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Palabras ante la Navidad

24 de diciembre de 1946

Mujeres de mi país, camaradas, amigas:
Llego a todas con un mensaje de Navidad. De una Navidad nueva y jubilosa, vivida
ahora en el seno de hogares felices, de donde se ha desterrado la mueca de la
desilusión y la amargura del desposeído.
Llego a todos y a cada uno de ellos con el saludo del Gral. Perón, el presidente de
los argentinos, quien también hoy y quizá con mayor razón que nunca se despoja
del saco para presidir, llanamente, como un descamisado más, la primera Navidad
feliz y abundante en muchos años.
Amigas: nos reunió hace tiempo una esperanza. A vosotras, un reivindicador de
vuestro sudor diario. A mí, el hombre que el destino me marcó para el puesto de
sacrificio, de lucha permanente, y de unión en la ternura de un hogar como el
vuestro. Nos unió una esperanza. Nos retempló una fe. Nos alenté una fe. Nos
alentó una palabra recia y honda, jamás escuchada. Pan, trabajo, igualdad, justicia
social. Vosotras y yo misma asistimos a aquellas jornadas agotadoras de la
Secretaria de Trabajo y Previsión. Esa esperanza creció. Esa esperanza no
reconoció límite, porque enarbolaba la verdad del pueblo, de vuestros labios
acostumbrados a pedir sin ser oídos, de vuestros corazones apesadumbrados por la
eterna desilusión de la realidad. Esa esperanza estaba madura al fin. Esa esperanza
tenía que florecer. Y floreció al fin. Para vosotros, en el hombre que hicisteis
presidente de la República, y que se despojó del saco para hablaros en el mismo
lenguaje humano y sincero. Para mí, en el marido, en el ejemplo vivo de una
conducta, y en la comezón de hacer algo por todos. Un algo vivo, práctico, ansioso
de vida y de calor. Un algo que fuese, diariamente, la razón de cada uno de mis
actos. Un mandato imperativo de ayudar al que sufre. De asistir al caído. De
acuciar al vencido. De alentar al bienintencionado y al digno. Un mandato de
humanizar lo que la vida pone de inhumano en sus encrucijadas. Y por eso, lejos de
ser la esposa del presidente de los argentinos, fui una descamisada más de sus
masas heroicas. Detesté la postura y preferí el sentimiento. Escondí toda vanidad,
y me puse al lado suyo, que fue estar al lado del país en su entraña más digna y
respetable. Vuestra Navidad es la del General y la mía. Vuestro gozo es el nuestro,
vuestra alegría e mi propia alegría.
Vengo del pueblo —ese corazón rojo, que sangra y llora y se cubre de rosas al
cantar—, vengo del pueblo como el Gral. Perón, y me complace llegar en esta
Navidad del buen pan dulce de Perón y de la sidra de Perón, a los hogares que
Perón restableció en su altura cristiana. Hogares tonificados por la equidad social,
hogares realzados por la paz que da el buen salario y la previsión asegurada:
hogares que —quizás por primera vez— sienten que esta Navidad —la Navidad de
Perón— tiene la ternura cálida y humanísima de la festividad del Nacimiento de
Cristo Divino, reformador de las Leyes y redentor de los hombres. Os habla una
descamisada más, repito. Os habla una hija del pueblo que no ha olvidado por un
instante lo que a ese pueblo debe desde su honroso y emocionante puesto de lucha
de esposa del presidente. Os habla la mujer que es la primera iniciada en la escuela
del fervor por el desposeído y la inquietud por la injusticia social de su pueblo, base
de la doctrina, la prédica, la acción y el espíritu del Gral. Perón. Os habla la mujer
que está al lado de un hombre de gobierno, no para restaurar privilegios ni para
tolerarlos, sino para abolirlos por completo, entregando al pueblo de su cuna, su
acción de mujer, su preocupación de todos los días y su fe constante en esa
esperanza que ha fructificado en esta Navidad. La Esperanza en el bienestar de los
hogares argentinos, acrecentada periódicamente.
Traigo un juguete para los hijos de los obreros, mis propios hijos y los hijos del
Gral. Perón. Traigo un beso para sus mejillas, a las cuales no teñirá ya el rubor, sino
el rojo de la salud y el pliegue de la sonrisa triunfante. Traigo para los queridos
descamisaditos, para los que consolidarán mañana este legado honroso de
esperanza, un dulce y una frase dicha al oído: “También el Gral., está con vosotros”.
Lo dijo ayer, y lo repetirá siempre: “Hay que permitir que los niños argentinos
aprendan a sonreír desde la infancia”. Está con vosotras y con vuestros maridos y
vuestros hijos, amigas. Estamos sentados a vuestra mesa y compartimos el pan
dulce y la sidra augural, que tienen el encanto de nuestros mejores tradiciones
latinas. Estamos juntos, así, y juntos para siempre. Partamos ya la torta. Bebamos…
Esa fraternidad en el dolor, y en la injusticia que nos consumió en la lucha, esa
fraternidad en la decisión, que nos retempló en la marcha de un pueblo, esa
fraternidad que nos sigue hermanando en donde quiera que estemos al conjuro del
nombre del Gral. Perón tiene así —en este brindis de Navidad— la emotiva nota de
lo humano.
No estamos solos, ni aislados, amigos, estamos juntos, y cercanos. Sonreímos, al
fin, como si ensayásemos por primera vez la olvidada sonrisa. Levantamos las
copas. Pero antes; les decimos a todos, con la recia voz del pueblo: “Hermanos,
ahora que todo ha mejorado, brindemos por las próximas mejoras”. “Hermanos,
ahora que la esperanza ha florecido, brindemos por la esperanza del futuro, que
esta Navidad de Perón quiere inaugurar para todos los argentinos.

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