Tal vez por ser yo la más insignificante de todas las colaboradoras con que cuenta el
General Perón, me he dedicado nada más que a mis queridos descamisados. El
problema universitario lo he visto, me ha interesado, pero no he opinado en ningún
sentido, puesto que no lo entendía perfectamente, y lo he dejado en manos de
personas que, dentro de la revolución, tenían el mejor de los deseos para que el
General Perón arreglara ese problema que tanto le preocupa y al que ustedes saben
que ha dedicado y le dedica toda la atención que el caso requiere.
No obstante, tengan ustedes la plena seguridad de que las palabras del compañero
Cafiero las conocerá el General Perón hoy al mediodía. Él mejor que nadie sabrá
cómo puede solucionar este problema, y si en alguna oportunidad alguno de esos
señores que firmaron ciertos manifiestos han estado en las directivas de la
enseñanza superior, habrá sido porque el General Perón o no lo ha sabido o habrá
querido atemperar pasiones. No hay que olvidar que él es el presidente de los
catorce millones de habitantes, y una de sus aspiraciones es gobernar, hacer Patria;
y tratar por todos los medios posibles de que los descarriados comprendan que él
no ha venido al Gobierno para hacer política personal, sino para desarrollar una
acción en bien de la comunidad. Si todavía a esos señores, en sus corazones, les
queda algo de argentinos, es posible que recapaciten y se recuperen, y que
comprendan que la bandera de Perón es la bandera de la Patria. Probablemente se
les ha dado —como- decimos nosotros— una segunda chance, la oportunidad de
rehabilitarse; se les habrá dado quizá a los más atemperados. Confiemos en que por
sobre todo primará el sentido patriótico y argentinista.
Yo creo, y ustedes lo saben perfectamente, que el General Perón ha encarado con
toda amplitud el problema de la universidad, que es el problema de la juventud
estudiosa argentina, que sabe que es idealista mil por mil. Estamos completamente
seguros de que esa juventud constituye el núcleo que ha de regir en un futuro no
lejano, probablemente, los destinos de la Patria u ocupar importantísimos puestos
dentro del orden nacional. El General Perón también tiene interés por esta
juventud y, además de desear el triunfo de sus descamisados, aspira a resolver el
problema de la universidad; desea que triunfen sus muchachos, y que por sobre
todo se estudie y se haga Patria, lo que es su bandera.
Debo agregar que conozco profundamente los desvelos que tiene el General Perón y
su gran deseo de arreglar este tan mentado asunto de la universidad. Tengo la más
grande esperanza en que el asunto se resolverá satisfactoriamente, porque conozco
su honda preocupación por solucionar todos los problemas, y puedo decirlo porque
he estado junto a él y lo he acompañado cuando todavía no era Secretario de
Trabajo y Previsión; y he estado a su lado en todas las horas de incertidumbre y
malos momentos durante tres años, y desde la sombra luché y lo alenté con mi
lealtad, con la misma lealtad con que lo animó y le infundió esperanzas el Coronel
Mercante y todos aquellos que lo restituyeron al pueblo el 17 de octubre.
De manera que el general Perón no los va a defraudar.
A mí, mis queridos descamisados, me han dado el honroso título de “Dama de la
Esperanza”, porque saben que, cuando llegan a mí, hago todo lo humanamente
posible para satisfacer sus aspiraciones. Yo no soy más que un puente entre nuestro
querido presidente y sus descamisados. Yo le cuento todo y él hace cuánto está en
sus manos para solucionar los problemas que se le plantean. Yo no soy quien los
resuelve, es él quien arregla los asuntos impulsado por ese cariño que siente por su
Pueblo, con ese patriotismo que siente por esta Argentina que tiene que ser cada
día más grande, más libre y más soberana. Es por eso que el General Perón trata
que a su Pueblo se le den las armas necesarias para desterrar la oligarquía de una
vez por todas.
A la juventud universitaria, que dentro de nuestros partidarios tiene el privilegio de
poder estudiar, les pido, pues, que continúe estudiando y amando a la ciencia, y
que tenga confianza en que dentro de lo posible el General Perón tratará de atender
sus justas reclamaciones. Yo, por mi parte, he de cumplir haciéndole presente las
palabras del compañero Cafiero y el fervor que ustedes han puesto en apoyarlo, y
contribuiré con mi granito de arena para la feliz solución de sus problemas,
adelantándoles que estoy con ustedes.