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Carta de Cipriano Reyes

27 de mayo de 1946

27 de mayo de 1946.

Señor presidente electo de la república por  el Partido Laborista, general Juan D. Perón
Hace pocas horas, día 23 de mayo, usted termina de romper amarras,
intempestiva y públicamente, con el laborismo, a través de un “ordeno y
mando”, como si lo hubiera hecho el zar de Rusia o el mismo Calígula,
emperador de Roma.
Desconoce el movimiento que lo llevó al poder porque teme que el mismo le
exija la realidad de ese mundo mejor que le hemos prometido al pueblo y al
país. Desea destruirlo de toda acción comprometida, pero se cuida bien de
quedarse con sus banderas, que representan la doctrina democrática, cristiana y
humanista del laborismo con su programa de reivindicaciones sociales y de
emancipación de los argentinos.
Lo hace para que los trabajadores y el pueblo sigan creyendo en su utopía, e
ignorando al mismo tiempo que usted jamás pondrá en sus manos ese mundo
de paz y libertad que les hemos prometido.
Su ambición era llegar… y ha llegado. No le importa lo que deja detrás suyo, lo
que hiere, lo que destruye, ni las cosas de que se ha valido para “escalar la
montaña”. Ahora está en la cima, y desde allí arroja al precipicio a los amigos
que lo ayudaron a subir. Usted no desea compartir el triunfo con nadie, y mucho
menos con los que lo sacaron de la cárcel el 17 de octubre.
Nada lo detiene porque su demagogia es tan auténtica como su falta de respeto a
la dignidad y a los derechos de los demás. Su ambición no es ser el líder, ni el
conductor político, sino el amo de la República, para convertir a sus turiferarios
y sus creyentes en su rebaño predilecto.
Desde esa noche fría y nebulosa del 23 de mayo usted, señor presidente, desvió
el cauce de la revolución popular y nacional que el país anhelaba, convirtiendo a
sus adláteres en un conglomerado amorfo, sometido al servilismo, lo que tarde o
temprano le provocará la corrupción, como a Hipólito Irigoyen, aunque éste
fuera un demócrata.
Los que hemos llegado a conocerlo sabemos cuáles son sus pensamientos y
hasta donde puede imponerse con sus intenciones… usted invoca a Dios
solamente para sacarle provecho a su ambición y no porque crea en su
existencia, pero yo ruego que Él lo ilumine para que pueda realizar el bienestar
de los argentinos, y para que nunca más se repita con el pueblo lo que usted
termina de hacer con el laborismo. Nosotros, Dios mediante, y sin duda alguna,
seguiremos luchando de pie y sin claudicaciones, por el Mundo Mejor que todos
anhelamos.
De mi parte, hágale saber que me incorporaré a mi banca de diputado nacional,
sosteniendo lo que usted, señor presidente, arrojó a la clandestinidad: el
laborismo.

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