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A las mujeres argentinas

12 de febrero de 1947

Mujeres de mi país, compañeras:
Profunda y emotiva resonancia ha tenido en todo el país mi conversación
radiotelefónica con vosotras, a propósito del voto femenino. Millones de mujeres
saben ahora que estamos iniciando la lucha por la superación de nuestro valor
humano, dentro de la sociedad argentina. Millones de mujeres saben que está
dentro de nuestra voluntad, y al alcance de nuestra mano, la conquista del derecho
supremo que la Constitución acuerda a los ciudadanos del país, excluyendo
justificadamente en su época la coparticipación cívica de la mujer. Millones de
mujeres saben, asimismo, que la madurez espiritual del ama de casa, que el recio
brillo intelectual de las docentes, que el dinámico esfuerzo expansivo de las obreras
de las fábricas, que la cultura general de la empleada y épica batalla diaria de la
chacarera, junto a su hombre y a su hijo, están postulando, decisivamente, la
confirmación legislativa de un derecho natural, que ha ido enraizando hasta lo
profundo en el ánimo de todas ellas el voto femenino, la facultad de elegir y de
vigilar, desde la trinchera hogareña, el desarrollo de esa voluntad, que se ha
convertido así, más que en una aspiración, en una exigencia impostergable. La
mujer puede y debe acondicionar su propia conciencia a la conciencia de la
comunidad, de la que forma parte activa y vital. En el camino del hogar a las urnas
está implícita la transformación de la vida cívica argentina, por el aporte de una
nueva valoración política, ajena a toda sugestión electoral que no sea la reclamada
por la probidad, la conducta y el sentido del orden que rigen la sensibilidad en el
espíritu femenino.
La mujer puede y debe votar en mi país. La mujer votará si las camaradas,
ahondando en sus responsabilidades nacionales, ofrecen a todo un vasto y ansioso
sector humano el precioso instrumento de su reivindicación civil: el derecho a
elegir y ser elegida, como en las comunidades democráticas más avanzadas del
mundo. Os he hablado de la compañera Evita, y me he puesto, espontáneamente, al
frente de esta campaña, tan perentoria como realista y moderna. Ella necesita,
quizás, la reiteración de un concepto sobre mi persona, para excluir de mi acción
toda tentativa interesada. Repetiré que no acostumbro a mirar por mí, amigas
mías; como yo os digo, vengo del pueblo anónimo, donde toda excelencia nace y
muere en el individuo. No defiendo, pues, privilegios de cuna, ni abogo por la
continuidad de una prebenda pública. Sufrí, como todas vosotras, el 17 de octubre,
cuando la regresión intentó arrebatarnos el esfuerzo generoso de una revolución
pensada, realizada y consolidada en favor de los explotados, los humildes, los
débiles y los olvidados. Soy la mujer del presidente de los argentinos, pero una
presidencia pasa, y la historia, en definitiva, no tiene en cuenta un simple vínculo
conyugal, sino el desinterés de un corazón y la rectitud de una conciencia. Si sólo
apelara para hablaros el hecho de ser la esposa del General Perón, me sentiría
aprisionada en la incomodidad que supone la jerarquía y la altura de una posición.
Pero os hablo, insisto, como la compañera Evita, camarada del primer trabajador
argentino, y primera ejecutora de sus decisiones de gobernante. Las mujeres de mi
país, saben bien que les está hablando el corazón de una muchacha provinciana,
educada en la ruda virtud del trabajo.
He aprendido en el dolor de cada día, la escuela de la sencillez, conozco la crudeza
de esperar. Sé que la angustia de ver pospuesta una aspiración, y la certidumbre de
poder abarcar ahora todo aquello que veía remoto e inaccesible me hace ser
modesta ante las cosas. Como mujer, siento en mi alma la cálida ternura del pueblo
de donde vine, y para quien me debo.
Lo inerte se ha resuelto, de esta forma, en lo vital, en lo humano, en la resolución
de miles de pequeños problemas que angustian a miles de hermanos. El drama
diario es mi propio drama, puesto que lo comparto con todos. La alegría cotidiana,
o el problema, son asimismo míos, y nada ni nadie podrá distraerlos de mi lado,
para hacer de la compañera Evita una mujer de sensibilidad sin resonancia ubicada
allá donde los vaivenes de la suerte del pueblo o no son contemplados o no llegan
jamás. También la suprema aspiración de la mujer argentina tenía por fuerza que
encontrarme, y hallar en mí su más ferviente, decidida y espontánea defensora. Por
eso lucharé por el voto femenino. Porque he sentido, en lo entrañable de mí, la
responsabilidad crucial de la hora que atañe al hogar argentino, reducto de fe cívica
nueva y futuro juez de la conducta pública de sus elegidos Aspiramos a que, en el
seno de ese hogar —en la médula de la familia— se haga carne la preocupación de
elegir mejor y más sanamente, con el apoyo activo da la mujer, reserva cívica
incontaminada e insobornable.
Allí donde estéis, compañeras, pensad en esta verdad inconmovible: la mujer puede
y debe votar. La defensa de las conquistas de esta revolución en el plano social,
económico y político está de tal manera unida a la capacidad de elegir de la mujer
que negarse a concederle derechos civiles equivaldría a excluir a la familia y al
hogar del futuro inmediato de la revolución. Perón necesita del baluarte inviolado
del hogar y del impulso intuitivo y sustancialmente conservador de la mujer para
llevar adelante y afianzar su programa de acción de gobierno. Tu hogar y el mío,
amiga, son la caja de resonancia del país, y todo aquello que no puede ser discutido,
criticado, aceptado o rechazado en el intermedio de la mesa familiar, no pertenece
al número de preocupaciones de tu país. Allí donde vivas, junto a tu hombre y tu
hijo; allí donde concibas y trabajes; allá donde esperes y sueñes; allí, en la mesa
familiar o en el patio, o en la gran cocina patriarcal de la chacra; allí donde al final
han de refluir las noticias de los diarios, el reclamo de la radio, o el repertorio de
novedades del vecindario; allí mismo, en el centro del país que es tu hogar, y en el
centro de tu hogar, que eres tú misma, es allí donde está la realización final del
programa de redención política y social argentina, que Perón inició hace tiempo
para el aumento del bienestar en los tuyos. Ahora sólo puedes sugerir, ayudar,
impulsar. Pero cuando llegue el voto, tú misma tendrás ya la fuerza cívica que evite
delegaciones estériles.
Tú serás el testigo, el actor y el juez de tu misma conciencia nacional, y de la
conciencia de los hombres que invisten en cualquier momento la responsabilidad
de la Nación. Piensa que depende del esfuerzo que hagamos por unirnos y por
avanzar en procura de la legitimación de nuestro derecho el que se nos otorgue
definitivamente la posesión del recurso de apelación o de crítica más emocionante
y más recio del hombre: su voto, vale decir, la contraseña de que existe, de que
piensa, de que opta, de que es, en fin, el amo de sus pensamientos y sus voluntades.
El voto femenino restablecerá esa apremiante ausencia de iniciativa pública de la
mujer. El voto femenino abolirá, al fin, el complejo de inferioridad de la mujer, ante
el panorama dinámico de su país. El voto femenino avasallará el tutelaje
incomprensible que las leyes ejercen sobre la mujer argentina, y la colocará, por
fortuna, en el plano de vigencia política a que su sacrificio permanente le ha dado
justo derecho.
Con el voto femenino sancionado vamos hacia la integración de un sistema político
depurado, aportando al país una experiencia electoral que millones de mujeres
aguardan con sus mejores impulsos. El voto femenino no será ni una abstracción ni
una nebulosa.
Ninguna mujer argentina puede mostrar indiferencia ante su inminente aprobación
por el Congreso, porque lo contrario sería mostrar desafección por aquello que el
país tiene de más puro y más incorruptible: la conciencia de una madre de familia,
la conciencia de una mujer para quien Dios creó el supremo derecho de crear. El
Plan Quinquenal así lo entiende, y el General Perón, pulsador de la inquietud diaria
de su pueblo, así lo interpreta.
Unámonos, pues, mujeres de mi país. Unámonos en el clamor que revela un
derecho, y pide una victoria. La mujer puede y debe votar.

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