Mis queridos descamisados:
Hace un año, en esta misma histórica Plaza de Mayo, saludaban los humildes mi
liberación, después de la huida de los traidores. Por eso, el 17 de Octubre será para
todos los tiempos el «Día de los Descamisados», el día de los que tienen hambre y
sed de justicia.
El 17 de Octubre será para todos los tiempos la epopeya de los humildes: día de la
ciudadanía y del pueblo argentino, no de una parte del pueblo ni de agrupaciones
determinadas, sino de todo el pueblo auténticamente criollo. Y como buenos
criollos, comencemos por perdonar a los que nos han traicionado, a los que han
traicionado a nuestra causa. Pero al perdonar a los que han traicionado nuestro
Movimiento, a los pobres de espíritu que no supieron defender dignamente su
causa, y a los malvados, hagamos la solemne promesa, en esta histórica Plaza de
Mayo de las grandes decisiones populares, de trabajar por la felicidad del pueblo y
por la grandeza futura de la patria.
Y así como he de preguntarles todos los 17 de Octubre, en este mismo lugar, les
pregunto hoy por primera vez si he trabajado por el pueblo en estos cuatro meses.
Quiero preguntarles también si he defraudado las esperanzas que ustedes pusieron
en mí. Y, finalmente, si en este 17 de Octubre sigo siendo para ustedes el mismo
coronel Perón de otros tiempos.
Como este gobierno es de los «descamisados», he de hacerles todos los años estas
preguntas, porque no deseo ocupar el poder un segundo más después de haber
perdido la confianza del pueblo.
Como gobierno emanado de la voluntad popular, que siente las inquietudes, las
alegrías y el dolor de la masa sufriente, quiero decirles en pocas palabras que, en lo
social, en lo político y en lo económico estamos realizando una obra cuya
responsabilidad asumimos plenamente y que tiende a que en el futuro los bienes, la
felicidad y la riqueza de esta hermosa tierra Argentina no pertenezcan a un grupo
de privilegiados sino a los 14 millones de habitantes.
Sé que nuestros detractores han de decir mañana que éste no es el pueblo, y
aunque ellos, por intermedio de sus órganos «serios», digan y afirmen que esta
reunión estaba compuesta por grupos de «muchachones descamisados», nosotros
sabemos bien que el único pueblo auténtico de la Nación es el que está aquí
presente esta noche.
No he de hablarles de nuestra obra social, porque ustedes saben tan bien como yo
lo que hemos ganado en estos dos años y medio, y saben mejor que nadie que se ha
elevado la cultura social del país para los empleados y los empleadores, y que se ha
dignificado al trabajo y al trabajador, al mismo tiempo que se ha humanizado el
capital.
Me preguntan dónde estuve el 17, y frente a esa insistencia he de decirles la verdad:
estuve preso, en Martín García. Todavía no he tenido tiempo de preocuparme de
averiguar quién fue el culpable, porque en lugar de detenerme a pensar en el
pasado he preferido mirar hacia el porvenir y realizar siempre una obra en
provecho de mis queridos «descamisados». Pero quiero decirles que los días que
estuve preso, no los perdí para la causa del pueblo. Los empleé para meditar
profundamente sobre lo que debía hacer luego en bien de mis «descamisados».
Afortunadamente, hoy podemos dar gracias a Dios por habernos permitido vencer
en nuestra lucha y ello nos llena de satisfacción al contemplar a esa multitud, a la
cual yo guardaré gratitud por todos los días de mi vida.
En este venturoso 17 de octubre, a un año de la victoria del pueblo contra el engaño
y la mentira, a un año de nuestra batalla vencida, echemos una mirada
retrospectiva y pensemos si cada día, si cada minuto, hemos hecho algo por
defender esta nuestra sagrada causa del pueblo. Si podemos contestarnos
afirmativamente, festeje el pueblo alborozado su propio éxito, reflejando en su
corazón la causa de sus hermanos de trabajo y de sacrificio; festeje el pueblo esta
epopeya del Descamisado. Pero, al mismo tiempo, esté alerta y vigilante, porque
hoy tiene en las manos su destino y debe luchar para que se le vaya de ellas.
¡Que cada «descamisado» sea un centinela alerta de su misión en la sociedad
argentina y vigile la sagrada causa de todos! Yo, como Primer Descamisado, desde
aquí permaneceré vigilante y he de estar atento por si alguna vez debo llamar a
reunión a nuestros «descamisados» en esta Plaza de Mayo.
Yo quiero decirle al pueblo argentino que no deseo gobernarlo con otro vínculo,
entre él y yo, como no sea el de la unión que nace de nuestros corazones. Yo no
quiero mandar sobre los hombres sino sobre sus corazones, porque el mío late al
unísono con el de cada «descamisado», al que interpreto y amo por sobre todas las
cosas.
Por eso, por ese profundo amor que siento por «descamisados», quiero hoy
pedirles que me acompañen en una idea que voy a lanzar en este primer
aniversario: la de que levantemos en esta Plaza de Mayo un monumento al
descamisado.
Este monumento marcará la iniciación de la primera etapa en que el pueblo, por
primera vez en la historia patria, tomó en sus manos los destinos de la Nación.
Ese «descamisado», que fue carne de cañón en la independencia, que fue el gaucho
de las cuchillas y de las chuzas en la organización nacional, el mismo que después
levantó estos edificios, hizo grande a la Patria y la llevará a sus grandes destinos, no
tiene todavía un monumento que lo perpetúe. Es una deuda que la sociedad
Argentina debe pagar al hombre humilde, al hombre que todo lo hizo y nada
reclamó para sí. En ese monumento al descamisado habrá mucho del espíritu y de
la forma de cada uno de los que han muerto ignorados, luego de haber labrado la
grandeza de la Patria.
Cuando, en los días de vigilia, el pueblo quiera reconciliarse consigo mismo irá al
monumento del descamisado a pedirle la inspiración que tuvo en los días de
grandeza y ventura para la Nación. Y pidamos a Dios que mientras haya un
«descamisado» en esta tierra, los destinos de la Nación surjan de la inspiración del
hombre del pueblo, que nada ambiciona para sí sino para la Patria y para sus
hermanos.
Ahora, como en los grandes días de nuestra epopeya, quiero estrecharlos en un
abrazo de hermano a cada uno de los que llenan esta inmensa plaza, abrazo en el
que sintetizo todo el cariño de mi corazón para el pueblo, al que he de ser fiel hasta
el último instante de mi vida.
Nadie podrá hablarnos de grandeza después de haber visto esta multitud
inacabable de hombres que sienten y que piensan animados por el fuego divino del
deseo de llevar a su Patria adelante contra la oposición de todos los tiempos.
Finalmente, quiero anunciarles que, así como el 17 de octubre pasado, sin ser más
que un «descamisado», decreté feriado el 18 de Octubre, quiero que esta noche la
disfrute el pueblo en sus fiestas inocentes y como presidente de la República les
pido que escuchen en silencio el decreto que ha de leerse, que quedará para todos
los tiempos señalado como una costumbre.
(…)
Y ahora, para terminar con este digno acontecimiento, les pido a todos que vayan
dispersándose en orden y lentamente. Como soy un hombre del pueblo y quiero ir
al baile popular, he de encontrarme en la Plaza de la República para bailar con
ustedes.