En el tiempo que estuve al frente del ex Departamento Nacional del Trabajo, he
podido penetrar y encarar objetivamente los problemas gremiales. De ellos los que
se han resuelto lo han sido por acuerdos directos entre patronos y obreros.
Para saldar la gran deuda que todavía tenemos con las masas sufridas y virtuosas,
hemos de apelar a la unión de todos los argentinos de buena voluntad, para que en
reuniones de hermanos consigamos que en nuestra tierra no haya nadie que tenga
que quejarse con fundamentos de la avaricia ajena.
Los patrones, los obreros y el Estado constituyen las partes de todo problema
social. Ellos y no otros han de ser quienes los resultan, evitando la inútil y suicida
destrucción de valores y energías.
La unidad y compenetración de propósitos de esas tres partes debería ser la base de
acción para luchar contra los verdaderos enemigos sociales representados por la
falsa política, las ideologías extrañas sean cuales fueran, los falsos apóstoles que se
introducen en el gremialismo para medrar con el engaño y la traición de las masas
y las fuerzas ocultas del perturbación del campo político-internacional.
No soy hombre de sofismas ni de soluciones a medias. Empeñado en esta tarea no
desmayaré en mi afán ni ocultaré las armas con las que combatiré en todos los
terrenos, con la decisión más absoluta, sin pensar si ellos o yo hemos de caer
definitivamente en esos campos.
Sembraré esta simiente en el fértil campo de los trabajadores de mi tierra, que
estoy persuadido que entienden y comparen mi verdad, con esa extraordinaria
intuición que poseen las masas cuando se les guía con lealtad y honradez.
Ellos serán mis hombres y cuando yo caiga en esa lucha en que voluntariamente me
enrolo estoy seguro que otro hombre más joven y mejor dotado, tomará de mis
manos la bandera y la llevará al triunfo. Para un soldado nada hay más grato que
quemarse para alumbrar el camino de la victoria.
Al defender a los que sufren y trabajan, para amasar la grandeza de la Nación,
defendiendo a la Patria en cumpliendo de un juramento en que empeñé mi vida y la
vida es poco cuando es menester ofrendarla en el altar de la Patria.
El estado argentino intensifica el cumplimiento de su deber social. Así concreto mi
juicio sobre la trascendencia de la creación de la Secretaría de Trabajo y Previsión.
Simple espectador como he sido, en mi vida de soldado, de la evolución de la
economía nacional y de las relaciones entre patronos y trabajadores, nunca he
podido avenirme a la idea tan corriente de que los problemas de que tal relación
origina, son materia privativa de las partes directamente interesadas. A mi juicio,
cualquier anormalidad surgida en el ínfimo taller y en la más oscura oficina,
repercute directamente en la economía general del país y en la cultura de sus
habitantes.
En la economía, porque altera los precios de las cosas que todos necesitamos para
vivir; en la cultura porque del concepto que preside la disciplina interna de los
lugares de trabajo depende en mayor o menor grado, en respeto mutuo y las
mejores o peores formas de convivencia social.
El trabajo después del hogar y la escuela, en un insustituible modelador del
carácter de los individuos y según sean éstos, así serán los hábitos y costumbres
colectivos, forjadores inseparables de la tradición nacional.
Por tener muy firme esta convicción, he lamentado la despreocupación, la
indiferencia y el abandono en que los hombres de gobierno, por escrúpulos
formalistas repudiados por el propio pueblo prefirieran adoptar una actitud
negativa o expectante ante la crisis y convulsiones ideológicas, económicas y
sentimentales que han sufrido cuantos elementos intervienen en la vida de relación
que el trabajo engendra.
El Estado manteníase alejado de la población trabajadora. No regulaba las
actividades sociales como era su deber, sólo tomaba contacto en forma aislada
cuando el temor de ver turbado el orden aparente de la calle le obligaba a
descender de la torre de marfil de su abstencionismo suicida. No se percataban los
gobernantes de que la indiferencia adoptada ante las contiendas sociales, facilitaba
la propagación de esta rebeldía porque era precisamente el olvido de los deberes
patronales que, libres d la tutela estatal, sometían a los trabajadores a la única ley
de su conveniencia. Los obreros por su parte, al lograr el predominio de las
agrupaciones sindicales, enfrentaban a la propia autoridad del Estado,
pretendiendo disputar el poder político. El progreso social ha llevado a todos los
países cultos a suavizar el choque de intereses y convertir en medidas permanentes
de justicia, las relaciones que antes quedaban libradas al azar de las circunstancias
provocando conflictos entre el capital y el trabajo.
El ideal del Estado abstencionista era encontrarse frente a ciudadanos aislados,
desamparados y económicamente débiles, con el fin de pulverizar las fuerzas
productoras y conseguir, por contraste, un poder arrollador. La contrapartida fue el
sindicalismo anárquico, simple sociedad de resistencia, sin otra finalidad que la de
oponer a la intransigencia patronal y a la indiferencia del Estado, una
concentración de odios y resentimientos. Las carencias de una orientación
inteligente de la política social, la falta de organización de las profesiones y la
ausencia de un ideal colectivo superior que reconfortará los espíritus y los templará
para una acción esencialmente constructiva y profundamente patriótica, ha
retrasado el momento que las asociaciones profesionales estuviesen en condiciones
de gravitar en la regulación de las condiciones de trabajo y de vida de los
trabajadores.
El ideal de un Estado no puede ser la carencia de asociaciones; casi afirmaría que es
todo lo contrario. Lo que sucede es que únicamente pueden ser eficaces, fructíferas
y beneficiosas las asociaciones cuando, además de un arraigado amor a la patria y
un respeto inquebrantable a la ley, vivan organizadas de tal manera que
constituyan verdaderos agentes de enlace que lleven al Estado a las inquietudes del
más lejano de sus afiliados y a éste hagan llegar las inspiraciones de aquel. La
organización sindical llegará a ser indestructible cuando las voluntades humanas se
encaminen al bien y a la justicia, con un sentido a la vez colectivo y patriótico. Y
para alcanzar las ventajas que la sindicación trae aparejadas las asociaciones
profesionales deben sujetarse a uno de los imperativos culminantes de nuestra
época: el imperativo de la organización.
La vida civilizada, en general, y la económica en particular, del mismo modo que la
propia vida humana, se extinguen cuando falla la organización de las células que la
componen. Por ello siempre he creído que se debe impulsar el espíritu de
asociación profesional y estimular la formación de cuantas entidades profesionales
conscientes de sus deberes y anhelantes de sus justas reivindicaciones se organicen,
de Talavera que se erijan en colaboradores de roda acción encaminada a extender
la justicia y prestigiar los símbolos de la nacionalidad, levantándose por encima de
las pugnas ideológicas o políticas. Pero no perderemos el tiempo que media entre el
momento actual y el del florecimiento de organizaciones de este tipo constructivo.
La realidad golpea las puertas y exhibe las cuestiones candentes que deben ser
inmediatamente dilucidadas. Los problemas que sean consecuencia natural de los
hechos sociales serán estudiados y recibirán la rápida solución que justicieramente
merezcan.
Con la creación de la Secretaría de Trabajo y Previsión se inicia la era de política
social argentina. Atrás quedará para siempre la época de la inestabilidad y
desorden en que estaban sumidas las relaciones entre patronos y trabajadores, De
ahora en adelante, las empresas podrán trazar sus previsiones para el futuro
desarrollo de sus actividades, tendrán la garantía de que si las retribuciones y el
trato que otorgan al personal concuerdan con las sanas reglas de convivencia
humana, no habrán de encontrar por parte del Estado sino el reconocimiento de su
esfuerzo en pro del mejoramiento y de la economía general y consiguiente
engrandecimiento del país. Los obreros, por su parte, tendrán la garantía de que las
normas de trabajo que se establezcan enumerando los derechos y deberes de cada
cual, habrán de ser exigidos por la autoridades del trabajo con el mayor celo y
sancionado con inflexibilidad su incumplimiento. Unos y otros deberán
persuadirse de que ni la astucia ni la violencia podrán ejercitarse en la vida del
trabajo, porque una voluntad inquebrantable exigirá por igual, el disfrute de los
derechos y el cumplimiento de las obligaciones.
La prosecución de un fin social superior señalará el camino y la oportunidad de las
reformas. No debemos incurrir en el error de fijar un programa de realizaciones
inmediatas. En este importante y delicado aspecto, el decreto que crea la Secretaría
de Trabajo y Previsión ofrece una magnífica muestra de sobriedad, pues al tiempo
que ordena la revisión de los textos legales vigentes, exige que sean propulsadas las
medidas de orden social que constituyen el anhelo de la casi totalidad de los
hombres de trabajo, obreros y patronos.
No voy, pues, a perfilar las características que ha de tener tal o cual realización
jurídica, ni condicionar la otorgación de una determinada reivindicación social a la
concurrencia de determinados requisitos. Por encima de preceptos casuísticos que
la misma realidad puede tornar caducos el día de mañana, está la declaración de los
altísimos principios de colaboración social, con objeto de robustecer los vínculos de
solidaridad humana, incrementar el progreso de la economía nacional, fomentar el
acceso a la propiedad privada, acrecer la producción en todas sus manifestaciones y
defender al trabajador mejorando sus condiciones de trabajo y de vida. Estas son
las finalidades a que debemos aspirar. El tiempo, las circunstancias y la conducta
de cada cual nos indicará el momento y el rumbo de las determinaciones.
La experiencia de la vida diaria nos conducirá por las sendas menos peligrosas al
logro de cada mejora en la vida de relación entre el Estado, patronos y obreros.
Mejora que naturalmente, no deberá ser siempre a expensas del patrón, sino que
bien puede orientarse hacia la adopción de adecuadas medidas de orden técnico
que eviten la dispersión de esfuerzos, aumenten el rendimiento, mejoren precios y
salarios y establezcan un cordial entendimiento entre ambos factores de la
producción y entre éstos y el Estado, de modo que no solo se restaure el orden
social en la calle y el taller sino en el fuero íntimo de las conciencias.
Sería impropio anunciar la codificación del Derecho del Trabajo en el preciso
instante de producirse en tránsito entre abstencionismo de Estado, que fenece, y la
futura acción estatal, que comienza. Muchas de las leyes de trabajo vigentes no son
ciertamente incontrovertidas; algunas adolecen de fallas técnicas de tal naturaleza
que los beneficios han desaparecido de la vista del trabajador, al tiempo que se
extinguían los ecos de su alumbramiento parlamentario. Eso no debe repetirse. Las
declaraciones de derecho sustantivo deben ser tan claras que no quepa duda, la
acción del Estado ha de ser tan rápida y la solución tan eficaz que ni un solo
trabajador sienta la congoja de creerse preterido en cuanto le corresponda en
justicia.
Florecen pues las mejoras al compás de las necesidades y de las posibilidades que la
actual permita. Esto no quiere decir sin embargo que se dilatarán las soluciones a
los problemas no será un criterio particular que las partes impongan al Estado, sino
por el contrario, por decisión de la autoridad una vez consultadas las verdaderas
necesidades de todos los interesados en la cuestión particular de que se trate.
Debe insistirse en esta afirmación. Las altas decisiones sobre el rumbo social a
seguir que adopte la autoridad laboral, no serán tomadas tan solo en vista del texto
de una ley o del principio doctrinario tratado en abstracto, sino considerado uno y
otro como elementos integrantes de la mutable realidad de cada momento. Por
esto, junto al mecanismo técnico-administrativo, que constituye el instrumento
peculiar del Estado para estudio y solución de los problemas sociales, se halla un
Consejo Superior de Trabajo y Previsión que se integrará con representaciones
adecuadas de los distintos sectores que intervienen en la obra de la producción,
transformación y distribución en sus múltiples aspectos y facetas. De este modo las
realizaciones del derecho no serán preparadas tan solo en los laboratorios oficiales,
sino que, aprovechando ya el cuantioso material de estudio que han acumulado a
través de los años, serán valoradas y afianzadas por la labor llevada a cabo por
dicho organismo consultivo que, en su periódica actuación sedimentará un arsenal
de experiencias que facilitará grandemente la normalización de las relaciones
jurídicas existentes entre el capital y el trabajo en cada momento de nuestra
historia.
Nada más por hoy. Pero en breve volveré a ponerme en contando con el pueblo
para hacerle partícipe constante de la inquietudes del Poder Ejecutivo, que serán
siempre reflejos de sus anhelos de mejoramiento individual y progreso de la
comunidad nacional. En camino de la grandeza de la Patria, el Estado ha de contar
con el fervor y la adhesión de todos los hombres de trabajo que anhelen el bien
supremo del país.