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Discurso dirigido a la mujer

25 de julio de 1946

Quiero que este, mi saludo para las mujeres, llegue a todas ellas con el más sincero
de mis afectos.
Representamos una raza forjada por mujeres de indomable espíritu, que en
jornadas memorables escribieron páginas heroicas de la gesta patria.
Ellas, nuestras mayores, enaltecieron su paso por la vida con sacrificios heroicos de
padres, hijos, esposos y hermanos. A ellos nuestra gratitud, pero también a ellas
nuestro deber.
Por esto, por nuestro hermoso legado, no podemos nosotras las mujeres peronistas
permanecer ausentes ni tampoco indiferentes en esta lucha crucial que ha
emprendido el Gobierno de la Nación contra la sórdida avidez y el egoísmo
menguado de los que intentan lucrar con la angustia de la clase trabajadora,
sembrando de zozobra sus hogares y haciendo peligrar sus propias vidas.
No habré de extenderme en consideraciones sobre el papel que habrá de jugar
nuestro sexo, en este instante decisivo de una humanidad sacudida intensamente, y
animada de un nuevo sentido de justicia social, que habrá de modificar
sustancialmente su actual estructuración social.
Y aquí entre nosotros, como intérprete fiel del imperativo categórico de este nuevo
ordenamiento que es más justo, más cristiano y más humano, nació nuestro
movimiento peronista, que fecundizara en la feliz concepción de la Secretaría de
Trabajo y Previsión, creada por la inspiración sublime de quien sacrificara todo a la
felicidad de su Pueblo, el Coronel Perón.
Gestada así con cálido aliento humano, la Secretaría del Pueblo trabajador, como
intérprete de sus necesidades y aspiraciones de hombres y mujeres que viven de su
propio esfuerzo y que no habían tenido hasta entonces la más mínima y decorosa
retribución. En ella plasma su personalidad el inminente ciudadano que hoy rige
los destinos de la Patria, en ella también gesta su egregia figura de estadista, su
camarada, amigo firme y leal de todas las horas, el Coronel Domingo A. Mercante,
en la provincia de Buenos Aires, lucha hoy plebiscitada por su pueblo, en una
identificación total con su obra, con los principios de justicia social que le
informan, y que habrá de llevar al primer Estado argentino la salud y felicidad de
su inmenso proletariado.
Nombres ambos a los que me he referido, y que el pueblo ha confundido en alarido
de triunfo, aquel memorable 17 de Octubre que eclosionara la reacción viril de todo
un pueblo, porque Perón y Mercante son nombres que alientan ya vívidamente en
el corazón de todos los trabajadores argentinos, porque los saben nobles, los saben
dignos, los saben enérgicos, y patrióticamente inspirados, para luchar por la
grandeza de la patria, hasta llevarla a la cima inmarcesible con la que soñaron los
prohombres de la nacionalidad, ya cuya ruta se dirige hoy con serena imponencia
un pueblo que sabe de dónde viene, ya que este movimiento reconoce hálitos
gloriosos que nos vienen del fondo perdurable de nuestra historia, y porque sabe
adónde va conducido por tales manos, que tienen su sedimento en el trabajador
argentino.
El motivo de este mensaje que dirijo como peronista a las mujeres peronistas es el
de colocarnos frente al mandato imperativo que nos impone nuestra conciencia de
tales, de colaborar en esta campaña proabaratamiento de la vida, en defensa de la
tranquilidad y del bienestar de nuestros hogares, que aparecían sojuzgados por las
maniobras bastardas de los antipatrias que pretendían, de esa manera, desvirtuar
en su esencia las auténticas conquistas logradas por nuestra clase trabajadora, que
a través de la obra fructificada ya en la elevación moral y física de su condición de
vida por el creador de la Secretaría de Trabajo y Previsión, Coronel del pueblo y
Gral. de la Nación, y el insigne continuador de su obra, su hermano de lucha el
Coronel Mercante.
Deseo, antes de anunciar la firma de importantes decretos, agradecer la gentileza
que ha tenido para conmigo el señor ministro secretario, de Industria y Comercio,
don Rolando Lagomarsino, intérprete fiel y digno del espíritu que informa esta
lucha, e identificado íntegramente con su conductor, el Gral. Perón, al solicitarme
que sea yo la encargada, por mi único carácter de mujer argentina, de transmitirles
a todas vosotras las disposiciones a que me he referido. Por uno se determinan los
precios de ventas de muchas y variadas prendas de vestir para señoras,
dividiéndolas en tres categorías, de acuerdo a la calidad de las mismas y, por el
otro, se determinan igualmente precios para algunos artículos necesarios, de uso
doméstico, cuya enumeración en ambos casos omito, pues simultáneamente a este
anuncio se hace la publicación de los mismos con todos los detalles del caso.
Si, como vemos, los resortes del Estado están en marcha y puestos al servicio de
estas jornadas redentoras para la argentinidad, si los ciudadanos deben instituirse
en soldados firmes y decididos de esta lucha, cuyos beneficios han de alcanzar a
todos por igual, no es posible que la mujer argentina ni la extranjera, que deja de
serlo cuando se cobija bajo el amparo tutelar de nuestro cielo generoso, no tome su
puesto de lucha en el combate.
Y debemos considerar que nuestra fortaleza física llega hasta donde llega la del
hombre: para esos somos sus madres, sus esposas y sus novias. Allá, en el puesto
de lucha, al lado del hombre, está nuestro lugar.
Nuestro hogar, nuestro sagrado recinto, el altar de nuestros afectos, está en peligro.
Sobre él se cierne amenazadora la incalificable maniobra de la especulación y el
agio. Ella atenta contra la tranquilidad de nuestras vidas y contra la salud de
nuestros varones. ¿Podemos las mujeres desertar de esta lucha?
El inalienable derecho del hombre de proveer a su núcleo familiar el sustento diario
tiene necesariamente que estar al alcance de todo presupuesto, hasta el más
humilde y exiguo.
Ese es el espíritu que alienta esta campaña, ese es el noble impulso que debe
movilizarnos en la lucha, ese es el digno afán que debe palpitar en nuestra
conciencia. Y ese será el tributo magnífico que ofrendaremos mañana, cuando estas
horas de zozobra no sean sino recuerdo amargo, que no habrá de repetirse jamás.
Es por todo lo que acabo de decirles, por lo que podría agregar y por lo que suplan
las consideraciones fuera del alcance de este mensaje, que hago llegar a todas las
amas de casa las advertencias que anuncio a continuación, como postulados
fundamentales de esta campaña peronista.
1. No debemos inquietarnos con el temor de que habrá de faltar lo
indispensable para vivir, ya que se han arbitrado los medios para asegurar el
abastecimiento integral de nuestro consumo diario en sus artículos de
primera necesidad.
2. No debemos desobedecer las instrucciones de los funcionarios e inspectores
y acatar, por consiguiente, las disposiciones que se adopten. ;
3. No debemos pagar, bajo ningún concepto, y en evento alguno, precio mayor
que el establecido, ni admitir que se entregue mercadería de condición
inferior a la solicitada.
4. Es muy importante conocer diariamente todas las disposiciones legales para
exigir su estricto cumplimiento.
5. Es fundamental denunciar siempre a la autoridad competente toda
transgresión o toda violación a las reglamentaciones vigentes.
Constituyen así estas previsiones, que se consideran primordiales, los fundamentos
básicos de la colaboración efectiva en esta campaña peronista.
Debemos, asimismo, pensar, al adquirir cotidianamente lo indispensable para el
sustento, de píe millares de hombres, mujeres y niños del mundo están con la
esperanza y la mirada fija en el socorro humano que tenemos que hacerles llegar
para salvarlos del hambre y la muerte.
Ya no nosotras las mujeres, sino todos los que habitan en esto fecundo país, tienen
para con la humanidad doliente, y por ser para con ella, con Dios Nuestro Señor, el
sagrado compromiso de mitigar su dolor. Acudir a este llamado del sufrimiento es
un mandato del corazón, pero… ¿quién más apto para recibirlo y más presto para
cumplirlo que el corazón femenino?
Quien siente la angustia de los hogares proletarios, su inquietud y su zozobra, tiene,
no ya como esposa del primer mandatario de la Nación —condición que no invoco
para dirigiros la palabra—, sino como una mujer de esta tierra de promisión, la
legítima esperanza de que no habrá sido escuchada en vano.
De ser así, la mujer argentina habrá sedimentado una vez más su constante tributo
a la Nación, que fecundiza ya y exteriorizará aún más mañana una Argentina
grande, generosa, justa y soberana, para gloria de la Patria y honra de Dios.

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