Mis queridos descamisados:
Os habla una mujer del pueblo que no quiere faltar a la cita de la bondad y del
amor. Os habla una amiga con la cual habéis compartido las preocupaciones y
las alegrías de un largo año de tareas. Os habla un corazón que late al
unísono con vuestros sentimientos y un alma que siente vuestras mismas
inquietudes. Esta es la noche de la tregua más dulce en la jornada. Junto a todos
nosotros, está al fin el espíritu de Jesús. Este pan augural que partimos, esta
sidra diáfana que moja nuestros labios, tienen el claro símbolo de la unión y el
amor. Estamos definitivamente juntos. Estamos unidos en el triunfo y en la
esperanza. Pero en esta noche no resalta nuestra soberbia, sino nuestra
humildad. Es mi corazón de mujer ansiosa por su país quien os dice a través del
espacio: Feliz Navidad:
Esta noche, reunidos en los hogares de nuestra Patria feliz, dirigimos al mundo
este mensaje de Navidad para elevar ante los ojos de una humanidad doliente la
verdad magnífica de nuestro corazón. En la tierra dichosa de nuestros mayores,
donde el hombre ha sido redimido por Perón, donde la humildad es un bien y la
pobreza un título a la mejor parte del común patrimonio, casi no hablamos ya:
latimos. El corazón dicta nuestros actos, y la sangre nueva que fluye del corazón
argentino alienta los ideales peronistas de nuestra Patria renacida. Corra esta
palabra de esperanza que me enseñó la fe, y este latido de amor que me infundió
el abrazo de los tristes y los desamparados, por todos los canales profundos que
abrió en el alma del hombre la palabra grave y el latido cálido de nuestra
doctrina. Con amor hicimos nuestra ventura y queremos hacer la ventura de
nuestros hijos. Nos guía una estrella en la alta noche, y a los pies de los más
pobres, de los más pequeños, de los más olvidados, depositamos la fe y la
esperanza.
Porque, lo hicimos, porque lo hacemos, estamos en paz con nosotros mismos, y
con la vida. Nada nos arredra, todo nos alienta, porque la causa emprendida
prosigue por los rumbos que señaló el elegido. Y si al cabo de la empresa
podemos sentir que la dulzura pudo más que la violencia; que el amor pudo más
que la fuerza; que la mano amiga, aunque vacía, pudo más que una garra
cargada de oro; que no cedimos a la fría razón sino a las lágrimas, y que un niño
desvalido fue para nosotros más que un rey, habremos cumplido con el supremo
dictado que nos congrega esta noche a través de los siglos.
Los ideales de nuestro presidente, General Perón, tan puros y brillantes como
este lucero que apunta en el cielo austral de nuestra inmensa Patria, están
orientados con la misma luz guiadora que alumbró el nacimiento. Y acaso
podemos decir con razón que la prometida tierra donde el mundo hallará la paz,
el trabajo y el pan, la tierra donde se levantarán las mieses y crecerán los hijos
superiores, sea esta misma tierra que pisamos nosotros, donde imponemos la
justicia, la igualdad, la esperanza y la paz
Estemos alegres; porque esto es así. Lo es, porque en el pecho de mi pueblo, en
mi pecho, alienta la convicción profunda de nuestra grandeza en los bienes y de
nuestra grandeza en el alma. Lo es, porque tratamos de comprender todos los
dolores, todos los sufrimientos que la vida inevitablemente trae consigo. Lo es,
en fin, porque nos sentimos destinados a un dichoso, pródigo y fecundo
porvenir. Estemos alegres en la noche, entre todas las noches, en que se exalta la
fraternidad, la amistad y el amor. Nos envuelve una atmósfera de siglos, y en esa
atmósfera domina la presencia de una gran sombra. Tiene los ojos muy dulces, y
de sus labios fluyen estas palabras: “El que quiera ver, que vea. El que quiera
seguir, que siga.”