiero
que vuelvan al pueblo.
No quiero que caigan jamás en manos de la oligarquía y por eso deseo que
constituyan, en el museo del peronismo, un valor permanente que sólo podrá ser
utilizado en beneficio directo del pueblo.
Que así como el oro respalda la moneda de algunos países, mis joyas sean respaldo
de un crédito permanente que abrirán los bancos del país en beneficio del pueblo, a
fin de que se construyan viviendas para los trabajadores de mi Patria.
Desearía también que los pobres, los ancianos, los niños, mis descamisados sigan
escribiéndome como lo hacen en estos tiempos de mi vida y que el monumento que
quiso levantar para mí el Congreso de mi pueblo recoja las
esperanzas de todos y las convierta en realidad por medio de mi Fundación siempre
pura como la concebí para mis descamisados.
Así yo me sentiré siempre cerca de mi pueblo y seguiré siendo el puente de amor
tendido entre los descamisados y Perón.
Por fin quiero que todos sepan que si he cometido errores los he cometido por
amor y espero que Dios que ha visto siempre en mi corazón, me juzgue no por mis
errores, ni mis defectos, ni mis culpas que fueron muchas, sino por
el amor que consume mi vida.
Mis últimas palabras son las mismas del principio: quiero vivir eternamente con
Perón y con mi pueblo.
Dios me perdonará que yo prefiera quedarme con ellos porque Él también está con
los humildes y yo siempre he visto que en cada descamisado Dios me pedía un poco
de amor que nunca lo negué.
EVA PERÓN

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