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Encuentros con las Fuerzas Armadas

DESPEDIDA DE SOLDADOS DEL REGIMIENTO
DE GRANADEROS A CABALLO
Con motivo de la despedida del Regimiento de Granaderos a Caballo
de soldados conscriptos clase 1928, el Excmo. Señor Presidente
de la Nación, General Perón, les dirigió el 9 de abril de 1950 las
siguientes palabras:
Antes de que abandonen el regimiento he querido tener el placer de saludar
personalmente a cada uno de ustedes. Es una costumbre existente en la Casa
de Gobierno, donde ustedes prestan servicio y hacen guardia, que en esta
pequeña ceremonia de fin de año, cuando van a ser licenciados, yo tenga el placer
de decirles algunas palabras.
El Regimiento de Granaderos a Caballo, escolta presidencial, tiene para
nosotros el inmenso privilegio de ser el primer regimiento y el más glorioso de
todo el ejército argentino. Prestar servicios en el Regimiento de Granaderos a Caballo
significa un honor para cualquier ciudadano argentino que es convocado a las filas.
Como presidente de la República he querido darles a ustedes una
fotografía mía especialmente a cada uno para que, junto con el recuerdo de
haber formado parte del regimiento, tengan este otro recuerdo amistoso y de
agradecimiento por los servicios eficientes y honrados que han prestado ustedes a
la Patria en este regimiento y en esta casa.
Está demás decir que el vínculo que nos ha unido durante este tiempo es
para mí totalmente indestructible y quedo ligado a ustedes por el resto de
nuestros días para serles útil en cualquier ocasión, en que cualquiera de ustedes
tuviera necesidad de recurrir a mí.
El señor Ministro de Ejército ha tenido la amabilidad de designar a la Sra.
de Perón madrina de paz de este regimiento, cuyo servicio está ligado, por ser el
regimiento de la guardia, no solamente a la Casa de Gobierno, sino a nuestras
personas. En ese mismo sentido, también en representación de mi señora yo les
ofrezco a ustedes y a sus familias esa vinculación —aparte de lo que llamaríamos
oficial—, en carácter personal, afectivo y familiar. En cualquier oportunidad, deben
recordar que nosotros estamos a disposición de cualquiera de ustedes y
dispuestos a servirlos en todo momento. Esto no es un privilegio sino la
correspondencia al servicio que ustedes han prestado con honestidad, con honradez
y con patriotismo.
Les deseo que, al regresar a sus hogares, encuentren perfectamente bien
a sus familiares; quedamos a disposición de ellos y de ustedes, repito, para
cualquier situación y en cualquier momento.
Les agradezco de corazón y les quiero repetir que estamos aquí reconocidos por el
brillante servicio que nos prestan, por la disciplina ponen en evidencia y por el
afecto personal que dejan entre nosotros.

HOMENAJE DE JEFES Y OFICIALES DEL EJERCITO
En el homenaje que en el Colegio Militar de la Nación
ofrecieron el 3 de junio de 1950 los jefes y oficiales del Ejército al
Excmo. Señor Presidente de la República. D. Juan Perón,
con motivo de su ascenso a General de División, el Jefe
del Estado pronunció el siguiente discurso:
Los soldados, y especialmente los soldados argentinos, no tenemos sino una
sola vocación: la Patria. Esa vocación la servimos con una profesión, que es
la militar, y esa profesión, en cada uno de los países del mundo, depende pura y
exclusivamente de los hombres que la forman.
La República Argentina puede estar profundamente orgullosa de los
profesionales que forman el Ejército de la Nación. Es en ese sentido, como un
profesional más, como un hombre que ha tratado de servir a la Patria en todas
las situaciones en que le ha tocado actuar, que deseo agradecer profundamente las
amables palabras que por intermedio de un señor subteniente han tenido la
amabilidad de hacerme llegar los camaradas del Ejército, para quienes guardo y
guardaré, durante toda mi vida, el sitio preferido de mi corazón de soldado.

VERDADERO SACERDOCIO DE EXPRESION MILITAR
Señores: estaría demás que yo les dijese a ustedes que mi vocación
seguida a través de cuarenta años en el servicio de la Nación, es la misma con
que cada uno de ustedes ha abrazado esa profesión, que es el verdadero sacerdocio
de la Patria, mis sentimientos, mis dedicaciones y mis objetivos son los
mismos que cada uno de ustedes atesora en su corazón de sol dado.
No sé si los medios o las formas de ejecución que he puesto en marcha durante toda mi vida de soldado habrán sido acertadas o no; no sé
si todo cuanto he hecho habrá sido fructífero o no para servir a esos
objetivos; pero lo que sí puedo decir es que no he escatimado en mi vida
de soldado el menor sacrificio, el menor desvelo, ni he tenido la más
mínima indecisión para servirla de acuerdo a lo que yo considero como
forma de poner en marcha nuestro espíritu hacia esos objetivos.
Eso, señores, yo no permito, ni permitiré, que hombre alguno la
ponga jamás en duda mientras yo viva, como soldado y como ciudadano de la
República.
Señores: a lo largo de mi vida siempre he realizado una recapitula-
ción de mis actos y hoy, en el puesto que ocupo y en el cargo que desempeño, hago la misma recapitulación.

E L E J E R C I T O  A N T E S  Y  D E S P U E S D E  1 9 4 3
Primero, sintiendo como soldado, el balance de mis actos me deja
satisfecho en mi conciencia. Recibimos en 1943 un ejército de harapientos, sin cuarteles, sin armamentos, 20 años atrás en la evolución militar del
mundo, con poquísimos soldados incorporados a nuestras filas, desnudos,
descalzos, que salían de civil porque no tenían un uniforme al salir licenciados y devuelvo, después de varios años, un ejército al día, aumentado
y perfeccionado en sus cuadros, con una férrea disciplina, con las armas
modernas que un ejército necesita para instruirse y cumplir su misión.
Señores: no sé si alguna vez habré faltado a mi deber, pero en esa
recapitulación que realizo, mi conciencia me dice que he hecho por el
ejército de mi Patria, quizá la vocación más sagrada de mi vida, cuanto he
podido hacer como soldado y como mandatario.
En esa misma recapitulación, examino el segundo objetivo de mi vida
ciudadano: recibí una nación injusta y sumergida en lo más sagrado
que ella tiene, que es su pueblo. Recibí una colonia y no una nación libre;
y recibí una soberanía sojuzgada. Hoy devuelvo a los argentinos del futuro de una nación socialmente justa, económicamente libre y políticamente
soberana.
Por eso, camaradas, yo que solamente me mido ante mi conciencia,
puedo morir tranquilo después de haber recorrido el largo sendero de las
horas de mi vida, porque en ese examen de conciencia puedo cristalizar a
la luz de realidades fehacientes lo que ha sido el objetivo final de mi vida:
servir a la República en el más modesto de sus puestos o en el más encumbrado de sus cargos, con honradez, con sacrificio, con decisión y verdadera vocación de soldado y argentino.

EL CULTO DE LA CAMARADERIA
Por eso, señores, mi emoción de hombre y mi emoción de soldado se
sienten profundamente tocadas frente a esta amabilidad de mis
camaradas, porque siempre hice de esa camaradería en el Ejército un
verdadero culto, que consistió en tratar de ser el verdadero camarada
de mis camaradas anteponiendo, naturalmente, el servicio, porque el
servicio es el mejor camarada de todos nosotros. No sacrifiqué jamás el
servicio al camarada, pero no sacrifiqué jamás tampoco ningún otro
sentimiento a un verdadero camarada del Ejército.
En este andar de todos los tiempos de una vida, cuando se
alcanza la situación que yo he alcanzado, con toda su responsabilidad
y con todos los errores o aciertos que un hombre pueda haber cometido
en su vida, yo podría poner frente al juicio sereno de todos mis
camaradas el que fuera juzgado de subteniente a general. Encontraría
probablemente muchos errores, muchos fracasos, preo lo que no se
encontraría, señores —eso lo garantizo yo con mi honor de soldado— es
haber cometido jamás una mala acción contra el país o contra ninguno de
mis camaradas.
Señores: yo agradezco profundamente esta demostración y
agradezco que haya sido por intermedió de un subteniente que haya recibido
el sable glorioso que representa para mí las glorias y las tradiciones de la
República, que son las glorias y las tradiciones del Ejército Argentino,
porque en este país, formado por sus generales, liberado por sus
generales, conducido por sus generales y hoy reivindicado por sus
generales, está dando al mundo el ejemplo de lo que vale una
institución, como la nuestra, nutrida en el honor, las virtudes y la honradez
de los ciudadanos argentinos.
Señores: yo recuerdo que, quizá, de toda mi vida de soldado el
momento más crítico ocurrió en el año 1945, cuando una revolución
realizada por el Ejército estaba a punto de caer, fracasada, y de pasar
a manos de los políticos que en este país, desde la época de San Martín, no
hiceron sino escarnecer a los hombres de armas. Para mí, soldado, el
momento más triste de mi vida hubiera sido si esa revolución, que
habíamos provocado y producido nosotros para no fracasar, hubiera
tenido que caer de nuevo en manos de esos políticos venales que
vendieron al país, que lo hundieron y que volverían a retomar el poder,
que no merecieron y que no honraron en toda su vida. Ese hubiera sido
el más doloroso momento de mí vida, pero, afortunadamente, tenemos
un pueblo que sabe que en los momentos de decisión ha de
acompañar a quien lo sabe conducir y a quien sabe interpretarlo: Todo
eso salvó la revolución. La salvó con. ustedes ese pueblo, para el cual
jamás daremos suficientes gracias a Dios de poseerlo en esta tierra
bendita de los argentinos.

EL EJERCITO SALVO LA DIGNIDAD DE LA NACION
Es por eso, camaradas, que en este momento en quo yo hablo más con
el corazón que con otra cosa, puedo decirles, ya que conozco
profundamente todos los problemas del país, ya que conozco su historia
y su evolución, que hoy la Nación deberá agradecer una vez más a sus
fuerzas armadas el hecho de haberla salvado de la sumersión en que vivía y de
la indignidad en que era gobernada.
Por eso, compañeros, al agradecer este gesto de los señores jefes y
oficiales del Ejército, quiero terminar diciéndoles que, como cumplí mi deber
durante cuarenta años, lo he de hacer hasta el último minuto de mi vida,
seguro de que así sirvo a los intereses de ese pueblo que todo lo
merece, de esta Patria por la cual hemos jurado morir y de este Ejército
que desde los primeros tiempos de la República es su único puntal
inconmovible Espero que el último aliento de la República sea también
apuntalado por este Ejército, que lo es todo dentro de la nacionalidad y de
nuestra Patria.

COMIDA ANUAL DE CAMARADERIA DE LAS
FUERZAS ARMADAS
En la Comida Anual de Camaradería de las Fuerzas Armadas, que se
realizó en “Les Ambassadeurs” el 5 de julio de 1950, el Excmo.
Señor Presidente de la Nación, General Perón, pronunció el
siguiente discurso:
CAMARADAS: Una vez más el recuerdo de la Patria nos congrega para
gozar de la solidaridad cordial de camaradas y, recordando nuestros
héroes, exaltar nuestras conciencias de argentinos y de soldados frente a la
responsabilidad que, como soldados y como argentinos, hemos asumido
ante la historia.
La tarea de servir – a la Patria y a su pueblo no puede sufrir interrupciones. Estas pausas que hacemos en el camino, no para descansar de
las fatigas, han de ser para requerirnos acerca de cómo estamos
realizando nuestra vocación.

MANDATO HISTORICO PARA LAS GENERACIONES
ARGENTINAS
En ese concepto, deseo decir simplemente a mis camaradas, mi propia
meditación, la meditación que tengo el deber de realizar desde que la
Providencia me ha cargado con la responsabilidad de contemplar el
panorama de nuestra vocación y de nuestro destino.
En la evocación de nuestra Independencia y de los héroes que la
realizaron en 1816, no debe haber sólo admiración y gratitud. Es menester
que su recuerdo constituya un mandato histórico para todas las
generaciones de argentinos.
Para nosotros, el gran acontecimiento de la Independencia
proclamada en Tucumán, no debe ser solamente un solemne episodio. Es,
en cambio, un gran comienzo; es el comienzo de una etapa cuyo
término es el ideal de un pueblo constituyendo la unidad nacional
socialmente justa, económicamente libre y políticamente soberana. Así
expresarnos nuestro concepto. de la fecha qué celebrarnos y al mismo
tiempo nuestro exacto sentido de la historia.
La historia, tal como ha sido considerada hasta nuestros días por muchos argentinos, ha sido materia rica en temas para brillantes alardes
de oratoria y de literatura. Nosotros, que, como soldados, tenemos por
vocación luchar y morir aun en los recodos más difíciles de la historia,
sabemos que los grandes acontecimientos del pasado determinan una
conducta en el presente y fijan una ruta para el porvenir.
La Independencia de la Nación proclamada en Tucumán hace 134
años es la primera expresión política y jurídica de la soberanía nacional.
Ningún argentino bien nacido puede, desde ese instante, recordar aquel
acontecimiento sin sentirse solidariamente responsable con aquellos ilustres
ciudadanos que supieron expresar la definitiva voluntad de los
argentinos y de aquellos heroicos soldados que la consagraron con el
propio sacrificio de su vida.
Y aunque hayan pasado 134 años; yo afirmo que esa solidaridad es
un deber irrenunciable y permanente que nos sigue obligando a todos
por igual desde que, la soberanía nacional, lo mismo que el honor de los
hombres, no es nunca un hecho definitivo, sino una condición que ha de
conservarse pese a todas las amenazas y a despecho de todos los peligros,
aun a costa de la misma vida.
Cuando la historia me juzgue como Presidente de los argentinos, mi
condición de soldado hará que de ese juicio algo recaiga en el Ejército, y,
por ello, en cada uno de vosotros. Yo no sólo deseo dar el ejemplo de mi
conducta honrosa, sino que quiero que sepáis por mi propia, boca, que el
mandato histórico de Julio ha sido mi obsesión de gobernante, el honor
de las armas argentinas mi aspiración de soldado, como la dignidad de mi
pueblo es mi preocupación de, ciudadano.
Desde 1816 hasta el presente la solidaridad nacional para con el mandato de los beneméritos congresales que proclamaron nuestra
soberanía, ha sufrido diversos altibajos.

VERDAD POLITICA, VERDAD ECONOMICA Y VERDAD SOCIAL
Yo no deseo recordar aquí detalles de épocas pasadas que, por
otra parte, pertenecen a la historia y por ello al juicio libre de todos los
ciudadanos. Si me permito rememorarlo es solamente para que,
comparando esta hora con aquéllas, los camaradas, que han
compartido conmigo la lucha por la reconquista nacional, sientan como
siento yo todos los días, la satisfacción de haber sido leales con nuestra
vocación de soldados y con los altos destinos de la nacionalidad.
Hubo épocas en que la soberanía fué una mentida apariencia, una
palabra resonante pero hueca en los discursos de los políticos y
parlamentarios. En la realidad de la vida nacional muchos responsables
entregaron cuanto era posible entregar, cuidando las apariencias de la
soberanía. Algunos argentinos solían a veces enorgullecerse por los discursos
que se pronunciaban en las conferencias internacionales. Ahora sabemos
que eso era sólo parte de la representación teatral, porque en las
bambalinas sus mismos autores vendían los bienes de la Nación.
Yo no les reprocho tanto el haber entregado alguna vez una parte
del patrimonio nacional obligados por la fuerza de las circunstancias,
como el haber negociado el porvenir de la República a cambio de
ventajas personales.
Nosotros hemos soportado la lucha más enconada que se haya
desatado contra el país. Las fuerzas más extraordinarias han intentado
dominarnos, exigiéndonos la entrega, pero hoy puedo afirmar lo que ya
sabe el pueblo argentino: hemos triunfado.
Para ello bastó sólo una cosa: ¡negarnos a la entrega!… Eso es lo
único que debieron hacer y no quisieron hacer los que antes que
nosotros tuvieron la responsabilidad de cumplir el mandato de Julio. Por eso
los condenamos definitivamente. No tanto porque nos interesen ellos sino
porque nos interesa señalar tan doloroso ejemplo, a fin de que nunca
vuelva a repetirse en la tierra de San Martín.
Felizmente ni el pueblo ni el Ejército se enredaron jamás en las confabulaciones de la antipatria.
El pueblo sufría con estoica resignación. Pensaba que alguna vez las
cosas cambiarían sin saber ni cuándo ni cómo. El Ejército sufría de la misma manera, pero sus sentimientos de resignación estallaban de vez en
cuando con la santa indignación que produce el autor por las causas
grandes y generosas.
Varias veces el pueblo argentino vió salir a sus soldados en procura
de un gobierno mejor… Siempre lo acompañó en esas empresas.
Desgraciadamente, ninguna revolución militar logró vencer, ganando la
batalla del gobierno. Poco a poco la máquina montada por la oligarquía
se negaba a marchar, como se negó a marchar también frente a nuestro
movimiento de 1943… y volvían las cosas a lo de antes.
¡ El presente de la Nación comienza en 1943!… Con nosotros salió a la
calle la indignación muchos años contenida, y con el optimismo de la
inexperiencia decidimos reconquistar todo lo perdido.
No nos dábamos cuenta entonces que todo lo perdido eran ni más
ni menos que cien años de entrega. ¡Un siglo entero en cuyo transcurso
el pueblo de los argentinos estuvo ausente de su propia Patria!
Todos los camaradas que me escuchan saben tanto como yo la
historia que comienza el 4 de junio de 1943… Hasta 1946 no es sino la historia de una lucha permanente y denodada por la reconquista del pueblo.
Para hacer todo lo que queríamos hacer era menester, ante todo,
contar con el pueblo. Por eso nos lanzamos a su conquista, enarbolando la
bandera de la justicia social y diciéndole la verdad política, la verdad
económica y la verdad social, tratando de reanimar en su corazón el
amor por la Patria cuya realidad le habían hecho olvidar quienes lo
explotaban en su nombre.
Una vez que el pueblo se entregó a nuestras verdades y se puso en
marcha al amparo de nuestra bandera nada pudo — ni podrá — detenernos.
Todo lo demás fué una consecuencia lógica de nuestra comunión con
el pueblo.
Del brazo del pueblo entramos, pues, al presente magnífico de la Patria, y del brazo del pueblo marchamos hacia un porvenir cuya grandeza
— que sólo vislumbramos — nos anima en la lucha templando nuestro
corazón en las horas difíciles del camino.

LA INDEPENDENCIA ECONOMICA
El presente de la Patria nos encuentra en una posición firme y clara
de absoluta solidaridad para con los ilustres patricios que proclamaron la
Independencia en Tucumán.
Nuestra solidaridad no es verbalista ni académica, ni retórica…
Nuestra solidaridad es práctica, franca y decidida.
Ellos proclamaron la soberanía del país declarando la Independencia
Política mientras los ejércitos luchaban por realizarla en todas las fronteras.
Nosotros hemos proclamado aquella misma soberanía declarando la
Independencia Económica, como fundamento necesario de la
Independencia Política, y hemos abierto la lucha económica en los más
diversos y variados frentes de la Nación contra las fuerzas más
poderosas que puedan imaginarse.
Algunas veces pienso que esta lucha por la Independencia Económica
que nosotros hemos sostenido ha sido en muchos aspectos más difícil que la
lucha por la Independencia Política.
En 1816 los enemigos eran numerosos y atacaban por todos los frentes de la Nación, pero, al fin de cuentas, eran enemigos visibles y
estaban enfrente.
En 1946, cuando nos propusimos nosotros realizar la Independencia
Económica, los enemigos eran también numerosos, pero no sabíamos exactamente dónde estaban desde que, durante cien años de entrega, las
redes de sus monopolios habían tomado todas las defensas interiores
de la Nación v todos los puntos estratégicos de su economía.
Felizmente hemos ganado ya las grandes batallas y hemos
consolida-dado todos nuestros ideales de Independencia Económica en
las prescripciones permanentes de la Constitución Justicialista. Lo que
queda por hacer ya es cuestión de tiempo y de forma.

SOLIDARIDAD CON LOS PUEBLOS DE AMERICA
Mis opositores, los mismos que antes vendieron sus conciencias a los
opresores económicos y políticos de la Nación, proclaman que nuestra
política internacional está manchada por la sombra del sometimiento,
porque hemos firmado y sancionado el Pacto Americano.
La Nación Argentina no actúa en ningún caso y de ninguna manera
impulsada por ninguna fuerza extraña a su propio pueblo y a su propio
gobierno. Nuestra soberanía es absoluta, pero nuestro sentido de la
soberanía es generoso como lo fué en el corazón, en el pensamiento y
en la acción de San Martín: soberanía al servicio de la Patria y de América.
Por eso este año Sanmartiniano nos encuentra a los argentinos en
el camino de la plena adhesión y solidaridad con los pueblos de
América; adhesión que no tiene el sentido de la sumisión con que la
República Argentina de los tiempos oprobiosos firmó sus compromisos
internacionales, sino el nuevo y alto sentido de los actos libres de un
pueblo que ha logrado la plenitud de su derecho y de su dignidad.
La diferencia entre una y otra Argentina es clara y es total.
La Argentina de mis opositores guardaba las formas para entregarse.
La nueva Argentina entra en la unidad americana después de haber
demostrado a todos los pueblos de la tierra, incluso a los más poderosos,
que no tolerará jamás no ya una orden, ¡ni siquiera una sugerencia que
ponga una sombra en su honor y en su dignidad!
Yo creó que después de nuestra lucha de seis años liberando al país
de todas las cadenas que construyeron nuestros opositores, nos hemos
ganado el derecho de firmar un compromiso que nos incorpora
dignamente a la unidad de América como pueblo soberano.
Quiero dejar bien aclarado que estas palabras no tienen el sentido
de una justificación. El pueblo es quien, por sus representantes, ha
decidido esa adhesión. Mi justificación está en la lucha misma que yo he
sostenido contra las opresiones extrañas.. y está en la realidad nacional
que proclama a todos los vientos la total soberanía que nosotros hemos
consumado.

LA REPUBLICA ARGENTINA ES PROPIEDAD INALIENABLE
DE LOS ARGENTINOS
Ya no será posible la entrega de los bienes nacionales a ninguna
fuerza extraña a los intereses del país.
Primero, porque nuestra Constitución establece clara y
definitivamente “que la República Argentina es propiedad inalienable de los
argentinos”.
Segundo, porque el pueblo conoce ahora también claramente su vocación
y su destino de pueblo soberano, y tiene plena conciencia de su grandeza
y de su dignidad.
Tercero, porque las fuerzas armadas de la Nación se sienten unidas
al pueblo, y con el pueblo forman la unidad nacional, contra cuya
fortaleza se estrellarán todos los intentos de la antipatria.
El porvenir que se presenta a nuestros ojos es el de una
comunidad organizada marchando hacia la conquista de claros objetivos.
La comunidad organizada que nosotros queremos es la de un
pueblo cuyos distintos sectores actúen cada uno en procura de sus
propias finalidades, pero tendiendo siempre hacia los grandes objetivos de la
Nación.
Realizada la organización de las fuerzas del trabajo, vamos
encaminándonos hacia la organización similar de las otras fuerzas
económicas.
Todas ellas, trabajando armónicamente con el Estado, también
organizado, deberán tener como objetivo común la total realización de
la justicia social y de la independencia económica.
Las fuerzas políticas están reducidas en la actualidad a una fuerza
que crea y a otra fuerza que se opone. Esta fuerza no podrá subsistir
sin reformar sus estructuras y emprender el camino de la cooperación
constructiva que nosotros deseamos.

LAS FUERZAS ARMADAS SON PARTE DEL PUEBLO
Dentro de la comunidad organizada las fuerzas armadas de la Nación
son algo así como la columna vertebral que sostiene la vertical de todo el
organismo, formando parte de la unidad nacional, pero no como una
parte inerte, sino corno un órgano vivo integrante dé todos e
integrado por todos los demás.
Las fuerzas armadas han de ser siempre en la vida nacional lo que
son ahora: parte del pueblo, trabajando para el pueblo y
compartiendo con el pueblo sus afanes y sus inquietudes.
Del panorama que observamos en este nuevo aniversario de la Independencia, el saldo del examen nos resulta plenamente favorable.
Podemos seguir tranquilos y entusiastas nuestra lucha, cada uno en su
puesto, donde la Patria nos haya confiado un cargo y una responsabilidad.
Desde mi puesto, en la guardia que monto como argentino y como
soldado, me es dable comprobar cómo, en medio de un mundo sin fe y
sin esperanzas, nuestro pueblo, con le optimismo de los mejores días de
los grandes pueblos, ofrece a la humanidad el espectáculo de una Nación
que, por ser socialmente justa, vive en paz consigo misma; por ser económicamente libre, puede proveer a la necesidad material de todos sus
hijos, y por ser políticamente soberana, puede decir sin reservas su
palabra de paz a los hombres desde su tercera posición cuya filosofía social,
económica y política es quizá la única solución de este mundo
atormentado en que nos toca vivir.

RECEPCION DEL CIRCULO DE OFICIALES
DE RESERVA
Al recibir en la Casa de Gobierno, el 25 de agosto de 1950, a los
integrantes del Círculo de Oficiales de Reserva, el General Perón
pronunció el discurso siguiente:
En primer término les agradezco la amabilidad que han tenido de
llegar hasta esta casa para darme la inmensa satisfacción de poderlos saludar
personalmente, siquiera sea una vez cada siete años.
Es indudable que quisiera tener un contacto mucho más asiduo, lo
que a veces es difícil por falta material de tiempo. Sin embargo, por ser
un soldado me es profundamente grato que ustedes, hombres de la
reserva, tan ligados a nuestros afectos y a nuestras actividades, sean
muy bienvenidos, no solamente esta vez, sino todas las que ustedes deseen
venir.
Recuerdo perfectamente las veces que hemos conversado sobre estas
cuestiones referentes a la constitución de los centros de oficiales de reserva.
Después de haber visto el último desfile de reservistas, ningún argentino
puede dejar de estar persuadido que todas las agrupaciones de los
hombres de reserva, sean oficiales o soldados, están constituyendo en
nuestro país instituciones de bien público; es por lo menos el único país del
mundo que realiza actividades de esta naturaleza. Nuestras fuerzas
armadas han tenido la virtud, pese a todas las cosas que puedan haber
ocurrido, de dejar un sedimento patriótico en el alma de los hombres
argentinos que ansían, por lo menos, una vez al año, volver a tomar
contacto con los jefes y oficiales que tuvieron en el servicio militar.
Eso es halagador para las fuerzas armadas.

UNIDAD DE LA NACIONALIDAD
Siempre he pensado, señores, y pienso hoy más que nunca, desde
el punto de vista profesional, lo que esto representa como valor y como
unidad para la propia nacionalidad. Uno de los grandes defectos de la
organización argentina ha sido el no haber propugnado por todos los
medios el tratar de llegar a la verdadera unidad de la nacionalidad. Creo
que nosotros nunca hemos trabajado decididamente por esa unidad
nacional. Sin embargo, voy viendo que esa unidad nacional, que debe
ser el punto de partida de nuestras inquietudes nacionales, va
trabajándose en todos los sectores en forma de una comunidad
organizada, tendiente a la formación de esa unidad que anhelamos todos y
que en realidad todavía no hemos conseguido integralmente.
Y hago esta afirmación, porque entiendo que la política, la politiquería misma, puede originar discrepancias entre los distintos sectores:
puede un argentino pensar de distinta manera que otro argentino en
muchos aspectos, pero hay aspectos en los cuales los argentinos no
podemos pensar sino de una sola manera; son los aspectos de la vida
nacional que está destinada a la defensa de los grandes objetivos de la
nacionalidad. Sin embargo, desgraciadamente, hay argentinos que están
divididos en distintas tendencias y que en las cuestiones fundamentales de
la nacionalidad tampoco están de acuerdo. Ahí es donde veo la falta
de unidad. Para los pueblos hay una unidad que establece objetivos,
fuera de los cuales no hay más que traición contra el país.
Esto, nosotros tenemos que ir trabajándolo, trabajándolo paulatinamente, hasta llegar a establecer en forma perfecta cuáles son las cosas en
las cuales los argentinos no pueden tener divergencias, como cuando se trata
de la soberanía del país o como cuando se trata de las cuestiones fundamentales de la defensa, diríamos, de la vida argentina frente a todos los
demás países extranjeros.
Yo, señores, soy un hombre que he aprendido a lo largo de la vida,
la tolerancia. No creo que esto sea una cosa del otro mundo, pero sí creo
que todos debemos trabajar todos los días para acercarnos cada vez más
a esa unidad nacional, estableciendo los grandes y verdaderos objetivos y
poniéndonos todos los argentinos a luchar para conseguirlo. Discreparemos
en todas las demás cosas, pero no podemos discrepar en ninguna que sea
fundamental para la vida y grandeza de la Nación. Por eso estas agrupaciones de buena voluntad, patriotas, que conservan de su paso por las filas ese poco de espíritu militar que nosotros podemos dar en sólo un año de la vida de un hombre, son siempre bienvenidas para nosotros, sobre todo los profesionales, los soldados.

UNIDAD ABSOLUTA ENTRE EL PUEBLO Y LAS FUERZAS ARMADAS

Yo me he esforzado en forma decidida para que estas agrupaciones puedan vivir y puedan progresar, porque entiendo que las fuerzas armadas y el pueblo, o sea su reserva, deben constituir una cosa absolutamente indivisible. Es decir, señores, que en el sentido de la unidad nacional, si hay algo que es indivisible, es esa unidad absoluta entre el pueblo y las fuerzas armadas. Observen ustedes que nuestro oficio es llevar los hombres a la muerte; en último análisis, esa es la triste misión que nos queda a los sol- dados cuando las circunstancias lo imponen. Para llevar los hombres a la muerte hay que llevarlos por algo más que por una obligación impuesta por una decisión del gobierno o por una ley, porque no hay ley que esté sobre la muerte, desgraciadamente. Para hacerlo es necesario formar en el hombre una naturaleza supe- rior aún a la muerte, y eso es una cosa sumamente difícil. Creemos que uno de los factores fundamentales es mantener esa unidad entre las fuerzas armadas y su pueblo, vale decir, entre los verdaderos valores permanentes de las fuerzas armadas, que son los cuadros, sean estos cuadros en actividad o de la reserva, porque los cuadros no tienen diferencias en el momento de la decisión. Esa unión con el pueblo debe ser a base de un profundo cariño que debe existir entre las fuerzas armadas y el pueblo, o sea sus reservas. No hemos seguido a lo largo de nuestra historia el mejor camino para que eso se produzca. Hemos sido el brazo ejecutor, violento, de medidas que pudieron haber sido resistidas por algunos sectores del pueblo. Me he propuesto que cuando el pueblo tenga un conflicto, jamás tenga que ser él reprimido por las fuerzas armadas, porque eso no es la función de las mismas. Para reprimir los conflictos internos con las fuerzas armadas, habíamos distanciado al pueblo de estas últimas y habíamos formado algo así como el enemigo común de todos los que reclaman o tenían algo que reclamar por medio de la lucha. No había conflicto o huelga
en que no saliesen las fuerzas armadas a pegar culatazos y a tratar mal a la
gente.
Creo que eso nos separó extraordinariamente del pueblo. Y el día
en que fuera necesario sería ese pueblo al que nosotros tendríamos
que conducir. ¿Y cómo podríamos conducirlo bien si esas fuerzas fueran
enemigas de nosotros? Y cuando ustedes se pongan la guerrera, con
sus grados, nadie va a preguntar si son hombres de la reserva o del
servicio activo; no les van a preguntar si son jefes u oficiales, porque en
la guerra las diferencias entre los de servicio activo y los de la reserva, al
poco tiempo de las operaciones, desaparecen en forma total y absoluta.

POBLACION DECIDIDA A SACRIFICARSE POR EL BIEN
DEL PAIS
Por esa razón digo que estas organizaciones que mantienen esa unidad
también deben trabajar con nosotros para que cada día las fuerzas
armadas sean más queridas por nuestro pueblo. Por otra parte, hay que
ir formando, dentro de la nacionalidad, el ambiente, por medio de esa
instrucción, de conferencias dictadas en los distintos sectores de la
actividad de la Nación, para que no tengamos que soportar el triste
espectáculo de países que deben ir a la guerra y que no lo pueden hacer
porque su pueblo no quiere. Hoy, las guerras que se emprendan deben
ser eminentemente populares para poder vencer. Ningún país puede
vencer en una guerra si ésta no es una guerra popular. Porque la guerra
popular, señores, se lleva adelante impulsada por una causa que el pueblo
siente y por la cual, sobre todo, está dispuesto a sacrificarse. Es
necesario crear esas causas en el país; hay que educar al argentino
diciéndole cuáles son sus objetivos.
Yo siempre digo que nosotros quizá no podamos levantar a un solo
argentino para emprender una guerra de conquista. Hace cien años que
venimos
, diciendo que no hacemos guerra. Por eso, fuera de nuestra tarea
de luchar por la conquista de los objetivos positivos, probablemente ningún
militar argentino pueda levantar a un solo hombre del pueblo; pero lo
que sí tenemos que arraigar en la población es la idea de que el que con afanes
de conquista pusiese un pie en nuestro territorio, antes de poner el otro
tendría que matar a todos los argentinos. Solamente creando esas causas
y educando al pueblo en esa escuela, podremos evitar la posibilidad de que
en el futuro, cuando se presentase esa situación, hubiera argentinos que
no quisieran sacrificarse por su patria. En una palabra, todo esto debe
hacerse a priori y no a posteriori, porque cuando llegue el momento de
las decisiones, si el pueblo no ha sido preparado, es inútil que el gobierno o los hombres dirigentes se esfuercen por tomarlas. La educación
para la guerra debe ser una sola: la población decidida a sacrificarse por
el bien del país. Y cuando todos estemos en esas condiciones, no necesitaremos situaciones de crisis agudas ni de otros hechos para poder movilizar
a los habitantes, es decir, que existan sensibilidades a desarrollar. Todo
esto debe hacerse en base a que tengamos un pueblo amante de la
Nación; en una palabra, que el índice patriótico de la población es la
base para tomar decisiones. Porque nadie defiende aquello que no
ama o, por lo menos, no lo defiende con cariño. Hay que hacer amar a la
Patria, y para ello es preciso que la Patria se haga amar. Esto último
tiene alguna similitud con lo que ocurre con la madre. ¿Quién podría amar
a una madre que lo hubiera abandonado cuando tenía cinco o seis meses? Es
necesario que la madre, para hacerse amar, se sacrifique por sus hijos. Y
cuanto mayor es el sacrificio, tanto mayor será el cariño que le
dispensará su hijo y el fervor que pondrá de sí en defensa de ella. Con la
patria ocurre lo mismo, porque es la madre común. En este sentido, yo
siempre me pregunto si todos los argentinos tenemos la misma
obligación de amar a la Patria. Entiendo que moralmente sí y creo,
además, que los hombres que tienen el corazón bien puesto deben amar a
la Patria de una misma manera. Pero todo eso, señores, es teórico, porque
también el calor del patriotismo tiene algo de realidad.

SENTIDO BÁSICO DE LA NACIONALIDAD Y SU DEFENSA
Yo siempre analizo estas situaciones y, especialmente, mi caso, que
es muy palpable. Yo ingresé al Colegio Militar a los quince años y toda mi
carrera fué costeada por el Estado. Por otra parte, me dió mando y
honor. Después, la Escuela Superior de Guerra me dió conocimientos
superiores, y cuando estuve en condiciones, me envió a Europa para que me
perfeccionara. Viajé como sólo podría haberlo hecho un hombre que
dispusiera de muchos más medios que de los que podría disponer yo. Toda
esto, repito, me lo costeó el Estado. Me dió posibilidades y yo culminé
mi vida como muy pocos argentinos pueden hacerlo.
Y bien, señores, yo pienso que si mañana el país me dijera: “Señor,
tiene que dar su vida, dentro de una hora, por la Patria”, yo no tendría
otro camino que contestar: “sí, cómo no, dentro de una hora o dentro de
diez minutos”. Todo lo que soy es el producto del empeño de este país; a él lo
debo todo.
De ahí para abajo hay un sinnúmero de gradaciones, pero todos tenemos alguna deuda con el país. Analizando la situación de ese pobre hombre
del pueblo que, a lo mejor, es analfabeto porque tuvo que trabajar desde
chico y su padre no pudo enviarlo a la escuela, que no ha tenido otra
perspectiva durante su, vida que trabajar y ser explotado, que se
sintió-siempre abandonado por todos, yo me pregunto si ese hombre
tiene la misma obligación que yo de morir por la Patria.
Indudablemente, hay obligaciones materiales dentro del patriotismo.
Moralmente, ese hombre sí tiene la misma obligación que yo, pero esto
lo hemos creado nosotros. los favorecidos por la fortuna.
Por eso digo yo que, en el fondo, toda esa justicia social que propugno
está en hacer de todos y cada uno de los argentinos un hombre
agradecido de su país, porque cuando lo esté, tendrá la obligación
material, además de la moral, de amarlo y defenderlo hasta morir.
Señores: en toda la concepción que nosotros vamos propugnando y
llevando adelante, está el sentido básico de la nacionalidad y el de su
defensa. Y en esa inmensa tarea que debemos realizar todos los argentinos,
si alguno está más obligado, somos nosotros, los que tendremos, en el
momento de la decisión, la obligación de llevar a esos hombres a la
muerte. Somos nosotros los que debemos trabajar por alcanzar esos altos
objetivo de la nacionalidad y preparar a los argentinos para el sacrificio,
si éste fuera necesario, para la defensa de los altos intereses. Ustedes, los
oficiales de la reserva, que son nuestra prolongación profesional, que son
los soldados sin uniforme del país, son los jefes y oficiales del futuro, esa
oficicialidad que nosotros no alcanzamos a cubrir sino en un mínimo
porcentaje.

ESPIRITU MILITAR Y CENTROS DE OFICIALES DE RESERVA
El ideal a perseguir es que todos los oficiales de la reserva de la
República estén unidos y asociados, que rememoren juntos las épocas pasadas en la instrucción de los cuarteles, pensando en una sola cosa: en el
arte militar, en el espíritu militar y en el perfeccionamiento dentro de esas
ideas, descartamos todo lo político, porque nosotros, los soldados, tenemos
muy poco de políticos, ni nos interesan las cuestiones políticas. Podemos
utilizar la política como un medio, jamás como un fin.
Por esa razón, señores, es que, no solamente recibo complacido la
visita de ustedes, sino que pienso y siento como piensan y sienten ustedes
que, como digo, son los oficiales y jefes del futuro, los jefes y oficiales
efectivos en los momentos más difíciles que el país tenga que afrontar.
En ese sentido yo les ofrecí, siendo jefe de la Secretaría, con esta
misma idea que sostengo y mantengo hoy, todo el apoyo que nosotros podamos prestarles, ofrecimiento que repito hoy, quizás con mayores posibilidades de darlo en forma más efectiva. Les reitero el interés de apoyarlos
y de ayudarlos en todo lo que sea necesario, para que ustedes, extiendan
a toda la República, si es posible, la organización de estos centros que son
altamente beneficiosos para la finalidad que las fuerzas armadas persiguen
y que la Nación desea.
Por eso, señores, este pequeño memorial lo consideraremos con todo
interés y desde ya le encargo al señor ministro de Defensa Nacional que
resuelva todos los problemas que se presenten y lo invito a que trate de
extender su acción al interior del país, porque sería magnífico que en cada
población existiera un centro de oficiales de reserva; que en todas las ciudades y pueblos la gente constituyera esos pequeños clubes, a los que el
Ministerio de Defensa Nacional puede ayudar mucho. Por nuestra parte
les daremos todo lo que necesiten, no solamente aquí en Buenos Aires, sino
en todas partes. Sería interesante que uno pudiera visitar en cualquier
lugar de la República esos centros de oficiales de reserva; lo haríamos,
todos los oficiales en actividad con un gran cariño.
Esas reservas militares, que están perfeccionándose en sus ratos
perdidos para honrar el título de oficiales de reserva o de jefes de la
reserva de las fuerzas armadas, constituirían en los desfiles que
hacemos una pequeña movilización. En ese sentido les digo que no
solamente cuentan con mi simpatía y cariño, sino también con todo nuestro
apoyo, para que ustedes puedan formar sus centros y mantenerlos en las
mejores condiciones. Entiendo que ésta no es solamente una cuestión que deba
confiarse al patriotismo y buena voluntad de cada uno de ustedes; deben ser
instituciones de verdadero bien público, que el gobierno tiene la obligación de
propugnarlas y apoyarlas por todos los medios.
No deseo dejar pasar esta oportunidad sin recordar los buenos tiempos y
decirles algunas palabras a los señores que han realizado esta hazaña.
Yo he querido hacer un acto extraordinario en este momento y en esta
circunstancia porque lo que han realizado ustedes tiene para mí, soldado de la
montaña, una importancia superior a todas las demás empresas deportivas.
Llegar a la cumbre de la montaña con una unidad completa, es un tipo de
ascensión a la que el mundo entero no está acostumbrado. De ahí parte el
mérito extraordinario de esta empresa. Que un hombre llegue a la cumbre de
una montaña de la importancia del volcán Lanín y con las dificultades que ese
ascenso impone, es cumplir una empresa arriesgada, interesante y valiente, que revela
un amplio espíritu deportivo. Pero llegar con una unidad completa presupone
otros valores tan importantes como esos, además de ése.

LOS FACTORES DE LAS GRANDES EMPRESAS
A las cumbres de la montaña como a las realizaciones de las grandes empresas, se
llega más bien con la cabeza y el corazón que con las piernas. El jefe que sabe
organizar y estudiar minuciosamente la empresa, que la prepara y después la
realiza a conciencia con los conocimientos que la experiencia de la montaña da, está
muy difícilmente expuesto a un fracaso.

FELICITACION AL PERSONAL QUE ESCALO
EL CERRO LANIN
En un acto realizado en la Casa de Gobierno, el 20 de
noviembre de 1950, para felicitar al personal militar que
cumplió la hazaña de escalar el cerro Lanín, el Excmo.
Señor Presidente de la República, General Perón, ex- presó lo siguiente:
Quien atropella la montaña con las piernas solamente, muy difícilmente llega a
vencerla. Un jefe de tropas, de cualquier unidad que sea, que arme una empresa
y la realice con su unidad, sólo puede hacer con una buena cabeza, un gran
corazón y unas fuertes piernas.
Por eso, señores, yo he encomiado especialmente la aptitud, la conducta y
la capacidad del señor teniente primera Renner, que ha presidida esta
expedición, como así también la de los oficiales que han colaborado con él en la
conducción; la de los suboficiales que han guiado sus tropas en la dirección y en
la marcha de esta columna, y la de los soldados que han realizado esta ascensión.
Dicho esto, señores, quiero cumplir una vieja promesa que hice al señor
teniente primero, de regalarle, para que los experimente, los primeros esquís que se
han construido en el país.
Ahora, señores, para terminar, quiero felicitar en esa unidad a todos los
regimientos. Ruego al señor mayor que transmita a su gente en Bariloche la
complacencia extraordinaria que he experimentado personalmente, y el saludo y la
felicitación del Gobierno a todos esos muchachos que allá en la lejanía de la
Patria cumplen con su deber con la misma conciencia, con la misma disciplina y
con la misma dedicación que nosotros aquí.
Que sean muy felices, y los felicito a todos muy efusivamente.

ENTREGA DE SABLES A LOS OFICIALES EGRESADOS
DE INSTITUTOS MILITARES
En el acto de entrega de los sables a los nuevos
oficiales
egresados de institutos militares, realizado el 16
de
diciembre de 1950 en el Teatro Colón, el Excmo.
Señor Presidente de la Nación, General Perón,
pronunció el siguiente discurso:
JOVENES oficiales: Deseo iniciar estas palabras con una frase del General
San Martín, que traduce todo el sentido de nuestra vocación: “La función
fundamental del soldado es honrar el servicio”.
Que ella sea, en estos momentos de intensa satisfacción para vosotros, la
síntesis de lo que la Nación Argentina espera de sus oficiales.
En mi carácter de Comandante en Jefe de las Fuerzas de Aire, Mar y
Tierra y también como viejo soldado, quiero hablar a los jóvenes oficiales con
toda franqueza y con toda claridad, sobre la responsabilidad que significa recibir
el sable del oficial argentino, que siendo la expresión simbólica del mando militar,
queda tan sólo dentro de la categoría de un simple símbolo, cuando el que lo lleva
no acredita ese mando con el cultivo y la práctica de las virtudes militares.

PRACTICA DE LAS VIRTUDES MILITARES
Es característica de este período de la historia que estamos viviendo en el
país la voluntad decidida en el cultivo de los valores espirituales. que hacen
grandes a los pueblos y nobles a los hombres. Por ello la esencia de todas las
lecciones que la juventud reciba como rasgo fundamental de la Nueva Argentina
ha de ser la persuasión de que la práctica de la virtud es superior a la riqueza y a la
sabiduría.
Hoy que empezáis a aprender vuestra profesión no os lamentáis porque sepáis
poco. Si sois buenos y virtuosos ya sabéis demasiado. Si no lo fuerais, todo
cuanto lograrais aprender en el futuro, puede serlo en perjuicio de vuestros
semejantes y de la Patria.
Por eso, las virtudes militares son el punto de partida y el signo de llegada
en la vida de un soldado.

RESPONSABILIDAD ANTE LA NACION
La Nación es, en primer lugar, la que se presenta pidiendo cuenta de
nuestros actos y somos responsables ante la Nación misma, como integrantes
de las Fuerzas Armadas, de la custodia de sus intereses más sagrados. Ella nos
hace guardianes de su bandera y su territorio, de su pueblo y su gobierno,
como asimismo de la Constitución que rige y asegura sus destinos.
Nada os diré sobre lo que significa la custodia de nuestros símbolos y
territorio, porque en esta Patria bendita, el hombre de bien nace prometiendo
morir por su bandera y vive para dar gracias a Dios por haber nacido en la
tierra de San Martín.
La custodia del pueblo, de ese pueblo magnífico del cual formáis parte,
está lograda si hay comunidad de ideales y de afectos entre él y las Fuerzas
Armadas.

PUEBLO Y EJERCITO
El pueblo ama a sus Fuerzas Armadas cuando ve que éstas lo comprenden,
cuando comprueba que ellas comparten sus afanes e inquietudes, cuando las ve
fuertes e intangibles en su integridad moral y profesional y cuando comprueba,
en fin, que aparecen ambos cooperando estrechamente en la paz, como lo harían
en la guerra, si llegara el caso, por la supervivencia de la Nación.
Vuestra responsabilidad para con el Gobierno y la Constitución Justicialista
encuadra dentro de lo que habéis comprometido para con vuestra respectiva fuerza
armada.

LAS FUERZAS ARMADAS PRIMERAS SERVIDORAS
DEL ESTADO
He dicho en otra oportunidad y hoy repito, que la misión que la
constitución y las Leyes establecen para las Fuerzas Armadas las ubican, en cierta
manera, como las primeras servidoras del Estado. Su intervención constituye el
último argumento de la autoridad para hacer respetar, en lo interno ,la
voluntad del pueblo legitimada en sus representantes, y en lo exterior, para
asegurar la soberanía de la Nación si ella fuera afectada por extraños.
Esperan vuestras respectivas fuerzas que desde este momento seáis un
apoyo más para llevarlas adelante en su afán de lograr la mayor eficiencia en su
fin primordial de capacitarse para la defensa nacional.
Espera vuestra institución ser ella el objetivo único de todos vuestros sacrificios y
aspiraciones, pues sabe que voluntariamente habéis elegido una carrera vocacional
que participa, por sus renunciamientos, de las características de un sacerdocio.
Confía la institución, que el grado da almirante, de brigadier o de general
será vuestro destino, y que no habrá destellos engañosos o circunstanciales que os
enceguezcan y os desvíen en procura de halagos materiales.

SOLIDAS BASES DE MORAL
La institución Militar os exige que las sólidas bases de moral que ya habéis
alcanzado sean acrecentadas en el ejercicio diario de vuestra voluntad; que un
afán de superación os impulse a la investigación y al estudio para elevaros
profesionalmente y completar vuestra formación integral.
Y en esta enunciación de responsabilidades quedan todavía las que habéis
adquirido con vuestros camaradas y las que agregaréis vosotros mismos poniendo
como jueces vuestro patriotismo y vuestra conciencia.

6
CIUDADANOS DE LA NACION
Vuestros camaradas más antiguos os esperan con simpatía. Quieren veros
como un exponente acabado de ese sentimiento de fidelidad, pundonor y hombría
de bien que caracteriza, diferencia y permite calificar a los hombres en leales y
desleales.
Y vosotros, personalmente, no olvidéis que para la sociedad sois cada uno un
ciudadano de la Nación, que tiene y debe ocupar el lugar ascendente de esta
Patria Justa, Libre y Soberana.
No olvidéis tampoco vuestros deberes elementales de hijos, simbolizado en
el abrazo con que vuestros padres, o las lágrimas con que vuestras madres, reciben
emocionados vuestro triunfo de este día.

IDEAL SANMARTINIANO
Así, jóvenes oficiales, como hijos, como ciudadanos y como soldados honraréis
vuestras vidas, y con ello, de acuerdo al ideal sanmartiniano, honraréis al
servicio.
Tal vez la Patria no os pida por ahora gestos heroicos; tal vez os exija
solamente quemar vuestras vidas callada y silenciosamente en el diario
cumplimiento del deber. Pero esa actitud ha de ser el crisol donde se forje
vuestro carácter hasta el día en que la Patria os pida, para gloria vuestra, el
sacrificio de la vida.
Señores Subtenientes: César Augusto Odría Delgado y Julio Roncalla Pío, del
Perú; Carlos Hernán Segura Rodríguez, de Costa Rica; Ricardo Cordón Acevedo,
dé Guatemala; Elpidio Barrios Tapia, de México; Epifanio Parodi, Raimundo Barúa,
Alejandro Peralta, César Cáceres y Manuel Chamorro Servián, del Paraguay; Frehel
Andral, de Haití;
Guardiamarinas: Alfredo Poveda Burdano y Gotardo Valdivieso Tobar, del
Ecuador;
Alférez: Gerardo Francisco Vargas Bacán, del Perú:
Sé que cuanto he aconsejado a los oficiales argentinos será también útil a
los camaradas latinoamericanos que egresan de nuestros institutos militares, ligados
desde ahora a nuestros recuerdos y a nuestro corazón.
Cuando volváis a vuestras queridas patrias, sed portadores de estos mis
conceptos que traducen fielmente los sentimientos más caros del pueblo argentino,
que anhela estrechar vínculos fraternos con los hermanos de América.
Camaradas: Que se fortalezca día a día vuestro espíritu en la práctica de los
valores morales del soldado.
Que cada latido de vuestro corazón sea una promesa de fe patriótica, de
honor, de abnegación y de sacrificio.
Que toda vuestra vida sea una afirmación de amor a nuestro pueblo, que es
lo mejor que tenemos en esta Patria tan amada.
Que Dios aliente en vuestras almas una voluntad firme de vivir y morir
por la Patria, para que ésta sea la ofrenda que depositéis reverentes al pie de la
tumba del General San Martín, como el mejor homenaje que pueden ofrecerle
los oficiales egresados en el año centenario de su pasaje a la inmortalidad y a la
gloria.

AÑO 1951

ENTREGA DE SABLES A LOS NUEVOS GENERALES
Discurso pronunciado el 8 de enero de 1951 en el Ministerio del
Ejército por el Excmo. Señor Presidente de la Nación, General
Perón, con motivo de la entrega de sables a los nuevos generales:
Un año más he deseado tener el honor de entregar a cada uno de los señores
generales el sable que es, para nosotros, la representación de la tradición gloriosa
del Gran Capitán de los Andes.
Me he impuesto a mi mismo la honrosa obligación de entregar todos los años
este sable –instituído por el Ministerio de Guerra para que sea portado por los
señores generales- a los nuevos generales que se gradúan en nuestro Ejército.
Señores: Estaría de más que yo hiciese aquí una disertación sobre las
obligaciones que el grado, esta insignia de mando y los laureles de general,
representan para cada uno de los oficiales superiores que han alcanzado esta
jerarquía por méritos propios y reales. Ellos saben bien que reza en nuestras
reglamentaciones que el general debe ser ejemplo y modelo, como maestro de sus
subalternos. Yo agregaré a esto, que un general de la República debe ser también
maestro modelo y ejemplo de ciudadano argentino.
Esa es la obligación que este sable impone a cada uno de los señores generales
que desde hoy cargan sobre sus espaldas la responsabilidad de la dirección superior
del Ejército, con el grado que es, en la jerarquía militar, el más insigne de todos.
La República y el mundo viven, horas heroicas, y los hombres de armas deben
ocupar el lugar que a cada uno le corresponde en esas horas.
No sé si el destino reserva a la República Argentina, que cada señor general
represente uno de los factores de responsabilidad en el futuro de nuestra
Nación. Si esa situación se presentara yo espero y estoy persuadido de que estos
sables que desde hoy ceñirán los nuevos generales, serán honrados por quienes
la Nación inviste como nuevas columnas de la disciplina, del honor y de las
virtudes de nuestro Ejército.
La República espera de cada uno de los señores generales que reciben hoy,
en la mejor situación, esta insignia de mando, al investirlos con las
tradiciones del Gran Capitán, que sepan honrarla con la inspiración, hidalguía y honor con que el General Don José de San Martín supo dar a
nuestra República glorias y honores que siempre alabamos y exaltamos
emocionados en todos los momentos de nuestra vida.
Este sable, señores, lo entrego en nombre de la República. Y la
historia y la misma República juzgarán si lo emplearon con honor o sin él. Yo
espero, conociendo a los señores generales, que ese honor no será jamás
desmentido. Por ello, les auguro el éxito y la felicidad que, de corazón y
con profundo convencimiento, anhelo para cada uno de ustedes.

HOMENAJE DE LOS SUBOFICIALES DE LAS
FUERZAS ARMADAS
En el acto de homenaje que el 25 de enero de 1951 tributaron al
Excmo. Señor Presidente y su esposa los suboficiales de las Fuerzas
Armadas —acto que se realizó en la Quinta Presidencial de
Olivos— el General Perón pronunció el siguiente discurso:
DESEO que mis primeras palabras sean de profundo agradecimiento por la
amabilidad que han tenido de llegar hasta aquí para darme la inmensa satisfacción
y la profunda emoción de poder saludarlos en medio de las inmensas tareas
que realizamos, siquiera de cuando en cuando una vez.
Mi identificación con los suboficiales nace de dos circunstancias providenciales
de mi vida. Primero, porque siempre, en cualquier situación, me he sentido
profundamente ligado a los hombres humildes; y, segundo, porque en la
iniciación de mi carrera tuve la fortuna de tener como destino la Escuela dé
Suboficiales, donde durante muchos años profundicé el noble corazón de los
muchachos que allí se forman, de esos hombres humildes, trabajadores y
abnegados que han formado el nervio de la actividad y de la energía, como
del patriotismo y de la lealtad, que caracterizan a las fuerzas armadas de la
República Argentina.
Podríamos decir que hay dos clases de hombres: los que están inspirados en sentimientos idealistas, forman la legión de los estoicos, sirviendo a los
demás, en tanto que los materialistas, se sirven sólo a sí mismos. Siempre he
pensado que entre estas dos escuelas existe un abismo, que es profundo del lado
de los egoístas, que es oscuro y es dramático en la lucha par la ambicióndesenfrenada y por la avaricia miserable de los hombres.
Del otro lado están los que quieren servir a los demás, sirviéndose a sí
mismos; que no ven la vida corno una razón de lucro permanente, de lucha,
de dolor y de miseria, sino que ven la vida con los ojos del alma, que son los
que más ven.
Y mi cariño, señores, por los suboficiales es porque desde allá, desde muchacho,
compañero de tareas con ellos durante casi toda la carrera, los he visto ver la
vida con los mismos ojos con que la miro yo. Por eso, compartiendo esa
visión, apreciando lo mismo que ellos y actuando igual, me he sentido
profundamente identificado con ellos, como se sienten identificados los hombres
cuando no están unidos por intereses o especulaciones, sino con el corazón.

ESCUELA DE LEALTAD
Y es también por esa misma razón, porque los suboficiales, mediante su
educación, mediante su vida austera, abnegada y a veces sacrificada, han
aprendido a ver con los ojos del alma y poner en movimiento su corazón, que
podríamos decir que la escuela más grandiosa de lealtad y de abnegación de
todas las fuerzas existentes en la Nación, radica en la Escuela de Suboficiales y en
los suboficiales.
Me acaba de decir mi viejo Farina —a quien recluté hace ya muchos años
como aspirante en la Escuela de Suboficiales—, que aquí están muchos de esos
bravos y queridos muchachos a quienes anualmente despedíamos de la Escuela con
lágrimas en los ojos y congoja en el corazón, porque siempre nos alejábamos de un
amigo querido. Esa Escuela fue la formación de muchos muchachos que he
visto después a lo largo de toda la vida, triunfadores y optimistas, siempre
dignos y siempre honrados, fuertes de alma y fuertes de cuerpo, dispuestos a
enfrentar la vida, no para el mal, sino para el bien de la Patria. Y los veo aún
ahora, en muchas oportunidades, pasar junto a mí, quizá un poco encanecidos o
envejecidos, pero yo siempre recuerdo en cada uno de ellos a ese viejo amigo, a
ese viejo compañero que conmigo, en la Escuela de Suboficiales, ganó tiempo a
las horas para ser un hombre útil, un patriota y, por sobre todas las cosas, un
hombre de bien, abnegado y honrado, al servicio de una sola causa: la Patria.
La Escuela de Suboficiales fue también, señores, una escuela para mí. Allí
tomé contacto con legiones de muchachos humildes que venían desde
todas las latitudes de la Patria. De cada uno de ellos aprendí un poco, por esas
virtudes que la tierra da mediante la escuela grandiosa que es el dolor de la
propia tierra, y que no iguala ninguna otra escuela de la vida. Comprendí con
ellos, porque con ellos convivía día y noche; muchas veces era yo su propio
enfermero y les daba las fricciones cuando estaban enfermos. Por eso llegué
junto a ellos, no junto a su presencia física, sino junto a su presencia espiritual;
tomé de ellos ese dolor de la injusticia, el dolor de esa pobreza honrada de
nuestra campaña y de nuestras ciudades. Fué para mí la escuela de más valiosa
enseñanza, porque allí vi la grandeza de esos hombres humildes a quienes la
Patria todavía no les había ofrecido una oportunidad para ser lo que ellos
ambicionaban en esta vida, y puse al servicio de esos hombres humildes mi vida y
mis mejores intenciones.
Por eso he agradecido siempre a la Providencia este contacto, porque enseña
más en la vida de un hombre lo que él puede sentir que todo aquello que pueda
leer o conocer; para los hombres que tienen el alma bien puesta, vale más un
sentimiento que el más hermoso y profundo de los pensamientos.
Por todo eso, también, debo mi profundo agradecimiento a esa verdadera
escuela del contacto espiritual con los hombres. Allí también aprendí que dentro
de un uniforme de soldado, de oficial, de suboficial o de jefe, como dentro del
“overall” de un obrero, no debemos olvidar nunca que hay un hombre; un
hombre que piensa, un hombre que siente, un hombre que tiene aspiraciones, un
hombre que debe tener posibilidades.

GOBIERNO HUMANO
Aprendí, señores, que no’ hay que mirar los continentes, que es necesario
mirar los contenidos. Y cuando la Providencia puso en mis manos el destino de
los argentinos, traté de realizar un gobierno humano, porque pienso siempre
que ,dentro de cada uniforme o de cada traje, además de un ente, hay un
hombre. Por eso humanicé el gobierno, por eso hice un gobierno de hombres
para hombres.
Esa Escuela, que fué para ustedes la iniciación de su vida, fué quizá para mí
la escuela donde descubrí la verdad de la vida, en contacto con los hombres
que pusieron a mi observación, por primera vez, el sentido y el sentimiento real
de la vida de los hombres. Por eso, cuando debí ejercer el gobierno, no me olvidé
jamás de los humildes. Por eso, todos los
días, al terminar la tarea diaria, que para mí empieza a diana y termina a
silencio, como siempre, me pregunto si en el día he hecho algo para que mi
pueblo sea más feliz y para que mi patria vaya asegurando diariamente la
grandeza con que soñamos todos los buenos argentinos.
Nosotros, los soldados, tenemos un gran amor, que es la Patria. Esa ese
gran amor el que da origen y objetivo a nuestra vida. He visto también en los
suboficiales ese patriotismo, que para mí tiene mucho más mérito en los
pechos de los hombres humildes que en el de los encumbrados. A nosotros la
patria nos ha dado todo; el día que nos pida la vida, tenemos que ofrecerla en el
instante. Pero yo siempre recuerdo que no es ese el mismo concepto que puede tener
el hombre humilde. Yo analizo mi caso y el de los demás del pueblo. Pretender
que el hombre a quien se le haya negado todo sea un patriota, no es lo mismo
que pretender que lo sea aquel a quien todo se le ha dado. Yo llegué al Colegio
Militar a los quince años; el país me formó, me llevó después a completar mis
conocimientos. Luego, cuando ya tenía una cultura, me mandó a Europa a
perfeccionarla. Me dió mando, aunque también me obligó a la obediencia. Y me
dió después la posibilidad de llegar, por la lucha, al puesto que ocupo. Si mañana
la Patria me dijese: “Usted tiene que entregar hoy su vida”, yo tengo el deber de
ofrecerla.
Pero, señores, si esto es lógico en mí, pienso en el hombre humilde que quizá
no tuvo ninguna oportunidad; fué analfabeto, porque en su tierra no había la
escuela que el Estado debía haber llevado para cultivar su inteligencia. Así
creció, sin medios, trabajó rudamente, sin recibir en recompensa lo que su
trabajo debía ofrecerle. Si va a la plaza, viene el policía y le dice: “¿ Qué está
haciendo aquí ? ¿Quién es usted ? A ver sus papeles. Váyase, aquí no se puede estar.”
Si se sienta en un banco, le ocurre lo mismo. Si va a la oficina pública, dicen:
“Es un atorrante; no le lleven el apunte. Váyase”.
Señores: si mañana la Patria le dice a ese hombre olvidado: “Tiene que
entregar su vida”, él puede decir que no. Yo no puedo decirlo, pero él sí, porque
la Patria es como la madre. Cuando la Patria le ha dado algo, uno tiene que
estar ligado a ella, así como cuando la madre lo ha abandonado al nacer, uno
tiene muy poco que agradecerle. Pretender que ese pobre hombre, –dejado de
la mano de sus compatriotas y abandonado por el Estado y la Nación—, sea un
héroe, es un absurdo. Los pueblos no están formados por héroes. De entre muchos,
puede salir algún héroe. Hay que hacer de la Patria una buena madre que se
ocupe de sus hijos y que cada argentino esté dispuesto siempre a dar una mano
para levantar a otro argentino. Y cuando mediante esa ayuda, esa preocupación,
cada uno le debamos algo a la Patria, tendremos entonces un pueblo de patriotas.

SOLIDARIDAD Y FRATERNIDAD PATRIOTICA
Por eso, señores, mi preocupación al llegar al Gobierno no fué la de seguir
predicando en el desierto, haciendo discursos patrióticos. El patriotismo no se
hace con discursos; se hace con ayuda efectiva, con justicia, con amor, con
solidaridad y con fraternidad patrióticas. Es por eso, señores, que he querido
transformar al pueblo argentino: de una masa egoísta he querido hacer una
masa de hombres unidos por sentimientos más nobles que el interés y la miseria.
He querido labrar la felicidad de los argentinos pensando en que cuando todos
sean un poco más felices, serán también un poco más patriotas.
No sé si habré logrado mi objeto, pero yo he visto desaparecer las banderas
rojas y los signos de la antipatria para coronar nuestro ciclo con la única
bandera que se puede levantar en esta tierra. Para ello no he tenido-que dar
ningún decreto ni hacer discursos; me ha bastado con hacer el bien en la
mayor medida posible para el mayor número posible de argentinos.

UNA PATRIA SOCIALMENTE JUSTA, ECONÓMICAMENTE
LIBRE Y POLITICAMENTE SOBERANA
Por eso, señores, cuando nosotros decimos que queremos una Patria socialmente
justa, económicamente libre y políticamente soberana, decimos que esas tres
banderas son las banderas de la nacionalidad, porque no puede haber una patria
formada por patriotas si no existe la justicia social; no puede haber una
Argentina económicamente libre, si todos unidos no nos sacrificamos para
enriquecerla con nuestro sacrificio y con nuestro trabajo; y no puede haber una
patria políticamente soberana, mientras nosotros no creemos dentro de ella la
independencia económica, por medio del trabaja que acumula la riqueza argentina
y nos permite cortar la columna del colonialismo que nos ató hasta nuestros días.
Podemos decir hoy, que esas tres banderas, que deben ser sagradas para los
argentinos, están al tope de cada uno de sus mástiles. Dirá el futuro si los
pechos argentinos han sido capaces de no dejarlas arriar jamás, y que el día que
fuera necesario, cuando alguien quisiera arriar cualquiera de esas tres banderas,
yo tengo la ambición de pensar que los argentinos estaremos —como los
marineros que creen que la única manera de vencer a la adversidad es
hundirse con la bandera al tope— decididos a hundirnos con la Nación entera,
antes que una sola de esas banderas sea arriada.
Por eso, señores, yo quiero decir en esta ocasión, en que tan viejos compañeros
de trabajo, de ilusiones y de lucha han tenido la amabilidad de ofrecer este maravilloso
acto de confraternidad y de amor entre hombres, compañeros y camaradas de una
causa y de una carrera, quiero decir —decía— que esa escuela que nosotros
hemos puesto en marcha desde el Gobierno, con esos tres pabellones al tope de
sus astas y que los hemos puesto en el texto de nuestra Constitución,
representan la verdadera gloria de esta Patria. Por ella lucharon y por ella
sucumbieron los que nos precedieron en la lucha por engrandecerla.
Quiero decir que toda esa inspiración, que toda esa ilusión de patriota y de
argentino, la aprendí junto a ustedes, hombres humildes, tan humildes como
grandes y nobles.
Por eso, cuando he oído al viejo amigo Farina decir que todos éstos son
soldados dispuestos a luchar por que esas banderas no se arríen jamás y he visto
cómo ustedes aplaudieron ese párrafo, las lágrimas de mi emoción saltaron a
mis ojos porque los veo hoy casi encanecidos por el servicio y por los sacrificios
pero remozados en ese corazón noble y grande que siempre les conocí, que
siempre les admiré y que hoy, ya en el término de mi vida, voy reconociendo
nuevamente en los jóvenes y en estos viejos suboficiales que representaron en mi
vida algo así como el placer espiritual que hace olvidar toda miseria y toda tristeza.
Señores: yo les agradezco profundamente esta demostración. Les agradezco
la fina inspiración de ustedes al haber querido perpetuar esta reunión en un
recuerdo, en cuya elección ha influido el espíritu de esos muchachos que saben
que a un criollo nada le puede emocionar más y satisfacer mejor que una prenda
criolla. Yo soy de los hombres que, a pesar del contacto con la vida, sigo siendo
un hombre de la tierra, sigo siendo un criollo en mis costumbres y en mis
pensamientos. Por eso, señores, les agradezco profundamente y, sobre todo, les
agradezco que en esa intención hayan visto que en mi corazón vibra un criollo igual
que el que vive en el corazón de ustedes.
Antes de terminar, deseo pedirles que lleven a los camaradas del interior y a
los que, por el servicio o por otras causas, no han podido asistir a esta
numerosísima reunión —hubiera sido imposible dar cabida a más gente— mi
abrazo cariñoso, mi saludo y mi recuerdo, y les digan que desde aquí asisto todos
los días a su diana, a su trabajo, a sus fatigas, y a sus sacrificios y que les
agradezco, como padre común de todos los argentinos, con este recuerdo y con el
abrazo —que les pido a ustedes les lleven— muy fuerte y muy apretado sobre mi
corazón.

DESPEDIDA DE LA COMISION CIENTIFICA
A LA ANTARTIDA
Con motivo de la partida de la expedición científica a
la Antártida Argentina, que se realizó el 12 de
febrero de 1951, desde la Dársena Sud del puerto de la
ciudad de Buenos Aires, el Excmo. Señor Presidente de
la Nación, General Perón, pronunció el siguiente
discurso:
SEÑORES Yo he querido personalmente venir a despedir a la Comisión
Científica que parte hoy a la Antártida. Al hacerlo me he inspirado en los
deseos de darles a cada uno de esos hombres emprendedores una cordial
despedida en forma personal, ya que se aleja hacia una ignota región de
nuestra tierra para arrancarle muchos secretos que, en el orden científico
permanecen aún desconocidos para nosotros. Quiero hacer presente que esta
Comisión se ha organizado por iniciativa del propio señor coronel Pujato que
la preside.
En segundo lugar, siento una inmensa satisfacción, como Presidente de
la Nación, en hacer de cada uno de estos muchachos un hombre que parte
para una empresa a la que voluntariamente dedican su vida y sus conocimientos.
Hago también presente la inmensa satisfacción que experimento al ver
que entre tantos que piden para ir a Europa y a los Estados Unidos, hay
algunos que lo hacen para sacrificarse por el país. Les hago presente a estos
muchachos que al hacerlo, recuerden que las páginas de nuestra historia futura están abiertas para los nuevos héroes que quieren ofrendar su vida en el
altar de la Patria.
Por esta razón es que, al despedirlos los felicito y tengo la absoluta
seguridad de que han de salir triunfantes en la empresa que emprenden.
Estoy también, seguro, señores, porque conozco el temple de los argentinos,
que ellos han de cumplir no solamente la misión que se les ha encomendado, sino
que harán mucho más para satisfacer nuestros deseos de conocer y de tomar
posesión efectiva de esos territorios que algunos nos disputan.
Estas empresas son las que irán asegurando la posesión real de un
territorio y como el tiempo es la mejor justicia que el mundo ofrece a los
hombres,. debemos esperar tranquilos, porque si ahora no nos reconocen lo
que justicieramente nos pertenece, el poder progresivo de la Nación y el
tiempo irán fijando esas bases incontrovertibles de nuestro derecho. Quizá
algún día, si la justicia no hace triunfar el derecho argentino, lo haremos triunfar
si es necesario con la fuerza.
Ya he hablado con el jefe de la expedición y le he dado mis consejos de
soldado y de amigo. Esta expedición ha de hacer su vida tranquila en esa lejana
región, y ha sido minuciosamente preparada; se han descartado todas las
situaciones que no han podido preverse, pero lo previsible está hecho. Ellos
deben contar con que la Nación entera sigue sus pasos y los recordarán todos
los días desde la Patria. Ellos, al cumplir esta misión, saben que ésta es la primera
expedición, y han de seguirla todas las que sean necesarias para mantener en forma
permanente el estudio y la ocupación de las bases que comienzan a establecerse.
Nosotros tenemos acuerdos para no ocupar todavía con fuerzas estas
regiones de la Antártida. Las expediciones científicas argentinas que irán sucesiva
y progresivamente ocupándola, serán la mayor fuerza que hemos de poner por ahora
en nuestro territorio antártico. Esta expedición ha de realizar el estudio necesario
para llegar hasta el Polo Sur mismo, en forma progresiva y la Nación ha de ir
preparando los medios para que se pueda cumplir en forma efectiva esta difícil
misión.
Señores: Partan sabiendo que el corazón de los argentinos los acompaña y
los acompañará permanentemente en su misión.
Antes de terminar, quiero agradecer públicamente la inteligente y patriótica
cooperación prestada por la compañía Pérez Campano S. A. para que esta
empresa se llevara a cabo, poniendo un barco mercante que los ha de conducir
hasta la Antártida, ayudados por las fuerzas marítimas de esa región en todo
cuanto sea necesario. Me satisface extraordinariamente que sea éste un barco
mercante, pues nosotros nos hemos comprometido con los ingleses y los chilenos
a no mandar todavía fuerzas de la marina de guerra en misión a la Antártida.
Nosotros cumpliremos estrictamente nuestros compromisos. No sabemos si
los demás que se han comprometido también lo harán, pero, señores;
lo que sí sabemos es que tenemos la permanente y absoluta decisión de obrar
en esa región de acuerdo con nuestros derechos y con nuestras posibilidades.
Eso lo haremos con toda la energía de la Nación, en este y en cualquier otro
momento, en defensa de la soberanía de su territorio y de sus derechos.
_Finalmente, señor coronel, usted lleva la responsabilidad de esta empresa. Yo le conozco desde hace muchos años; sé que no solamente es capaz de
realizarla por sus condiciones morales, por su espíritu militar y por su
capacidad, sino que sé también que es un hombre acostumbrado a vencer en
la montaña los obstáculos más invencibles que opone la naturaleza. Sé que no
habrá ninguna empresa que usted acometa, que no logre realizarla inteligentemente. Por eso tengo la absoluta persuación de que ha de cumplir
perfectamente bien con su deber y que será para todos los componentes de
la expedición su jefe y su amigo, pues en estas largas penurias de conjunto,
además de un jefe, es necesario tener un amigo. Serán todos amigos y al
partir deben tomar la decisión de que, cualesquiera sean las circunstancias,
la amistad, la unión y la camaradería, deben reinar entre todos; ello será la
garantía de la mutua protección contra los agentes adversos de la
naturaleza. Así, unidos y camaradas, venceremos; de ello estoy totalmente
convencido.
Quiero hacer presente que también por iniciativa del señor coronel, se ha
fundado en el Ministerio de Asuntos Técnicos el Instituto de la Antártida, que
llevará el nombre del señor coronel quien será su primer director.

ORDEN N9 1 DE LA COMISION
Al partir la comisión fue leída la
Orden NºI de la misma, suscripta por el
Excmo. Señor. Presidente de la República,
cuyo texto es el siguiente:
La Antártida Argentina representa la región más alejada y polar del
territorio de nuestra patria sobre la que nos asisten los más inquebrantables
derechos de soberanía permanentemente proclamados ante el mundo.
El Gobierno de la Nación tiene el firme propósito de refirmar cada vez
más estos irrenunciables derechos mediante el efectivo ejercicio de su soberanía,
siendo necesario, a la vez, el establecimiento de bases científicas
permanentes destinadas a obtener los antecedentes característicos de- la región
para una efectiva acción de gobierno.
Por ello el presidente de la Nación Argentina y comandante en jefe de las
fuerzas armad-as de la Nación ordena:
Designase para integrar la expedición científica a la Antártida Argentina en el
corriente año a la siguiente comisión:
Jefe: señor coronel don Hernán Pujato.
Integrantes: capitán Jorge Julio Mottel; teniente farmacéutico don Luis
Roberto Fontana; suboficial ayudante, mecánico radiotelegrafista Hernán Sergio
González Supery; auxiliar octavo doctor Ernesto Natalio Gómez; señor Angel María
Roque Abregú y señor Antonio Moro.
La expedición cumplirá la siguiente misión:
a) Efectuar el conocimiento y reconocimiento de tierras de las zonas polares
correspondientes según instrucciones que oportunamente se le
impartieran.
b) Establecer la primera base científica experimental argentina al
sur del círculo Polar Antártico que concurra al desarrollo de las actividades
científicas que se realicen, y de acuerdo con los programas que a tal
efecto se preparen.
c) La expedición dependerá directamente del Ministro de Asuntos
Técnicos al que comunicará radiotelegráficamente la situación de la
comisión y las novedades que el jefe de la misma estime de interés.
d) La expedición se embarcará rumbo a la Antártida el día 12 del
corriente, a las 7.30, oportunidad en que será despedida por el
suscripto.
e) El Presidente de la Nación al confiar a todos los integrantes de la
expedición la difícil pero tan honrosa misión de llevar la bandera de la
patria a la lejana Antártida Argentina deposita en cada uno de ellos toda
su fe de gobernante y el afecto de argentino, deseándoles el mayor de los
éxitos en tan magnífica empresa.
Firmado: JUAN PERON.

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